Mirar al retrovisor

¿Conservaremos los monumentos del pasado en el futuro?

¿Cuál es la causa de que muchos monumentos antiguos se conserven? ¿Por qué nos empeñamos en conservar ruinas del pasado? O por mejor decir, porque en realidad no todos los restos o monumentos del pasado se conservan, sino que la mayoría de ellos se destruye: ¿por qué conservamos algunos? Un artículo de Joan Santacana.

Mirar al retrovisor

¿Conservaremos los monumentos del pasado en el futuro?

/por Joan Santacana Mestre/

¿Cuál es la causa de que muchos monumentos antiguos se conserven? ¿Por qué nos empeñamos en conservar ruinas del pasado? O por mejor decir, porque en realidad no todos los restos o monumentos del pasado se conservan, sino que la mayoría de ellos se destruye: ¿por qué conservamos algunos? En este tema hay que diferenciar, como en todo, las causas de los motivos.

Algunos monumentos, tales como, en Roma, el Coliseo o el Castel Sant’Angelo, grandes obras públicas romanas, se conservaron porque se trataba de moles inmensas que hubiera sido muy costoso derribar. Era más fácil transformarlas en castillos, y fue por ello que se mantuvieron en pie a lo largo de la Edad Media. Es decir, se conservaron porque mantenían una función. Fue similar el caso del Panteón de Roma, transformado en iglesia, o de las termas que se convirtieron en la basílica de Nuestra Señora de los Ángeles. O el de la mezquita de Córdoba, reconvertida en catedral cristiana. La cristianización también permitió conservar muchos monumentos.

Fuera de estas causas, lógicas y fáciles de comprender, es preciso adentrarnos en los motivos que, más en general, tenemos los seres humanos para preservar el pasado o destruirlo. El principal lo mencionó el sabio vienés Alois Riegl (1858-1905): se conservan aquellos monumentos a los que se dota de valor de contemporaneidad, es decir, cuando un monumento del pasado alcanza un valor simbólico importante para una sociedad, entonces se conserva. Si Europa conservó los restos romanos fue porque a partir del Renacimiento, la idea de Europa se fundamentó en el Imperio romano. En los fragmentos de esculturas romanas hallados entre las ruinas del mundo clásico, los Alberti, Leonardo o Miguel ángel hallaban un ideal estético y una rara perfección artística. Admiraban cada fragmento de mármol, lo medían, lo estudiaban e intentaban reproducirlo. ¿Qué es el Moisés de Miguel Ángel de San Pietro in Vincoli sino una reelaboración del torso Belvedere de los Museos Vaticanos? El latín era además la lengua culta, y los textos clásicos, modelo de virtudes y de pensamiento.

Sentadas estas bases, podemos preguntarnos qué es lo que motiva que hoy se conserven los restos y monumentos del pasado. Nuestras ciudades y pueblos están repletos de ellos. En España no hay casi ninguna capital de provincia que no guarde en su subsuelo algún resto romano. Y afortunadamente, en muchos casos, esos restos se han excavado y conservado. Pero, ¿siguen teniendo valor de contemporaneidad? Hoy ya casi no quedan humanistas, es decir, personas que sepan latín o griego: ni siquiera los curas estudian ya latín. El cultivo de las lenguas clásicas ha desaparecido entre nosotros después de innumerables e insensatas reformas educativas. Con ellas ha desaparecido el conocimiento de la potente literatura clásica, que fue el modelo que inspiró la modernidad y la Ilustración. Los estudios de historia del arte, antaño importantes en la enseñanza secundaria, ocupan hoy un lugar marginal, casi anecdótico en nuestros estudios medios y superiores. Finalmente, el estudio de la historia corre ya serios riesgos de desaparecer de nuestros sistemas educativos, sumergida en un magma amorfo denominado ciencias sociales. No voy a plantear aquí si esto es bueno o malo —criterio este que dejo al juicio del lector—, pero sí quisiera notar que el progresivo desconocimiento de estas materias implica para los monumentos del pasado una pérdida del valor de contemporaneidad. ¿Qué dicen hoy los restos de una villa romana al adolescente español? ¿Qué provecho saca de ver en el centro de su ciudad unos sillares alineados de difícil interpretación para él o ella?

Si los restos romanos están en trance de perder su valor simbólico, otro tanto ocurre con las manifestaciones del arte renacentista y barroco. Este arte se basaba en los relatos bíblicos y en los grandes temas de la religión. Sin conocer los relatos que subyacen a sus pinturas, esculturas y edificios, nada es comprensible. Da igual una crucifixión que Shiva danzando. No hay relato conocido ni significativo detrás. También aquí el valor de contemporaneidad se ha perdido. Entonces, ¿qué es lo que mantendrá en pie los monumentos del pasado en esta vieja Europa?


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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