La pureza de lo inalcanzable
/una reseña de Ester Bueno Palacios/
Me he deslizado por Crudeza como un patinador sobre hielo en un circuito recién pulido, abrillantado para dejarse ir. Lo he hecho desde la consciencia de que entraría en un viaje que se adivinaba sorprendente y terroso, aligerado por el finísimo sentido del humor ante lo terrible de Mario Pérez Antolín.
Hacía ya tiempo que había viajado en esos vagones repletos de sentido y ausentes de piedadades en sus otros libros de aforismos: Profanación del poder, La más cruel de las certezas y Oscura lucidez, pero nunca como ahora he comprendido el sentido íntimo que guardan los libros de Pérez Antolín; esa forma de dirigirnos hacia lo inexorable de las cosas y ese burlarse de la innegable prepotencia del ser humano, extrañamente ajeno al sentido del tiempo y profundamente inconsciente sobre el destino último de todo.
Crudeza es el libro de las eternidades de lo cotidiano. En sus sentencias firmes sin posible apelación encontramos ese día a día, rugiendo en la amalgama gritona y estridente de medios de comunicación, redes sociales y otros hacedores de cortinas de humo que no consiguen más que confundirnos y no nos permiten llegar a lo más primario que es imposible desterrar por muchos hashtags, menciones o réplicas. Y ahí Mario Pérez Antolín pone el acento, la cordura, el punto de atención y la memoria. Habla de la luz, de la generalización del todo, del entendimiento básico y profundo, de la creencia primitiva, intuitiva, de las sensaciones, de olores y sabores, del pensamiento abstracto.
Pero también quedan escritos pasajes de reivindicación brutal y despiadada, una reivindicación sobre el valor del ser humano y sobre las injusticias que se han perpetuado desde el inicio de los tiempos y que son como manchas de tinta en un traje de bodas impecable. Habla de la política y los nacionalismos, de la manipulación, de banderas que abrazan únicamente a los más poderosos y dejan sin abrigo a los desesperados; de engaños posmodernos que aniquilan el deseo y la fascinación y lo convierten en imposición y adoctrinamiento; de la responsabilidad de los Estados y de la economía que juega en contra de los humanos mismos, restañando heridas que nunca se cerraron; camina sobre el filo de la libertad, sobre la esclavitud con nuevas aristas que se especializa en los desesperados y de «la insólita pobreza de los transgresores».
Emergen además ironías contenidas y de joven-viejo hacedor de historias, que planean alrededor del concepto del amor mezclado con una, yo creo a veces inconsciente, huida hacia adelante en cuanto a sentimientos. El amor y la pasión hilan una parte de Crudeza y lo hacen de manera dispersa, como si por casualidad se colaran en la entretela de araña de este libro de redondas historias minúsculas. Los ojos como faros, el color de las pieles, lo inmutable, el amor sin amantes, la pertenencia, el odio, el desconsuelo, lo prometido.
Y la muerte es testigo, la muerte con presencia en muchas de las zonas, no de sombra o de luz, sino de realidad incontestable. Mario Pérez Antolín habla sobre las formas de conjurar la muerte —«trascendencia, descendencia y relevancia»—, llegando a conclusiones que invito a descubrir en estas páginas donde la perdurabilidad del ser humano, la idea de perpetuidad y el desgarro por el conocimiento de la realidad de nuestros destinos no hace sino ser un camino evangélico por el que se nos guía para entrar o no en la salvación.
Crudeza ha significado para mí, en esas horas de lectura intensa de inviernos heladores, una escalera para trepar a la atalaya de las realidades y para soñar en un espacio que sólo le pertenezca a la persona, al ser, al ser pensante. Un sitio en el que la reflexión no necesita de retiros espirituales porque el escritor ya nos conduce por veredas segadas que agrandan la manera de enfrentarnos a la vida de ahora; de ese momento exacto en que estamos leyendo, sin distracción alguna. Más necesario que nunca cultivar así el yo introspectivo y único, así, leyendo en soledad los pensamientos llevados a Crudeza por uno de los mejores escritores del panorama literario actual.
Selección de aforismos
Antes que la gloria matando enemigos, prefiero el ostracismo apacentando ganados. Antes que la riqueza engañando a los incautos, prefiero desollarme las manos fregando suelos. Antes que lo mucho a cualquier precio, prefiero lo poco a ningún precio.
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Quítale a un árbol las ramas, a un pájaro las alas, a una mano los dedos, a una estrella fugaz la estela, y tendrás un trozo de materia, compacto y uniforme, incapaz de entrelazarse con el aire.
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¿Desde qué piso te matas si te tiras para suicidarte? Debe de ser el sexto. De estas cosas hay que asegurarse: por debajo, quizá solo consigas heridas y magulladuras, y por encima, singularmente cuando eliges las azoteas, nadie te garantiza que no salgas volando en dirección al vacío que nos aplasta desde arriba.
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Hemos dejado de implicarnos en lo público por mostrarnos públicamente. De la lucha hombro con hombro a la exhibición pantalla con pantalla.
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Esta especie de poema sin rima ni versos ni poesía se lo dedico a todos aquellos que han visto al amor de su vida entre la multitud que sale del vagón del metro y, antes de perderlo de vista, consiguieron en tres largos segundos imaginar una vida juntos con sus viajes y sus fiestas y sus caricias y sus decepciones y sus crisis de pareja y sus reconciliaciones y hasta sus adioses más o menos definitivos. Para ellos, porque no necesitaron poner en práctica durante años lo que en un suspiro cabe.
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Mis días son cristales de sal común sobre una capa de hielo cada vez más fina.
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En las situaciones extremas, un retroceso evolutivo puntual nos equipara a nuestros ancestros para que prioricemos la supervivencia. Ante un incendio, responder como un cavernícola trae más cuenta que hacerlo como un apoltronado informático actual.
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La lengua pegajosa y áspera de la vaca vieja lamiendo a un ternero que no es el suyo y que se resiste a mugir como un adulto. La lengua pequeña y tierna de un gatito recién nacido que busca los pezones de su madre porque no sabe que en media hora lo ahogarán con sus hermanos en el agua fría de un río sucio. Tu lengua, con textura de anguila y movilidad de reptil, dentro de mi boca. Ese trozo de carne fonética o erótica.
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Un pato de goma, un oso de peluche, una muñeca de trapo y un caballo de madera: presencias imperturbables que quieren ser alguien sin dejar de ser algo.
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Hojas lobuladas, que parecen de cuero, sobre briznas de hierba, que parecen, por el rocío, los filamentos de una pradera submarina, frente a cantos de granito, que parecen huevos de dinosaurio, en un valle, que parece una bañera inmensa, a los pies de una montaña, esta sí, incomparable a nada.
Crudeza
Mario Pérez Antolín
Gijón: Trea, 2018
136 páginas
14€
Ester Bueno Palacios estudió historia en la Universidad de Salamanca y es experta en oratoria y comunicación. Coordinó y dirigió el periódico Ciudades, con presencia en todas las capitales de Castilla y León. Actualmente trabaja como directora de la escuela de idiomas y cultura Alma Máter Ávila. Presenta el programa literario De almas y palabras en Radio Universidad de Salamanca. Es la presidenta de la asociación Alma Máter Arte y Cultura, que tiene como objetivo la promoción del arte en su más diversas proyecciones, y la organizadora del encuentro anual de mujeres poetas Villa de Piedrahíta, muestra de la literatura femenina contemporánea. Su obra poética se recoge en Más que esperas, que también inspiraría el ensayo Los pequeños hitos que nos diferencian. Ha participado en las antologías Enésima hoja; Atlas poético, viajeras del siglo XXI; Antología de poesía navideña y Amor, y también en diversos libros corales. Su último libro publicado lleva por título La velada impaciencia.
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