Poéticas

Jesús Aparicio: ‘La sombra del zapato’

«Tal vez la poesía/ sea tan solo eso,/ dar nombre, bautizar,/ a un sol desconocido,/ al cielo reflejado/ en un charco de agua».

Jesús Aparicio: La sombra del zapato

/una reseña de Carlos Alcorta/

Jesús Aparicio

La palabra poética, en su afán por indagar en los espacios menos visitados de la realidad, es la única capaz de restaurar de forma asumible la experiencia, pero ese proceso restaurador no se contenta con ser un fiel reflejo de lo acontecido, de lo visto o sentido: antes bien, procura siempre atravesar esa frontera, a menudo infranqueable, que separa lo invisible de lo invisible, la acción del pensamiento. En La sombra del zapato (un título que, hemos de decir, nos parece más apropiado para un libro infantil, a pesar del poder simbólico que se le desea conferir), Jesús Aparicio González (Guadalajara, 1961) —un autor que cuenta ya en su haber con once libros de poesía, la mayoría de los cuales ha visto la luz en lo que llevamos de siglo— revista sus lugares más anhelados, sus lugares de siempre, aquellos que conforman su vida y, por qué no, su manera de pensar esa vida; y lo hace con una renovada intención: la de ahondar más si cabe en  lo que significa ser y estar en el mundo, no como mero espectador, sino como un actor comprometido con la realidad que le circunda. José Manuel Suárez, autor de un explicativo epílogo, ve en estos poemas, sobre todo en los incluidos en la primera parte (el libro está dividido en dos: «La sombra del zapato» y «Los secretos del polen»), «un aire más reflexivo; un ahondamiento en lo que antes solo era contemplación; una presentación menos descriptiva de las cosas hacia una visión mas metafísica y honda de cuanto vemos flotando en al superficie; un deseo de ver por dentro». Hay muchos poemas capaces de justificar estas atinadas palabras de Suárez, pero tal vez el poema titulado «Vida de poeta» las ejemplifique como ninguno: «Mirar con hambre/ el color del deseo,/ agradecer tras la paciente espera/ cómo cae sin ruido a tu lado//  acariciar la perfección de su cascara/ y explorar sin rendirse el nuevo mundo». La celebración meditativa aún sigue muy presente, pero ahora da paso a un sentido elegiaco de los actos humanos, sujetos en exceso a una mirada ajena que puede pervertir el aliento más íntimo, «aquello que es más libre/ dentro de ti».

Los poemas de Jesús Aparicio González están construidos con una materia muy leve. La economía del lenguaje es tal que, a veces, el lector puede echar en falta un mayor aliento, por ejemplo en poemas como «Milagro en el tejado» o «Desde el frío», pero Aparicio lo argumenta con rigor: «poco a poco se fue acostumbrando a la deserción./ Se le fue adelgazando la escritura/ hasta que una mañana/ se dio al canto: vivo». Este lector prefiere, sin embargo, esos poemas en los que «hay palabras que se cansaron de decir/ lo que ayer decían» y no se pliegan sobre sí mismos hasta llegar a su mínima expresión, al silencio casi: todo lo contrario, ensayan significados múltiples para deshacer la oscuridad que las envuelve. Estamos, sí, ante una poesía que rinde tributo a la claridad. La filosofía de vida que subyace en estos versos parece manar de una paz espiritual difícil de rebatir sino es con la nostalgia que desprenden en algunas ocasiones, como es estos versos: «No se puede vivir/ en el futuro que nunca llegó».

No cabe duda de que Jesús Aparicio encuentra en la vida sencilla y apegada a un ámbito natural las razones mejores para vivir, para gozar; y cuando esta sensación decae echa mano de la función consoladora de la poesía, como observamos en los frecuentes ejercicios metapoéticos de este libro, más abundantes en la segunda parte, como muy bien ha visto Suárez, de la cual afirma que es «una larga y disciplinada meditación metapoética construida en modo circular: palabra en el tiempo levantando la casa que habitamos y que nos lleva muy lejos». La palabra, el poeta y la poesía son objeto de reflexión, pero los versos no se sustentan en teorías literarias sino en emociones. Acaso por esa razón, no hay definiciones ni certezas sino dudas y aproximaciones. Leamos esta de ecos juaramonianos: «Tal vez la poesía/ sea tan solo eso,/ dar nombre, bautizar,/ a un sol desconocido,/ al cielo reflejado/ en un charco de agua».

La trayectoria poética de Jesús Aparicio González se ha consolidado con una forma de decir limpia, tersa y sin adornos ni complejos artificios verbales: una poesía que trasmite serenidad y altura moral, por más que el paso del tiempo corone los actos humanos de forma amenazante. No hay en sus poemas atisbos de rebelión ante ese declinar temporal, por el contrario, parece haber un acatamiento vital cifrado, probablemente, en la trascendencia de una paz que el quehacer doméstico y la naturaleza que la circunda consolidan. Aparicio González parece pensar como Guillén, que, a pesar de todo, el mundo está bien hecho, aunque no falten demostraciones que invaliden tal creencia.


Selección de poemas

Primera parte

La sombra del zapato

Refugio y vuelo.
Celda donde se gesta un cosmos.
Su forma nos retrata,
su fondo inicia un viaje
al centro del espíritu.
Nada en ella denuncia nuestros límites,
todo se extiende en universo oscuro.
Sobre ella flota la palabra
que ilumina y engendra
esa muerte que nos hará eternos.

Mendigos felices

Casa, a cielo abierto.
Vestido, de la tela que nos dejen.
Pan, compartido con los pájaros.

En las aguas de un río que es de todos
bebemos y dejamos corra al mar
la barca de los sueños que nos sobran.

Para que nuestros hijos no gasten abogados
negamos nuestra condición de reyes.

En nuestro reino nadie se guarda las monedas
en nuestro reino nadie pelea los sombreros
en nuestro reino nadie recuerda nuestros nombres
en nuestro reino somos los mendigos felices
portando la corona de lo inútil.

Hay palabras

Hay palabras que se cansaron de decir
lo que ayer decían
y se han sentado a repensarse
—libres de deudas, al borde del abismo—
y dispuestas a hacer un diccionario
de sentidos cambiados.

Descubrieron, escuchando sus ecos,
que la voz que tenían
no era la suya
y han negado su espíritu de rosa,
de rostro, de ventana, de camino….

Con el tiempo un poeta
las rescatará del infierno
de las voces vacías.  

Mientras duerme

Anoche se durmió con savia ajena
hormigueando entre sus pies
y el poema del árbol en semilla
soñando sus raíces.

Creer
en los futuros frutos,
recrear esperanzas entre sábanas
de tierra virgen
le sostiene
aun cerrados los ojos

hasta que la esperanza de ese árbol
que nunca muere cumpla su promesa
y cree nueva vida.

Vida de poeta

el arte de la vida del poeta
es estar siempre ocupado
sin tener nada que hacer.

H. D. Thoreau

Mirar con hambre
el color del deseo,
agradecer tras la paciente espera
como cae sin rüido a tu lado

acariciar la perfección de su cáscara
y explorar sin rendirse el nuevo mundo,
el mapa de los sueños que dibujan
los sabios límites de sus arrugas

acogerla en abrazo haciendo nido
con las palmas calientes de tus manos

apretar sin temor a hacerte sangre,
cascar la nuez

dar su corazón a los pájaros.

Segunda parte

Los secretos del polen

XI

Palabras como trigo
que traducen al sol
los silencios del agua
ascendiendo en la espiga.

Palabras que en la uva
se están pensando el vino
que hará nuevo el otoño
y fértil la canción.

Palabras aun no escritas
preñadas en lo oscuro
de inéditos colores,
de transparencia y ser.

XII

En un desierto inmenso
respira a sus anchas.

El poeta está contando
cuántos granos de arena
impulsa con su aliento.

No hay nadie que prohíba
no hacer nada.

Y de su soledad
sus ojos asombrados
han visto que brotaban
las nubes vegetales
que dan vida a sus dedos.


La sombra del zapato
Jesús Aparicio González
Ars Poética, 2018
126 páginas
11,40€


Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

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