Poéticas

Está con

Carlos Alcorta reseña un singular poemario del Premio Pulitzer estadounidense Forrest Gander, hasta ahora escasamente traducido al español.

/ una reseña de Carlos Alcorta /

Los Premios Pulitzer gozan de un merecido prestigio en el ámbito literario norteamericano y son para el nuestro —gracias a que son traducidos casi de inmediato— una luminosa ventana a la poesía anglosajona, tan variada como influyente, tan rica como compleja. Forrest Gander obtuvo dicho galardón con este libro de título enigmático por incompleto, Está con (había sido finalista en 2012 con Core samples from the world), pues carece de la segunda proposición, cuyo protagonista descubriremos posteriormente. Antes conviene aportar algunos datos sobre el autor, hasta ahora escasamente traducido a nuestro idioma. Gander nació en Barstow (California) en 1956 como James Forrest Cockerille: el apellido Gander proviene de su padre adoptivo. Creció junto a su madre y sus dos hermanas, sin la presencia tutelar de su padre. Durante muchos años viajó por Estados Unidos y estudió geología, aunque los temas de su interés, como queda patente en sus ensayos, son amplísimos: la ecología —ha escrito el libro Redstart: una poética ecológica en colaboración con John Kinsella, poeta australiano—, la identidad, el examen de conciencia, el erotismo o la traducción, campo en el que ha editado antologías de poesía española, mexicana y de otros países hispanoamericanos y a autores como Pura López Colomé, Jaime Sáenz o Pablo Neruda, por los cuales ha recibido varios galardones, entre ellos el Premio de Traducción PEN. Ha colaborado además en múltiples proyectos con artísticas, escenógrafos, cineastas, bailarines y fotógrafos. Como vemos, la poesía (quizá sería mas apropiado decir la literatura, pues ha publicado también varias novelas y colecciones de ensayos) es sólo uno de sus campos de interés, sin lugar a dudas el más importante, ya que ha publicado más de una decena de títulos, pero no el único.

Forrest Gander

Está con, cuyo título proviene de la dedicatoria que su esposa, la poeta C. D. Wright (1949-2016), le escribió en su último libro, ShallCross, publicado póstumamente, es una larga e intensa elegía («La vida es caprichosa y puñetera», escribe recordando la repentina muerte de su esposa, por eso, para enfrentarse a ella, y a las cabronadas que aún le tocará sufrir necesita recrear el pasado. Eso sí, no deja de reconocer que «Confundido por el ajetreo arrugué mi vida y la dejé caer/ en mi propia miseria como un ciprés en el viento») aunque su prosodia no se atiene a la forma convencional de esta composición poética. Está con (flota en el sintagma la sensación de algo inacabado) es una dedicatoria recíproca pero no simétrica —pues uno de los receptores sigue vivo—, convertida no en un verso, sino en un libro completo que ofrece, eso sí, perspectivas inesperadas, pues soslaya el confesionalismo inherente a una situación tan dramática como la que el poeta ha sufrido, lo que no ha evitado que Gander haya decidido no leer en público poemas de este libro para que no aflore la pena. El lirismo de un asunto tan sensible como el de la pérdida de la persona amada no ha minimizado la indagación rítmica y estructural de la poesía de Gander; no ha mermado un ápice la experimentación formal y la exploración lingüística que llevan al poeta a aventurarse por terrenos poco frecuentados incluso en una poesía tan innovadora como la norteamericana. Recrearse en unos versos de san Juan de la Cruz, practicar la poesía política para denunciar las penurias de los paisanos que tratan de alcanzar el paraíso estadounidense, mostrar la actitud más tierna y comprensiva ante una enfermedad como el Alzheimer, revistar el origen de nuestros actos a través del basalto en algunos de los poemas, poco tiene que ver con la tragedia personal. Sin embargo, esos cambios de registro no resultan fuera de lugar porque inciden en transgredir los límites del lenguaje, en superar su significado para elevarlo a una cota más universal, y además forman parte de lagunas de inquietudes que ambos compartieron durante su vida en común. Son una especie de recordatorios, porque, además de la relación íntima, participaban de ideales similares, de maneras aparejadas de ver el mundo.

El dolor habita en todos nosotros, en los seres microscópicos, hasta en los seres inertes. Da forma a cada uno de nuestros actos. «Donde estoy ahora/ ante el trono de/ gloria, la escritura/ debe permanecer oculta. ¿Dónde/ sino en el habla misma?», escribe en el poema «Epitafio». Con todos estos mimbres, Forrest Gander ha construido un duelo íntimo que, sin embargo, el lector, aunque le resulte imposible compartir muchas de las claves personales presentes en lo que lee, percibe como suyo. El dolor personal se convierte en dolor público, siguiendo el dictado del epígrafe que corona el comienzo del libro: «Lo político [lo público, entendemos nosotros] comienza en la intimidad». Tal es la fuerza de sus palabras, la música que la suplanta («En tal punto mis sonidos de dolor saltaron fuera del lenguaje») y que penetra en los sentidos y los despierta, los inflama o adormece en función del compás elegido, como ocurre con el primer poema del libro, el titulado «Hijo», dirigido al hijo de ambos: «Cuando ella hablaba, cuando tu madre hablaba, incluso el galgo/ atado se quedaba embelesado. Yo quedaba embelesado.// Di mi vida a extraños; la mantuve alejada de quienes amo./ Su único hijo arterial. Solo es en ti que su sangre corre». A pesar de haber escrito este libro a medias entre el homenaje y el desengaño, Forrest Gander reivindica «la privacidad de la agonía», pero el deseo de expulsar los demonios interiores se alterna con la necesidad de mantener en el estricto ámbito de su intimidad la herida que provoca la pérdida, lo irrevocable. No es una contradicción. Es, simplemente, un ejercicio de honradez intelectual.


Selección de poemas

Sobre un enunciado de Fernanda Melchor

What is the most fucked-up thing to happen to you?
¿Qué es lo más cabrón que me ha pasado en la vida?
Arruinado por ocupaciones, arrugué mi vida, la dejé caer
y luego la sobreviví, balanceándome
en mi miseria como un ciprés en el viento. Observé
estrellas emergiendo de un huevo negro. Lucidez
de la pérdida. Alguien vino a decirme: la araña
que vibra sobre sus piernas largas en la esquina del techo
sobre mi escritorio ya no existe. Está acuñada
entre lo violento ininterrumpido
de un solo día y el vacío que descubrí
adentro de mí. Frente tensada con autocompasión.
Dije: Crees que me conoces, pero tú no
me conoces. Ella dijo,
Te conozco mosco, eres uno y la misma cosa.

Madonna del Parto

Y después oliéndolo,
sintiéndolo antes que
el sonido llegue incluso
a él, se arrodilla
al borde del acantilado y por
primera vez, gira su
cabeza hacia las ahora
visibles cascadas que
se precipitan sobre más de un cuarto
de milla de granito
escarpado a través del valle
y hace una pausa,
bajando los ojos
por un momento, incapaz
de resistir la
tranquilidad— vasta, sin trabas,
terrorífica y primordial. Ese
río desnudo
entronizado sobre
el macizo altar,
cipreses inclinados
congregándose a ambos
lados de la roca que brilla bajo el sol, un desgarro
en el continuo tejido del
bosque desde el cual se eleva—
mientras él trata de pararse, tambaleándose, medio
paralizado— un cambiante
arcoíris volatilizado por
una incesante explosión.

Donde una vez una casa sólida

La voz cantando en la cocina             no es tu voz
No hay                        voz cantando en la cocina

Abre la caja de pizza de la                  noche anterior
Sus secas                     cuerdas de queso extendidas
Como los tendones     de una mano machucada

Desde tu profundidad me he derramado         a lo superficial
Desplomándome         asfixiado
Mi habla                         un paroxismo

Cómo desearía                         estás aquí
Mientras intento           juntar la periferia
Los lugares que se grabaron               a sí mismos en nosotros y
Todo vuelve                extrañamente como niebla
Alzándose para aplanarse       bajo los puentes

Cuando pediste menos            rigor, más enternecimiento
Cuando pediste           más—

Conocimiento: no como recitación     sino como
El desgonzado            evento somático

Aunque ahora todos                mis recuerdos comienzan con resultados
Como en el Shahnameh de Ferdousí
Nuestros anales se mezclan con los paisajes donde tuvieron lugar
Los protagonistas tan flojos    sus moléculas se mezclan
Con surcos                  de agua con tierra y luz

Porque ciertamente el pueblo es hierbacomo dicen
Incluso aquí                en Punto de las culebras
No amargura               no envidia no avaricia

A menos que               esto sea algo totalmente diferente
Parecido a girar hojas con un gancho para serpientes sólo
Para encontrar             atacantes víboras de foseta

Dando un paso fuera de la luz

Blanqueando los
espacios entre
cada tronco, la niebla de-
línea, desde
una vasta gama de verde,
la silueta de
cada pino
sobre la ladera.

Tal vez es así,
solo que todo este tiempo fue
oscurecido ¿por qué
prisa, distracción? Niebla.
Un pino. Un cascanueces
que inquiere. Algo
cambia. Te encuentras
a ti mismo en otro
mundo al cual no
buscabas donde
aquello que ves es que
siempre has sido
tú los lobos
a la puerta. A la izquierda

entornada, entreabierta, tu propia
puerta. E irrumpes
como el Desaparecido,
te arrancas
tu ojo derecho el que
ha ofendido. Y tú
irrumpes como el Gran
Mentiroso hartándote
de tu propia carne
y como un No
Te Irás que tritura
tus tendones, roe
tu fémur. No puedes
dejar de irrumpir,
viniendo sobre ti
solo, vulnerable, en la
privacidad de tu muerte,
inclinándote para recoger
con un pañuelo una araña aplastada

en el piso de la habitación,
detectando a medias en tu plexo
solar las fuerzas
de aquello que aún no puede
ser atendido, descubriéndote
una vez más ya
habiendo estado dentro de algo
como una ecuación con
un resto, un objeto prohibido, un
recordatorio de la imposibilidad
de conciliación—
¿con qué? Una vez más. Perdónate
a ti mismo, dicen, pero
después de perdonar
lo que has vivido,
¿qué queda? No puedes

apartar el sorbo
del presente del
constante derrame de las horas
o incluso diferenciar
rastros de hormigas
corriendo a través de alguna
masiva red subterránea
de los despedazados
restos de una galaxia
retroiluminada por un resplandor estelar. Ya es hora

de cerrar la puerta piensas
pero tu rostro está cambiado,
tantas arrugas. Debes
de estar ya
en la siguiente etapa
en la que comienzas
a reconocer
tu cuerpo mortal,
ese nexo de tus varios
afiances al mundo, como
el repositorio de todo
aquello que no sabías
aceptaste, humano
y no, todo
cargado y reactivo
lo cual explica el temblor
en tus manos pues ahora
disciernes el
cuerpo de tu cuerpo—
como una quieta,
campana colgante
que atrapa y concentra
cada fantasmal reverberación
del ambiente.

Bosque carbonizado

El ojo que estaba abierto el viernes.
El presagio y el desollado oculto del presagio. Cintas de carne
pululando descendentes. Como un cardumen de sanguijuelas
desertando algún cataclismo oscuro.
Y un fantasma escamujado allí, Estigio, erecto.
Diciendo: aquí está la introducción del mundo.
Montado en una aguja de forma.
El desembarco de abismo. Chisporroteo fragmentario.
Y lo que pensaste que eran oscuros lagartijos de iluminación
eran pelos de un oso afeitado
ordeñado por su bilis en una jaula oxidada. Anidado
entre la malla de sonidos suaves translúcidos
caídos de tus labios, los
vestigios de alguien que respira.


Está con
Forrest Gander
Libros de la Resistencia, 2019
168 páginas
12€

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas(2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como ClarínArte y ParteTuriaParaíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel PuenteMarcelo FuentesRafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

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