Diarios de cuarentena

Pandémica, terrestre, infernal (1)

EL CUADERNO inicia hoy, con la primera entrega, una antología de poesía en la que varios autores intentan atrapar diferentes formas de mirar al mal, al miedo, al desasosiego y a la incertidumbre que ha generado la epidemia de 2020.

«Ya veo la luz». Son las últimas palabras que Antonio Ranieri pone en boca de su amigo Giacomo Leopardi, Fue en junio de 1837 y en Nápoles, una de las ciudades más castigadas por la epidemia del Ottocento. Persiste el misterio sobre si la peste fue responsable de la muerte del poeta de Recanati, pero esa postrera expresión atesora el anhelo de toda escritura poética que se asoma a los abismos y sus interminables preguntas. Casi dos siglos después, el ser humano se enfrenta a los ciegos males leopardianos con el mismo latido, con idéntico estado emocional e intelectual pese a tantos supuestos progresos. EL CUADERNO ha reunido los textos de un grupo de autores que desde sus cárceles de la cuarentena han descendido a los infiernos de la pandemia para atisbar la tragedia, pero también la luz, de i nostri tramonti. Durante los próximos días se publicarán por entregas una selección de poemas que nos interrogan sobre los distintos rostros de la condición humana y de sus fatalidades.

José Luis GARCÍA MARTÍN (Aldeanueva del Camino, 1950)

Revelación

El reloj del día de pronto se detiene.
¿Era esto la soñada eternidad?
Un aleteo de cuervos en una estampa antigua,
el aire quieto entre los chopos
y las aguas del río
inmóvil que nos lleva hacia el origen.
Escapan todas las palabras
y se posan de golpe
en un diccionario sin páginas.
Solo el dolor sigue su curso,
solo el remordimiento
y el no ser que todo lo devora.
Entre cipreses y palmeras,
las luces encendidas
de una casa sin nadie.
«Esto es lo que hay
tras la muerte», me dije.
Pero era la vida, solo ella,
que de pronto se dejaba ver
en toda su desnuda
verdad.

Muerte y vida, de Gustav Klimt (1915)

Fernando MENÉNDEZ (Mieres del Camín, 1953)

Epígrafes del confinamiento en la Campa Torres

Epígrafe 1 (Una piedra en un mato de maleza)

En este tiempo,
de sombras confinadas,
capitalistas y fascistas
nos dejan la soledad del cansancio.
Y, mi Dios, como siempre, sin aparecer.

Epígrafe 2 (En una fosa de tierra)

Cuando me leas,
del musgo de la roca,
quedarán mis palabras
libres de la memoria.
Cuando me leas,
ya no estarás conmigo,
sino con tu tristeza
de ser una fugaz ausencia.

Epígrafe 3 (Sobre una losa de pizarra)

Fuiste una pobre luz
de las mentiras
y soledades,
un tenue sueño
a bajo coste
de prestamistas.

Epígrafe 4 (Un pilón romano)

Yo, Marcela, de Gigia,
esclava de un tribuno:
buscaré la belleza
de un faro
desvelando mi soledad
de sueño amazona.

Epígrafe 5 (Una estaca de una valla)

En la vida de cada fascista,
se esconde una moral de débiles
con otra moral tintes
de superhombres.

Epígrafe 6 (En una lucerna romana)

Mi nombre es Criso
de Noega,
de origen celta,
esclavo
no libre,
un transeúnte
al sueño eterno
de los espartaquistas.

El campo maldito (esclavos ejecutados), de Fyodor Bronnikov (1878)

Antonio MANILLA (León, 1967)

En el crematorio

¿Qué soñaría, si pudiera, un virus?

¿Con alzarse de un cuerpo
y ascender por el aire, transustanciado en humo,
hasta el alto dominio de las águilas?

¿Con no perder la vida en el intento
y caer con la lluvia
sobre millones de hombres descuidados?                 
¿Con asperjar su césped
y sus cultivos? ¿Con llegar al agua
que es el principio de la vida?                                             

Mas los virus no sueñan con imperios,
son egoístas y pragmáticos.
Si pudieran soñar, lo harían con
no precisar un residente:
una existencia desprendida
y sin cadenas terrenales.

Con ser un alma.

Retrato del virus del zika, de David Goodsell

José Luis GÓMEZ TORÉ (Madrid, 1973)

Los primeros días

Los primeros días
no podía escuchar música.
Luego algo fue cambiando:
una culpa más dulce,
ese olor en el aire,
la costumbre,
que miente.

Recordaré los pájaros.

¿Recordarás
quién perturbó los números,
las manchas del adiós,
el odio y la ternura,
quién abrió una ventana,
esa mano tendida
para quién?

Adiós, de Alfred Guillou (1892)

Rosario NEIRA (Oviedo-Uviéu, 1973)

Primavera pequeña

Hoy, la primavera
llega también a tu ventana;

la proclaman las voces de los pájaros,
el tenue, delicado desplegarse de los  pétalos,
el júbilo de los geranios en flor,
las incipientes hortensias
—ignorantes de los muertos humanos—.

Y esta brisa,
rumor o cántico,
que se cuela en el encierro de tus días,
pálido eco de campos que imaginas

allá afuera,
tan lejos,
abiertos como alas bajo el inmenso cielo.

Geranio, de Nataliya Tretyakova (2017)

Pelayo PUENTE MÁRQUEZ (Oviedo-Uviéu, 1995)

Vigilia

Y al pobre ruiseñor que canta alegre
queriendo proclamar que ya es por mayo
y es hora de salir a pasear
la ociosidad por penas más gozosas,
qué triste se le oye y qué cansado,
qué frío hará en su alada soledad.
No sabe que en mi celda yo lo escucho
y que esta oscuridad de luna y noche
que siempre nos reunió para llorar
es hoy rincón de calma y de rutina,
la más gentil y amante claridad.

Si ese ruiseñor no canta, de Kristin Llamas

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