Escuchar y no callar

Progresar

Miguel de la Guardia escribe sobre el progreso, el progresismo y lo que considera su ausencia en los partidos políticos españoles que lo reivindican.

/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /

Fotografía de portada: estatua del Progreso en el Victoria Memorial de Londres, con el Palacio de Buckingham detrás, por Xiquinho Silva

El progreso, el avance en la evolución, puede entenderse desde diversas perspectivas, considerando la propia situación: la de los más próximos o la de una mejora lo más amplia posible que alcance al mayor número de personas y países, aunque le ruego al lector que me conceda la posibilidad de pensar el término en su sentido más amplio, lejos del egoísmo personal, de casta o de país.

Considerando la relación morfológica entre progreso y progresismo, parecería razonable creer que este último sería la herramienta perfecta para buscar el bien común. Lamentablemente, en muchos casos se confunde progresismo con postureo izquierdista, y ahí es donde muchos oportunistas encuentran el argumento para descalificar a quien no comparta sus análisis y, con frecuencia, partidos y personas que anteponen sus intereses al progreso general se escudan en ese barniz progre que poco tiene que ver con el avance de la humanidad hacia sociedades más justas e igualitarias, para descalificar a todos los que no compartan su postura o simplemente no apoyen las candidaturas en que hayan logrado auparse.

En nuestro país, el denominado sanchismo se ha creado un relato de apropiación del término progresista; lo mismo que los independentistas se autodenominaron como buenos catalanes frente a los que no compartían su ideario separatista. Ya ven: cuestión de etiquetas, pero desconfíen. Los calificativos, aunque no reflejen en lo absoluto la realidad, constituyen una excelente coartada y apelan a las vísceras de los votantes, tratando de evitar que pongan en funcionamiento su raciocinio y se queden en la superficie de las palabras.

En las democracias avanzadas, el progresismo se establece, en mi opinión, como el equilibrio entre el aumento de la riqueza nacional y la reducción de las desigualdades entre los ciudadanos. Por supuesto, en esta ecuación no hay lugar para el aumento de la deuda pública que hipotecaría el futuro de los más jóvenes, aunque un político deshonesto intentara sacar partido del recurso al crédito para esconder su mala gestión.

Dentro de mi concepción de progreso no hay justificación para las dictaduras populistas que tratan de apesebrar a una parte del electorado con subvenciones y dádivas que, lejos de favorecer su desarrollo personal, intentan someter su voto para que asegure la permanencia de los dirigentes en el poder. Tampoco me sirven como modelos los Estados ultraliberales, que pueden incrementar la riqueza pero la dejan en unas pocas manos, ahondando en las desigualdades.

Como de lo que se trata es de polemizar y atraer al lector para que continúe leyendo, les diré que opino que las propuestas y actitudes del partido autodenominado ERC o su equivalente local Compromís están en las antípodas del progresismo, pues se basan en el sectarismo y en la destrucción de lo que, a su pesar, es su país. Lo mismo diría del españolismo de Vox, que intenta construir muros que frenen la emigración en lugar de trabajar para que todos juntos, emigrantes y el país en general, se beneficien los unos de los otros. Por supuesto, ni se les ocurra preguntarme sobre la relación progresismo-Podemos, pues la historia reciente ha evidenciado a qué tipo de progreso se debían.

En este punto, mi buen amigo Vicent Yusá se estará frotando las manos pensando que, llevado de lo que él llama con enorme gracia «ecumenismo húmedo», voy a terminar defendiendo el progresismo de PP y PSOE, pero no, no teman. Al PSOE, especialmente al que aplaude a rabiar a su líder máximo, le falta sentido de Estado y le sobran intereses personales. Las últimas decisiones sobre los fondos europeos o la política exterior con Marruecos han puesto en evidencia el oscurantismo en que gusta moverse el núcleo duro del señor Sánchez y eso no tiene nada de progresista, como tampoco lo tiene el comprar voluntades con dinero público ni pagar a cualquier precio su permanencia en la Moncloa. En su gestión me han sobrado bonos culturales, entradas de cine a precio reducido, billetes de tren subvencionados o promesas de construcción de viviendas sociales en los últimos días de su mandato y me han faltado una reducción drástica de los impuestos que pagan los denominados trabajadores pobres y los autónomos y pequeños empresarios, un esfuerzo en potenciar la sanidad mejorando las transferencias de fondos a las comunidades autónomas o la reducción en el impuesto de la renta de la compra de la vivienda habitual. Aunque debo reconocer los esfuerzos por aumentar el salario mínimo interprofesional, la inteligente, aunque tardía, decisión de dar uso a los inmuebles que el Ministerio del Ejército conserva en muchas ciudades o las medidas para contener el aumento del precio de la energía.

En cuanto al PP, me faltan datos para creer que vaya a deshacerse de quienes desde sus filas asaltaron los fondos públicos en beneficio personal y del partido y necesitaría saber si están dispuestos a emplear los impuestos como sistema para reequilibrar las desigualdades que se han incrementado en nuestra sociedad o simplemente proponen una bajada general que acabaría beneficiando a quienes más tienen y aumentando las desigualdades.

De cara a las próximas elecciones, se nos dice que la economía debería ser la piedra de toque de los partidos, pero me gustaría saber si piensan seguir ideologizando la enseñanza y degradando el sistema público o si, de una vez por todas, alguien va a llevar a cabo una política progresista que no incremente la presencia de las religiones en las escuelas públicas, que evite el acoso escolar, que no imponga las lenguas minoritarias y respete que cada uno sea escolarizado en su lengua familiar. En resumen, menos postureo y más hechos que avancen en una sociedad solidaria sin exclusiones.


La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es imagen.png

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

3 comments on “Progresar

  1. guillermoquintsalonso

    Miguel, está claro que el uso del término «progreso» está asociado a connotaciones morales y que, por tanto, decir que progresar es «ir hacia adelante» es una solemne tontería que suele decirse en mítines cuando enfoca la TV. Recordar esto por estos días es lo verdaderamente progresista, lo ilustrado. Convencerás a alguien? Vamos a intentarlo. Guillermo.

  2. Vicent Yusà

    Estimado Miguel, me consta que una de tus características definitorias no es la pereza mental, pero el uso del término “sanchista”, con las mismas connotaciones que las que está imponiendo en su discurso público las tribunas más reaccionarias, diria que no puede calificarse de aportación novedosa.
    Por otra parte, visto el repaso al espectro político que realizas, deberemos concluir que no hay opciones progresistas en la izquierda.
    Que sólo el PP, a poco que realice unos breves retoques, se convierte en el baluarte del
    progresismo en España. Ahí si que veo una aportación novedosa al análisis político, a la semántica del término “progresista”. Tan novedoso como cuestionable. Seguro que la inmensa mayoría de los que nos consideremos progresistas seguimos identificado el término con la socialdemocracia, y no con los socios de VOX.

    • Miguel de la Guardia

      Muchas gracias, Vicent, por el comentario, aunque no creo que sea del todo razonable la lectura que haces sobre mi opinión acerca del carácter progresista del PP retocado. De ninguna manera esa era la intención de mi columna, aunque sí pretendía destapar la impostura del PSOE de Sánchez, Podemos, Bildu o ERC, que se reclaman progresistas con políticas basadas en el gobierno por y para los amigos, la promesa permanentemente incumplida, el asalto a los sillones y un supremacismo insultante que trata de establecer banderías que enfrenten a los españoles entre buenos y malos. Obvio que VOX no es una opción progresista, como tampoco lo es el PP, pero, al menos, no pretenden engañar al electorado y se muestran tal cual son, como una fuerza marcadamente reaccionaria y una opción muy conservadora.
      De cualquier manera coincidirás conmigo en que la grandeza de la democracia sigue consistiendo en que personas de la calle como nosotros podamos mantener opiniones distintas, votar probablemente de manera diferente, pero seguir trabajando con seriedad gobierne quien gobierne y no poner en peligro nuestra amistad.

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo