Mirar al retrovisor

Bismarck y la estupidez de apoyar la sanidad pública

Joan Santacana escribe sobre el valor de la sanidad pública.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /

La pandemia que azota hoy el país y una gran parte del mundo me ha llevado a reflexionar sobre el concepto de sanidad pública. Se cuenta que fue el canciller Bismarck quien entre 1883 y 1884 adoptó para el Imperio alemán, por primera vez en la historia, un programa de seguridad social para la vejez, combinado con uno de indemnizaciones a los trabajadores en caso de enfermedad. El viejo canciller alemán, que arrojó al socialismo alemán a la clandestinidad, trataba de persuadir con esta medida a los trabajadores para confiar en él y en el Imperio más que en Marx y en el socialismo. Decía que «nuestros amigos demócratas [para él esta palabra era casi un insulto] van a gritar en vano cuando los trabajadores vean que los los principes y el Imperio se interesan por su bienestar», y lo cierto es que tuvo razón. Sus motivos eran apuntalar el Imperio, el Segundo Reich, contra la revolución que creía próxima, pero el resultado fue que se adelantó en muchos años a países democráticos como Inglaterra o Francia. Así de compleja resulta la historia, donde, con frecuencia, nada es lo que parece. Hoy, nuestros partidos conservadores no tienen como modelo a Bismarck; pero su empeño, a juzgar por sus obras, parece ser precisamente todo lo contrario: privatizarla y desmontarla. El tema es, pues, importante; y merece alguna reflexión.

Un amigo mío —que lo es desde hace muchos años—, hoy catedrático de Universidad, que trabajó durante unos meses en la Universidad de Chicago, en un país sin sistema sanitario público en donde todo depende de las aseguradoras privadas, me comentó que su estancia en aquella prestigiosa universidad fue suficiente para saber de primera mano lo que significaba para la salud aquella situación. Explicaba cómo muchos jóvenes estudiantes, para ahorrar, no tenían cobertura sanitaria de ningún tipo: simplemente confiaban en que eran jóvenes, sanos y fuertes, con la esperanza de no caer enfermos. Mientras tanto, se iban endeudando para pagar los estudios, abonando matriculas de muchos miles de dólares. El costo medio de matrículas y tarifas, sin considerar vivienda, alimentación y transporte, es de cerca de veintiséis mil dólares anuales. Ni que decir tiene que el drama se consumaba cuando aparecía una enfermedad grave, como un cáncer o un coma diabético y no podían pagar los medicamentos. El comentario de mi colega se puede completar con informaciones bien contrastadas, publicadas por Bloomberg en mayo del año pasado, según las cuales, la deuda de los estudiantes en Estados Unidos asciende a la astronómica deuda de 1,6 billones de dólares. Uno de cada 15 estudiantes que ha recibido préstamos ha considerado la posibilidad de suicidarse. Según otras informaciones periodísticas, hay más de 45 millones de estudiantes con prestamos universitarios y la morosidad aumenta. Hay estudiantes que no saldarán los préstamos recibidos hasta los cincuenta o sesenta años. ¿Imaginan que alguno de estos jóvenes tuviera una enfermedad grave? ¿Qué puede hacer; cómo podría afrontar esta emergencia? Ésta es la cuestión. La respuesta es el gran número de suicidios que hay en Estados Unidos por este motivo.

La culpa de esta situación la suele tener en Estados Unidos el lobby de la industria médica, que es el grupo que más dinero destina para hacer presión contra un sistema público de sanidad. Sólo en 2017 gastaron 1.575,4 millones de dólares para hacerla y desinformar a los ciudadanos sobre el tema.

Nosotros, en nuestro país como en la mayor parte de Europa Occidental, no podemos comprender fácilmente este problema dado que, de momento, no lo tenemos. Y no me refiero al problema de los préstamos, que ya de por sí es grave, sino al de la inexistencia de sanidad pública. En nuestro país, el Sistema Nacional de Salud fue creado a principios del siglo XX, en 1908, y desde entonces fue creciendo hasta 1989, año en que se completó. No es éste el lugar para hablar de este despliegue del sistema sanitario público, sino simplemente de reflexionar sobre lo que podrían significar los intentos de desmantelamiento que algunos líderes políticos pretenden realizar.

En este sentido, a pesar de la insuficiente financiación que tiene en España la sanidad pública, el sistema que tenemos todavía es robusto. Y ello sabiendo que, normalmente, la reducción del déficit público del Estado se suele hacer reduciendo el gasto, lo que en su mayor parte afecta a la salud y a la educación, los dos pilares del Estado del bienestar. Bismarck, hoy, estaría seguramente maravillado de ver cómo líderes políticos conservadores, como lo era él mismo, luchan con todas las armas a su alcance para destruir la sanidad pública y consiguen que masas inmensas de gente, personas pobres, clases medias empobrecidas, emigrantes e incluso jóvenes, les voten. Seguramente pensaría: «¡Qué estúpido fui! ¡Bastaba con manipular la información!».

[EN PORTADA] Otto von Bismarck tratando de matar al socialismo con amabilidad combinando la reforma social con la supresión de los partidos socialistas; viñeta de de 1884.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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