Segunda entrega del cuestionario sobre (in)distinción entre realidad y relato en la narrativa española actual a partir de las ideas expuestas en Hologramas (Trea, 2017) por Teresa Gómez Trueba y Carmen Morán Rodríguez. En este caso, la visión de la vida como un posible relato más.
En Hologramas hemos tratado de plantear una explicación única para fenómenos literarios que aparentemente poco o nada tienen que ver entre sí, tales como pueden ser las autoficciones y la intertextualidad, la fragmentación extrema, las estrategias narrativas (y comerciales) de literatura expandida, etc. En nuestra opinión, todas estas formas apuntan en última instancia a una visión de la vida como un relato-marco más, que incluye a otros (la novela, las novelas dentro de la novela… ) y puede ser, a su vez, incluida en una mise en abyme. Creemos ver en ello una corriente neoplatónica, en el sentido de que conciben la vida y el universo humanos como una ilusión, ficción o caverna dentro de otra. ¿Considera plausible esta interpretación?
Jorge Carrión.— El siglo XXI comienza con la proyección de Matrix, que es una película neoplatónica. Las ideas y sus sombras, el mundo físico y el digital: en efecto, nuestro momento histórico se puede leer así. Pero al menos desde Baudelaire ya no es posible identificar la idea de Bien con la idea de Verdad y con la idea de Bondad. La filosofía de Platón tenía mucho sentido en su momento histórico, ahora es sólo una de las muchas que hay que tener en cuenta para entender nuestro mundo.
Mercedes Cebrián.— Me parece una muy aceptable interpretación, que también entronca con lo propuesto en El gran teatro del mundo de Calderón y con esas ficciones distópicas (presentes ya en el siglos anteriores al nuestro) en las que los personajes descubren en cierto momento –y con estupefacción– que están siendo relatados por otros, que son, eso, mera ficción surgida de la mente de un autor. Creo que esta es una de las posiciones del escritor actual: la idea de que los humanos estamos siendo narrados, “vividos” por el sistema y sus aplicaciones y gadgets. Y desde esa posición se crean historias y personajes y, en definitiva, se crea sentido.
Agustín Fernández Mallo.— Hay algo que a menudo se pasa por alto cuando se analiza la configuración de lo literario: hay un antes y un después del 11-S, en cuanto que nueva idea de la fatalidad como escenario social. Con el 11-S la muerte carnal entró en las pantallas. Hasta entonces, durante la posmodernidad, la realidad habían sido las pantallas, y de pronto algo ocurre en el televisor y todos vemos cómo la muerte entra en nuestras casas en directo, una suerte de realidad que regresa a la carnalidad y a la materia como referente primario. Por otra parte, también a menudo pasamos por alto que todos hemos crecido con la hegemonía de la publicidad, y, lógicamente, la muerte está expulsada de la publicidad, lo último que quiere la publicidad es que nos muramos, de modo que ver la muerte masiva en directo no pude sino hacer caer un velo de una realidad para poner otro. No digo que lo de antes fuera irreal, sino que era otra clase realidad, que, naturalmente, estos cambios influyen en la narrativa. Tras ese acontecimiento, y como una suerte de shock postraumático, en literatura dos posturas antagónicas se separan aún más en la utilización de recursos y trucos narrativos: por una parte el truco de la utilización de modos alternativos de contar historias que combinen nuevas formas mediales y que, en efecto, tiendan a lo neoplatónico en tanto que poseen una vocación de infinitos e inmateriales mundos, y por otra parte el truco del regreso a la materia misma, a la carnalidad en el texto y que usualmente (aunque no siempre) suele venir asociado a una atmósfera de factura retro y costumbrista. Estos dos sectores, y acaso en dialéctica carente de sentido, están aún peleando y sospecho que llegará un momento en que se normalice la combinación de ambos, es decir, que se alcance lo que podemos llamar lo “postdigital”, que vendría ser una obra en la que el experimento medial y tecnológico no pueda existir sin el componente analógico y viceversa.
Cristina Gutiérrez Valencia.— No se me había ocurrido pensar en las teorías del simulacro como una corriente neoplatónica. Es una idea, eso sí, muy barroca, aunque nos parezca tan posmoderna. También podríamos mirar a Aristóteles y su idea de que el hombre imita de forma natural, pues ese es su aprendizaje innato. Creo que, efectivamente, hay una realidad material en la que vamos tejiendo, mediante el discurso, realidades habitables y ficciones que imitan y están en consonancia con esos micromundos, y creo que lo hemos hecho desde casi el inicio. La diferencia fundamental es la autoconsciencia: ha habido etapas de la historia (el Barroco, la postmodernidad), en la que crear esas ficciones imitativas no ha sido suficiente porque nos hemos percatado de esa discursividad engañosa, del simulacro de segundo grado que suponen las ficciones, y hemos empezado a utilizarlas para destapar y dinamitar las bases de esa narrativa en lugar de para seguir creando nidos de realidad y ficción cómodos y habitables.
Ricardo Menéndez Salmón.— Insisto en lo apuntado en la respuesta previa. Toda mi narrativa trabaja sobre un argumento en más de una ocasión explicitado, por ejemplo en Niños en el tiempo. La idea de que la vida sólo es comprensible como relato, que sólo como tal encuentra acomodo desde el punto de vista de la coherencia. Nuestra memoria asedia el edificio del tiempo, pero no lo expugna por completo. La memoria es en sí misma relato, apenas como relato tiene un sentido, una razón. Ya que se menciona a Platón, pienso que nadie como Hans Blumenberg, en mi opinión el más fecundo lector de la obra platónica, ha explicado este particular. Su idea de que cada novela es una novela sobre el surgimiento o dificultades de la novela, pero así mismo sobre el surgimiento del mundo que pese a todo significa su tarea y su presuposición, me parece de una sagacidad inapelable.
Vicente Luis Mora.— Son innumerables las obras que, en efecto, respaldarían esta visión; en La luz nueva (2007), apunté que el mito de la caverna es central en el imaginario contemporáneo. No obstante, me parece entrever que esa imagen tecnológica del simulacro de realidad está dejando paso, poco a poco, a otra metáfora, con raíz en los Vedantas, usada por Shakespeare, formulada por Schopenhauer y recogida por Nietzsche, entre muchos otros pensadores y artistas: la imagen hindú del Velo de Maya, según la cual hay un engaño interpuesto entre nosotros y el mundo, pero a fuerza de pensar podemos llegar a romperlo o a ver a su través. Marco Aurelio lo formuló a su manera: “Las cosas están cubiertas, por decirlo así, de un velo que hace que los principales filósofos las consideren incomprensibles, y que incluso a los estoicos les resulten difíciles de comprender” (Meditaciones, V, 10). La diferencia con el relato platónico es que el que sufre el ardid sabe que se le intenta engañar. Gran parte de la mejor narrativa actual, de Coetzee a Pynchon, pasando por Juan Goytisolo o Margaret Atwood, tiene que ver con la hiperconsciencia respecto a la construcción del relato, la consideración del escritor como hermeneuta que descubre conspiraciones, la escritura como representación parcial del mundo y la necesidad de trascender los recursos para llegar a la realidad de las cosas. Gran parte de la narrativa crítica española actual se inserta en esta visión, y, como escritor, intento anclarme también en ella.
Francisca Noguerol.— La considero totalmente plausible y la base epistemológica de los fenómenos más característicos de la producción estética contemporánea (ampliable, por supuesto, a campos que exceden el terreno literario). Vivimos en la “era de Borges”, lo que significa que respetamos sobre cualquier otro pensamiento el idealista –según el cual, la realidad depende de la propia percepción- y hecho que nos ha hecho rechazar, desde su propio nombre, el hinchado término de “gran relato”. De nuevo enumero algunos conceptos acuñados en nuestros días que ayudan a entender la importancia de este hecho en nuestro campo de estudio, como es el caso de metaficción virtual (Liduvina Carrera, 2001) o realismos del simulacro (Jesús Montoya, 2008).
No en vano vuestra revista escogió el –en mi opinión— muy acertado nombre de El cuaderno: con este concepto dais cuenta del deseo de enumerar en bocetos cercanos al apunte del dietario lo que ocurre en nuestro tiempo, pero sin pretender la entrada “acabada” y, en consecuencia, “perfecta”. Exactamente como ocurre hoy en las más interesantes narraciones, en las que las nociones de abismación y especularidad resultan esenciales, y que nos hacen pensar en la existencia de un “realismo fuerte” (Vicente Luis Mora, 2014), conformado por fragmentarios “espectáculos de realidad” (Reinaldo Laddaga, 2007) como poética central de nuestro tiempo, esa que yo misma he denominado “barroco frío” (Noguerol, 2013). Para aprehender esta idea en toda su amplitud, nada mejor que consultar la estupenda monografía de las profesoras de Valladolid Teresa Gómez Trueba y Carmen Morán –de nuevo el título lo dice todo- Hologramas. Realidad y relato del siglo XXI (2017).
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