¿Adaptación de género o censura?

¿Es justificable algún tipo de censura? Si alguna lo es, ¿lo son todas o sólo las nuestras? ¿Podemos, apoyándonos en nuestras creencias, defender la censura de documentos históricos o filosóficos, de obras de arte o de obras literarias o fragmentos de ellas? Un artículo de Pedro Luis Menéndez.

De rerum natura

¿Adaptación de género o censura?

/ por Pedro Luis Menéndez/

¿Es justificable algún tipo de censura? Si alguna lo es, ¿lo son todas o sólo las nuestras? ¿Podemos, apoyándonos en nuestras creencias, defender la censura de documentos históricos o filosóficos, de obras de arte o de obras literarias o fragmentos de ellas? ¿En qué principios sustentaríamos nuestras censuras ideológicas frente a otras ideologías diferentes a la nuestra? ¿Por el daño moral que pueden causar? ¿Por no ofender o herir sensibilidades que puedan sentirse afectadas o aludidas?

Cualquier censura, nos guste reconocerlo o no, parte de una idea común, que no es otra sino la creencia de que mi código ético es superior al del otro (el código ético del censor es superior al del censurado, de modo que el censor debe velar para que el censurado no dañe a terceros). De esta manera, todos realizamos censuras cotidianas en nuestro entorno más o menos próximo: familia, hijos, amigos, trabajo. Y lo hacemos porque podemos (en sentido literal); porque tenemos poder para llevarlas a cabo. Algo similar ocurre cuando el poder político decide qué es lo que puede o no puede llegar a la ciudadanía, a propósito de informaciones, datos, realidades que se ocultan y que sólo manejan aquellos que velan por nuestros intereses, con ese añadido de paternalismo y de supuesta superioridad moral.

Así, en un momento histórico en que lo políticamente correcto dicta de manera rigurosa las líneas de las que no pueden salirse los columnistas de opinión o los medios en general (y cuando lo hacen son atacados ferozmente en redes sociales y demás instrumentos censores), la tentación de la barra libre y de la manipulación en todo cuanto no sea considerado en la línea correcta está al alcance de quienes siempre siguen esa línea (por oportunismo, inocencia, falta de espíritu crítico, o cualquier otra consideración personal).

La pregunta y la respuesta que cada uno le dé no es sencilla: ¿en nombre de nuestra ética (la que sea) podemos manipular o esconder la historia? Un ejemplo facilón: ¿debe el Centro Virtual Cervantes (CVC) eliminar todo comentario no condenatorio sobre la figura del olvidadísimo escritor José María Pemán, dada su cercanía a Franco?

Si la respuesta fuera un sí, con un razonamiento parecido al de que a cualquier síntoma de fascismo (incluido el intelectual) hay que estrangularlo, estaríamos justificando las razonespor las que la Inquisición creó en 1551 el Index Librorum Prohibitorum et Derogatorum, con el afán seguro que bienintencionado de que las mentes cristianas permanecieran limpias de cualquier perturbación religiosamente no correcta.

Y si entramos en cuestiones de género, ¿debe también el CVC (u otra institución pública) eliminar de sus páginas el Corbacho del Arcipreste de Talavera, o el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, o la Floresta española de Melchor de Santa Cruz, por sus ataques constantes a las mujeres? Quiero creer que la respuesta casi unánime sería negativa, basándonos en razones históricas, literarias o del tipo que sean, que en todo caso irían más allá de un posible impulso censor.

Otra pregunta que tampoco es sencilla: ¿y las obras teatrales o cinematográficas? ¿Nos plantearían una situación diferente a los libros? ¿Deberíamos actualizar sus posibles contenidos ofensivos? Las adaptaciones teatrales son tan antiguas como el propio teatro, como también las manipulaciones de los textos originales, pero estas manipulaciones perfectamente defendibles, ¿deberían atender expresamente a cuestiones ideológicas o morales?

Resulta muy fácil imaginar un no rotundo a casi todas estas preguntas, amparándose en la libertad de expresión y conceptos similares, pero cada vez observo con mayor frecuencia que la realidad no apunta en la misma dirección. Viene esto a cuento porque los días 21 y 23 de febrero se representó en Oviedo una versión de Maruxa, en producción del Teatro de la Zarzuela dirigida por Paco Azorín. El director, a quien considero perfectamente capacitado (dada su trayectoria profesional) para adaptar la obra, ha incorporado al argumento original el caso del hundimiento del Urquiola, añadiendo así a un libreto desfasado un carácter reivindicativo y más actual. Hasta ahí, todo es opinable, porque va en gustos y, como cualquiera sabe, los afanes puristas de cualquier tipo acaban donde acaban, aplastados por el rodillo de la propia historia.

Pero no es esto lo que quiero comentar. Paco Azorín, en una entrevista recogida el 9 de febrero en el diario El Comercio, a propósito de su adaptación, afirma que «lo que tenemos que hacer es traer la zarzuela a hoy, pero siendo muy respetuosos. Hemos respetado la música y el libreto. Solo he tocado una frase que decía: La mujer es como el diablo. Yo soy uno de los hombres más feministas que conozco y, en un escenario, con dinero público, en el siglo XXI, eso no se puede decir».

Parecen sólo unas declaraciones que no tienen mayor importancia. Sin embargo, con todos mis respetos para Paco Azorín (a quien puedo entender pero con quien no comparto en absoluto esa opinión), esas declaraciones reflejan un modo de pensar y de actuar muy concretos: como tengo el poder sobre el texto, quito lo que me molesta o no me parece adecuado según mi ideología o mis creencias. Ésa es tal cual, sin matices, la mentalidad del censor. Con buenas intenciones, progresista o lo que usted quiera: censor.


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).

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