De rerum natura
Los alarmistas (y la industria farmacéutica)
/por Pedro Luis Menéndez/
Existe un tipo humano de alarmistas que parecen desear de continuo que ocurra, lo que sea. De otro modo, que sus hipótesis de catástrofe (mínima o descomunal) se vean cumplidas. Cuando ocurre, se sienten reconfortados y supongo que tal cosa les aporta seguridad y confianza en sí mismos, porque, si así no fuera, resultarían más patéticos aún. Además, en algo que no es exclusivo de los alarmistas, todo lo que confirma sus propias ideas es bienvenido, mientras que cualquier cosa que las desmienta es rechazada o ni siquiera se escucha.
Están en todas partes, en todas las ideologías, en todas las creencias o descreencias, como los hongos, y aunque ellos mismos no sean capaces de apreciarlo, se parecen como gotas de agua, como esos gemelos idénticos cuyos corazones laten al unísono. Porque los alarmistas se ofenden a la vez, crucifican a la vez y se sienten vibrar en ese magma benefactor que proporciona la pertenencia a la masa, a cualquiera.
Los encuentro a menudo en la calle, en el trabajo, en los medios de comunicación, y han existido desde siempre, pero en los últimos tiempos campan a sus anchas en Internet, que podría parecerse mucho a su paraíso natural. Sin embargo, hoy no me importan los alarmistas de andar por casa, ese tipo de los que se acercan a un accidente deseando comprobar que hay algún muerto, o al menos bastante sangre, sino a los alarmistas profesionales, aquellos que, amparados por alguna institución o saber específico, obtienen beneficios sustanciosos de la manipulación de los crédulos (que somos casi todos).
Leo en el titular de un artículo de Patricia Peiró desde Nueva York que «el mundo tiene que prepararse para la próxima gran pandemia letal». El texto reseña y comenta el Informe anual sobre Preparación Mundial de Emergencias Sanitarias, elaborado por quince expertos encargados por la ONU para evaluar la situación en que el mundo se encuentra para afrontar cualquier tipo de emergencia sanitaria. Entre las conclusiones del informe, en un lenguaje no sé si apocalíptico o literario, se afirma que «el espectro de una urgencia sanitaria global se vislumbra en el horizonte», a lo que se suma la advertencia de que «hay que prepararse para lo peor».
No seré yo quien discuta ni el nivel ni la seriedad con la que los quince expertos han estudiado, analizado y medido cada paso y cada parte del mencionado Informe, pero no deja de venirme a la mente lo olvidadizos que somos los humanos para algunas cosas y la escandalera que se montó con la pandemia de la gripe A en 2010. ¿Recuerda alguien todavía que no podíamos besarnos o darnos la mano? ¿Algún despistado no ha olvidado aquello de lavarse las manos sin tocar el jabón, y el frenesí con que se instalaron dispensadores automáticos en cada oficina, cada escuela y cada taberna de barrio?
Lo jugoso del asunto es que otros expertos desconfiaron, también con la mayor seriedad, de todo aquello. Así, Marc Gentilini, expresidente de la Cruz Roja francesa, habló de una «pandemia de la indecencia». Pierre Biron, farmacólogo de la Universidad de Montreal, hizo referencia a una «histeria pandémica», y ya en 2009, otro epidemiólogo, Tom Jefferson, afirmó que «a veces se tiene la impresión de que hay toda una industria esperando que ocurra una pandemia».
Preocupado por la situación, también el Consejo de Europa investigó y publicó después un informe en el que afirma literalmente:
La forma en que se ha manejado la pandemia de gripe H1N1, no solo por la OMS sino también por las autoridades de salud competentes a nivel de la Unión Europea y a nivel nacional, provoca alarma. Algunas de las consecuencias de las decisiones tomadas y las recomendaciones proporcionadas son particularmente problemáticas, puesto que llevaron a una distorsión de las prioridades de los servicios de salud pública a través de Europa, dilapidaron grandes sumas de fondos públicos y también (provocaron) temores injustificados sobre los riesgos para la salud que enfrentaba el público europeo en general.
Se han identificado fallos graves con relación a la transparencia de los procesos de toma de decisiones relativas a la pandemia, que han generado preocupaciones sobre la posible influencia de la industria farmacéutica sobre algunas de las decisiones más importantes respecto de la pandemia. Ha de temerse que esta falta de transparencia y responsabilidad resultará en una caída en picado de la confianza en las recomendaciones proporcionadas por las mayores instituciones de salud pública.
De modo similar, en el British Medical Journal se aseguraba que «la pandemia de gripe A fue un acto de manipulación de masas de manual más que un problema sanitario». Dicho de otra manera, se alarmó injustificadamente a la población para vender vacunas y todo lo que se terciara en relación con la supuesta pandemia. Al final, el descrédito del conocimiento científico está a la vuelta de la esquina. Así que no nos extrañemos de los movimientos antivacuna y similares, porque, nos guste más o menos, el mundo científico ha sembrado la desconfianza en quienes ignoramos casi todo sobre medicina o sobre farmacología, por lo que resultan comprensibles las sospechas de que los poseedores del conocimiento científico nos están engañando con la única intención de disparar sus beneficios económicos.
Lo más triste de la situación es que, cuando de verdad ataque el lobo, nosotros, como en el cuento, ya no creeremos ni las advertencias ni los consejos de la Organización Mundial de la Salud, menos aún del Banco Mundial ni siquiera de la ONU, si es que hoy en día nos queda algo de fe en alguno de ellos. Y cuando ocurra, los alarmistas —todos ellos— todavía tendrán la desfachatez de echarnos la culpa por no haberles hecho caso. Nada que no sepamos.
Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).
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