L epístolas a un perro et IV derrotas

Ya te vale

Quinta entrega de las epístolas a un perro de José Manuel Sariego.

/ L epístolas a un perro et V derrotas / José Manuel Sariego /

Te contaré que antes de cumplir el año te daban venadas, frecuentes ventoleras. Manifestabas, con excesiva y molesta asiduidad, un genio inestable, voltario. Algo cambiaste, sin duda, al transcurso de tus primeros doce meses de gracia, porque estabas como un cencerro, como una chota montaraz, como una cabra loca. De atar, vaya.

Durante aquellos lances desvariados, me aruñabas dedos, manos, muñecas, antebrazos, me mordiscabas los puños, los metías enteros en la boca, lacerados, con el ansia del bebé de encías reventonas, magentas, doloridas. Si me repantingaba en el sillón sin orejas de la salita, dispuesto a leer un rato, me plantabas las zarpas en el pecho, manoteabas las hojas del periódico, pegabas zarpadas en los libros. A fuerza de desbrazarme, escondía las manos a un lado y al otro del sillón desorejado. Entonces emitías varios ladridos como reivindicando un derecho que no te asistía de ninguna de las maneras. Mira que soy paciente, pero me irritabas: «Bilbo, tío, ya te vale, ¡déjame en paz!».

Con la intención de distraerte, tiraba lejos una zapatilla ya desbaratada por culpa de tus muchas mordeduras. Ni por esas. La buscabas a la carrera y, al punto, la depositabas en mi regazo con aires de provocación, ademanes retadores. No quedaba otra que agarrarte fuerte el pellejo del cerviguillo y sujetarte contra el suelo, como recomendaba el adiestrador de perros de la tele que había que proceder para serenarte, para dominarte. Con el pestorejo apretado, te mantenía inmóvil durante unos minutos. Al soltarte, te levantabas de inmediato, impelías un par de sacudidas a tu cuerpo serrano y decidías tumbarte en el sofá. Hasta que te brotaba otra de aquellas chifladuras que, afortunadamente, ya no padeces. Cambiaste bastante, la verdad.

De aquella, apenas despegabas la cara del suelo. Focicabas, focicabas a la busca y rebusca de cualquier cosa que echarte al coleto, insaciable, bulímico: una piña reseca, una servilleta de papel, una pinza de la ropa, una cerilla, un trozo de plástico, migas de pan, mondas de naranjas, yerbajos, palitroques… hasta un calcetín, que regurgitaste de madrugada, engulliste una tarde delante de nuestras narices pasmadas, impotentes.

Alzabas la vista tras el vuelo rasante del pájaro o la fijabas en la rama del árbol si allí posaba. Enhestabas la cabeza para calibrar el salto hacia el puño cerrado en alto que escondía una chuchería. Te erguías todo entero sobre las patas traseras, prorrumpías en corvetas hasta espantar el pétalo azul adherido a la punta de tu nariz. Estirabas el morro en persecución de la mosca estúpida que chocaba, persistente, contra los cristales de las ventanas de casa. Elevabas la mirada al cielo en contadas ocasiones a la luz del día. En cambio, un bledo te interesaba la luna. En esto del candoroso embelesamiento con la luna en absoluto te parecías —tampoco ahora— a esos poetas delicados. En nada se alteró, por lo que observo, ese menosprecio tuyo a la luna lunera y cascabelera que tiene la cena debajo de la cama. Tus manifestaciones a ladrido pelado, a ladradura en grito pretendían —y pretenden— denunciar a cada poco tanta platera melifluidad, tanta polla en verso: ¡qué luna ni qué niño muerto!, ¡qué carajo eso de beberse estrellas en un cubo de agua!, ¡qué coño esotro de distracciones entre altos girasoles!, ¡qué de tejadillos húmedos!, ¡qué de blanduras de septiembre!, ¡qué del dormitar del campo lejano!, ¡qué asco el olor a vainilla de los heliotropos!, ¡qué halitosis la de los pinos!, ¡qué zarandaja, qué sin sustancia escribir que una gran nube negra puso una luna sobre la colina, como una gigantesca gallina que hubiese puesto un huevo de oro!


José Manuel Sariego Martínez (Santibáñez de la Peña, Palencia, 1954), más conocido por su dedicación a las tareas políticas como concejal, diputado regional y dirigente del partido socialista gijonés, ha publicado dos libros en los que se entremezclan reflexiones y comentarios derivados de aquella actividad junto a textos más intimistas: La ciudad y la memoria que se me escurren entre los pliegues de la rutina (La Productora, 2004) y Desusado estuche de mi memoria (Trea, 2013). En 2015 publicó en Trea su primera, decidida, neta incursión en los inabarcables territorios de la república literaria: Los reinos tristes de Acilina.

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