De rerum natura
El lector censor (y Vargas Llosa)
/por Pedro Luis Menéndez/
Reconozco que el de la censura es un tema al que regreso una y otra vez, quizás porque no acabo de encontrar una respuesta satisfactoria con respecto al asunto, o quizás porque la respuesta sea tan sencilla que no logro verla, porque espero algo más de los seres civilizados que lo que realmente pueden ofrecer.
Entiendo (para entender no hace falta compartir) que los Estados ejerzan la censura sobre determinadas producciones artísticas o culturales que puedan conmover, en cualquier sentido, más de lo deseable a sus ciudadanos, de modo que esa conmoción pueda conducir al movimiento y ese movimiento a su vez empujar o provocar ideas contrarias al propio Estado. No es necesario en absoluto que ese Estado sea una dictadura o practique un estilo de poder no democrático sobre su población, pues cualquier Estado democrático produce también diversas formas de censura, desde las más sutiles (económicas y sociales, con las más variadas formas de ostracismo del artista molesto) hasta las definidas como correctas: por ejemplo, una obra puede ser denunciada en muchos lugares por incitación al odio.
Aunque esto del odio lleva detrás su moralina, ya que nadie denunciará una obra por incitar al amor, y sin embargo éste para algunas personas puede haber resultado en su vida más pernicioso y dañino que ningún otro sentimiento, además de que el propio odio es admitido sin problema cuando está institucionalizado o presenta algún tipo de justificación, en respuesta a otro odio. Cuando los catalanes cantan «Bon cop de falç!/ Bon cop de falç, defensors de la terra!/ Bon cop de falç!», todos entendemos que se trata de un gesto reivindicativo que va más allá de la violencia de las palabras, convertidas aquí —por decirlo de algún modo— en una pancarta o un símbolo de su ideal de independencia.
Así que doy por hecho que no ha existido ninguna cultura o civilización que no haya ejercido algún tipo de censura ideológica o política sobre algunos de sus miembros por causas muy diversas. Pero no es este el tema que quiero tratar en esta ocasión sino el de la censura personal. Cualquiera de nosotros censura o autocensura tantas cosas en una vida que se hacen incontables, y comprendo —y seguro que comparto— muchas de esas censuras. Sin embargo, hay una en concreto que nunca he logrado entender: será porque desde muy niño he sido un letraherido o por mi postura ante la propia existencia, pero soy incapaz de comprender al lector censor porque, se oculte tras la máscara que se oculte, me parece un falso lector; alguien que de verdad no ha sido herido por la pasión de la lectura.
Además, ¿por qué este fenómeno o situación, o como lo queramos llamar, sólo se plantea con algunos escritores del presente y nunca con artistas o escritores del pasado? ¿Alguien deja de admirar el Partenón por la ideología de sus constructores? ¿O la catedral de Burgos? ¿O una danza medieval? ¿O a Quevedo, que fue uno de los tipos más conservadores y reaccionarios que figura en nuestra historia literaria? ¿A alguien le importa la ideología de Fernando de Rojas?
Así el asunto, otro cantar completamente diferente lo presentan algunos autores contemporáneos que suscitan todo tipo de críticas por su ideología política, sin que sepamos muy bien por qué y cuándo cruzan la barrera y se convierten en piezas de caza para todo tipo de tiradores en comentarios de prensa y en redes sociales. Uno de los casos más llamativos de los últimos años es sin duda el de Mario Vargas Llosa. Desde el momento en que se abrió la veda sobre su figura, aparecen de continuo memes, críticas y lemas vociferantes en los que se cuestionan de modo directo sus ideas políticas, a saber, que es liberal y de derechas (según la opinión de sus críticos). Dejando al margen cuestiones como si se trata de algo dañino o vergonzante ser liberal y de derechas, de modo que más de un paladín de la libertad debería hacérselo mirar, lo cierto es que la inmensa mayoría de las críticas proceden de descerebrados que en pocas ocasiones han tenido un libro en sus manos, de Vargas Llosa o de cualquiera, y que tampoco crean más opinión que la que llega a quienes como ellos han elegido vivir en la ignorancia o en el sectarismo.
Por eso resulta más desolador el panorama cuando las críticas proceden de personas formadas, de quienes esperamos una actitud más abierta hacia quienes no piensan como ellas. Ya he contado en otra ocasión cómo una profesora universitaria de literatura, a la que conozco bien, se jacta de no leer a Vargas Llosa porque, según ella, se trata de un facha. Pues en esta misma línea, hace unas semanas, me he encontrado con una entrevista a Los Lobos publicada en una conocida página de literatura.
Para quienes no los conozcan, Los Lobos es el nombre del equipo ganador de un bote millonario en un programa cultural de televisión, es decir, personas que han ganado mucho dinero por sus saberes culturales, científicos, artísticos, etcétera. Dos profesores, un crítico de cine y un ingeniero de montes, que no son unos jovencitos inexpertos ni parecen enganchados a la lumpencultura aunque sí a la cultura del espectáculo, del que ellos mismos participan. Entre las muchas cuestiones a las que responden, aparece una —como resulta apropiado en una página de libros— sobre sus hábitos lectores y, además, si «hay algún autor u obra que no soporten». Entre las respuestas, uno de los profesores declara esto: «Vargas Llosa. Es un gran escritor, pero yo soy muy prejuicioso, y desde que se puso a hablar de liberalismo dejé de leerlo. Quizá me estoy perdiendo algún libro bueno, pero me da igual».
Por supuesto, cada uno es muy libre de leer a quien le da la gana y de alimentar sus prejuicios del modo que considere más oportuno, y, por otra parte, la obra de Vargas Llosa no necesita defensores de ningún tipo porque se defiende por sí misma, pero no puedo dejar de preguntarme si este es el camino. Creo que no.
PD.- He dudado sobre la inclusión de la referencia a Vargas Llosa en el título de este artículo justamente por los posibles prejuicios de algunos lectores que no habrán llegado hasta aquí, pero luego pensé que eso no era lo importante.
Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).
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