/ por Josemanuel Ferrández Verdú /
Fotos noruegas (1-8-19)
Una semana en Noruega es demasiado hasta para un vikingo.
Comen boniato riquísimo y tomate seco asado inexplicable.
Comen pescado a diario y las fiestas las celebran comiendo pescado.
Los pierde su honradez.
En el tranvía blandíamos billetes y el conductor nos quiere decir que él no puede cobrar.
Pero por gestos le damos a entender que no comprendemos, insistiendo y metiéndole los billetes por la boca.
Nos ruega que pasemos sin pagar y ya nos cobrará otro día, cuando venga de vacaciones a España fecunda.
Hay tan pocos policías y van tan de paisano que nadie ha visto nunca ninguno.
Son una leyenda para turistas.
Solo multan por no cruzar la calle utilizando los pasos de cebra o de cabra, estos últimos con pedruscos incorporados.
Los noruegos nunca cruzan la calle.
Y los turistas solo cruzan por los lugares prohibidos que ponen los ayuntamientos para tentar a los inmigrantes y poder así expatriados por motivos humanitarios.
No saben evitar poner en los menús pinchitos de ballena, pero entre paréntesis ruegan que no se pidan.
Sí algún despistado o desaprensivo lo hace, el negocio se cierra automáticamente al intentar sacar de la cocina el mondadientes con la ballena pinchada y la guindilla y la oliva.
Todo el establecimiento se viene abajo y se hunde el edificio.
Aquí la basura la echan en agujeros que dan a Suecia, que la compra como combustible.
Las familias guardan la caca y la venden al estado para abono, y ganan buena pastarda.
Por eso tienen muchos hijos.
Entre todos pueden mantenerse solo comiendo mucho y obrando mucho.
Luego depositan sus deposiciones en los bancos públicos, que gestionan la inversión con escrúpulos luteranos.
Es el futuro.
Cuando se les acabe el petróleo, les quedará la caca.
He hallado en el corazón de este pueblo de marineros y pescadores algunas fotos.
Sus cementerios son lo más bello que tienen y los mejores del mundo.
Los exportan a todas partes.
Hay días en que no se come salmón, pero lo hacen a hurtadillas.
Pronto moveré el cuerpo hacia el sur.
¿No son al fin y al cabo los planetas la caca de las estrellas?
La estatua de Ibsen en Bergen es la más horrible estatua de todos los tiempos.
La cabaña donde estuvo Wittgenstein en Bergen posee la misma estructura lógica que su famoso Tractoratus.
Libro con el que modificó sustancialmente la estructura lógica del cultivo del nabo existencialista irlandés.
Aquí la gente va por la calle sin darse cuenta y sin darle importancia-
Aquí también es costumbre morirse una vez terminada la vida, pero no antes: son personas tranquilas que ignoran la prisa.
Muchos se suicidan, pero es por puro aburrimiento.
Las piedras en Noruega siempre son hermosas.
Limadas por cascadas creadoras que las han dejado ahí como un regalo del destino.
Aman la navegación a vela como en España, que amamos la navegación a dos velas, una a dios y otra al diablo.
Aquí está prohibido beber cerveza en la calle para evitar que la gente se embrutezca y comience a hacer cosas prohibidas como beber cerveza en la calle.
Pero hay mucho alcoholismo debido a la gran afición que desde siempre han tenido los noruegos hacia todas las cosas que terminan por oholismo, como alcoholismo y bucoholismo.
Por eso Ibsen buscó algo bucólico como Peer Gynt, para que poco a poco todo el mundo se diera cuenta de lo buen muchacho que era el tal que no se conformaba con ninguna, un don Juan de madera más madera.
Cosas que no se entienden.
Los noruegos aman a Noruega como si fuera su propio país.
Tal vez la coincidencia de nombres los ha llevado a esa idea.
O bien la consideran su propio país porque la aman tanto o más.
El caso es que por las tardes les suele doler la cabeza de tanto amarla.
Y solo dejan ir a su país a personas solventes en el tema de cruzar calles.
Como averigüen que no tienes gran interés por cruzar la calle, te acusan de no amar su país y de ser poco o nada noruego, gran paradoja.
A veces se aburren y entonces van y se divierten, con lo cual dejan automáticamente de aburrirse.
El Estado se preocupa de que se aburran y para ello les paga mensualmente una determinada cantidad de dinero, tal y como dejó Eric el rojo escrito en su testamento.
Harald Hardrada, rey, fue a Kiev, donde se enteró de que quería ser rey de Noruega.
De modo que regresó.
Cuando llegas allí y ves que hay los coches justos, ni uno más ni uno menos, empiezas a sospechar que algo anda mal en ese país.
La pericia que muestran los noruegos para no comprar coches también se nota a la hora de suicidarse.
Cómo va a disfrutar de la vida alguien que solo tiene un coche o ninguno.
A veces estás hablando con un noruego y de pronto ves que pierde interés en la conversación, se amarga la vida un poco y se tumba en el suelo en actitud suicida.
Para evitar que se suiciden demasiado, el Gobierno ha puesto a disposición de los ciudadanos un manual titulado 57 maneras de no suicidarse.
Una de ellas consiste en comprarse un coche con siete ruedas arriba y otras siete abajo, y según el Gobierno esta es una buena medida para evitar suicidios, ya que unos sicólogos conductistas averiguaron que ningún suicida tenía un coche de esas características.
Es su gran habilidad.
En Oslo les dije a los indígenas, indignados porque el sol tardaba en ponerse.
—Os lo dije.
Todo el mundo deseaba subir al púlpito que es una roca situada a 650 metros, desde donde se ve un fiordo.
Y allá que se fueron.
Luego resultó que hacía tanto aire que no pudieron ni arrimarse al púlpito y predicar un poco al fiordo para que no hiciera tonterías.
A todo el mundo le gusta ir a los mismos lugares, que se llenan de gente esperando no se qué y haciendo fotos.
En otro pueblo estaban haciendo una carrera muy graciosa consistente en dar vueltas a un circuito con una bicicleta, y de vez en cuando se bajaban de la bici e iban a pie, empujando el biciclo.
Esto debía parecerles muy divertido, porque la gente se reía mucho.
Como se ve, no necesitan grandes cosas para pasarlo bien.
De todo el grupo solo nosotros fuimos al museo de Munch, lo que da una idea de lo listos que somos y de lo listos que son ellos.
Ibsen iba cada día al café central a discutir con todo el mundo acerca de todo.
Iba el primero por la mañana y esperaba a que fueran llegando, mientras afilada sus armas dialécticas con los primeros parroquianos.
Luego, en los momentos más álgidos de la batalla, parecía un auténtico león literario, y su garganta era capaz de fulminar expresivamente con fieras actitudes estéticas hasta las más sólidas posturas.

El Bósforo (2-5)
Ya que hemos visto el Bósforo me toca encender la llama de la comprensión y la amabilidad explicatriz.
Todos los bosforosos viven pendientes de la llama que la palabra del profeta irradia como una nube de piedad.
Nos apuntamos a una excursión en inglés que debería llevarnos en barco hacia no sé dónde.
La guía hablaba un inglés perfecto, pero eso a mí me daba igual porque yo no lo entendía, por lo que en un trance de confusión nos dirigimos hacia un barco que no era el nuestro.
Lola embarcó sin problemas, pero cuando yo iba a poner mi honorable pié en la proa, un osmanlí me puso a mí la proa y dando unos gritos que debieron escucharse con nitidez en Oklahoma, me negó el paso a lo que yo creía que era un derecho adquirido.
Yo traté de convencer a aquél hombre de voz continental de su error, pero volvió a negar con una voz tan poderosa que creí estar escuchando a Wagner, el oro de los dioses o el anillo de los nibelungos, todo a la vez y con una orquesta de mil músicos, como en la famosa sinfonía de los mil, del grandioso Mahler.
Luego Lola volvió a tierra y ambos nos quejamos del atropello.
Por fin se estableció la verdad, y brilló como las palabras del profeta.
Las colas en Santa Sofía eran de la época de Suleimán el Magnífico y algunos de sus miembros habían engendrado pueblos allí mismo.
En Estambul hay un millón de taxis legales y uno ilegal.
Nosotros cogimos ese para ir a San Salvador de Chora, que es un monasterio que hay en alguna parte del Bósforo.
Pero el taxista no hacía más que llamar por teléfono para hablar con mucha gente.
Luego paró en una gasolinera para hablar con no sé quién.
Después paró en un hotel para hablar con no se sabe.
Más tarde, nos preguntó que cuántos euros eran 200 liras turcas, y como daba la casualidad de que eran 33 euros, o sea la edad de Cristo, abandonamos el taxi en medio de imprecaciones a Alá y a Jesucristo resucitado.
Todo el mundo se lava los pies con frecuencia.
En todas las mezquitas hay lavaderos de pies a puñados y siempre hay islamistas secándoselos o poniéndose los calcetines después de aquélla ablución extremidal.
Para que los pies limpios, como el corazón, dirijan correctamente los pasos de los hijos de Alá hacia la perfección del espíritu y de la carne y puedan alcanzar la sensatez en la vida y en la otra vida.
Dado que en Occidente el dios es el dinero y el poder, debería haber lavaderos de pies en todos los edificios públicos donde el poder se ejerce, como los parlamentos, los juzgados, las oficinas de empleo, los bancos, los ayuntamientos, las comisarías, etcétera, de manera que antes de entrar a esos lugares donde el dios poder está presente, la gente tuviera buen pie y pie limpio para dirigir así su vida hacia los laureles del esplendor y la buena conducta.
También hay muchos zapateros en la calle con su mesita y su taburete y sus herramientas y sus betunes y trapos, etcétera, para que los pasos de los hijos de Alá no se desvíen de la senda recta por culpa de un zapato mal claveteado o torcido, de manera que sin darse cuenta su vida se fuera deslizando imperceptiblemente hacia la locura o el cansancio.
Entre unos pies limpios, unos zapatos rectos y grandes dosis de té, los musulmanes caminan por las veredas de la bondad y la rectitud sin apenas acusar la fatiga y siempre con el rostro lleno de risa y otros fenómenos.

Los milanos de Milano (28-6-16)
Nuestra llegada a Milano fue sencillamente normal y de lo más corriente, ya que el avión se posó sobre la pista sin pena ni gloria y todos bajamos del avión con absoluta normalidad, dando pruebas de gran resistencia física ante la adversidad de un vuelo low cost.
No entiendo la manía que tenemos de lanzarnos al pasillo incomodísimos y estrechísimos como si hubiéramos roto relaciones definitivamente con el asiento que nos ha acompañado fiel y rígidamente durante el viaje.
Buscar la calle del hotel es una labor apropiada para esos momentos en que llegas cansado y hace un calor espantoso.
Miras a todas partes, miras el plano, vuelves a mirar en todas direcciones buscando alguna señal desconocida y al final caes en la cuenta de que no sabes dónde estás.
Buscas el nombre de alguna calle que figure en el plano y cuando se produce la feliz coincidencia empiezas a creer en el destino y en los oscuros mecanismos que dirigen el mundo.
A partir de ahí comienzas a razonar a base de silogismos aristotélicos.
Yo estoy aquí.
Mi plano está aquí.
Luego mi plano es verdadero.
La plaza que hay delante de la stazione centrale está siempre llena de gente que no piensa en ir a ningún sitio, pero hablan animadamente entre ellos, todos emigrantes, negros o ismaelitas, y pobres, pero todos muy activos en el arte de esperar no se sabe qué, muchos hablando por teléfono con gente lejana e ignota, o formando grupos parlamentarios y pequeñas comisiones de asuntos pequeños.
Das muchas vueltas por las calles cercanas hasta encontrar el hotel, que estaba muy cerca de la estación, pero ya has visto varias docenas de hoteles.
La entrada a un hotel nunca es un acto sencillo, a veces las dobles puertas automáticas te gastan bromas inesperadas y graciosísimas y entre las maletas y tú lo pasáis bomba.
Pero la entrada en la habitación es un acto casi sagrado cuando de cualquier forma en que metas la tarjeta se te deniega el acceso.
A la estación central de Milán se va, principalmente, a demostrar de lo que uno es capaz, y secundariamente a viajar.
Se va a luchar contra todo y contra todos: escaleras, pantallas, colas, multitudes, vías, funcionarios.
Hay mujeres muy bellas que, con poquísima ropa, son capaces de comprar las combinaciones de viajes más terroríficas sin apartar los ojos del móvil y escribiendo a velocidad de vértigo en foros internacionales o bien realizando desde su pequeño terminal ciberataques a escala mundial que ponen en jaque a multinacionales gigantescas.
O provocan revoluciones en tribus africanas que están pendientes del móvil.
Dos clases de empleados conviven en esa estación ciclópédica, los que aprovechan todas las oportunidades que se les brinda para mentir a los pasajeros y los que ignoran esa técnica.
Para saber con qué clase de empleado estás hablando, necesitas hacerle la siguiente pregunta.
Quí mi respondeva suoia majestasia si fuori un altri mentirosi?
Si dice la veritá es que es un honorábile, dice il certo y puedes confiar.
Ya que gran parte de estos empleatti están allí puestos para sembrar la confusión y el pánico de los recién llegados.
Las calles de Milano son tan monumentales como casi todas las de Italia. En cada uno de sus edificios parece que se decide el destino del universo, dada la majestad de sus columnas y sus ventanales.
Sin embargo la gente camina por la calle con ese estilo italiano tan elegante como si estuviera componiendo musici bellísima con cada paso y sin prestare atenzione a las piedras cuya elocuencia solo la ve el intruso que va a molestar a los antipáticos funcionarios que parecen estar hartos ya del mundo y de todo. Solo se ríen a carcajadas cuando se encuentran entre ellos formando grupos pequeños y hablando entre sí de cualquier chorrada.
Fuimos al lago Maggiore donde muchos príncipes e industriales mandaron construir villas para envidia de la perdutta gente.
En barquichuelos fuimos recorriendo la ribera y desembarcando en islas como la del palazzo Borromeo, que eran gente muy de iglesia y avispada y obispada.
Debieron de tener mucha pasta italiana e influenza (no gripe) a la vista del citado palazzo donde no faltaba de nada: aire fresco, espejos, cuadros, suelos, techos, paredes, ventanas y vistas al lago y unos jardines deslumbrantes en medio del agua.
San Carlos Borromeo debió de borrar de su mente todo esto y mearse luego en todo ello para convertirse en santo.
Fuimos a Saint Moritz, un centro de recreo para ricos cuyas calles apestan a dinero.
Y fuimos a Sils María, donde está la casa donde vivió Nietzsche durante los ocho últimos años que pasó fuera del manicomio.
Es un encanto de pueblo entre dos lagos, con pequeñas casas, un río y con vistas de montañas lejanas que recuerdan las wagnerianas escenografías mitológicas.
La casa, aunque no pudimos visitarla por dentro ya que Nietzsche estaba ausente, parece conservarse tal y como debió ser en su época cuando el filósofo bigotudo la habitó. Creo que tenía una dependencia auxiliar para el bigote, ya que los dos juntos no cabían en la misma habitación.
Pero Nietzsche terminó por pelearse con Wagner por un quítame allá esas pajas, ya que no estaban de acuerdo sobre el papel del hombre en el universo.
El río Po, eso sí que es un río, aunque de nombre poco y corto de agua mucha y larga.
Por último el lago de Como, con más villas y más lugares bellos como Bellagio, turístico y lleno de gente que no tiene nada importante que hacer.
Había un anuncio de un pintor que exponía sus cuadros en un local y fui a ver su exposición que me pareció interesante, pero estaba tan solo el pintor.
Subí y bajé por los pisos de la torre donde se distribuían los cuadros y el pintor iba detrás de mí como si temiera que no mirara bien sus cuadros.
Yo no decía nada, pero cuando ya me iba, le pregunté si era el autor y me dijo que sí y entonces se alegró mucho y me regaló folletos que no sirven para nada, lamentándose de no tener muchos más folletos de la misma calaña para regalármelos todos y me pidió que firmara en un grueso libro donde solo había dos comentarios.
Yo le dije que era un gran artista inspirado y sutil y él se quedó pensando en el significado de la palabra sutil, pues la repitió como si no la entendiera pero yo no me iba a poner a darle clases de castellano gratis.
Le dije que yo era pobre y por eso no podía comprar ningún cuadro pero que me habían gustado, lo cual es verdad, y me preguntó que de dónde era, yo le dije que de Alicante en la Spagna y el pareció no saber a qué me refería, entonces le pregunté si conocía a Miguel Hernández y al decirme que sí le dije.
Tate, pues de ahí soy yo, de su pueblo.
—Bravo! —dijo él, y nos despedimos con la promesa de que vendría a exponer a la Spagna un día de estos.
Luego enseguida recorrimos unas calles muy calurosas donde había una iglesia y nos metimos en unos jardines que pertenecían a un hotel gigantesco donde había mucha gente en la piscina, pero pudimos dar por fin con la salida de dicho hotel, temerosos de que alguien nos descubriera disfrutando del espacio ocupado por sus instalaciones llenas de antigüedad y nostalgia de otros tiempos.
Luego otra vez el barco y del enorme calor pasamos a una brisa suave y unas pequeñas nubecillas, que aminoraron el bochorno, aparecieron entre las montañas que rodean el gran lago.
Poco a poco la tarde se fue poniendo gris y comenzó a llover mientras navegábamos hacia Como, una ciudad como ninguna otra.
Al llegar al puerto se desencadenó una tempestad shakesperiana y justo en lo más álgido de la misma nos echaron del barco, cuando caía el agua a cántaros por lo que nos empapamos hasta los tuétanos y compramos un paraguas cuando ya era demasiado tarde, pero nos pareció al menos que sería un consuelo inútil y un recuerdo del desastre.
Es curioso cómo surgen del subsuelo los vendedores de paraguas, como si fueran caracoles, después de la tormenta.
Al subir al tren tuve que quitarme las dos camisas que llevaba y cubrirme con un pañuelo grande de Lola de manera que parecía un marajá.
Los zapatos eran piscinas.
Ella se rió de mí y de mi temor a coger una pulmonía y morir allí mismo víctima de la pasión turística.
Solo nos faltó ser atacados por algún milano enfadado con nuestra falta de prevención, pero en Milán los milanos estaban todos dormidos en sus milongas.
Roma se llama la ciudad eterna porque encontrar un hotel allí puede costar una eternidad.
Todos los planos de Roma son diferentes y todos igualmente inexactos.
Ninguno de ellos conduce a ninguna parte.
Aunque Italia ha tenido grandes matemáticos, Cardano, Tartaglia (tartajoso), Fibonacci, Leonardo de Pisa, Ruffini, Fubini, Ricci, Levi Civita…, ninguno de ellos intervino en la numeración de las calles de Roma.
Algunas calles sorprenden con sistemas de numerar las casas muy creativos y originales.
Hay muchas en que cada acera tiene el suyo propio sin correspondencia con el de la acera de enfrente.
En otras, al número uno no le sigue el dos, ni siquiera el tres o el cuatro, sino que sorprendentemente le sigue otro uno, y así sucesivamente y es que los romanos son muy orgullosos debido a su pasado imperial y ninguno quiere dejar de ser el número uno.

Rusia (16-8-19)
Lo más sorprendente de Moscú es que posee exactamente el mismo número de grúas, zanjas, vallas, obras, andamios, etcétera, que el resto de ciudades europeas.
Las rusas moscovitas saben mirar a los hombres como a estos les gusta ser mirados.
Y como los hombres no merecen que ellas los miren de esa manera por mucho que se esfuercen, las rusas van y vienen con la mirada perdida.
Pero lo más importante en Rusia es saber empujar al prójimo.
En este país, quien no empuja con la técnica depurada que los siglos han inscrito en sus gentes no conseguirá nunca nada importante.
Nadie lo hace por amor al arte, sino por motivos profundamente rusos, la guerra y la paz, las dos grandes cualidades rusas.
La prisa es un mero subterfugio para dar un buen empujón que alcance la fibra patriótica del sujeto empujable.
Una vez recibido, a uno le pasa toda la triste historia de su país por la mente en un segundo.
Los rusos piensan que ser ruso es algo de una importancia humanística desbordante, y el que no es ruso es porque ha tenido muy mala suerte en la vida.
En España en cambio se piensa que ser español es haber tenido mala suerte, pero nadie se cambiaría por un inglés, par exemple, con lo cursis que son.
Llevamos un compañero de viaje que a base de poner fríos industriales se cayó de un andamio y se partió el celebro en dos partes.
Ahora es anticuario porque es lo único que el médico le permite hacer.
Los rusos suelen hacer el amor sin la presencia de ningún vigilante del politburó.
Pero, claro, de esa manera el partido no les da premio ni mérito a sus cópulas.
La asunción a los cielos de la virgen María es un asunto importante para la gran mayoría de rusos.
Ya que piensan que únicamente el alma de la virgen fue ascendida con la ayuda de su hijo.
Pero no su cuerpo, el cual permaneció en la tierra y se corrompió como el de todo buen cristiano o ana.
Los católicos por el contrario creemos que fue elevada en cuerpo y alma.
Esto, y no otra cosa, fue lo que indujo a los rusos a poner en órbita el primer satélite artificial, el famoso Spuknit.
Con la única intención de demostrar sus convicciones marianas.
Como Yuri Gagarin no vio el cuerpo de la virgen por ningún rincón de la estratosfera, dedujo, con buen criterio, que las creencias religiosas rusas al respecto eran acertadas.
Y por esa razón al bajar del avión fue aclamado como santo y cosmonauta. Ahora, junto a la de San Basilio, San Sergio y San Isidoro, también figura la catedral de San Gagarin.
En España se conversa, en Rusia se espía y vigila.
Quién no sepa vigilar algo, sea lo que sea, no tiene futuro en Rusia.
Todo lo que aprendieron durante la época de los soviets no lo han desperdiciado y les sirve para escrutar lo inescrutable.
Espían la realidad para averiguar si guarda secretos contra la gran madre Rusia.
La literatura y el cine rusos tratan de buscarle los tres pies a la vida real para convertirla en algo tan conflictivo como el alma rusa.
En España, por el contrario, tenemos una realidad muy poco rusa.
Lo cual nos proporciona cierta libertad de movimientos.
Una noche nos pilló la lluvia perdidos y en bragas.
Fue algo estupendo, una experiencia muy divertida.
El resto es literatura rusa.
Petrogrado, Leningrado, Petroburgo, Petesburgo, Petesgrado, San Leningrado, San Petroburgo, etcétera, ciudades iguales en número y en cantidad y calidad.
La perspectiva Nevski es tan larga como la sombra de Alexander Nevski.
Estaba el acorazado Potemkim en un lateral del puerto como un recuerdo de grandes películas, de revoluciones, de marinos con camisetas a rayas.
El oficial del ejército zarista Grigory Potemkim fue uno de los amantes preferidos de Catalina la Grande.
Alto y apuesto, lo apostó todo a ese amor.
Cuando le dije al retrato del bello Señor Potemkim, situado en una de las salas del Palacio de invierno, que yo no creía en la dictadura del proletariado, me miró con orgullo de amante zarista.
Como no estaba seguro de si Potemkim era el acorazado de la revolución fallida de 1905, la película de Eisenstein o el aguerrido amante de Catalina II, de momento lo dejamos ahí hasta que se aclarase su situación personal.
La casa de Dostoyevski tenía la entrada en un semisótano semiinvisible al que nos condujo una anciana que por casualidad nos oyó preguntar a una cocinera, quien por casualidad estaba detrás de una puerta friendo no sé qué.
En el primer piso había fotografías de la revolución y un abrigo de astracán marrón colgado de un palo.
Al ir a comprobar la textura del astracán cayó sobre mí todo el peso de la revolución bolchevique en forma de un salto inconcebible de la anciana que nos vigilaba, así como vigilaba el abrigo intocable, y una reprimenda en ruso que interpreté como una amenaza desde las más altas instancias del Kremlin.
Allí casi todos los funcionarios son ancianas de mirada torva y, como dijo Borges a propósito del Acorazado Potemkin, de Eisenstein, maximalista, que no se qué significa.
También hay millones de ancianas en la calle vendiendo de todo, menos amor, en Petrogrado.
Supongo que maximalista querrá decir que es la más lista de todas o bien que es la lista más larga posible.
Bien.
Que los dioses les sean propicios o prepucios que tanto monta.
NOTA IMPORTANTE
En los 716 kilómetros que separan Moscú de Petroburgo no vi una sola borrega o vaca.
Mucho frío dirá algún pedante.
Tonterías, digo yo con más pedantería aún.
Un país con misiles para echarles a los cochinos.
Con lo fácil que se deguella una pobre borrega.

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