Poemas esenciales, de Etheridge Knight
/una reseña de Carlos Alcorta/

Con los antecedentes que el lector lee en el prólogo a esta antología («su vida fue agitada, marcada siempre por su adicción a las drogas, la prisión por incidentales actos delictivos, la desesperación, los años difíciles, la actividad literaria y la pobreza»), uno puede pensar que se va a encontrar con unos versos plagados de verborrea; con poemas deslabazados, seguramente con gran intuición poética, pero sin contención ni rigor; con imágenes surrealistas y asociaciones semánticas inusitadas fruto de raptos de inspiración, pero sin el tamiz del oficio poético (Antonio Machado hablaba de aquellos poetas para «quienes la lírica, al prescindir de toda estructura lógica, sería el producto de los estados semicomatosos del sueño»), pero, para nuestra sorpresa, lo que nos encontramos en los poemas de Etheridge Knight es todo lo contrario: hay mucho trabajo de pulimentación en estos poemas, mucho conocimiento del oficio, mucho respeto por el lenguaje y una forma de decir directa que busca la palabra imprescindible, sin necesidad de edulcorar la experiencia con palabrería.
Etheridge Knight nació en Corinth (Mississippi) en 1931. Participó en la guerra de Corea siendo poco más que un niño, entre 1947 y 1951, y después de esa experiencia tan traumática no levantó cabeza: su vida fue un constante vagabundeo que finalizó con su ingreso en la cárcel acusado de robo a mano armada. Estamos en 1960. Durante el largo periodo de encarcelamiento —ocho años—, comenzó a escribir poesía (de hecho, su primer libro se tituló Poemas desde la prisión, y data de 1968). La poesía fue para el autor una auténtica tabla de salvación, pues gracias a ella, como veremos, logró encauzar su vida, también en el aspecto profesional (entre otros menesteres, impartió clases en diferentes universidades norteamericanas). Era un hombre —en palabras de la novelista Mary Karr, que le conoció siendo ella una jovencita con aspiraciones de convertirse en poeta— «grandote y negro, con bigote ralo y mosca en la barbilla. Tenía una mandíbula abultada e irregular con parches de piel blanca y borde rosados, desiguales y en forma de lágrima, como si un ácido le hubiera comido el color. Se refería a la poesía como arte oral (estábamos en la era pre-slam)». Más adelante, explica que «dos noches por semana Etheridge celebraba un taller privado de poesía en su casa […] Aquel lugar era la viva representación del equilibrio. El tejado se hundía. Una cañería estaba suelta. La puerta mosquitera pendía de un único gozne. Dentro, los suelos cedían, como paralizados en pleno terremoto. Si hubiéramos añadido un par de cipreses, un columpio en el porche y un sabueso, el cuadro podría haberse cogido con unas pinzas y emplearse como decorado para 0».
En cuanto a Poemas esenciales, la antología que nos presenta su traductor, Juan José Vélez Otero, con su buen hacer habitual, provienen del volumen The essential Etheridge Knight, aparecido en 1986 en University of Pittsburgh Press, cinco años antes de morir a consecuencia de un cáncer de pulmón; y recoge una muestra, no demasiado extensa, es verdad, de todos sus libros, ocho en total, aunque en la disposición de los poemas no se nos ofrezca dato alguno que permita ubicarlos en sus respectivos títulos ni en un orden cronológico. El inconveniente que puede suponer esta peculiaridad para apreciar la evolución poética de su autor en toda su complejidad, es decir, con los saltos hacia delante y hacia atrás propios de cualquier creador, se mitiga con la posibilidad que ofrece tal disposición de leer el volumen como un libro autónomo, no como una recopilación, sobre todo teniendo en cuenta que este es el primer libro del autor que se publica en nuestro idioma. La temática de su poesía —ha escrito Vélez Otero— se centra en reivindicar el origen racial («Los Poetas Negros deben vivir, no saltar/ desde los puentes de acero [como hacen los chicos blancos] […] Porque los Poetas Negros pertenecen a la Población Negra») «y critican la injusticia contra los negros («el buen Capellán/ [santificado por Dios y por el Congreso] decía,/ con mucho ingenio, que matar a hombres de otro color/ no era del todo un pecado») y el asilamiento étnico en la sociedad americana («Los hipócritas derraman lágrimas/ como brillantes pieles de serpiente»).
Su poesía nos dejó un testamento a favor del poder de la libertad, o al menos del derecho a imaginarla. Pero paralelamente, otros temas como el metapoético, algo que se nos antoja obligado, siendo como fue la poesía una tabla de salvación, y el amoroso, están presentes, a veces en el mismo poema, como sucede en «Canción para Belly»: «y este poema/ este poema/ este poema es un regalo para ti./ Este poema es una canción que yo canto para ti/ desde el fondo/ del mar/ que hay en mi vientre// Este poema es una canción sobre SENTIMIENTOS/ sobre lo Íntimo del sentimiento/ sobre la Dureza del sentimiento/ y la Delicadeza del sentimiento». Por lo demás, como en buena parte de la poesía norteamericana actual, el lenguaje es minuciosamente descriptivo, con abundantes símiles y escasas metáforas, en un rango confesional de gran altura, como demuestra el poema «Poema para mí mismo (o blues para un muchacho negro de Misisipi)». La biografía del poeta condiciona, en este caso quizá más que en ningún otro, la escritura, y Knight, en su afán por denunciar la injusticia o la violencia que se ejerce contar los desfavorecidos, no parece mostrarse a disgusto, antes al contrario, en su calidad de protagonista.
Etheridge Knight murió relativamente joven, a los sesenta años, después de una vida agitada en la que, como hemos visto, el consumo de drogas (para financiar su adicción comenzó a delinquir) era habitual (el poema titulado «Otro poema para mí [Después de recuperarse de una sobredosis]» lo describe con toda crudeza), aunque, como él mismo dejó escrito: «Morí en Corea de una herida de metralla y los estupefacientes me resucitaron. Morí en 1960, cuando me mandaron a la cárcel y la poesía me salvó la vida».
Selección de poemas
Sintiéndose jodido
Señor ella se ha ido deshecho me dejó deshecho descompuesto y dividido
y sin forma de hacerla
regresar y en todas partes el mundo está desnudo
brillante hueso blanco destellos de arena de cristal
muerte por droga muerta moribunda y balbuciente la llevó
lejos la hizo llevarse consigo su risa y sus sonrisas
y su suavidad y sus suspiros de media noche
Al diablo Coltrane y la música y las nubes amontonándose en el cielo
al diablo el mar y los árboles y el cielo y los pájaros
y los reptiles y todos los animales que vagan por la tierra
al diablo marx y mao al diablo fidel y nkrumah y
la democracia y el comunismo al diablo la heroína y la mariguana
y los rojos tomates maduros y todos los discípulos al diablo fanon nixon
y malcom al diablo la revolución al diablo la libertad al diablo
toda la puta cosa
todo lo que quiero ahora es que regrese mi mujer
para que mi alma pueda cantar
Últimas palabras de Jactancioso
(o un auto / elogio cantado)
Ahora, cuando yo / muera, no me entierres
En ninguna llanura solitaria
Y no me pongas en ninguna simple caja de pino
(porque dejé mucho dinero miserable);
Y arroja mi culo helado en el profundo mar azul.
Hagas lo que hagas, no me plantes / bajo ningunos seis pies de tierra;
Sólo machácame, machácame, excepto mi verga,
La cual quiero envuelta en la blanca / falda de una mujer.
No quiero ningún predicador / hombre que predique
Sobre mí, porque yo sé a dónde voy.
No quiero ningunas lágrimas, ningunas flores,
Nadie de pie y esperando / todas las horas.
Sólo consigue una trompeta dorada y trae a Dizzy para que la sople.
Porque yo / fui / astuto, y tú lo sabes bien.
Ningún piano tocando, ningún blues, por favor;
Ningún gemido, ningún quejido;
Sólo déjame en la mesa, machácame
Dentro de mi traje de doscientos dólares,
Calcetines rojos, zapatos de charol negro,
Corbata con nudo polka (asegúrate que sea de seda,
y ¡no lo olvides!)
Llévame a mi cadillac rosa
Apóyame / bajo el volante
Remólcame hacia una colina alta,
Cava un hoyo –seis metros de largo y seis metros de ancho–
Coloca un gran bulto de hierba / mariguana a mi lado;
Después, déjame solo
Y ¡déjame manejar al infierno con estilo!
Hard Rock regresa a prisión desde el hospital para criminales dementes
El Hard Rock / fue / “conocido por no tomar ninguna mierda
De nadie” y tenía las cicatrices para demostrarlo:
Divididos labios violetas, oídos pesados, moretones encima
De sus ojos amarillos y una larga cicatriz que cortaba
Su sien y se abría camino a través de una gruesa
Cubierta de pelo rizado.
La NOTICIA / fue / que Hard Rock ya no era un negro maldito,
Que los doctores le habían hecho un hoyo en la cabeza,
Cortado parte de su cerebro y disparado electricidad
Por sus restos. Cuando trajeron de regreso a Hard Rock,
Esposado y con cadenas, fue soltado,
como un semental recién castrado, para probar su nuevo estatus.
Y todos esperamos y observábamos, como un rebaño de ovejas,
Para ver si la NOTICIA era cierta.
A medida que esperamos nos envolvimos en la capa
De sus hazañas: “hombre, la última vez, necesitaron ocho
Guardias para ponerlo en el Hoyo”, “Sí, ¿te acuerdas cuando
Golpeó al capitán con la bandeja de la cena?”, “Puso
El récord de tiempo en el Hoyo, ¡67 días seguidos!”
“Viejo Hard Rock, hombre, ese es un negro demente”
Y después, la joya del mito de que Hard Rock una vez había agarrado del pulgar
A un guardia envenenándolo con saliva sifilítica.
La prueba llegó, ver si Hard Rock estaba realmente amansado.
Un lugareño lo llamó negro hijo de puta
Y no perdió sus dientes, un guardia que conocía al Hard Rock
Desde antes lo sacudió y le ladró en la cara.
Y Hard rock no hizo nada. Sólo sonrió y parecía tonto,
Sus ojos vacíos como nudos de madera en una cerca.
E incluso después de que descubrimos que a Hard Rock le tomó
Exactamente 3 minutos decirte su primer nombre,
Nos dijimos que él había acabado de hablar,
Era genial; pero no pudimos engañarnos por mucho tiempo,
Y nos alejamos, nuestros ojos hacia el suelo. Abatidos.
El había sido nuestro Destructor, el hacedor de las cosas
Soñamos hacerlo, pero no pudimos hacerlo,
El miedo de los años, como un látigo mordaz,
Había cortado profundas hendiduras
A través de nuestras espaldas.
La salida del sol
Y si sale el sol,
¿cómo lo saludaremos?
Gwen Brooks
Salió el sol, señorita Brooks,
Después de todos los años de noche
Salió escupiendo fuego de sus labios.
Y volteamos –echamos todo a perder.
Parece que nuestros oídos no estuvieran preparados
Para el martilleo feroz.
Y ahora el Sol se ha ido, ha sangrado rojo,
Llorando tras las montañas.De nuevo surgen las sombras de la noche.
Pero bajo el plácido rostro una tormenta ruge.
Los rayos del Rojo han perforado la profundidad, han golpeado
El núcleo. No podemos dormir.
Las sombras cantan: Malcom, Malcom, Malcom.
La oscuridad no es como antes.
Salió el Sol, señorita Brooks.
Y echamos todo a perder.
Creo.
(Aunque ninguna visión visitó mi celda)
¿Apología para la apostasía?
Suaves canciones, como pájaros, mueren en el aire envenenado
Así que ahora mi canción no puede ser dulce.
El enojo roe el roble y el olmo; las rosas son raras,
Pocas veces vistas a través de la ciega desesperación.
Y mi murmullo no puede ser oído
Por encima del barullo y el maldita sea. La noche está llena
De pendejos y bastardos; ninguna luna o estrellas
Iluminan el cielo. Y mi dulce se aplazó
Hasta el tiempo de paz, cuando mi voz sea luz,
Como abajo, flotando en el aire; entonces seré
El canto de las playas, blanco en el mágico sol,
Y de lunas y doncellas a media noche.
Poemas esenciales
Etheridge Knight
Traducción de Juan José Vélez Otero
Valparaíso, 2019
148 páginas
14€
Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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