Calendario (33)
Historias tristes esta noche
/por Avelino Fierro/
Claro que puedo contarte historias tristes esta noche. En la ciudad, cuando acaba de morirse la luz grisácea, de perla falsa, y antes de que se enciendan todas las farolas, hay un tiempo detenido. Es entonces cuando pueden oírse esos susurros tenues, débiles luciérnagas del habla. No en todos los lugares tendremos señal ni cobertura, y eso son caprichos o casualidades que todavía no comprendo. Al doblar una esquina aquí, cerca de casa, sucede a veces. Y en la explanada frente a la iglesia catedral. Flotan allí las conciencias de los mayores, de los que no abandonarán ya —por no sentirse desvalidos— el deseo de trascendencia; los que siguen agarrados a los grandes relatos del romanticismo. Estos que te digo son los más fecundos. Estos y, extrañamente, algunos callados que pueden llevar dentro de sí innumerables, múltiples voces. De vez en cuando bullen y puedes verlas temblando en su garganta. Tan llenos hasta el borde que a veces rebosan. De todo ello hay que hacer acopio; de todo eso que ha quedado como smog en el aire. Voces, pensamientos vivos, desdichas o deseos incumplidos. O torpezas, como mirar por la ventana todavía con el pelo mojado, y pedirle al día que comienza —de madrugada, cuando la luz, ya te dije, es parca— menos crueldades, unas migajas de compañía. Sin musitar siquiera, sin encender —para hablar— los músculos de la garganta. «Acompáñame entre la niebla, cuando mis manos quieren ir hasta los ojos que lloran como a un abrevadero para beber y beber». Voy sintiendo y anotando, pues, todos esos tanteos y la mayoría de las palabras. Algunas caerán luego en tierra fértil; aquella que allí ves está subiendo alto en la noche, sin despedirse, como el globo que se escapa de las manos de un niño; hay también muchas preguntas sin respuesta, y esas habrá en su mayoría que desecharlas; otras son las que ahora te susurro, casi todas tristes, agonizantes, que resbalarán por tus mejillas como lágrimas. O puede que alguna se duerma y reviente bien entrada la noche; terca, germine y se abra en tus labios como una flor de papel.
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