Con las antenas puestas (lenguaje y comunicación política)

Escribe Pedro Luis Menéndez sobre dos modos de lenguaje que, en su opinión, no son los adecuados para comunicar problemas relacionados con la salud: el lenguaje científico y el militar.

/ De rerum natura / Pedro Luis Menéndez /

Mis padres no tienen Internet. Ven los informativos de televisión y reciben en su casa y leen diariamente un periódico regional. Tal vez por esas circunstancias, cuando hablo con ellos por teléfono, no los encuentro tan asustados como podría pensarse, dada su edad. Dicho de otro modo, no entran en modo pánico como parecen hacer de continuo muchos usuarios de las redes sociales. O quizás el modo pánico guarda relación con la manera que cada uno tiene de pensar la vida. Es posible.

Pero también es posible que entiendan poco, al menos de lo que escuchan por televisión, porque su idioma ya no es el nuestro. O al revés, el nuestro ya no es el suyo. El 4 de abril, el presidente del Gobierno, en su comparecencia televisada, señaló que una de sus obligaciones, las del Gobierno, era estar «con las antenas puestas» ante las necesidades de la ciudadanía. Estoy seguro de que mis padres no entendieron esa expresión. Y como esa, muchas otras que escuchamos y leemos cada día a propósito tanto de la pandemia como del estado de confinamiento en que nos encontramos.

Tampoco los niños entienden ni una palabra, pero esos no le importan a nadie. No es una ironía, ni una broma de mal gusto en este momento: es la realidad. El mundo adulto discrimina constantemente en el uso del lenguaje a todos aquellos que no utilicen el registro estandarizado del propio mundo adulto, y en especial a niños y ancianos. La razón es evidente: no pertenecen al sector productivo, así que se quedan fuera de la comprensión de los mensajes que este sector emite. Como no somos monstruos, los cuidamos, a los unos y a los otros, por distintos motivos, y les damos nuestro amor, nuestro cariño, incluso desplegamos con ellos modos de afecto superiores a los que en el propio mundo adulto mostramos, sobre todo públicamente, pero cuando hablamos los dejamos fuera y en muchas ocasiones no nos entienden. Sin embargo, como todos sabemos, abuelos y nietos se entienden estupendamente entre ellos.

Esto es debido sobre todo al uso de dos modos de lenguaje que, en mi opinión, no son los adecuados para comunicar problemas relacionados con la salud o con las enfermedades, y que se han implantado de tal modo en el uso común que veo difícil que sean desplazados por otros, sobremanera si casi nadie reflexiona sobre ello: el lenguaje científico y el lenguaje militar. Con respecto al primero de ellos, supongo que todos tenemos la experiencia de recibir comunicaciones, diagnósticos, pautas por parte del personal sanitario en el centro de salud o en un hospital y no entender ni la mitad de lo que nos están diciendo, y en consecuencia tener que pedir aclaraciones, explicaciones del sentido de lo dicho, y acabar por irnos a veces con la sensación de no haberlo comprendido todo bien. En el caso de los ancianos, esto se agrava de modo considerable, porque en muchas ocasiones no entienden prácticamente nada de los que se les ha dicho (por supuesto, ocurre también en otros sectores, como en las relaciones con la hacienda pública, que se solucionan a través de asesorías públicas o privadas).

Es abundante el personal médico y también de enfermería que, al sentir que no son entendidos, repiten varias veces el mismo mensaje con los mismos términos, pensando así que con la repetición será comprendido, o, lo que es peor, inician un modo de traducción que parece pensado para bobos o para niños, infantilizado y amable, que termina por no comunicar nada tampoco. A nadie se le ocurre pensar que la solución está en emplear el castellano común, pero el problema parte de que ese castellano (o catalán o gallego o euskera o asturiano) se ha empobrecido de tal modo que ya no permite un uso conveniente. En otras palabras, tenemos tan poco vocabulario en nuestro propio idioma que nos obliga a acudir a tecnicismos y modos de expresión propios de especialistas y no del hablante común. Ya sé que esto ocurre también en el taller al que llevamos el coche o en el empaquetado de los productos de alimentación, pero esto me hace insistir aún más en la idea: hemos abandonado los usos comunes de la lengua y añadido una pátina técnica y científica con la que creemos darnos (y darle a la propia lengua) más prestigio profesional y social. El efecto es justamente el contrario: la comunicación real es cada vez más difícil y deja también cada vez a más gente fuera de ella.

Y en este punto, y en relación con la salud, es donde aparece el lenguaje épico militar como un posible facilitador de la difusión y comprensión de mensajes dirigidos a la ciudadanía. Lleva décadas haciéndolo el mundo del deporte; es el lenguaje de los cronistas deportivos, que ahora se ha trasplantado al mundo sanitario: victoria, derrota, combate, todos a una, resistiremos, etcétera. El espectáculo deportivo, como buen sustituto de las pulsiones guerreras, encaja bien con este léxico, como encajan las banderas, los colores del equipo, los himnos y toda esa parafernalia que da así empaque a lo que, sin ello, resultaría mucho menos vendible (que es de lo que se trata).

Por parte de gente con seguridad bien intencionada, todo esto comenzó en las campañas de la lucha contra el cáncer. Lemas y expresiones combativas y épicas se repiten en mensajes, carteles, campañas de asociaciones y demás. Esta idea del ser humano contemporáneo que parece luchar contra la propia idea de la muerte me parece atroz, y me parece también que está causando un daño que aún no somos capaces de medir. Ante una enfermedad grave, no se lucha contra la muerte, se lucha por la vida. Parece lo mismo, pero no lo es, y por ello, estamos educando generaciones que no querrán entender (ya no lo hacen) que lo que llamamos muerte es parte del ciclo biológico de todo el universo, es parte de nosotros mismos. Olvidar esto es olvidar el propio sentido de la vida. Y así, quien no vence al cáncer se siente derrotado, cuando no hay tal derrota porque nunca hubo una guerra. Luchar contra una enfermedad no es una guerra.

Hace un par de semanas, una historiadora asturiana que trabaja también en distintos medios de comunicación —en concreto, Arantza Margolles— mostraba su preocupación por cómo ese lenguaje militar podía ser recibido por esa población anciana que escucha los informativos: «Qué de más me resultan las arengas y las metáforas militares en una crisis de la que solo nos va a sacar la ciencia y la responsabilidad del pueblo. Qué de sobra». Y ante mi respuesta de que se estaba empleando un lenguaje épico propio de entrenadores deportivos, respondía

«Claro. Pero el lenguaje deportivo, como en el militar, se usa para dirigirse a deportistas y a militares que lo saben descodificar. Puede que haya cierto porcentaje de la población para el que resulte efectivo, pero en otra mucha gente lo que se genera es terror —mi abuela, sin ir más lejos— o desinformación. Y ambos extremos son perniciosos para el cumplimiento correcto de las medidas impuestas. No sé. Quizás estemos ante una oportunidad única para enseñar a esta sociedad nuestra la importancia de fiarse de los datos objetivos, sin que medien metáforas en la información».

Como está tan bien dicho, no tengo más que añadir. O sí: que pensemos en ello.


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016), la novela Más allá hay dragones (2016), y el libro de prosas cortas Postales desde el balcón (2018). Recientemente ha dado a la luz en Trea el libro de poemas La vida menguante (2019). Desde 2017 mantiene una sección semanal sobre poesía y cuentos en el programa La buena tarde de la Radio del Principado de Asturias.

PD Hoy mismo, en la prensa, la portavoz del principal partido en la oposición, acusa al gobierno de tomar “decisiones letales para la vida de los españoles”. Esto se llama lenguaje incendiario. Cualquiera sabe que los incendios son muy fáciles de provocar y muy difíciles de extinguir.

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