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La Zona: editorial de cierre de la primera temporada

Editorial de cierre de la primera temporada del podcast 'La Zona', de Jónatham F. Moriche.

[Editorial de cierre de la primera temporada del podcast La Zona conducido por Jónatham F. Moriche, emitido a través del servicio XSpaces de Twitter el 20 de diciembre de 2023]

Muy buenas noches, bienvenidos, bienvenidas, bienvenides a La Zona.

Muchísimas gracias por acompañarnos en esta octava entrega de nuestras conversaciones políticas en profundidad para tiempos inciertos, última ya de nuestra primera temporada en emisión. Hoy de nuevo tenemos programa coral, programa a muchas y muy diversas voces. Con un hilo conductor: la política, la nueva y la vieja, y los medios de comunicación, los viejos y los nuevos.

Permitidnos empezar este episodio poniéndonos bajo la advocación benefactora de aquel que fue, entre nuestros mayores, el que más temprano, con mayor lucidez y también con mayor audacia nos aconsejó sobre este asunto, el dramaturgo, poeta y pensador marxista alemán Bertolt Brecht. Recuperamos sus palabras en la voz de nuestra compañera Lola Matamala:

«No era el público quien había esperado la radio, sino la radio la que esperaba al público. Para caracterizar con más exactitud la situación de la radio, digamos que no era la materia prima la que, en virtud de una necesidad pública, esperaba métodos de fabricación, sino que son los métodos de fabricación los que andaban buscando angustiados una materia prima. De repente se tuvo la posibilidad de decirlo todo a todos, pero, bien mirado, no se tenía nada que decir.

Por lo que respecta al objetivo de la radio, en mi opinión no puede consistir simplemente en amenizar la vida pública. La radio tiene una cara donde debería tener dos. Es un simple aparato distribuidor, solo reparte. Hay que transformar el funcionamiento de la radio, convertirla de aparato de distribución en aparato de comunicación. La radio sería el más fabuloso aparato de comunicación imaginable de la vida pública si supiera no solamente transmitir, sino también recibir. Por tanto, no solamente emitir hacia el oyente, sino también hacerle hablar; no aislarle, sino ponerse en comunicación con él. La radio tiene que hacer posible ese intercambio. Sólo la radio puede organizar en grande las charlas entre comerciantes y consumidores sobre los artículos de consumo, los debates sobre las subidas del precio del pan, las disputas de los barrios. Si consideran esto utópico, les ruego reflexionen sobre por qué es utópico.

Bertolt Brecht, Teoría de la radio, 1932».

Hoy de nuevo, decíamos, programa coral, sobre nueva y vieja política, y viejos y nuevos medios de comunicación. Y por inevitable extensión: sobre la nueva condición social digital, una revolución copernicana, no ya solo comunicativa, sino ontológica, que nos rodea, que nos empapa, que a menudo nos maravilla y no menos a menudo también nos hiela la sangre de espanto.

Hablamos de una revolución integral de lo social que abarca una oceánica, indomable, proliferante pluralidad de fenómenos, que han transformado y siguen transformando cada día el periodismo, la política, las ciencias sociales o las artes.

De esta nueva condición digital forman parte esa inteligencia artificial que determina hoy, ahora mismo, esta noche, los objetivos del monstruoso genocidio israelí contra el pueblo palestino y la maquinaria desinformativa que acompaña los crímenes de Rusia en su atroz guerra imperialista contra Ucrania. Pero también los memes de Perrosanxe y Dark Brandon, las acciones en enjambre de los k-popers y el podcast de La Pija y La Quinqui, que salvan en el tiempo de descuento con sus estrategias pop nuestras fragilizadas democracias de la debacle fascista.

De esta nueva condición digital forman parte los inframundos cerúleos y purulentos del dark social en que fermentan QAnon, el Noviembre Nacional, los youtubers masculinistas, eurasianistas y bitcoineros y los amigos nazis del misterio. Pero también todos esos medios amigos e inspiradores, pienso en El Cuaderno, La Marea, Pol&Pop, Naufragio en Marcha, La Melonpedia, Radio Monotes y tantos otros, que practican las mil tonalidades de la comunicación social con voluntad emancipadora.

Y de esta nueva condición digital formamos parte también nosotros en La Zona, en una humildísima esquinita que nuestra ancha, plural y selecta audiencia ha hecho durante estas semanas inesperadamente grande.

Hace pocos días hemos podido ver al propietario de esta red social desde la que emitimos, a la que aquí preferimos seguir llamando Twitter, compartiendo escenario con Giorgia Meloni, Santiago Abascal y otros heraldos de la barbarie posmofascista en el festival Atreju que celebra la extrema derecha italiana hoy en el gobierno.

Simultáneamente y en contraste, desde este pequeño rincón del latifundio digital de Elon Musk y usando sus herramientas, durante estas semanas hemos conseguido, creo que con cierto modesto éxito, animar o al menos reanimar algunos debates teóricos y estratégicos cruciales para nuestro espacio político ―el espacio político opuesto y adverso al de nuestro opulento casero digital.

A menudo recuerda el compañero Íñigo Errejón (eldiario, 07/11/2023) que las derechas pretenden reducir al campo popular, incluso cuando este gana elecciones y gobierna, a la condición de inquilinos en precario del Estado. Cabe añadir que emporios digitales como el de Elon Musk pretenden también reducirnos a la condición de inquilinos en precario de nuestra esfera pública y de nuestra conversación cívica.

Pero hoy la única manera que tenemos de comunicarnos con todos vosotros y vosotras, a esta escala de tantísimos cientos o miles de oyentes en todo el país, es utilizar esta plataforma. Podríamos utilizar otra que fuera un poquito menos moralmente problemática, digamos YouTube, Twitch o la que fuese, pero en esencia seguiríamos formando parte de la misma estructura de negocio y del mismo ecosistema informativo. Incluso si produjésemos y distribuyésemos este podcast totalmente al margen de las grandes plataformas corporativas, tendríamos que seguir utilizando Twitter para promocionarlo o resignarnos a hablar solo para un pequeño grupo de amigas, seguramente ya perfectamente convencidas de todo lo que les fuésemos a contar.

Así que nos encontramos en la situación de que ser parte de la solución nos exige ser también parte del problema, de que para demoler la casa del amo solo tenemos a mano las herramientas del amo. Pero aún así, a pesar de esta contradicción, seguimos queriendo formar parte de la solución y seguimos queriendo demoler la casa del amo. Como dice el periodista Hibai Arbide: menos de cinco contradicciones es dogmatismo. Y hoy, hay que añadir, menos de cinco contradicciones es parálisis e impotencia política.

Moraleja: no hay que marcharse de Twitter, con destino a alguna recóndita red social alternativa en la que solo hablamos, aunque muy amablemente, entre convencidos. Y mucho menos hay que abandonar en general la conversación pública y la batalla cultural. Al contrario, hay que redoblarla. Aunque a veces duela.

Hemos visto en tiempos recientes a personalidades públicas progresistas, intelectuales o políticas, pero también a muchas compañeras y compañeros a pie de lucha y militancia, abandonando las redes sociales como respuesta ya extenuada ante las espantosas dinámicas de irracionalidad y odio que las recorren, como espectros tratando de enseñorearse de una casa maldita.

Publicaba hace poco el sociólogo César Rendueles un texto titulado «Socioporosis: sobrevivir a la distopía digital» (El Cuaderno, 16/10/2023). En él describe esta situación de extenuación progresista ante la batalla cultural en términos mucho más precisos y profundos de lo que yo sabría hacerlo, y os invito a leerlo. Subrayo una línea de ese ensayo, en la que cristaliza la transición del optimismo al pesimismo tecnológico de las izquierdas a lo largo de esta última década: «Hoy estamos viviendo», dice Rendueles, «el doble siniestro de aquella utopía digital» que fue uno de los elementos cruciales del espíritu de época que animó el 15-M.

Disiento, en la teoría y en la práctica, de este pesimismo de Rendueles. Por eso estamos haciendo La Zona. La esfera digital y las redes sociales no están perdidas para las fuerzas democráticas y progresistas, y aquí lo hemos demostrado durante unas cuantas semanas, reuniendo a cientos de personas en directo y a miles más en diferido para conversar en profundidad, sin sensacionalismo, sin clickbait, sin insultos, sin evisceramiento de la persona u opinión que tenemos al lado, y lo hemos hecho hablando de temas cruciales para nuestro espacio político.

Lo hemos hecho con la pertinencia suficiente como para componer una audiencia que ha venido desde todas las longitudes y latitudes posibles del campo de la izquierda, y en menor medida, pero también, desde fuera de las izquierdas. En las veintitantas horas de emisión de esta primera temporada, en las que se ha discutido con toda libertad, con todo rigor y con toda severidad de asuntos a veces dificilísimos y dolorosísimos para nuestro campo político. Pero aquí solo se ha insultado a fascistas.

Si esta red se caracteriza, como se dice y es verdad, por incentivar el atrincheramiento identitario y la ofuscación expresiva, aquí hemos subvertido con éxito esa espantosa voluntad por poseernos del fantasma de esta máquina llamada Twitter.

Seguimos, es cierto, dentro de la casa del amo, pero el amo ya no nos manda. El minúsculo rédito económico y político que el amo haya podido percibir de nuestras transmisiones resulta muy menor frente a todo el capital analítico y estratégico que hemos comunizado a través de su herramienta. Decía uno de nuestros clásicos que la insaciable y ciega voluntad de lucro del capitalista le impele a venderle al revolucionario incluso la soga con la que el revolucionario tiene el natural objetivo de ahorcarle.

Ese espíritu fue el que nos permitió desde hace veinte o veinticinco años desembarcar con ímpetu arrollador sobre las plataformas de autopublicación digital, primero Geocities o Blogger y WordPress, luego YouTube, Facebook y Twitter. Pero es un espíritu que, al decir de Rendueles y otros, la aspereza de la batalla cultural, la creciente maña, los oceánicos recursos y la maldad intrínseca de nuestro adversario han hecho retroceder en los últimos tiempos, y por eso tanta gente sabia y buena se está retirando de las redes.

Y añádanse al mapa de situación la tentación entre algunas gentes de izquierdas a la lógica perversa de la economía de la atención, al zasca, el troleo, el shitposting y otras malas prácticas digitales. Y también hay que señalar la mala praxis de quienes, también desde nuestro propio campo político, han hecho bandera de las pasiones tristes y las prácticas poco honestas para motorizar sus propuestas partidarias y mediáticas. 

Aquí en La Zona hemos pretendido hacer algo distinto y contrario a esa inercia, y los números y la conversación colectiva nos dicen que lo hemos conseguido. Si algún mérito tenemos es el de haber conectado con una demanda latente de comunicación informada y serena en nuestra barriada política de esta red social. Es una demanda que por supuesto nosotros no hemos creado, sino que nos preexiste, y que por supuesto también nos excede.

Hacen falta zonas, muchas zonas, para que la izquierda de cada territorio geográfico, volcada a cada causa en disputa, proveniente de cada tradición ideológica, argumente y dialogue, entre sí y de cara al pueblo progresista. Un pueblo progresista cuyo sector más consciente y activo, eso que los sociólogos llaman minorías activas, es justamente el que transita esta red social. O sea, vosotros, vosotras, vosotres. Desde aquí os conminamos: que florezcan mil flores, que emitan mil zonas, que igual que esta nuestra puedan con recursos modestísimos obtener un impacto que por momentos ha tenido poco que envidiar al de algunos medios de costoso soporte corporativo.

Termina aquí la primera temporada de La Zona. Nos tomamos unas semanas para reflexionar sobre la experiencia, madurarla, mejorarla, quitarle lo que le ha sobrado y ponerle lo que ha faltado. Para, como dicen los compañeros peronistas, volver mejores.

Gracias a todos los invitados y a toda nuestra mesa de análisis. Gracias, esto es, a Gonzalo Fiore, Jorge Lago, Clara Ramas, Antonio Maestre, Xan López, Iago Moreno, Israel Merino, Pablo Batalla y Justino Losada.

Gracias especialísimas a Lola Matamala, Ramón Espinar, Tristán Duanel y Rocamadour, que son el núcleo duro de la redacción de La Zona, que ha contribuido también y desde el principio en la motivación, diseño y producción del espacio.

Y muy sobre todo, gracias a todas vosotras, vosotros y vosotres por acompañarnos, por difundir, por proseguir la conversación, en las redes y más allá de las redes.

Volvemos pronto. Buenas noches y buena suerte.


Consulta el archivo de La Zona en iVoox: https://www.ivoox.com/podcast-zona_sq_f12320805_1.html

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