Estudios literarios

El mito de la Malinche

El filólogo José Manuel Querol desentraña el mito de la intérprete y consejera indígena de Hernán Cortés, su construcción y su evolución en función de los intereses y las necesidades de cada momento.

Símbolos y sincretismo literario en el relato biográfico de la Malinche

/por José Manuel Querol/

El artículo que sigue fue en su día una ponencia en el marco del encuentro con profesores de la Universidad de Bremen que tuvo lugar los días 6 y 7 de octubre de 2016 en la Universidad Carlos III de Madrid. En estos días en los que la fiesta del 12 de octubre nos acerca y nos aleja a las dos orillas del Atlántico y nos enfrenta con nuestro terror histórico y la sombra de leyendas negras y rosas sobre nuestra presencia en América, espero que estas líneas sirvan para reflexionar, o al menos provocar, una mirada un poco menos simplista sobre la realidad y el mito de la conquista americana y sobre los verdaderos agresores, sin por ello querer evitar responsabilidades históricas, de la memoria del continente y de la culpa contemporánea.

En la construcción de la biografía literaria o social de un ser humano se excede siempre al propio individuo para conferirle un valor simbólico más allá de su propia peripecia vital, convirtiéndole en un emblema complejo donde anidan no solamente semánticas ideológicas insertadas a posteriori, que producen una entropía en la complejidad biográfica del sujeto, sino también los elementos tradicionales en la construcción de relatos paralelos considerados modelo, tanto sociales como literarios; más aún cuando la biografía se concentra sobre los símbolos de un pueblo y su desarrollo histórico.

Esto es muy común en la historia literaria occidental, que ofrece biografías familiares y personales que tienden a generar, más que un espejo de vida, un constructo ad futurum que intermedia al individuo, al héroe o al villano, con su pueblo, conduciendo a una síntesis de relatos de muy diversa índole que acaban por ocultar la biografía para dotar de sentido al emblema que generan; en definitiva, el relato biográfico se enreda y bascula siempre entre la entropía y la resemantización de sus componentes básicos, sin que sea necesario un modelo determinado y en un proceso de revisión continuo en función de los valores sociales que quieran concentrarse en cada momento histórico sobre él.

La aplicación de modelos simbólicos a las biografías de los héroes es, como hemos dicho, muy común, y como característica general se ejerce a través del desplazamiento de los modelos de prestigio social y cultural y de los relatos que los sostienen sobre la biografía nueva, concentrando así semánticas útiles para la operatividad ideológica o histórica del mismo.

Hay casos muy llamativos, como lo fue la biografía familiar de Godofredo de Bouillon, quien fuera primer rey de Jerusalén (1099), a quien se adjudican diferentes genes familiares, desde la reunión amorosa de Julio César con el hada Morgana a la de Lohengrin, hijo de Parzival con la duquesa de Bouillon, y su adscripción sucesiva al linaje de la casa de Brabante y la Cleves. Este ejemplo es quizás un modelo extremo, y evidente, de los procesos de construcción biográfica. La Edad Media, como en todo, padece un exceso de sincretismo que permite sin embargo poder estudiar con claridad este tipo de fenómenos, pero no es éste un proceder exclusivo medieval, sino que es heredado de la construcción biográfica clásica, tanto la griega como, mucho más evidentemente, romana, que a veces incluso dedicó sus mejores frutos precisamente a construir una genealogía familiar, como la Eneida, por ejemplo.

Ahora bien, más allá del modo constitutivo de la biografía política antigua y medieval, su modelo se ha continuado practicando de manera más o menos sutil hasta nuestra más tardía posmodernidad, atribuyendo a la biografía personal los atributos necesarios para la construcción de un emblema simbólico ad hoc; desde la generación del modelo saturniano del artista en el Romanticismo hasta la modulación (y podríamos decir que hasta eliminación y/o reconstrucción) de las biografías políticas en el siglo XX.

Y así, la Malinche, a través de su propio proceso de concentración simbólica como relato, deja de ser un ser humano para convertirse en un emblema biográfico social, un armazón que ha ido rellenándose continuamente, y de forma acumulativa, con las necesidades y las ideas de quienes se han querido servir de ella para la generación de un relato sintético, no sólo de la Conquista española de México (y por extensión de toda la dominación española en el continente), sino de la posición argumental del relato nacionalista primero y poscolonialista después, en un juego en el que Doña Marina deja de existir como sujeto y se convierte en argumento donde refugiar las miserias de unos y otros, las contradicciones y los relatos que aligeran el peso de la historia y permiten así justificar cosas a veces injustificables.

Los revolucionarios franceses apoyaron en Homero la guillotina para el rey Luis: se hizo necesario para superar el tabú cultural del ancien régime que operaba en la mentalidad social francesa, especialmente en la rural, de que el rey lo era por voluntad divina. Homero proporcionaba un acto primigenio en el mismo orden cultural y amortiguaba el acto histórico, porque ya los griegos habían pensado en ello, en que el tirano debía ser muerto. La justificación de los actos y su explicación permiten la introducción de mitemas narrativos que alejan la realidad del relato para constituirlo en secuencia mítica que además permanece en continua evolución, adaptándose a los vaivenes ideológicos y miradas históricas que nos explican como cultura.

El relato biográfico de la Malinche puede descomponerse en diferentes estadíos y modelos de referencia que definen, más que al personaje, a la sociedad que va alumbrando las diferentes fases de su evolución.

La primera premisa que hay que considerar es la existencia documental de una vida compleja en un universo complejo y en el marco del encuentro de dos mundos que Doña Marina vivió, pero, y además, en el inicio de la gestación del relato, debemos tener en cuenta el contexto histórico tardomedieval en el que se da inicio, que no tiene nada que ver con la ingeniería narrativa de la modernidad sublimadora del Romanticismo ni con el pretendido engranaje historicista endocéntrico del pensamiento colonialista anglosajón que se ha impuesto en las miradas timoratas de muchos estudios contemporáneos.

La segunda premisa que debemos tener en cuenta es el interés general sobre el particular y la judicialización de la biografía de un ser humano a través de una óptica no contemporánea. A esto, quienes nos dedicamos al estudio de textos medievales, estamos muy acostumbrados, y desde el siglo XIX se viene considerando el tiempo histórico desde la perspectiva ética o política de la modernidad, alterando su imagen arqueológica y generando un sinfín de relatos absurdos, algo que debemos ya a Rousseau y su tiempo cero de los griegos o a Walter Scott y sus escocias inventadas y que aún aturden ideológicamente la idea que, no sólo la ciudadanía en general, sino algunos estudiosos, tienen del pasado.

Planteadas estas premisas, la Malinche se constituye en los relatos de la conquista española de México como un emblema de reunión de dos mundos. Su labor viene a ser designada a través de la modulación de su función lingüística, como traductora de Cortés, y en el marco de una condición biográfica que le permite esa relación, pero, y más allá, también adquiere biográficamente la de generadora del mestizaje entre esos dos mundos.

Malintzin, había nacido ya en la intersección de dos mundos, el maya y el azteca, como cuenta Bernal Díaz del Castillo, quien no se cansa de alabar a Doña Marina y de hacerla causa principal del éxito de Cortés, y Rodríguez de Ocaña, que la pone casi a la par de Dios en el éxito de la misma. Vendida como esclava por su familia, transita del mundo maya al azteca para acabar siendo entregada como parte del tributo de los vencidos en la batalla de Centla (14 de marzo de 1519) a Hernán Cortés.

‘Camino de Cortés’, de Augusto Ferrer-Dalmau.

La importancia de su actividad es relatada en las fuentes españolas, pero las aztecas también se hacen eco de su labor (el lienzo de Tlaxcala, por ejemplo), no sólo como interprete, sino también como asesora de Cortés en todo lo referente a las costumbres sociales y militares aztecas y como mediadora diplomática.

El otro perfil, y curiosamente el que ha acabado modificando la evolución de su figura en el relato poscolonial mexicano, es el de amante de Cortés, en el que se enredan muchos elementos de tipo antropológico e histórico y posicionamientos ahistóricos pretendidamente progresistas que dan lugar a exabruptos nacionales que luego analizaremos.

¿Es de extrañar que la Malinche fuera la amante de Cortés y madre de su hijo Martín? El dibujo de este perfil es coincidente con otros muchos contenidos en el acervo cultural y literario occidental, sin que por ello sus protagonistas hayan sufrido demérito.

La posición de puente entre dos culturas asignada a la mujer necesita, de acuerdo con los roles sociales del mundo antiguo, la comunicación sexual como garantía de la reunión de dos pueblos, en una suerte de hipóstasis antropológica de tipo simpático (simpatético), que además engrandece la biografía de los héroes antiguos desde la Iliada, y cuyo meollo literario está más tarde en las biografías de Alejandro Magno (muy conocidas por los conquistadores españoles) y sus esponsales con Barsine y Roxana (especialmente con esta última).

Es paradigmático el caso de Roxana, hija del sátrapa Oxiartes de Bactria, y que acompañó hasta la India al macedonio y le dio un hijo: Alejandro IV de Macedonia, pero no menos lo son otros matrimonios políticos de Alejandro, como los que contrajo con Barsine-Estatira, hija del rey Darío III, y Parysatis, hija de Artajerjes III, además de otras amantes, entre las cuales aparece una con un relato anecdótico curioso, como lo es el de Kampaspe (o Pancaste), quien parece que fue quien inició a Alajandro en el sexo con mujeres y que, de acuerdo con el relato tardío de Plinio el Viejo (Historia Natural XXXV.79–97) fue pintada por el propio Apeles. Alejandro, impresionado por la belleza de la representación de su amante desnuda, descubrió el amor de Apeles por la cortesana, de modo que se quedó su retrato, pero regaló a la mujer al pintor. Hay dudas más que razonables sobre la veracidad de este hecho que no aparece en las fuentes principales sobre Alejandro, sino en las tardías (Plinio el Viejo, Luciano de Samósata y la Varia Historia de Claudio Eliano), pero que en cierto modo adquiere la condición de co-modelo junto con el de Roxana para la propia biografía literaria (o no) de la Malinche, quien es primero regalada por los aztecas a Cortés, que la concede a Alonso Hernández Portocarrero, uno de sus capitanes, quien luego regresaría a España como emisario de Cortés ante Carlos I (y de nuevo Malintzin quedaría como amante del conquistador).

Lienzo de Tlaxcala

Roxana o Barsine son dos emblemas de reunión de dos poderes en la antigüedad; dos elementos de conexión cultural que no son vistas ni como traidoras ni como víctimas, quizás por la adhesión reverencial de Occidente al imaginario clásico y especialmente a los modelos imperiales grecorromanos que servían de modelo a los diferentes ensayos históricos europeos de construcción política de sus monarquías, que ejercían el matrimonio como parte esencial de su estrategia territorial. Sin embargo la Malinche, admirada por los historiadores españoles de acuerdo con esa correspondencia ejercida en Europa de manera habitual por todas las monarquías, inicia la modernidad con el estigma de la traición en el relato subalterno de un odio poscolonial mexicano que quiere reivindicar una agresión íntima poco sostenible, salvo desde una óptica machista y criolla, o con el estatus de víctima en los estudios de género a partir de la década de los sesenta.

Pero la traición, como componente mitémico del relato de la Malinche, tiene también sus fuentes clásicas: Medea y Ariadna, a quienes Ruck y Staples reunieron, junto con otros personajes femeninos, en el denominado mitema de los desertores, concebidas como provocadoras de un nuevo orden que se ajusta perfectamente a la descripción del relato colonial de la Malinche.

Los destinos de Ariadna y Medea, y sus orígenes, son muy diferentes; Ariadna adquiere la condición de víctima después de que Teseo la abandone a su suerte. Medea, por su parte, carga con todas las culpas de los asesinatos y de la venganza que ejerce contra Jasón (que, a decir verdad, tampoco sale muy bien parado). Pero la condición divina de Medea hace entrar en su relato complicadísimas relaciones que aquí no podemos extendernos en glosar y que además los habitantes de Corinto ya se encargaron a través de Eurípides de simplificar roturando su biografía literaria con el estigma de la traición y la ignominia.

Así pues, el relato clásico de la Malinche no se aleja en el fondo del humus de la tradición literaria clásica, combinándose diferentes mitemas en su composición al margen de las coincidencias más o menos estrechas con su biografía histórica que, desde luego, no podían ser ignoradas por Bernal Díaz del Castillo o Rodríguez de Ocaña ni por la cultura prerrenacentista española, que excluye de la construcción mitémica de la Malinche sus componentes más negativos, concibiéndola como una figura benéfica imprescindible para el nacimiento de ese nuevo orden o nuevo mundo hibridado cuya justificación histórica ampara al propio Cortés, emulando a Alejandro Magno en su afortunado matrimonio político con una princesa indígena, y a Doña Marina, que es el vehículo de la cristianización de los indígenas mexicanos.

La Conquista de México se produce en un imaginario cultural aún medieval, donde el sincretismo de motivos literarios y culturales abona la realidad y se ve además enriquecido por ésta y las correspondencias entre vida y literatura, y en este marco aparece el primer estadio del relato de la Malinche eufemizado ideológicamente.

Sin embargo, en el imaginario azteca, y en el contexto del mestizaje, la nueva Medea adquiere una nueva dimensión, como si una concomitancia oscura entre relatos separados por todo un océano se manifestara y adhiriera nuevos significados híbridos a la conquista de América concebida desde el otro lado, desde el imaginario del derrotado indígena, y así, la leyenda de la Llorona se incardina al relato de la Malinche como símbolo adyacente, rozando la hibridación del relato sin llegar a cuajar, salvo en la conciencia mestiza.

Como cuenta Carmen Melchor Íñiguez, la Llorona es un constructo literario que tiene en su origen a la diosa azteca Chiuacoatl, que aparecía muchas veces como una dama vestida ricamente, y a quien se le atribuyen los augurios sobre la conquista de los españoles, apareciéndose por las noches con grandes gritos y lamentos y preguntándose dónde podrían tener cobijo sus hijos, leyenda que se asoció a la de una mujer que, desesperada porque su marido la había engañado, ahogó a sus hijos en un río porque ya no podría darles los cuidados que necesitaban.

No vamos a entrar en el desarrollo, tremendamente productivo por otra parte, de las relaciones de angustia de esa leyenda con la sociología de la mujer chicana contemporánea como figura pasiva, oprimida y estática, arrebatada de su yo, que tan bien describe la profesora Melchor, y que nos llev, sin embargo —una vez conectada la leyenda con la biografía ideologizada de la Malinche en el entorno del resentimiento poscolonial y la errática búsqueda de una identidad propia en las sociedades mestizas americanas— a la genealogía de la india violada y, por extensión metonímica a la violación de la cultura indígena por los conquistadores y misioneros españoles. Tampoco en tan breve espacio podemos desarrollar las relaciones que pueden derivarse de la composición mitémica de este estadio de composición de la leyenda que muestra un comportamiento acumulativo y entrópico con las derivaciones de un estudio antropológico sobre el de Medea (algo que también creemos que sería muy productivo) desde el punto de vista de la simbólica y la mitocrítica comparada; pero sí podemos dejar constancia de que el relato de la Malinche va apartándose de la biografía del ser humano y condensando en él una acumulación de símbolos que aparecen como consecuencia de una pregunta básica sobre la identidad de la nueva sociedad nacida del encuentro entre los dos mundos y trufada también de un modelo cultural patriarcal muy presente históricamente en la sociedad mejicana (la profesora Melchor transcribe algunos corridos muy esclarecedores a este respecto) que acaban por activar la composición simbólica de una identidad errática en la expresión hijos de la chingada que trató desgarradoramente Octavio Paz en el Laberinto de la soledad y que  aparece también algo más oblicuamente en La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes.

Es Octavio Paz quien, a través del examen de la Anarquía del lenguaje en la América española, de Darío Rubio, acomete una definición del término chingar con multitud de matices y usos en todo el español americano que encierra, con variantes, el significado de lo roto, de lo abierto, del fracaso, y por supuesto, de la violación, aunque no necesariamente sexual: chingar, dice Paz, es, en suma, «hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta». Y continúa:

Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior. La relación entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del primero y la impotencia de la otra. La idea de violación rige oscuramente todos los significados. La dialéctica de lo cerrado y lo abierto se cumple así con precisión casi feroz.

Este semantema se ordena sociológicamente en la cultura mexicana, tal y como advierte Carlos Fuentes:

TÚ la pronunciarás: es tu palabra: y tu palabra es la mía; palabra de honor: palabra de hombre: palabra de rueda: palabra de molino: imprecación, propósito saludo, proyecto de vida, filiación, recuerdo, voz de los desesperados, liberación de los pobres, orden de los poderosos, invitación a la riña y al trabajo, epígrafe del amor, signo del nacimiento, amenaza y burla, verbo testigo, compañero de la fiesta y de la borrachera, espada del valor, trono de la fuerza, colmillo de la marrullería, blasón de la raza, salvavida de los límites, resumen de la historia: santo y seña de México: tu palabra:

No es sino la cultura de la violación, pero no sólo de la construcción de un patriarcado local o de la agresión de la dominación colonial, como algunos pretenden en una argumentación débil sosteniendo la variante del relato de la Malinche en el que ella es la intensión semántica de la india violada; de la india poseída por el agresor dominador español; un elemento que no está en ninguno de los estadios antiguos del relato, sino de que, más profundamente, Paz y Fuentes ofrecen la clave: «liberación de los pobres, orden de los poderosos, invitación a la riña y al trabajo, epígrafe del amor, signo del nacimiento». Es decir: identidad del mestizo en la propia sociedad mexicana, la identidad del oprimido, que alza su odio, no contra el que le arrebata el pan, sino, a través de un relato de ofensas, contra el lejano eco de la historia, que sólo es historia. A fin de cuentas búsqueda desesperada de la identidad de la mujer, intensión sincrética de la matria, víctima de usos y costumbres abyectas cuyo origen no es exclusivamente de dominación política foránea, sino más íntima y universal,  identidad fronteriza también, a caballo entre la opulencia del norte a quien se quiere emular (ya lo dijo Huntington, el politólogo del Pentágono: los mexicanos pueden participar del sueño americano, pero sólo si sueñan en inglés) y la pobreza sureña, latina y católica, y una identidad también perdida en los sueños indigenistas que nunca fueron, maltratando el símbolo de reunión de dos mundos a través de la entropía de su núcleo semántico y el desarrollo de sus rasgos más anecdóticos; inventándose alternativamente una Doña Marina víctima, violada por Cortés, y una Doña Marina traidora a su propio pueblo (que paradójicamente la vendió como esclava a otro por dos veces, algo que se obvia en su desarrollo), que se deja chingar para alumbrar a los mexicanos. El vacío del origen del mestizo, su inconsistencia para habitar ninguno de los dos mundos que lo alumbraron, tal como dice Paz, fundamenta la amargura poscolonial interesada, que sin embargo olvida la riqueza de la hibridación, del mestizaje, y el orgullo del pobre.

La literatura hispanoamericana adquiere tintes de relato mitológico: el pecado de Macondo en Cien años de soledad, de García Márquez, es el incesto, el aislamiento del continente, su soledad, y quizás también por eso la sociedad mexicana, hibridada no sólo por la conquista española, sino por la propia conformación geográfica de su territorio en la infinita frontera norte, acusa la violencia del desarraigo, del proyecto utópico y revolucionario truncado, de la tristeza de los oprimidos, que quieren levantarse definiéndose a sí mismos como secuela de la violación de las indias cuando son la economía y la avaricia, las locales y las globales, las ejecutoras de la barbarie en América.

La construcción y evolución del relato de la Malinche viene en el fondo a sostener el relato histórico de América, no tanto por la realidad de los elementos acumulados como por la mirada contemporánea, cubierta de vendas que impiden la reunión de aquellos que allí se llaman jijos de la chingada. Octavio Paz advertía que el mejicano era un ser acribillado por su pasado, intentando adoptar una identidad extranjera mientras encuentra una propia. Ojalá reencuentre el espíritu realista y unificador de Doña Marina, quizás el verdadero símbolo y orgullo de lo que son: una geografía llena de esperanza.


José Manuel Querol (Madrid, 1963) es doctor en filología hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado diversos artículos en revistas nacionales e internacionales y monografías diversas, entre las que pueden destacarse Cruzadas y literatura: el Caballero del Cisne y la leyenda genealógica de Godofredo de Bouillon (Madrid: UAM, 2000), La mirada del Otro (Madrid: La Muralla, 2008) y La imagen de la Antigüedad en tiempos de la Revolución francesa (Gijón: Trea, 2017). Ha editado además diferentes textos medievales. Entre sus intereses destacan la teoría de la literatura y la literatura comparada. El ámbito de aplicación de sus estudios se centra fundamentalmente en la Edad Media y el Romanticismo, si bien también ha dedicado su trabajo a la literatura colonial y poscolonial, con especial interés científico en el ámbito cultural oriental islámico y las relaciones entre Oriente y Occidente.

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