Max Aub: la parálisis silenciosa
/por José de María Romero Barea/
Nuestra reciente aversión a cualquier tipo de resistencia pública o privada se inclina de forma sospechosa hacia el no compromiso. Siempre ha habido causas por las que luchar, pero apenas hemos tenido la voluntad común de luchar por ellas. Tal vez por ello regresamos, cada cierto tiempo, al recuerdo de nuestra guerra civil (1936-1939), porque supone una exhibición nacional de nuestro yo menos probable, un testimonio de cómo podría haber sido nuestra naturaleza de ser menos cobardes. La literatura de Max Aub (París, 1903 — Ciudad de México, 1972) impone tanto la claridad de su discurso como la reescritura obsesiva de la historia en tintas de diferente color, reinterpretación que no traiciona la turbulencia del pasado. La fructífera interacción de ficción y periodismo permea una producción novelística fascinada por la relación entre moral y lenguaje.
Se afana el autor hispanomexicano en explorar el raro compendio de rigurosidad y laxitud que conforma al español medio. Su ciclo novelístico El laberinto mágico (1943-1968) recrea la convulsa psique de toda nación al borde de su propia destrucción. En sus páginas, España era (¿sigue siendo?) ese mítico lugar de moralistas apasionados e inveterados juerguistas; un pueblo práctico sin visión de la realidad: una colección, más o menos histriónica, de acólitos e hipócritas, políticos e intelectuales charlatanes, mano de obra barata y ciegos amantes de la legalidad.
Se nos muestra una nación dividida entre un pueblo sin temperamento artístico y una oligarquía que se arroja en brazos del fascismo. Enemigo implacable de la sociedad de clases y la desigualdad, Aub denuncia una y otra vez el quietismo que deja intacto al odiado sistema capitalista. Pero ¿cómo cambiar las cosas? Si no mediante la revolución, ¿cómo? El laberinto mágico supone una de las primeras visiones del totalitarismo en acción; de las libertades que se toman los regímenes autocráticos modernos para asegurar sus objetivos dizque políticos; una obra de ficción que, como la realidad que la precede, se centra en las terribles consecuencias del autoritarismo sobre la mente del individuo.
Campo cerrado
Célebre por haber seguido su propio camino y vertido sus opiniones sin tapujos, el escritor español de origen francés ha sido adoptado por casi todos los colores del espectro político, desde el rojo revolucionario al azul cielo, de los trotskistas a los neoconservadores. Se ha convertido, de facto, en el icono de culto de la liberalidad imperante. El proceso de remodelación del poeta de Versiones y subversiones (1971) ha sido, sin embargo, largo y tortuoso, aunque no exento de interés. Antes de convertirse en el santo secular que es hoy, es pertinente recordar que fue, por encima de todo, un gran escritor que se ocupó sin tapujos de la guerra civil española.
Asistimos en Campo cerrado (1943), primera novela de la serie, a los orígenes de la crisis social detrás de los enfrentamientos en la Ciudad Condal, certero análisis de la política bélica con el estilo periodístico-aforístico, provocativo, transparente, marca de la casa: «Barcelona entreabre por ahí su costado, herida brillante de cada noche […] por esa sonda se le van los humores, sangre, pus y tiempo, todo revuelto, con los anuncios de remedios para enfermedades venéreas presidiéndolo todo, para no engañar a nadie» («El Paralelo»).
Gracias a Campo cerrado hoy sabemos no sólo lo que sucedió, sino por qué sucedió: «Si no caes a la derecha, caes a la izquierda. La cuestión no es saber lo que es justo y lo que no lo es, sino que yo esté en lo justo. Y sobre todo no ser espectador […] ¡Ser parte de la verdad! Luchar y ver». («El oro del Rhin»). El relato del ambiente enrarecido en Barcelona, antes y después del 36, es inestimable. El aplastante sentimiento de pérdida que experimentó su autor se refleja en el devastado paisaje que retrata: «El arte —le decía Lledó a Serrador— […] son ganas de verse, de verse venir, un laberinto de espejos. Ver y ser visto […] Hasta ahora la democracia era tenido como contraveneno eficaz; ahora se medicinan con ella los dictadores» («Prat de Llobregat»).
A través de las experiencias de Rafael López Serrador, castellonense afincado en la capital catalana, se evoca el miedo, el frío y, sobre todo, la miseria de la guerra: «Aúllan los representantes de la autoridad civil sin que les valga; muélenlos con el propio chuzo para mayor escarnio […] Los empujan, acardenalados, polvorientos, con los lomos bien heñidos, a la solitaria calle» («Vela y madrugada»). Es la suya una vibrante descripción de los días y las noches previas y posteriores al levantamiento del 18 de julio: «No hay luz eléctrica en Barcelona. Ni luna. […] El fuego hacia los cielos y la ciudad negra con heridos por los portales y asesinos por los tejados» («Noche»). El enemigo, parece decirnos Aub, no es el comunismo o el fascismo. El enemigo es el totalitarismo, sea del bando que sea.
La lejanía del exilio mexicano debió de parecerle al autor de Juego de cartas (1964) un retiro prelapsario de los horrores de la modernidad. Como indica Antonio Muñoz Molina en el prólogo, la grandeza de su relato de experiencia no es, de ninguna manera, un juicio universalmente compartido, como demuestra el hecho de que el libro, hoy reconocido como un clásico, vendiera pocas copias: «[Aub] eligió seguir siendo de corazón ciudadano de un país que ya no existía». Por su claridad de pensamiento, contra la burocracia de la corporación y la censura, por su ausencia de propagandismo en favor de un bando u otro, los libros de Aub definieron su tiempo. Siguen definiendo el nuestro. Celebramos aquí al novelista y ensayista cuya pasión por la precisión en el pensamiento y el lenguaje sobrevivió a la guerra, la enfermedad y la tragedia pública y privada, y cuyas ideas se convirtieron en la base de la España que hoy conocemos.
Campo abierto
El capítulo central, a modo de interludio, se desarrolla en Burgos, en la zona controlada por el bando rebelde: «El mundo se les abría glorioso», medita el personaje Claudio Luna, «no dudaban de nada. Sus padres les miraban con respeto. Héroes: no se quitaban la pistola ni para dormir, con ella siempre al alcance de la mano». Se nos permite investigar y evaluar el material, recopilar datos y desarrollar argumentos, para establecer conclusiones lógicas. La tercera parte de la narración se ocupa del día a día de los acontecimientos previos al comienzo de la batalla de Madrid: «Ya no hay nada que hacer. Un momento, [el republicano] Vicente Dalmases piensa en abandonar, en marcharse, de una vez por todas, a Valencia, a su casa y taparse la cabeza para no saber nada más. ¿Para qué seguir? Nos han dejado solos. Solos, a cada uno de nosotros, sin remedio».
Hoy que los hechos alternativos conforman nuestras percepciones, podemos volver a la ficción para conformar nuestra conciencia pública. Incompatible con la historia, la inevitable simplificación de lo dramático, las falsas fábulas de héroes y villanos, tan queridas por los noticiarios, tan alejadas de la realidad. Algunas novelas logran llegar adonde los historiadores no se atreven. Algunos novelistas consiguen dar voz a las gentes que han protagonizado el devenir de nuestro país:
Villegas se acuerda del mitin de Mestalla. El sentimiento conjunto, regado, machimbrado de cien mil personas. Lloró al oír hablar a Azaña. No era la oratoria: era el deseo de aquella masa, su ilusión idealmente solidificada, la seguridad de un mundo mejor a la vuelta de unas semanas, por carisma […] sentirse parte de un todo conocido y amado. Intervenir, comunicar, interesarse mancomunadamente.
Max Aub, testigo privilegiado de la contienda, nos muestra la guerra civil española tal como la ven los protagonistas de Campo abierto (1951) y nos permite analizarla en retrospectiva. En los seis primeros capítulos, seis protagonistas diferentes relatan las primeras etapas del conflicto. La imaginación del poeta de Imposible Sinaí (1982) llena los espacios en blanco:
Era evidente que habían cambiado los límites del mundo. [Jorge Mustieles] pensó que, así como para él había derribado barreras, para otros la impresión debía ser la contraria, hasta de encajonamiento […] Todos aquellos que, hasta aquel momento, habían deambulado por la vida como si todo fuese suyo estaban ahora recluidos en un inmenso corral […] Acorralados.
Los personajes reales se mezclan con los pensamientos inventados en esta saga sobre la España de los años treinta, segunda de las seis novelas que componen El laberinto mágico, donde el novelista no opera a través de la retrospección, sino desde el interior de la conciencia de sus avatares. Les devuelve así la voz que se les ha negado tradicionalmente, mientras nos convierte en historiadores capaz de analizar los hechos registrados para reiventarlos en futuras recreaciones. Escrita en 1939, esta nueva entrega de la serie narrativa nos proporciona habilidades básicas necesarias para ir más allá de la sociología, la política y la economía de una época, el siglo XX.
La ficción histórica, heredera de la épica, no ha hecho sino aumentar de manera dramática nuestra sed de conocimiento. Pero nuestro mundo se mueve demasiado rápido para vivir y aprender al mismo tiempo. «No se puede saber a dónde vamos», concluye un personaje innominado, casi al final de la novela, «ni siquiera a qué venimos. A cada momento hundimos el vacío a codazos y cabezazos […] Los hechos no traen aparejados ineluctablemente los mismos hechos, sino varios. Y no puedes verte sino según las maneras de ser de los otros, que son innumerables. Bordón de ciegos. Escribimos y vivimos en claro para nuestros descendientes siendo cifra para nosotros mismos». Existe una compulsión enfermiza por llenar los vacíos de la intrahistoria que la historia no cubre. Obsesionados por la necesidad de autenticidad, necesitamos, ahora más que nunca, distinguir la verdad de las mentiras.
Volver a nuestra historia nos ayuda a explicar la actualidad. ¿Cómo surgen los conflictos bélicos? ¿Cómo desaparecen? Necesitamos saberlo, porque de lo contrario no comprenderemos las consecuencias del ascenso actual de unos países y el debilitamiento de otros, el declive de éstos o el auge de aquéllos. Leer no da respuestas, pero nos ayuda a enfocar las preguntas, a comprender las fuerzas que operan en nuestro mundo. Volver a Aub nos permite saber qué sucedió realmente en aquel conflicto fratricida, lejos de manipulaciones interesadas. Frente a la demagogia de los medios responsables de noticias fraudulentas, cuando no engañosas, el autor de La gallina ciega (1971) elude las distorsiones. Contra la tendencia demasiado frecuente a establecer falsos paralelos, el conocimiento de primera mano que nos proporciona Campo abierto.
La parálisis silenciosa
El microcosmos en que se ha convertido España nos permite replicar los hilos clave de la experiencia del siglo XXI en el aislamiento irresistible de los lugares comunes de la guerra civil: fascismo vs estalinismo, comunismo vs socialismo democrático, patriotismo/nacionalismo vs internacionalismo. El conflicto involucró a varias generaciones de escritores, lo que produjo una vasta literatura que, en relevancia y resonancia, es incomparable con cualquier otra guerra en este o cualquier otro siglo. Prácticamente todos los artistas de la época se vieron obligados a comprometerse con la causa republicana o nacionalista o a optar por una peligrosa neutralidad. El atractivo del poder, de la influencia, del cumplimiento de un papel social, llevó a muchos a poner sus talentos al servicio de la República española. La atracción de convertirse en hombres de acción llevó a muchos de ellos a servir en las Brigadas Internacionales.
Mucho de lo que sucedió en las calles durante aquellos días es bien conocido gracias, entre otros, al ciclo narrativo de Max Aub, que oportunamente rescata estos días Cuadernos del Vigía. La atmósfera de terror aleatorio en la vida cotidiana en tiempos de crisis se convierte en parte integral del estado de ánimo de una nación. Como hemos podido comprobar en la penúltima crisis bancaria, el pueblo pide sedación, no sedición, y el espíritu de nuestra era postimperial permanece felizmente decadente. Seguimos siendo adictos a los ritmos sosegados de nuestro sentimiento preindustrial: nos gusta decir adiós al pasado, pero el pasado es, precisamente, la única cosa de la que no podemos prescindir. Hoy, como entonces, somos víctimas del populismo, esa parálisis silenciosa.
José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Es autor, entre otras obras, de los poemarios Resurrecciones (2011), (Mil novecientos setenta y) Dos (2011) y Talismán (2012), que conforman la trilogía El corazón el hueco, primera sección a su vez del proyecto Poesía (qué si no). El primer libro de la segunda sección, Un mínimo de racionalidad, un máximo de esperanza salió publicado en 2015. Romero Barea también es autor de la trilogía narrativa Interrupciones, formada por Hilados coreografiados (2012), Haia (2015) y Oblicuidades (2016), y ha traducido los poemarios Spanish sketchbook, de Curtis Bauer (España en dibujos, 2012); Disarmed, de Jeffrey Thomson (Inermes, 2012) y Gerald Stern. Esta vez. Antología poética (2014). Además, colabora con reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional como El País (Babelia), Le Monde Diplomatique, La Vanguardia (Revista de Letras), Claves de Razón Práctica, Ábaco, Quaderni Iberoamericani, Quimera y Nueva Grecia, de cuyo consejo de redacción forma parte. Los volúmenes La fortaleza de lo ilegible (2015) y Asalto a lo impenetrable (2015) incluyen una amplia selección de su obra crítica.
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