El caballo K.
/un cuento de Miguel Antón Moreno/
Antoine siempre observó con mirada analítica (casi exegética) las excesivas jumeras de ketamina de sus amigos. Aquello no lo convertía estrictamente en un hermeneuta, pero sí en un extraño voyerista. Hasta el consumo de la dosis se atravesaba un sencillo pero oscuro ritual: compra en la deep-web de clorhidrato líquido (100 ml.); baño maría de la substancia hasta su solidificación; retirada del producto en polvo (rascando con tarjetas bancarias). Todo aquello infundido de luz blancuzca, música envolvente, humo denso y unos ojos sangrantes e impacientes que acechaban y apremiaban al proceso químico. Las herramientas del trabajo restante eran dos: billetes cilíndricos y pantallas de cristal. A partir de ahí el único laboratorio era el propio cuerpo.
Una noche, Antoine (que por lo demás era un gran obsesivo) se cansó de su papel de mero observador. Ofreció al grupo unas monedas que de inmediato le fueron devueltas. Lo enojó profundamente lo que a él le pareció un desprecio, y manifestó su deseo con la exaltación propia del licor de su vaso con hielo. Un buen amigo le advirtió (como si no lo supiera, lo cual lo enojó aún más) que el uso de ketamina era cotidiano en el ámbito animal en el que imperaba la veterinaria ecuestre. Ante aquel aviso o consejo, Antoine contestó con suficiencia que al fin y al cabo somos unos animales. Al día siguiente no podía afirmar sin mentir como un bellaco que aquel viaje le había gustado. Sin duda había tenido mucho de placentero, pero en la lucha de sus razones contra los tembleques y las opresiones torácicas jugaba con desventaja. El hábito es una fuerza pertinaz e ignorada, y en cuestiones de vicios es sin duda la que más persevera. Después de unas semanas la dosis forzosamente tuvo que ir aumentando, y con ella vino una extraña normalidad. Antoine hubiera jurado que jamás tuvo un vello tan denso en piernas y brazos como aquella mañana. Era un vello grueso y tenaz, que además se extendía indomable por su pecho. Aquella misma noche, en una terraza, bajo los efectos de una dosis especialmente generosa, surgieron del silencio unas risas desaforadas, entre las cuales se mezclaron unos relinches alejados de todo lo humano.* Aquellos relinches no podían pasar desapercibidos entre el grupo, ni tampoco el grosor que tuvo que alcanzar el billete enroscado para abarcar la amplia circunferencia de las fosas nasales de Antoine, que en ese punto eran ya más bien ollares, y la nariz hocico. Con el siguiente tiro su labio se hizo belfo, y el pelo de su cabeza comenzó a crecerle negro y bestial, y así comenzó a sacudir sus (ahora) crines al viento con una rabia primitiva. Pensó en si para Bucéfalo tendría alguna importancia haber sido el caballo de Alejandro. Con el último tiro perdió la capacidad del lenguaje. Antes de escapar dando coces, pudo identificar un sentimiento nebuloso que se fue haciendo más y más claro, como un imperativo de una nueva naturaleza, que acabó por sentir en cada parte de su cuerpo de animal. Un atavismo salvaje, un impulso férreo e inexcusable lo incitó a emprender la carrera con sus cuatro largas patas para buscar paisajes verdes e inabarcables en los que satisfacer con sus iguales su desbordante vigor.
Años después, pudo verse al caballo Antoine galopar por las proximidades de su pueblo natal, y más de un viejo amigo suyo afirmó que llegó a cruzar la margen de los densos bosques que separan lo animal de lo humano. Al parecer transitó por las aceras y entre los coches, sacudiendo sus cascos y haciéndolos sonar contra las baldosas, arredrando a algunos, alimentando con su mirada extranjera el hábito y el recuerdo.
* «Más veces he visto razonar a un gato que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro, pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado» (Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos).
Miguel Antón Moreno (Madrid, 1995) es estudiante del doble grado en filosofía e historia, ciencias de la música y tecnología musical en la Universidad Autónoma de Madrid, escritor y músico.
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