/ una reseña de Álvaro Valverde /
Ya he dicho más de una vez que la de Pureza Canelo (Moraleja, Cáceres, 1946) es una poesía genuina y singular como pocas y que su trayectoria ha sido una de las más coherentes y arriesgadas del panorama lírico español de entresiglos. Su completa entrega a la poesía, su misterioso fervor hacia ella, destaca en un mundo caracterizado por la prisa, el interés y la vanidad. Pasión édita, por parafrasear (a la contra) uno de sus títulos.
Desde que ganara en 1970 el premio Adonais con Lugar común, ha publicado, entre otros, Celda verde, El barco de agua, Habitable (Primera poética), Tendido verso (Segunda poética), Pasión inédita, No escribir, Dulce nadie, A todo lo no amado, Oeste y Retirada. (Si alguien quiere profundizar en su vida y obra, puede acceder al Archivo y Biblioteca de Pureza Canelo, donado por ella en 2007 a la Diputación de Cáceres).
2020, un año sin duda maldito por culpa de la pandemia de la COVID-19, fue sin embargo pródigo para la extremeña afincada desde su adolescencia en Madrid. En libros, cabe matizar. Dos han visto la luz. Y los dos en su tierra. «Todo lo poco mío irá siempre para los míos. Oeste es mi patria, rememorando a Rilke», ha escrito. Ambos son antológicos. En su doble sentido.
Uno, Poemas y otros nidos, se ha publicado en la Editora Regional de Extremadura. El otro, Palabra Naturaleza, en la colección Voces sin Tiempo de la Fundación Ortega Muñoz.
Poemas y otros nidos es un libro, sobre todo, bonito. La espléndida a la par que sobria edición va ilustrada con dibujos y pinturas de la propia autora, de su hermano, el pintor Luis Canelo, y de José María Muñoz Reig. Además, hay fotografías de la poeta: dos retratos tirados por Luis Méndez.
El libro se abre con un preliminar de la moralejana, «¿Pero quién se había inventado todo aquello?». Raro en su bibliografía, parca en noticias autobiográficas ajenas a la propia escritura poética. Antes, una fotografía coloreada de su casa familiar, que fue derruida hace unos años, aunque podamos verla todavía gracias a las fotografías recogidas en el blog Wunderkammer (Cámara de maravillas). En la última imagen de esa serie se la ve a ella escribiendo en «el cuarto de la inspiración», aquel «territorio comanche» donde, con su inseparable hermano y sus amigos, cultivaba la poesía, la música y la pintura. Años sesenta. Jóvenes cultos, estudiantes en internados de Madrid (como los Canelo), Salamanca o Cáceres que volvían cada verano para pasar sus «largas vacaciones» en «aquellos lares del norte de la provincia de Cáceres», «junto a la Raya y a tiro de Sierra de Gata». En esa habitación, dice, «hacíamos nido» (téngase en cuenta el título del volumen). «Vivir. Vivirnos. Soñar».
«Este libro recoge algunas de mis pinturas de aquel tiempo y una selección de poemas escritos posteriormente que rememoran el latido de aquella adolescencia apasionada. Y todo esto visto desde el hoy. No hay trampa en esta reunión, es lo circular de lo sensible en río de escritura y existencia que, junto a unos cuadritos inocentes, ordeno aquí como nueva obra de entrega creadora». Algo, por cierto, que sirve para esta obra y para cualquiera que emprenda Canelo, tan rigurosa y exigente en todos sus empeños.
En aquel cuarto, Luis pintaba y Pureza escribía. «Hablábamos poco». Al fondo, la música. Serrat y Paco Ibáñez, casi siempre.
La muestra comienza con «Vámonos a encontrar aquellos árboles nuestros», largo poema escrito entre el verano y el otoño del setenta, publicado un año más tarde en Lugar común y dedicado a su querido, cómplice hermano. «Y te digo:/ hay que volver, Luis, a lo de antes». «Hay que volver, volver». Allí, «los paseos por Moraleja», «nuestro río del verano». «Tu pincel vive del verano, y mi verso también». (En muchas ocasiones, Canelo ha confesado que casi toda su poesía está escrita durante sus tórridos estíos extremeños). «Yo no llevo pena por no haber conocido/ lo contrario a lo que vivimos», leemos en ese poema esencial.
Vienen después «Poemas y otros nidos». En la página par, el cuadro o la ilustración correspondiente (por ejemplo, cubiertas de sus libros coloreadas por Muñoz Reig o con dibujos añadidos por ella); en la impar, los poemas. El orden de estos es cronológico y, ya se dijo, seleccionados en función de los recuerdos. Versos centrados en la infancia, el lugar, el verano o el paisaje, pero también en la escritura. La metapoesía, por decirlo más pomposamente. «La creación», término que ella prefiere. El ojo que, a través de la mirada, con asombro, se transforma en palabras con sentido. Eso sí: «No lo olvidéis/ a contra moda escribo». «A contra moda vivo». Y: «No muevas el secreto de la poesía». «Ni en sueños salta/ el secreto de la poesía. Jamás».
No, no faltan las alusiones a «Mi oeste». «En el oeste/ de mi estirpe».
En el poema final homenajea a su maestro Juan Ramón. Luego, una precisa bibliografía y una amplia nota biográfica abrochan este florilegio que, más que eso, parece un nuevo libro. Ideal para iniciarse en la poesía de Canelo.

Palabra Naturaleza, y perdón por la confidencia, surge de una solicitud realizada por Jordi Doce y por mí para que seleccionara poemas de su obra relacionados precisamente con la naturaleza, principio que subyace en la colección que dirigimos para la Fundación Ortega Muñoz. Como acabo de señalar, eso no dio en una antología al uso, sino en un libro que ella incluye como tal en su bibliografía.
La cubierta reproduce un cuadro casi metafísico de Godofredo Ortega Muñoz. A veces una determinada ilustración puede convertirse en el primer poema de un libro. Esta anticipa un territorio concreto. Al oeste. Porque ese es el paisaje natural y el espiritual, si cabe tal distingo, de Canelo. Una suerte de poética. Moraleja. Extremadura. «En el lugar que más nací».
En el prólogo, «Aproximación impura» (que no deja de ser un poema más), con una cita suya al frente: «La naturaleza desvela alguna verdad de la poesía pero explica ahora qué es la poesía», escribe: «Y no se sabe si ha sido la Naturaleza quien me ha llevado a la Palabra o esta a la otra. Las dos reinan». Más adelante añade: «Desde mi adolescencia quise a la tierra y a la escritura. Así fue el círculo de existir». Se pregunta: «¿Qué será Palabra Naturaleza?». Y se responde: «Aquí reunidas en aproximación de un núcleo biográfico a otro de la emoción llamada inteligencia. Acercamiento poliédrico a espacios naturales desde estados poéticos en un diálogo, si se diera, incorporando variación de temas y formas en sus inflexiones, debilidades, semejanzas». Y otra pregunta: «¿Qué será Palabra Naturaleza?». Y otra respuesta: «Vaivén en el relieve de lugares y vocablos que acechan. La duda: esta selección unívoca de Palabra Naturaleza anda en la jugada del laberinto al treinta». «La poesía es asunto del cosmos», afirma. Y: «Palabra y Naturaleza reinan por sí mismas. La Naturaleza está ahí y la Palabra hay que buscarla para ella». Después: «Naturaleza y su poder de presencia, Palabra y su constante provocación. Estos textos reunidos les piden respeto y humildad entre ellas». Luego confiesa: «he rendido los pasos temporales en lo telúrico y he cogido del frutero mayor de vocablos. Buscar y volver. Mano y boca. Saciar y no. El deseo de encabalgar la poesía. Aquí o allá. En infierno o cielo». Concluye: «La poesía de creación se mueve de un centro a otro que la hace inagotable buscándola, buscándonos. El verso dice llueve sobre el campo y no está lloviendo, o la naturaleza puede ser noche cerrada y decir mírame en colores sin límite: lo que es circular posibilita el canto y ofrece su mejor ocasión». Una pregunta final: «¿Qué será Palabra Naturaleza?». Y la respuesta definitiva: «Una torre de exigencia quiere alzar lírica y territorio. Fusión de ángeles. En ese afán he jugado cartas, dudas, desolación, estaciones. Os abro la puerta».
El orden de los poemas es también cronológico. Se abre con el mismo poema que Poemas y otros nidos: «Niñez ayer»: «Mi primer poema/ lo dediqué al junco,/ a la veleta en el horizonte,/ a mis perros que ya corrían para alcanzarme/ y morder de mi gaviota».
Pronto, «Palabras con Luis»: «Veo la tierra/ como una inmensa larva./ La tierra gestando/ y los mares y el cielo se entretejen/ a punto de nacer».
«[Él es un troco sobre el río]» finaliza: «La poética es un nombre (vuelta a empezar) y basta./ Nada creo, pero estos campos quieren revivir/ el sábado de frutas/ para atender la escritura en su carne».
En «Poema de los ojos distantes» leemos: «La palabra en mi terreno/ va encendida de otra manera/ a la contemplación que divide sus signos».
Siguen poemas tan significativos como «Maíz», «Estrellas», «Árboles, árboles», «Hojas, hojas»… En «Querido libro»: «Pero al Sol, contigo, quiero vivir. Y haré lo que las lavanderas en el río. Frotar la tela con la piedra para tenderla en los juncos que van del puente a la muralla, de la muralla a la huerta, de la huerta a la casa reciente y de la casa al astro que hoy me ordena escribirte, amor». Y en «Su casa» (con el epígrafe «en la dehesa del lago Borbollón»), donde casa se escribe con mayúscula inicial, empieza: «Una Casa/ en luz de agua dulce./ La pasión con sus Ojos/ limpios de la voz/ en el rostro de los años construidos». Y continúa: «Allí Leonor Gutiérrez superior a los sueños/ maniobrando con todas las estaciones/ de los hijos habidos y por venir./ La distancia es llegar a esa Casa/ extremada y mía aunque esté cumplida/ de esperarla». Y: «Tórtolas y encinares bebieron/ de las aguas donde mi juventud/ pulió su instinto para hurgar/ en la dehesa o palabra/ de un despertar al mundo». Y al final: «en la Casa donde hay un lugar para el mendigo/ mi creación, una roca, lumbre,/ todo lo que yo he sido hasta llegar aquí».
Como en el otro libro, selecciona poemas como «Crepúsculo y tú», «Madera» («Son mis debilidades los fresnos, el olivo, la encina, el alcornoque descorchado») o «Bicicleta».
«Hable el aire», dedicado a Claudio Rodríguez («Escribimos poco, Claudio»), es otra composición fundamental. «Escribir estas cosas apenas significa/ convencimiento para que yo recupere/ la estima de conjugar poesía». «La poesía que sale de esta mano/ es babel menor, menor».
Con «Al fin todo desaparece» termina «La tiniebla». En «De la belleza, su vuelta», de nuevo el río: «No me oye./ Un río viene/ de una boca en la altura/ pasa cerca de la casa/ donde escribo y vivo./ No le hago falta».
En «Intemperie 2», leemos: «El encinar, serenamente/ no traiciona nunca». Y: «El encinar, ensanche/ plaza del ser,/ vereda de mí».

En «Rama al amanecer»: «El aire no se serena/ nunca./ Quien dijo lo contrario/ trazaba afirmación/ tal vez perplejo/ de todo confín./ En la certeza/ soberana/ del engaño».
En «Rama al sol» vibra el verano, su flama: «Al fondo/ la planicie/ y más tú».
En «La señal», la trilla. Lo rural como mundo perdido que, sin embargo, salva la palabra: «Trilla ya no existe, sí el rescoldo de aquel sol aplastado en el suelo, sobre una madera con guijarros blancos incrustados, gira y gira mi cuerpo adelantándose al pan». Como en «Mundos»: «Con parecido afán empecé a escribir en papeles pequeños mal arrancados. Más tarde supe robarlos del despacho del padre. Después no sé qué pasó. Sigo abrasada en ellos».
Sí, como leemos en «Abandonados», «La poesía se cuela por lugares extraños». «Ahí».
El primer verso de «Hiedra» (de nuevo la casa familiar): «Lo más nombrado en mi escritura». Más allá de la muerte: «Este breve texto sigue en hiedra. Levanto la cabeza y ahí está salvaje, pausa no existe. Cuando un día esta mano deje su pulso ella seguirá».
En «[Madre]» (la nombrada Leonor Gutiérrez), «No conozco otoño sin memoria».
Y más Oeste: «Nombres de pueblos»: «Nombres de paraísos no inventados han venido a/ visitarme, hermosos han llegado a la boca».
«[Tantas veces]», otro poema clave. Esencial para comprender su libro Retirada: «En la retirada me muevo ya como pez que conoce los secretos de las algas para el ocultamiento y segura desaparición». «De este buscar has llegado a contemplación, contemplación finalísima».
Y amaneceres y atardeceres. Elementos. En «[Inmensidad]»: «La materia, Dios mío, la materia». Y la cal: «Sobre la cal el sol se estampa». «Y la cal en noche, la ceguera como luz. Una y otra son vivir. Noche y día pertenecen a un golpe de cálculo lírico».
«Naturaleza desolada», una sección en sí misma, reúne poemas inéditos en libro. Cuatro de «Ventana a la muerte», que se publicaron en el número 451 (diciembre de 2018) de Revista de Occidente, y seis de Aire donde estuvo una casa, incluidos en Habitable [Antología poética, 1971-2018], Renacimiento, 2019. Allí leemos: «No es bueno escribir y llorar. Nublas cielo y tierra».
En un momento dado, Pureza Canelo declara: «Lo que dice la poesía, la que manda, y no podemos hacer más». Me parece un verso adecuado para ejemplificar lo que significa esta poesía personalísima y radical, en el mejor sentido. Para ella y para sus lectores. «Mundos de ayer revierten unidos. Es mi única verdad. No se busque otra luz. Ni se mezclen lectores intrusos en una escritura rendida a lumbre: los que dicen la poesía es difícil, no se entiende, según el cerebro de la soberbia y la oquedad de la ignorancia. A esos los quiero fuera de mi vista». Lo dijo en «Mundos». Estamos avisados.
Selección de poemas
Niñez ayer
Empecé en el campo
a construir dos barcas.
Una para el viento
otra para mí
nací desnuda
para pasar de barca a barca:
surcos allí donde dormía
surcos aquí donde ya no duermo,
surcos que prolongan la existencia
de mis brazos.
Bajo el sol
mi cuerpo al atardecer
con futuros poemas cubriendo
un canto especial de mariposa.
Reñía y saltaba
como los peces
y tenía un rincón para escribirme a solas
de niña a niña.
Y me perdía ya
por donde voy ahora
sin saber que era el viento contra mi ave
o la barca a punto
de convertirse en viento.
Entonces
no tenía entraña mi palabra,
era un espléndido cautiverio
de sol y hechizo y palabras
sin despertar del todo el misterio de un pozo
que llevaba entre enredaderas.
Mi primer poema
lo dediqué al junco,
a la veleta en el horizonte,
a mis perros que ya corrían para alcanzarme
y morder de mi gaviota.
Mis sueños confundían los rincones de la casa
o eran las esquinas puntos bellos
para nacer
o labrar un verso a la sombra.
Recorría eras,
y un pantano de color gris
cuando empezó mi amistad
con la gaviota
o palabra mía
que picoteaba mi frente.
Mi amor había caído en paz
como la prolongación del sueño
y veía a la hormiga
y ya podía pensar «lleva luto»
o me entristecía la higuera
abiertos sus frutos a cualquier insecto.
Sus frutos que aún no eran mis senos
olían a prisa
de crecer y entristecerme.
Ya entonces tenía poemas,
poemas ocultos
como los de tantos niños
que se esconden de sí
y escriben su llanto
en la primera mirada a su sexo.
Pero tenía estos y otros poemas,
llevaba un pozo de enredaderas
y el cautiverio de la palabra.
Hasta que un día dormí
con mis brazos
definitivamente abiertos
para decir mis cosas
en el poema que llevaba
a flor de esta boca caliente.
(de Celda verde, 1971)
Querido libro:
Tendida al sol, contigo, quiero vivir. La grandeza bajo el astro obliga a desterrar el misterio que padecen las sombras de nuestro amor. Pero ¿qué hacemos en esta circunferencia de yerba, los dos, en el corazón de la mañana que lo sé desnudo si está dándome la vida? ¿Acaso ya te amo mientras escribo en la misma sala que conviene al calor de la leyenda, de la palabra? La transparencia es sabor infinito. La transparencia del aire es el grado en la tinta de la tierra y astro que abrasa. Palabras, palabras ¿o estoy enamorada y toco el azul en el instante en que tu pecho se me ha escapado al agua y la escritura se moja a placer de que estoy viva, fuerte, amante, en la mañana de julio?
Sol. Estrellas. No son inventos del corazón tendido. Son flechas que avanzan y una boca andante recoge, afirmándonos. Ya regresa. Viene el brillante pecho hacia mis ojos, su rostro avanza, mi nuca tiembla y se defiende en el perfil que he buscado, me refugio niña en la espalda que le doy para hacer mayor claridad de la conjura, Sol, verso de la yerba entera. Y este libro va a morir del corazón, va a morir de no conocer las sombras. Sí, va a morir nunca. Viva el Sol.
Floja va esta carta. La conciencia de autor íntima pero sin totales… porque quiero recuperar una libertad de mano poética derramada, que olvida los acertijos que aprehendí de un oficio temprano, de sangrado vertical, próximo a la soberbia que alimenta a la metáfora, a los arranques de una estrofa bien plantada, a los finales redondeados de un poema, a la cita luminotécnica que tomamos de otros para apuntalar torpemente la cuartilla vulgar, mía, nuestra y vuestra, sin humildad al lado.
Pero al Sol, contigo, quiero vivir. Y haré lo que las lavanderas en el río. Frotar la tela con la piedra para tenderla en los juncos que van del puente a la muralla, de la muralla a la huerta, de la huerta a la casa reciente y de la casa al astro que hoy me ordena escribirte, amor.
(de Tendido verso [Segunda poética], 1986; Cuatro poéticas, 2011)
Su casa
en la dehesa del lago Borbollón
Una Casa
en luz de agua dulce.
La pasión con sus Ojos
limpios de la voz
en el rostro de los años construidos.
Arriba, donde comienza o termina
la soledad de una roca que llegó
a medirse defendiendo el abismo.
Allí Leonor Gutiérrez superior a los sueños
maniobrando con todas las estaciones
de los hijos habidos y por venir.
La distancia es llegar a esa Casa
extremada y mía aunque esté cumplida
de esperarla.
Si alguien comprendiera su cimiento
merecería la pena escribirlo.
No habría superior arena
que la abrazada al musgo.
Ni horizonte más claro
que el camino por la orilla.
Tórtolas y encinares bebieron
de las aguas donde mi juventud
pulió su instinto para hurgar
en la dehesa o palabra
de un despertar al mundo.
Destino es una Casa con amarla.
El resplandor del lomo de los barbos
hizo posible incendio para libro.
Y levantarme a plenitud tan cierta,
cabrero, pescador, entrad
al amanecer, al fondo de mi origen,
en la Casa donde hay un lugar para el mendigo
mi creación, una roca, lumbre,
todo lo que yo he sido hasta llegar aquí.
(de Tiempo y espacio de emoción, 1991; Cuatro poéticas, 2011)
Bicicleta
Dejémosla en paz. Ha trotado fiel a mi cuerpo y pensamiento. Esta rojita y plateada tantos años por campos y veredas de luces cambiantes y soledad a la espalda, casi al desnudo o lana en la boca, según las estaciones del hacer, deshacer esferas. Ahora está en una habitación a oscuras con sillín y manillar en el suelo. Bici patas arriba; descansa compañera de mi oeste.
Dejémosla con el poema que empezábamos juntas, que continuamos y ahora se atreve a hablar de nuestras almas que descienden por curvas indescifrables. Pero ya no me obedece, está a punto de llamarme ridícula sentimental joven muchacha.
Parece que se encuentra bien a solas de tanto correr verdadero mundo.
(de Oeste, 2013)
[JRJ]
JRJ practica el fracking en el inmenso cuerpo de la poesía. Su extracción es implacable, no tiene límite, deja el esqueleto de la palabra hecho esquirlas que él atesora en su Hacer y Deshacer materia.
El de Moguer es toda aproximación al magma de la poesía. Su taladro hace canales en la profundidad terráquea en el laberinto de la roca.
La escritura de exigencia universal asiste a quien se atreve a buscarla y agujerear mundos. Brocales de luz hacia el centro de la tierra. Como para atrevernos el resto.
(de Retirada, 2018)

Pureza Canelo
Editora Regional de Extremadura, 2020
70 páginas
15€

Pureza Canelo
Fundación Ortega Muñoz, 2020
97 páginas
12€

Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) es autor de libros de poesía como Las aguas detenidas, Una oculta razón (Premio Loewe), A debida distancia, Ensayando círculos, Mecánica terrestre, Desde fuera, Más allá, Tánger y El cuarto del siroco (los cinco últimos en la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets) o Plasencias (De la Luna Libros). Sus poemas están incluidos en numerosas antologías y han sido traducidos a distintos idiomas. También es autor de dos novelas: Las murallas del mundo y Alguien que no existe; un libro de artículos, El lector invisible, y otro de viajes, Lejos de aquí. La editorial La Isla de Siltolá publicó, en edición de Jordi Doce, la antología Un centro fugitivo; y la Editora Regional de Extremadura, Álvaro Valverde. Poemas (1985-2015), con dibujos de Esteban Navarro.
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