Crónica

Un Marx verde

Gramsci decía que la verdad es revolucionaria; y hoy no la hay más incómoda que la crisis de insostenibilidad no sólo del capitalismo, sino también de las alternativas que no renuncien a la dependencia de los combustibles fósiles.

Pensar con Marx hoy

Un Marx verde

Pablo Batalla Cueto asiste en Madrid al congreso Pensar con Marx hoy, que pasa revista al legado y a la vigencia de Karl Marx y su pensamiento cuando se cumplen doscientos años de su nacimiento; y EL CUADERNO publicará una crónica diaria suya de alguna de las conferencias plenarias celebradas durante los cuatro días que dura el evento.

Decía Francisco Fernández Buey, siguiendo a Gramsci, que la afirmación del pensador italiano de que decir la verdad es revolucionario no sólo es cierta, sino que supone asumir la mayoría de edad del destinatario del mensaje, y que la verdad hay que decirla por más que ésta disguste o pueda hacer daño en lo inmediato. Lo recordó Carmen Madorrán durante su introducción de la doble conferencia que el 4 de octubre de 2018 cerró en el salón de actos de la Facultad de Sociología y Ciencias Políticas de la Universidad Complutense el congreso Pensar con Marx hoy bajo el título La ecología de Marx: materialismo y naturaleza. Fueron dos veteranos ponentes extranjeros de relumbrón los que se repartieron la hora y media larga programada: David Schweickart (1942- ), profesor de filosofía de la Loyola University de Chicago, y Frieder Otto Wolf (1943- ), un histórico del ecologismo alemán, ensayista para más señas, que ejerce su magisterio, también en filosofía, en la Universidad Libre de Berlín. Ambos estuvieron de acuerdo al respecto de cuál es la verdad revolucionaria de hoy: la crisis ecológica y de insostenibilidad no sólo del capitalismo, sino también de las alternativas al capitalismo que no renuncien a la senda del productivismo y de la dependencia de los combustibles fósiles.

Fue Schweickart el primero en ofrecer al público una interesantísima disertación que comenzó por trazar con brevedad la historia reciente del ecosocialismo y de su relación con el marxismo: explicó el profesor que, si bien durante los primeros años del movimiento —los setenta y los ochenta— éste estuvo caracterizado por una visión fuertemente crítica del pensamiento marxista y de su supuesta ceguera con respecto al problema ecológico, ya en los noventa fue desarrollándose una nueva rama que prestaba particular atención al concepto marxiano del abismo metabólico, que se derivaba de su lectura de Justus von Liebig: un pionero alemán de la química orgánica que también lo fue en señalar los estragos que causaba la contaminación industrial en lo que respectaba al empobrecimiento de los suelos. Marx —explicó el conferenciante— «estaba más preocupado por la cuestión ecológica de lo que se pensaba, y no solamente por la explotación de los trabajadores, sino también con el saqueo de la naturaleza». Schweickart trazó seguidamente una breve historia del pensamiento económico conducente a la conclusión de que el tiempo demostró la mucha mayor prospectiva de Marx con respecto a la del ingenuo Keynes, cuyas predicciones utópicas para 2030, escritas en 1930, resultan hoy sonrojantes por su candidez. Keynes profetizó por ejemplo jornadas semanales de quince horas, pero la realidad del siglo XXI no podría estar más alejada: según una encuesta reciente de la Harvard Business School citada por Schweickart, un 94% de los estadounidenses trabaja cincuenta o más horas semanales, y más de la mitad trabaja más de setenta.

Leninistas de derechas

Asentado ya en el presente, Schweickart proclamó su convicción de que el cambio climático es la mayor amenaza que se ha cernido jamás sobre la humanidad. 2014 fue el año más caluroso jamás registrado, 2015 lo superó, 2016 superó a éste, 2017 hizo lo propio y aún no disponemos de datos sobre 2018, pero sí sabemos que el último mes de julio ha sido devastador en los cinco continentes. Y ante ese panorama, es imperativo tomar conciencia —explicó el filósofo estadounidense— de cuatro hechos irrefutables: sabemos, enumeró, que tenemos un problema global, sabemos lo que causa el problema, tenemos los medios económicos para resolver el problema y los tenemos no sólo para eso, sino también para mejorar sustancialmente nuestras condiciones de vida y proporcionar una más sana y más feliz para todos los habitantes de la Tierra. «Sigue habiendo —afirmó— tierra cultivable para darnos de comer a todos mientras adoptemos dietas menos intensivas en carne y más sanas. Las energías renovables pueden suplir nuestras necesidades mientras recortemos el consumo ilimitado y sustituyamos más consumo por más ocio. Como decía Gandhi, la Tierra provee suficiente para las necesidades de todos los hombres, pero no para la codicia de todos los hombres».

Se ocupó seguidamente Schweickart de arrojar luz sobre cuáles son los obstáculos que se oponen a ese horizonte de virtuoso decrecimiento; y se demoró especialmente en presentar al público uno especialmente poderoso, pero poco conocido en España: Koch Industries, un gigantesco conglomerado industrial dirigido por los hermanos Charles y David Koch (cuya fortuna se cuantifica en 97.000 millones según la última lista Forbes: un aumento de 13.000 millones con respecto a su anterior registro, y ello a pesar de haberse gastado más de mil millones en las elecciones de 2016) y que financia con billonaria generosidad diversas campañas de negacionismo del cambio climático. Schweickart se remitió a un exitoso y polémico libro de Nancy MacLean titulado Democracy in chains: the deep history of the radical right’s stealth plan for America —que expone cómo la alt-right ha ido colonizando el sentido común establecido y en última instancia el poder en Estados Unidos a lo largo de las últimas décadas— para ubicar el origen de ese gigantesco y exitoso lobby en la alianza que Charles Koch trabó en un momento dado con el economista neoliberal James Buchanan. Dicha alianza redundó en una red cuya estrategia Schweickart no tuvo inconveniente en describir como «leninista». Se creó —dijo— «un grupo de revolucionarios a tiempo completo» que con gran clarividencia y habilidad, y «mucho más organizado y centrado que ningún segmento capitalista que pudiera tomarse en serio el cambio climático», ha sabido «canalizar el resentimiento de las clases inferiores contra el liberalismo hacia las minorías raciales, étnicas y migrantes».

Teniendo claro, como Buchanan, que «los cambios a largo plazo requieren no tanto cambios de dirigentes como cambios de reglas», los Koch financian masivamente organizaciones sin ánimo de lucro centradas en esta cuestión (al menos 64 organizaciones han recibido su apoyo, aseguró Schweickart); han armado una exitosa contrainteligencia que trabaja para que los libertarios se vuelvan respetables intelectualmente en los círculos académicos y ocupen cátedras en varias universidades; han trabado una alianza estratégica también muy fructífera con los cristianos fundamentalistas; van consiguiendo que se recorte la financiación pública de las universidades para que dependan cada vez más de donantes ricos y trabajan para que disminuya la presencia de las artes liberales en las propias universidades bajo el pretexto de que tales disciplinas «lavan el cerebro de los estudiantes». Además, intervienen activamente en las elecciones estatales y locales y ejercen presión también sobre el poder judicial, de tal manera que se perpetre lo que en opinión de Schweickart sólo puede calificarse como «una democracia cada vez más amordazada». Que la estrategia de los Koch está siendo exitosa lo demuestra a las claras, por ejemplo, que sólo ocho de los 236 miembros republicanos de la Cámara de Representantes de Estados Unidos admitan que el cambio climático es causado por el hombre.

«No es ningún misterio —expuso Schweickart— por qué los milmillonarios de los combustibles fósiles están tan preocupados. Si queremos conseguir un cincuenta por ciento de probabilidades de quedarnos dentro del límite de los 1,5 grados de subida de la temperatura del planeta, debemos renunciar a explotar la gran mayoría de las reservas de combustibles fósiles que quedan, pero esas reservas representan miles de millones de dólares, y no está en la naturaleza del homo oeconomicus renunciar a semejante fortuna». Schweickart pidió, con todo, ser conscientes de que el capital no sólo no es azaroso y caótico en su proceder, sino que tampoco es exactamente uniforme; y sigue valiendo lo que Marx y Engels decían en el Manifiesto acerca de la posibilidad de que «en los periodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir». Hay —sostuvo Schweickart— una parte de la burguesía moderna a la que sí preocupa genuinamente el cambio climático, y como dice Naomi Klein, «los billonarios verdes no nos van a salvar, pero pueden ayudar». El problema, lamentó el profesor, es que «el segmento negacionista está mucho más organizado y centrado que cualquier segmento que pueda tomarse el cambio climático en serio». Pero llegará un momento —aseguró— en que el negacionismo se vuelva imposible y acabe concertándose un combate abierto entre fascismo y democracia en el que esa «pequeña fracción» de la élite concienciada acerca del colapso hacia el que el planeta se encamina se coloque del lado de las fuerzas democráticas. Schweickart recordó en este sentido que el Manifiesto también aseguraba que para que el proletariado obtenga el poder, el primer paso es ganar la batalla por la democracia.

De momento, parece que es el fascismo quien está ganando esa batalla. «Pensábamos —se autocriticó Schweickart— que después de 1989, sin el comunismo, la clase capitalista había perdido su coherencia; que se había vuelto irracional y caótica; que cada uno de sus miembros había pasado a mirar por nada más que su propio interés y eso había hecho a la clase capitalista entrar en contradicciones, pero nos equivocábamos: es mucho más coherente y está mucho mejor organizada de lo que creíamos».

David Schweickart.

El tiempo corre

De cómo deben responder las fuerzas progresistas a esa burguesía organizada voraz y destructiva y a manifestaciones concretas de esa destrucción como la reducción de la biodiversidad, la contaminación endémica o el cambio climático se ocupó más profundamente Frieder Otto Wolf. Sus propuestas comenzaron por ser de orden teórico y concretamente por reclamar un marxismo que supere un triple problema que lo ha aquejado históricamente: el determinismo, el reduccionismo y el sustancialismo. También por abandonar un conjunto de oposiciones falaces que a la tradición marxista le ha solido gustar establecer, sobre todo en lo que respecta a la naturaleza. «Tenemos —explicó Wolf— muchos problemas derivados de esas falsas oposiciones: la oposición entre naturaleza e historia, entre procesos naturales y actividades humanas, entre naturaleza y cultura, entre naturaleza y técnica… Todas son falsas. Se tiene que pensar la actividad humana, de la cultura, de la técnica, dentro de un horizonte natural del cual los seres humanos y su historia son parte». Hay que superar no sólo el capitalismo, sino lo que podría llamarse industrialismo, que lo mismo en su vertiente capitalista que en la socialista ha significado explotación y destrucción de la naturaleza. Sólo así enfrentaremos adecuadamente el desafío que la humanidad del siglo XXI tiene delante: «Siempre en la historia ha habido destrucciones de ecosistemas específicos, pero hoy nos enfrentamos a un problema de destrucción totalizante. La micropolución, recién descubierta, está presente en los cuerpos humanos, en los océanos, en los desiertos, en el Himalaya, en las montañas más aisladas…».

Pidió también Wolf durante su intervención un socialismo que se desprenda del entusiasmo industrialista. «Hay límites físicos a la actividad humana que una evolución socialista no va a cambiar. Antes al contrario, lo que debe hacer una evolución ecosocialista es respetar por primera vez esos límites; y eso es algo que en la tradición marxista nunca fue considerado. Yo me he llegado a encontrar en discusiones aquí en España con representantes del comunismo que aseguraban que después de la revolución el desarrollo de las fuerzas productivas sería inmenso; que no habría límites. Debemos desembarazarnos de esa ilusión que es parte de nuestra herencia», manifestó el filósofo, para quien el materialismo emergentista de Mario Bunge podría ser un buen punto de partida en esa necesaria renovación profunda de la tradición socialista.

Se debe lograr a juicio de Wolf, en conjunto, «una interfaz teórica entre una relectura de Marx y las relaciones de género, ecológicas, de dependencia, etcétera. Hay que ir más allá del sistema marxista, pero no en el sentido de la teoría de etapas, que bloqueaba el debate. Debemos concebir la crítica de Marx de la economía política como un sistema incompleto pero expandible. Y hay que ir más allá de las cuestiones de transferencia energética para poder incorporar los efectos ecosistémicos, que no son gradualistas, que no van añadiéndose uno a otro, sino que son catastróficos», expuso el intelectual alemán, que recordó seguidamente que el paso de la teoría a la práctica debe ser cuanto más temprano mejor: «El tiempo corre» y «tenemos que atacar de una forma controlada las estructuras de dominio iniciando un proceso político de movilización continua y efectiva contra dichas estructuras. Tenemos que velar por el cumplimiento de determinados planes a treinta, cuarenta, cincuenta años vista que no existen todavía en Estados Unidos, fuera de alguna empresa y algún estado, pero sí en países como Francia y en la Unión Europea a su conjunto. Tenemos que implementar y respetar la libertad de debate y el control metódico de la verdad de las afirmaciones como condición doble para un proceso de planificación autocorrectivo. Y también tenemos que desarrollar una suerte de autotransformación, porque no es el ego liberal, el individuo posesivo, el que puede iniciar todo este proceso de transformación de un sistema patriarcal, blanco y ecocida, sino que debe ser un individuo transformado el que lo haga».

Frieder Otto Wolf.

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