Narrativa

El infortunio del señor Seniergues

Fernando Villamía reseña una novela breve de Miguel d'Ors que narra las vicisitudes de la expedición científica enviada en 1735 por la Academia de Ciencias de París al virreinato del Perú para medir el valor de un grado de meridiano terrestre y poner fin al problema de la forma de la Tierra.

/ una reseña de Fernando Villamía /

En el prolífico ámbito de las novelas históricas, pocas hay que tengan como autor a un poeta y, menos aún, a uno de la importancia y la trayectoria de Miguel d’Ors. Tampoco abundan las que se centran en el siglo XVIII español, y menos aún las que se sitúan en la América española del momento y abordan un tema como el de la medición del meridiano para determinar la forma de la Tierra. Esa doble excepcionalidad es la que encontramos en El infortunio del señor Seniergues, la novela breve que en elegante volumen y con exquisito cuidado publica la editorial Renacimiento en su sello Ediciones Espuela de Plata, como parte de la colección Literatura Universal.

Nos encontramos ante la primera incursión en la prosa narrativa de Miguel d’Ors, que recientemente ha hecho accesible toda su obra poética en la magnífica compilación de Poesías completas 2019, de la misma editorial. De ahí la singularidad y la valentía de esta propuesta. Cierto es que el texto aparece fechado en Granada en 1993, si bien solo se publica ahora —y es de suponer— convenientemente corregido y revisado. Los editores lo han colocado en la citada colección en compañía nada menos que de Baudelaire, Conrad, Balzac, Proust y G. K. Chesterton, quizá para que ocupe el lugar que merece.

El infortunio del señor Seniergues relata las vicisitudes de la expedición científica enviada en 1735 por la Academia de las Ciencias de París al virreinato del Perú, para medir el valor de un grado de meridiano terrestre y de esta manera poner fin al problema de la forma de la Tierra, que había obsesionado a los científicos europeos durante casi cien años. Como es sabido, la expedición —que atrajo la atención de los intelectuales más destacados de la época y de todas las personas cultas— ratificó la hipótesis formulada por Newton de que la Tierra era un globo achatado por los polos.

Pero, como indica el titulo, el objetivo esencial del relato es explicar las circunstancias que precipitaron el infortunio del señor Seniergues, el cirujano francés que acompañaba a la expedición y que encontró una muerte violenta en un confuso motín en la ciudad de Cuenca.

La narración está puesta en boca de un antiguo criado de uno de los más destacados miembros de la expedición, el matemático y geodesta Charles-Marie de la Condamine. Y la acomete a petición de un pariente importante de Seniergues (le da el tratamiento de Usía), que, al parecer, le ha solicitado la relación de las penalidades de la expedición, el lamentable incidente y la suerte posterior de los miembros que la integraban. El recuerdo de la estrategia narrativa del Lazarillo se impone de inmediato al lector. Al igual que el del Lazarillo, nuestro narrador se muestra a un tiempo humilde y orgulloso. Humilde, porque se siente poco fiable: es francés y aprendió el español precisamente durante el viaje relatado; los acontecimientos tuvieron lugar años atrás y su memoria se muestra titubeante y falible. Orgulloso, en cambio, por haber aprendido español y haber salido de la ignorancia en que se encontraba mediante la lectura y la frecuentación de los sabios a los que acompañaba. Además, se ha convertido en librero, y no se limita a vender su mercancía, sino que la estudia y la conoce.

El relato sigue un orden lineal. Se nos cuenta primero cómo zarpa la expedición francesa del puerto de La Rochelle en mayo de 1735, y se da cuenta de los integrantes de la misma: grandes hombres de ciencia, responsables de descubrimientos muy importantes. Torpemente dirigidos por Louis Godin, se embarcan en ella Charles-Marie de La Condamine, insigne matemático y geodesta; Pierre Bouguer, astrónomo y matemático, inventor del heliómetro; Joseph de Jussieu, especialista en botánica, descubridor de la quina e introductor en Europa del heliotropo; Jean Seniergues, el malhadado cirujano pariente del narratario. Y otros más, cuya enumeración ocupa las primeras páginas.

En Cartagena de Indias se les unen los españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, dos jóvenes oficiales de 20 y 18 años respectivamente, recién ascendidos al grado de tenientes de navío y muy bien considerados desde el punto de vista científico. Su presencia obedece a una imposición de la corona española, recelosa de que los franceses agreguen a su propósito científico peligrosos intereses comerciales, estratégicos o militares. Ese clima de desconfianza generará desavenencias entre los miembros de la expedición, que se agregarán a las dificultades que el viaje en sí ya les procura.

El relato de esa aventura sirve para mostrar la desconfianza con que son recibidos los científicos y la hostilidad que les manifiestan las autoridades y las gentes. En su ignorancia, confunden los procedimientos científicos con artes de hechicería, y los aparatos de medición con instrumentos de brujería. La aspiración a la universalidad de la ciencia tropieza con el ceñudo localismo que prohija la xenofobia. Y los mezquinos intereses de administradores y hacendados se oponen a la general felicidad que pretenden los hombres de ciencia.

Tampoco estos quedan exonerados de las miserias propias del género humano. Hasta los más altos espíritus sucumben a las bajas pasiones. Y en ese desbarajuste, fácil resultará encontrar lo peor de cada hombre y dirigirlo para generar dolor, crimen y desdicha. La barbarie se opone así a la ciencia; la tolerancia, al fanatismo; el saber, a la ignorancia; y la luz de la razón, a la oscuridad de las pasiones.

Todo ello cristalizará en el incidente que da título al libro y que constituye el objetivo de la narración. El señor Seniergues, de espíritu ilustrado y carácter bondadoso, pero también «humano, demasiado humano», se ve envuelto en una suerte de conspiración que aúna problemas de faldas, insinuaciones de herejía, conflictos de honor y colusión de intereses, y que acabará en catástrofe. Todos los miembros de la expedición sufrirán persecución, pero solo él la pagará con la vida.

El narrador explica con detalle las intrincadas circunstancias que conducen a semejante desenlace. Y para ello se vale de un lenguaje sencillo, en la línea de esa trabajada sencillez que es característica de nuestro autor. Como es sabido, Miguel d’Ors siempre ha suscrito la convicción que, en su día, expresara Eugénio de Andrade, al considerar la sencillez como la forma suprema de elegancia. Pero la sencillez no es nunca una fragilidad, sino una dura conquista. Baste recordar aquellos versos de Eugenio Gerardo Lobo con los que nuestro autor cerraba uno de sus libros poéticos más logrados, Átomos y galaxias:

Que escribo versos en prosa
muchos amigos me dicen;
como si el ponerlo fácil
no fuera empeño difícil.

Ese «empeño difícil» se advierte en el acarreo de un léxico propio de la tierra y de la época (que habrá exigido una cuidadosa indagación), en las frecuentes referencias intertextuales a obras y autores dieciochescos y en el esfuerzo de erudición que requiere el hablar con propiedad de un tema científico.

En definitiva, nos encontramos ante un libro de notable interés. Como ya hemos señalado, es la primera incursión de Miguel d’Ors en la prosa narrativa y, como toda primicia, suscita curiosidad. El libro rescata un episodio de la historia de la ciencia española lamentablemente preterido y olvidado, pero que, en palabras de Raúl Hernández Asencio, «era la primera vez que científicos españoles iban a codearse con sus pares europeos en una empresa de primer nivel científico» (El matemático impaciente: La Condamine, las pirámides de Quito y la ciencia ilustrada [1740-1751]). Y puede leerse como un alegato en favor de la ciencia, la tolerancia y la ilustración, en estos tiempos en que desde tantos lugares se alientan la ignorancia, la oscuridad y la intransigencia.

[EN PORTADA: Paisaje tropical, de Frederic Edwin Church (1855)]


El infortunio del señor Seniergues
Miguel d’Ors
Renacimiento, 2020
168 páginas
11,90€

Fernando Villamía Ugarte es catedrático de Instituto de Lengua y Literatura Españolas y escritor. Aunque la mayor parte de su producción se ciñe al relato corto, también cultiva la novela: Judith y Holofernes (Premio Felipe Trigo, 2008) y El cuento de la vida (Premio de Novela Ciudad de Badajoz, 2015). En el ámbito del relato ha obtenido los premios Hucha de Oro (2002), Gabriel Miró (2008), Premio Internacional de Cuentos Max Aub (2013), Premio Internacional de Relato Corto Encarna León (2013), Premio Tierra de Monegros (2014), Premio de Relatos Antonio Segado del Olmo-Villa de Mazarrón (2015) y Premio Internacional de Relato Fernández Lema (2018), entre otros. El sistema métrico del alma (2019) reúne sus relatos.

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