La imagen enferma del recuerdo

Un texto de Miguel Antón Moreno sobre el recuerdo como síntoma de agotamiento.

/ por Miguel Antón Moreno /

En este momento de forzosa quietud para tantos, donde la tranquilidad se ha disociado de la calma como en un impensable divorcio, ¿nos sirven de algo todos esos objetos coleccionados a lo largo de los años fruto de la acumulación compulsiva? Recopilo en mi retina los salones en los que he estado y vuelvo a ver todos esos trastos horteras que cubren abigarradamente las paredes, las mesas y las estanterías, en las que no queda libre un centímetro, haciendo de los hogares horribles casas-museo de un Barroco distópico. Los libros se han fosilizado al formar parte del mobiliario, defendidos todos ellos por una infantería de fotografías y retratos de hijos, sobrinos, nietos, primos y, lo que es peor, hasta de uno mismo cuando tenía pelo. A nadie se le ocurre retirar una de esas caras para acceder a un volumen porque parece que ante esa falta de consideración, que significaría dejar de acordarse de ellas por un momento, podrían maldecirnos o saltar y mordernos. Con los años los libros se convierten en muebles con más polvo que letras. Si dentro de un tomo hay o no algo escrito nunca lo sabremos, pero lo que importa es que quedan bonitos y además, supuestamente, guardan historias y recuerdos.

Todos somos en mayor o menor medida un poco Diógenes, porque acumular compulsivamente es uno de los síntomas de ese mal que padecemos al compartir un sistema de vida enfermo. A veces una mudanza, que funciona como diálisis, desvela esa compulsión congénita, obligándonos a filtrar el número de residuos bajo los que intenta palpitar inútilmente el recuerdo dentro de cajas de cartón. Entonces el recuerdo es demasiado pesado para nuestras espaldas lumbálgicas y acaba en el vertedero. Claro que la sobrecarga renal la van gestionando día a día los estoicos mares y los diligentes camiones de basura. También los perfiles en redes son las cañerías por las que circula a velocidad meteórica nuestra diarrea mental, para la que parece no haber astringente que frene esa necesidad de almacenar recuerdos, que son el laxante por excelencia. Acumular perfiles en una pantalla va alimentando al monstruo mitológico que nos devora lentamente. La mitología es ese conjunto de historias fantásticas (la memoria siempre lo es) con capacidad de explicar los elementos que componen el mundo. Nos permite dibujar una cosmovisión en clave interpretativa, atendiendo al origen y al desarrollo de los acontecimientos y apuntando hacia la predicción, todo ello con un lenguaje propio. Nuestra mitología la sustentan recuerdos fugaces que, al contrario que Ítaca, no perduran en nuestra memoria. La de ayer ya no sirve para hoy y la de hoy no servirá mañana. En esta lógica del mito efímero se antepone el recuerdo a la experiencia, porque esta no se puede abrazar ni retener, y de aquí que invirtamos los términos y practiquemos la experiencia del recuerdo. Cualquier cosa se nos hace insuficiente porque todo es aparente e irreal. Y en esta mitología de lo efímero y la acumulación compulsiva ocurre que, en asombrosa paradoja, se impone al mismo tiempo el usar y tirar. Botellas, bolsas, cubiertos, guantes, mascarillas, cuchillas de afeitar y cualquier cosa que no alimente al voraz monstruo mitológico. ¿Hay algo más absurdamente actual que pasear por los museos con una cámara de fotos? Por favor, decidme qué sentido tiene fotografiar cuadros y fotografías, que es como enfrentar dos espejos. O llevar al límite la resistencia de nuestros deltoides para grabar con el móvil un concierto, y tener así un espejismo de dos horas de duración. ¿Es que compartimos entre todos una misma vocación perdida que nos convierte en directores frustrados? La cuestión es atraparlo todo. ¿Pero qué pasará cuando descubramos que el recuerdo tampoco es duradero?

La compulsión paradójica que nos incita a guardar para desechar, a poseer recuerdos para olvidarlos al instante, nos convierte en asmáticos que abren la boca hasta romperse la mandíbula al tratar de meter aire donde sencillamente ya no puede entrar más. Parece como si en el horizonte se intuyera el último estertor. La lista de síntomas son muestra del agotamiento de un sistema de vida que fue construido para ser infinito, en un mundo de recursos escasos, tremendamente limitado. Hay tal incompatibilidad en los primeros principios sobre los que hemos ido edificando nuestras sociedades que hasta sorprende que hayamos podido llegar hasta aquí. Aunque bien es cierto que doscientos y pico años, desde el inicio de la revolución industrial, son menos que un parpadeo en la historia de la Tierra. La absoluta ineficiencia intrínseca a nuestro sistema de vida se corrige con dosis de eficiencia que la hacen todavía más ineficiente. Así lo demuestra la paradoja de Jevons, que explica el incremento de recursos utilizados en un proceso tecnológico cuando aumenta su eficiencia, en tanto que incentiva aún más el uso de esa tecnología. Más información, más noticias, más fotos, más comida, más transportes, más recuerdos, menos vida.

La colección compulsiva de recuerdos responde por lo tanto a una sensación de agonía, fruto del patente agotamiento que estamos a punto de alcanzar. Se nos agota el tiempo, los recursos y con ellos el recuerdo, porque entonces ya no quedará nada. Hasta ahora hemos jugado en una simulación que aunque parecía inacabable está llegando a la última pantalla. Quizá el monstruo final sea la omnímoda criatura mitológica a la que hemos ido cebando, que se nos aparecerá frente al espejo en una sala vaciada, recordándonos (como también hizo Stevenson con su particular engendro) que lo único inagotable es el asombro ante nosotros mismos.

—Este espejo ha visto algunas cosas extrañas, señor —susurró Poole.

—Y seguro que ninguna tan extraña como él mismo.

(El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Robert Louis Stevenson).

[EN PORTADA: Saudade, de José Ferraz de Almeida Júnior, 1899, detalle]


Miguel Antón Moreno (Madrid, 1995) es estudiante del doble grado en filosofía e historia, ciencias de la música y tecnología musical en la Universidad Autónoma de Madrid, escritor y músico.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

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