Las canciones: Lavar los párpados en la lluvia
«¿Para qué sirven las canciones, Pablo? He tratado de explicarlo en todo lo dicho hasta ahora. Sirven para la soledad y para la compañía, para la adicción y para la abstinencia, para el amor y para el desamor, para la poesía y para la prosa, para el grito y para el susurro, para la vida y para la muerte. Sirven para hacer el amor, para desear hacerlo, para dormir después de haberlo hecho.
Para hacer lo que dicen sin desobedecer.»
Las canciones: Lavar los párpados en la lluvia, Rema y Vive Editorial, Gijón 2017.
¿Cómo empezó Lavar los párpados en la lluvia? ¿Cómo se gestó?
Puedo decir que en el principio fue Leonard Cohen y en el final mis conversaciones con él, en la foto que me regaló Iván Martínez . Puedo decir que fue a partir de una propuesta dialogada con Juan Alonso, de Rema y Vive. Puedo decir que fue por Nick Hornby y 31 canciones. Puedo decir que fue por una conversación, o varias, con Pablo Moro, para qué sirven las canciones. Puedo decir que fue por una tribuna de Ray Loriga. Puedo decir que fueron las personas que fueron imprescindibles, hubo más, muchas, las que me ayudaron, las que me enseñaron, las que me provocaron, pero esas fueron las imprescindibles para que Lavar los párpados sea el pequeño libro que es, y están citadas en la publicación, cada una, cada uno su razón.
En el principio fue Leonard Cohen porque Leonard Cohen fue y es, porque hablo con él casi cada noche en la sala de mi casa y él siempre tiene respuesta, en forma de letra de canción. En el instante en que esto escribo, me habla desde la canción que cierra su primer disco, Songs of Leonard Cohen, que pronto cumple cincuenta años, me habla desde «One of Us Cannot Be Wrong», la canción que le dedicó a Nico, si decimos Nico no hace falta explicar quién es Nico, porque Leonard Cohen confiesa que su obra, entre otras cosas, es un monumento a los ojos de Nico, me cuenta Leonardo Cohen, en el instante que esto escribo, que el doctor, en la receta que redacta, como medicina, escribe un nombre… Aunque, no, no hay remedio para el amor.
Me han pedido que escriba acerca de cómo se hizo Lavar los párpados en la lluvia y es conveniente reflexionar acerca de de dónde salió, y viene de estos lugares que les cito, your love is the place where I come from, de esas personas, que son lugares, de esas conversaciones, que son lugares, de esas canciones, que son los lugares en los que nos quedaríamos a vivir, son los lugares de donde venimos, en los que nos quedaríamos a vivir, mientras hacemos la comida y mientras hacemos el amor, tu amor es el lugar de donde vengo, ya lo dice Bukowski, el sexo es darle patadas en el culo a la muerte mientras cantas, y también, para hacer esta conferencia, que aún no he dicho, a quien no lo sabe, que es una conferencia, están leer y escribir en los bares, en blocs y con bolígrafo azul, y hay una canción de Tom Waits, «I Hope that I don’t Fall in Love with You», en los bares y en Bukowski, siempre que escucho esta canción pienso en Bukowski y en la lucha perdida para espantar la soledad, mientras cantas.
Puedo decir que en la composición de la conferencia están las canciones porque para escribir bien, ya se sabe, hay que leer todo lo que se pueda a quienes escriben bien y manejan el idioma, tan lleno de palabras y de combinaciones sintácticas. Y yo ahora, para escribir, me nutro fundamentalmente de quienes escriben bien las canciones, de esos relatos de apenas unos minutos, más que de las obras publicadas en forma de libros.
Podría decir que el principio de la conferencia fue una lista de canciones, una lista de canciones ordenada, numerada, a partir de la cual tenía pensado escribir, de modo ordenado y numerado. Olvidé, en el momento de elaborar la lista, que los textos toman su propio camino y se independizan de las pretensiones bobas de orden y numeración previos, y esa lista saltó por los aires en cuanto empecé a escribir, en un bar pequeñito y acogedor en una noche fría y desolada, y sonó «Tunnel of Love», del Alchemy…
Para decir cómo empezó todo, antes, por si no lo saben, quiero contarles que Las canciones: Lavar los párpados en la lluvia forma parte del ciclo de conferencias Nueve conferencias para nueve musas, organizado por Rema y Vive Editorial. Quienes participamos escribimos bajo la sombra inspiradora de una de ellas, Polimnia, la de los cantos sagrados, es la mía, y dictamos las conferencias en distintos sitios y cada una de nuestras palabras puede comprarse, porque Rema y Vive, que para eso es editorial, las edita, con diseño de Marco Recuero, y pueden comprarse cuando y donde hablamos, y en la web, y en algunas librerías.
He de contarles, también, que en la edición de Lavar los párpados en la lluvia las ilustraciones son de Rodrigo de Miguel, que pinta soledades y músicas y besos y tormentas.
Sí, pero yo le di la lista de canciones, que luego saltó rota, a Sil Fernández, que es una música asturiana, bajista, guitarrista, cantante, arreglista y compositora. Le di la lista de canciones porque me propusieron en la editorial que, ya que de canciones hablaba, estaría bien que hubiera música en directo, para ilustrar la palabra desnuda, sin el raído impermeable azul de la música, y pensé en Sil de inmediato y le di la lista de canciones, que luego saltó rota, para que conociera sobre qué materia preciosa iba a tener que trabajar, porque pensé en Sil para acompañarme y se lo propuse y ella me dijo que sí, aun sin saber bien de qué se trataba, en una suerte de confianza recíproca, sedimentada y confirmada en el paso de los días, en ir aquí y allá, hablando, mientras vamos desde aquí hasta allá, de las bobadas que escuchamos acerca del amor y del deseo.

Hay veces en que Sil no me puede acompañar y entonces vienen Pequeño Club Imposible, esto es, Pablo Moro e Ivo Pérez. Porque Pablo Moro, una de las razones, como ya dije, me ayudó, con nuestras conversaciones, a empezar a escribir sobre los párpados.
Y al hablar de párpados me acuerdo de la canción «Morir o matar», de Nacho Vegas, canción que no está en la conferencia porque muchas canciones han quedado fuera, por espacio, por tiempo, porque los textos toman su propio camino y tenemos que seguirlos con la lengua fuera, porque las canciones mandan.
Para otra vez, si la hay, más Esclarecidos, Natalie Merchant, «bring it on home to me», pero cuando Sam Cooke la canta en el Harlem Square Club, «Otra tarde», de Los Secretos, «Seda y hierro», de Antonio Vega, The Jayhawks, «Soy un corazón tendido al sol» y «Romance de Curro el Palmo». «El veneno», de Héctor Tuya.
Elle Belga, cuya existencia, cuya forma de hacer música, cuyas canciones me parece que rozan lo increíble, lo hermosamente increíble.
¿Pero qué tenía que decir?
En dónde estuvo el germen de Las canciones: Lavar los párpados en la lluvia:
“Una noche, fui a un garito. Había un concierto, un trío, guitarra, bajo, batería, versiones de música americana, de rock and roll puro. Dos hombres, guitarra y batería, y una mujer, bajo.
Todo iba bien. Había noche, rock, ron y amigas. Había música en directo, había participación en lo común, había el hilo que une un garito de una ciudad de provincias del norte de España con el Royal Albert Hall o con la sala Olympia. Da igual, lo que sentimos es lo mismo, en un garito o en la sala Olympia.
Todo iba bien y, en una canción, guitarra y bajo cambiaron de manos. Y Sil Fernández, que era la bajista, empuñó la guitarra eléctrica y se convirtió en Janis Joplin, cantando, aullando «Piece of my Heart». Todo iba bien y todo empezó a ir mejor. Atesoro un puñado de conciertos a las espaldas, vi unas cuantas veces a mi dios Leonard Cohen, alguna vez a Neil Young y cerquita a Natalie Merchant, pero aquel concierto en un garito del barrio en el que habito, de nuevo, hizo que de un plumazo olvidara la teoría acerca del papel de las mujeres en el rock and roll y me diera cuenta de que ahí estaba la clave, una mujer, en el escenario, en pie de igualdad con dos estupendos músicos, también llenos de talento y de profesionalidad. Y, además, de barba.
Y Sil empuñó la guitarra y se convirtió en Janis y Janis y Sil son negras y Sil empezó otra canción de súplica, de desgarro, de desamor, de revelarse ante lo inevitable. Sil contó, una vez más, el relato de un hombre y de una mujer. Sin ella saberlo, Sil, en aquel escenario pequeño, en aquel garito, me estaba abriendo una puerta, pequeñita, de la percepción. Y al día siguiente, de resaca de ron y de corazón en mil pedazos, escribí por primera vez algo que merecía la pena sobre música. Y empecé a conocer a Polimnia, a saber que para escribir sobre música no hay nada mejor que una resaca no muy grande, pocas horas de sueño y un estímulo sexual: porque al fin se haya dado esa noche de amor cuya resaca se junta a la del alcohol o porque, aun no dándose, no hay placer más parecido al del sexo que el del rock and roll.
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