Crónica

Final de trayecto: pragmáticos, radicales y ‘pasotas’ en la Asturias preautonómica (1979-1983)

Se publica 'El antifranquismo asturiano en (la) Transición', un voluminoso libro editado por Trea, que se ocupa tanto de los partidos políticos de la época como de sus sindicatos y movimientos sociales. Publicamos uno de sus artículos, a cargo de Diego Díaz Alonso.

/ por Diego Díaz Alonso /

La Asturias preautonómica: una región en busca de un discurso


Asturias es en el final de la Transición un territorio joven. A pesar de ser uno de los lugares con la natalidad más baja de España, las cohortes generacionales comprendidas entre los 15 y los 24 años son a la altura de 1980 las más importantes de la región. La todavía llamada provincia de Oviedo, que ha conocido en las dos décadas anteriores un importante desarrollo económico, alcanzará en 1982 su techo histórico: 1.130.000 habitantes. No obstante, los efectos de la crisis económica mundial y del agotamiento de su modelo industrial están empezando a sentirse. Un panorama laboral incierto se abre ante los últimos hijos e hijas del baby boom: el desempleo pasa del 4,5% en 1977 al 7,5% en 1980. Asturias y el País Vasco, territorios históricamente especializados en la industria pesada, son al comienzo de la nueva década de los ochenta las dos comunidades más castigadas por la crisis económica y el crecimiento del paro, que afecta especialmente a los jóvenes.

Plaza del Seis de Agosto (Gijón), años ochenta

Crisis es, por lo tanto, una de las palabras recurrentes en el vocabulario y en el lenguaje de la Asturias preautonómica. Crisis económica, crisis industrial, crisis también del campo y del sector ganadero e igualmente crisis del comunismo, crisis de la izquierda radical, crisis de Comisiones Obreras, crisis del movimiento estudiantil… Los años ochenta van a ser, en todos los aspectos y todos los lugares del mundo, muy diferentes a como se los había imaginado la esperanzada militancia de izquierdas de los setenta.

La otra palabra clave en la Asturias de 1980 es autonomía. La región va a tener en 1982 un Estatuto de Autonomía, más como consecuencia del desarrollo para toda España de un Estado descentralizado que por la existencia de una gran demanda autonomista entre la sociedad asturiana. En septiembre de 1978 se constituía el Consejo Regional de Asturias por acuerdo de los cuatro partidos con representación en el Congreso de los Diputados: PSOE, UCD, PCE y AP. La sociedad asturiana no va a ser durante la Transición ni centralista ni hostil a la autonomía, pero tampoco va a colocar la reivindicación autonomista en el centro de la agenda política regional.

El asturianismo es durante la Transición un movimiento fundamentalmente cultural, organizado en torno a la asociación Conceyu Bable, y que carece de aliados políticos con capacidad de marcar agenda. Como en otoño de 1979 reconoce en un boletín interno el partido Conceyu Nacionalista Astur, «a pesar de nuestra voluntad, la experiencia del pueblo de Asturies durante los últimos años indica que los organismos básicos para su defensa son en primer lugar las centrales sindicales, CCOO, UGT y USO, y los partidos ligados a las dos primeras».1 Esta identificación entre movimiento obrero e intereses generales de Asturias va a ponerse de manifiesto en la multitudinaria movilización Salvar ENSIDESA es salvar Asturias, celebrada el 27 de febrero de 1978 en Avilés, en la que las organizaciones convocantes, sindicatos, partidos de izquierdas y movimiento vecinal van a reclamar, respaldados por unos cien mil manifestantes, «la suspensión inmediata del plan de desmantelamiento de Ensidesa, el rechazo de los planes siderúrgicos en ciernes, la nacionalización de toda la siderurgia integral, la instalación de industria transformadora en Asturias, el control democrático de la riqueza productiva de la región y la aprobación inmediata del estatuto de preautonomía asturiana».2

En Asturias no existe además una gran tradición regionalista que pueda servir como manual de instrucciones para el nuevo tiempo político, con lo cual, durante el periodo preautonómico, los partidos, los sindicatos, los intelectuales, la Universidad y los medios de comunicación están casi empezando a preguntarse por primera vez para qué puede servir la futura autonomía asturiana y cuáles son los rasgos culturales que deben definirla. La prematura autodisolución en 1978 de Unidad Regionalista tras unos resultados, no malos, pero sí decepcionantes en comparación con las expectativas que se habían creado en torno a esta heterogénea agrupación de partidos de la izquierda radical, personas independientes y colectivos sociales, va a dejar al ecosistema político asturiano sin un agente externo que sirva como elemento de presión autonomista. En mayo de 1978, Antonio Masip, excandidato de UR al Congreso de los Diputados, lamentaba en las páginas de El País el desinterés de los partidos parlamentarios por impulsar movilizaciones sociales en defensa de la autonomía asturiana:

«En otras partes del Estado los partidos parlamentarios y los que no lo son han llevado a cabo grandes concentraciones populares en favor de la autonomía, reforzando su capacidad de negociación frente al Poder central. De esta y otras formas se ha evidenciado la enorme capacidad de convocatoria de regiones cuyo trabajo en los últimos tiempos en favor de su autogobierno ha sido sobresaliente (Aragón, el País Valenciano, Andalucía…) y han alcanzado casi las mismas condiciones de respuesta popular de las llamadas nacionalidades históricas. En contraste, en Asturias, salvo la manifestación por Ensidesa del 26 de febrero, que cogía el problema de refilón, no se han puesto todos los medios para conseguir algo semejante. De un lado, Alianza Popular y UCD, que en otras latitudes apoyan, aunque sea débilmente, se han mostrado decididamente en desacuerdo; de otro, el PSOE y en mayor medida el PCE, partidos de una gran tradición y arraigo, se desentendieron de una iniciativa en ese sentido de Conceyu Bable, tras haber elaborado un documento aceptable, con la disculpa de «no estar al lado de los extraparlamentarios», como si los partidarios de Asturias o del centralismo se definiesen por su capacidad electoral».3

Al frente del provisional Consejo Regional de Asturias va a estar un histórico dirigente socialista, Rafael Fernández, recién llegado del exilio mexicano, consejero de Hacienda durante la guerra civil en el Consejo Interprovincial de Asturias y León y sin una especial querencia regionalista; un socialista situado por lo tanto muy lejos de la decidida apuesta autonomista de su propio partido en otras regiones, como Andalucía, donde el PSOE va a liderar la batalla por un Estatuto andaluz similar al catalán y al vasco. Si bien en una primera fase los socialistas, arrastrados por el clima autonomista que se respira en toda España, defenderán un estatuto de autonomía por la llamada vía rápida del artículo 151 de la Constitución, tras el shock del 23-F y el frenazo al desarrollo autonómico, la Federación Socialista Asturiana va a amoldarse a las nuevas orientaciones llegadas de la dirección del PSOE: pactar con UCD el desarrollo autonómico y optar preferiblemente por la llamada vía lenta.

En la primavera de 1981, PSOE y UCD alcanzan un acuerdo inicialmente criticado por los comunistas, pero finalmente también secundado por estos, temerosos de quedar aislados políticamente. Asturias se convertirá así en la primera región, junto con Cantabria, en adoptar la vía lenta recogida en el artículo 143 de la Constitución, lo cual será elogiado en un editorial del diario El País como un ejemplo de la «sensatez» y «racionalidad» de los políticos asturianos: «Asturias y Cantabria serán un excelente banco de prueba para valorar los beneficios que pueden derivarse de una descentralización efectiva del aparato administrativo y de una mayor cercanía de los ciudadanos a los centros de decisión de la gestión pública, sin demagogias de ningún signo».4

El paso de un estatuto de amplias competencias a otro de competencias más limitadas no será la única marcha atrás con respecto a las iniciales posiciones, más autonomistas y regionalistas, de la izquierda parlamentaria asturiana. En aras del consenso, socialistas y comunistas ya habían aceptado a finales de 1979 la denominación de Principado de Asturias, a la que inicialmente se habían opuesto por sus connotaciones monárquicas.5 El nivel de protección de la lengua asturiana, fruto de la negociación con las derechas, bastante hostiles a cualquier reconocimiento lingüístico del bable, también será bastante ambiguo e impreciso en el Estatuto, quedando bastante por debajo de las exigencias del movimiento asturianista. No obstante, la debilidad y la fragmentación de los partidos extraparlamentarios de la izquierda radical y nacionalista, defensores de la vía rápida del artículo 151 y de la plena oficialidad del bable, definido en el Estatuto como «lengua específica regional», van a hacer que estos pasos atrás no supongan ningún coste político para socialistas y comunistas. En 1980 el asturianismo cultural veía además satisfecha, como contrapartida, una de sus reivindicaciones: la creación de la Academia de la Llingua Asturiana, encargada de la investigación, normalización y promoción de la lengua. La Academia va a integrar a parte de los fundadores y dirigentes de Conceyu Bable, contribuyendo también con ello a la desactivación y decadencia de este colectivo de carácter más reivindicativo, que languidece y desaparece poco tiempo después de la fundación de la ALLA.

Revelador asimismo de esta actitud cauta del socialismo asturiano con respecto a la eclosión autonomista resulta el hecho de que la Federación Socialista Asturiana no siga en los años de la Transición el modelo de la mayoría de las federaciones del PSOE, reconvertidas, al menos nominalmente, en partidos autonómicos, siguiendo así el modelo del Partido Socialista de Catalunya y del Partido Socialista de Euskadi; un paso que en cambio el PCE asturiano va a dar en diciembre de 1979 con la constitución del Partido Comunista de Asturias, en el marco de la línea adoptada por el partido en toda España para sus organizaciones territoriales. En comparación con los socialistas, el PCA va a defender durante toda la Transición posiciones algo más autonomistas. No obstante, a diferencia de Galicia, donde los comunistas del PCG juegan entre 1979 y 1980 un papel clave en arrastrar a los socialistas gallegos a plantarse y rechazar el proyecto autonómico, muy limitado, de la UCD, el PCA va a plegarse en Asturias muy rápidamente al pacto de la FSA con la UCD, sin apenas dar la batalla ni plantear movilizaciones en defensa de un Estatuto más amplio. El clima de miedo y autolimitación derivado del 23-F, el desinterés de la sociedad asturiana por el proceso autonómico en comparación con otros temas más acuciantes, como la crisis económica, y la ausencia de una significativa corriente asturianista tanto dentro como fuera del partido pesan en este diferente comportamiento de los comunistas a uno y otro lado del río Eo.

Una manifestación contra el paro (foto de Luis Sevilla)

El PCE asturiano había acuñado al comienzo de la Transición la propuesta de un llamado regionalismo de clase que pusiera el acento sobre todo en las cuestiones socieconómicas. En marzo de 1977, el dirigente comunista Gerardo Iglesias se refería a la clase trabajadora asturiana como el sector social que siempre había estado en Asturias a la cabeza de «los intereses regionales» frente a una burguesía autóctona que nunca había planteado una alternativa al centralismo, y que después de «haber llenado sus bolsillos en el periodo de vacas gordas, abandonó la región para invertir en otras zonas»6 El PCA también recogía en su programa la protección de la lengua asturiana, pero no sería un partido especialmente activo ni implicado en la reivindicación lingüística, más allá de la sensibilidad asturianista de algunas personalidades individuales, como los integrantes del colectivo multidisciplinar Camaretá y posteriormente del grupo musical Nuberu, cuyo éxito contribuiría a popularizar la reivindicación del asturiano en los ambientes y sectores progresistas.

Los dirigentes comunistas consideraban que, más allá de las reivindicaciones culturales, el regionalismo que realmente podía conectar con las aspiraciones e inquietudes de la mayoría debía estar centrado en explicar a la sociedad asturiana las potencialidades de la autonomía como herramienta de intervención contra la crisis económica, control de las empresas públicas del INI y proyección de un desarrollo alternativo y autocentrado de la industria y el campo asturianos. El principal caballo de batalla del PCA durante estos años va a estar en el movimiento sindical de la minería y de las industrias asurianas, muy activo y con una gran capacidad de movilización, no solo de los trabajadores, sino también del conjunto de las comunidades afectadas por la crisis económica y los planes de ajuste.

Será al calor de estas luchas laborales, cuyas reivindicaciones terminan desbordando el marco de las empresas y apelando al conjunto de la región, que se consolide esa firme identificación entre movimiento obrero y defensa de Asturias de la que hablaba el regionalismo de clase formulado por el PCA. La inhibición de las derechas asturianas en las grandes movilizaciones por el futuro de ENSIDESA, HUNOSA y otras industrias públicas y privadas, así como su apoyo a los proyectos gubernamentales de reestructuración de la empresa pública, percibidos de forma mayoritaria como una agresión colectiva a la región, no harán sino potenciar la identificación de las izquierdas con los intereses colectivos de Asturias, deslegitimando por la misma razón a las fuerzas conservadoras como portavoces de estos.

La coincidencia entre el nacimiento de la autonomía y la crisis de la economía regional va a consagrar la cuestión económica como el auténtico tema central de la nueva política asturiana, eclipsando los debates abiertos al inicio de la Transición por el asturianismo, que van a quedar pronto relegados, excepto en momentos muy puntuales, a un segundo plano. Del mismo modo que en otras comunidades la lengua o el reconocimiento de la identidad nacional ocuparán la centralidad del debate político transicional, la inquietud con respecto al incierto futuro de la región, así como las posibles salidas a su crisis estructural, acapararán en Asturias ese mismo lugar privilegiado en la agenda política; una agenda en la que La Nueva España, el antiguo diario falangista, privatizado en 1984 y adquirido ese mismo año por la Editorial Prensa Ibérica, tras un fallido intento de sus trabajadores por convertirse en propietarios de la cabecera, jugará un papel estratégico a la hora de repartir juego político y producir marcos y discursos para el debate. El fracaso tanto de las viejas cabeceras para renovarse y modernizarse como de los nuevos proyectos para consolidarse (Asturias Semanal desaparece en 1977 y su continuación, Asturias Diario, cierra poco tiempo después), unidos a la ausencia de una radiotelevisión autonómica que pudiera hacer sombra a los medios escritos, va a permitir una hegemonía progresivamente indiscutida de La Nueva España, que además ya partía como principal periódico regional.

La defensa de Asturias, entendiendo como tal la protección de su industria y su minería frente a la adversidad del libre mercado, se consolidará a lo largo de los años ochenta a golpe de huelgas y conflictos laborales como una idea de sentido común mayoritariamente aceptada. Esta fuerte identificación entre los intereses de mineros y trabajadores fabriles y el interés general de la sociedad asturiana va a dejar muy poco espacio político a las fuerzas políticas de derechas en una región en la que también los empresarios mantenían una fuerte dependencia del Instituto Nacional de Industria y la empresa pública, generadora del 20% del producto interior bruto, el 17% del empleo y el 25% de la inversión.7 Si en junio de 1977 los partidos de derechas habían logrado un 44% de los votos en Asturias, en las primeras elecciones autonómicas, celebradas en mayo de 1983, este porcentaje caería hasta el 34%. La arrolladora victoria del PSOE en las elecciones autonómicas y municipales de 1983, con el 52% de los votos y la inmensa mayoría de los ayuntamientos —incluido el de Oviedo, hasta entonces gobernado por la UCD— inaugurará una larga hegemonía que permitirá al partido socialista convertirse en «el partido de la autonomía», moldeando la nueva institucionalidad asturiana a su imagen y semejanza.


¿Qué hacer? Radicales y pragmáticos ante el cambio


Entre 1975 y 1979 cientos de miles de personas, sobre todo jóvenes, se politizarían en toda España entrando a participar de un modo más intenso o difuso en partidos, sindicatos y organizaciones sociales. Los primeros años de la Transición supondrían una verdadera explosión democrática que no sería ajena a ese deseo de cientos de miles de jóvenes por colocar la participación política en el centro de sus vidas. Con el cambio de década y el cierre del ciclo político iniciado en 1975, este interés por la política comenzaba a decaer, al tiempo que España se homologaba con las democracias liberales europeas, las nuevas instituciones democráticas comenzaban a asumir parte de las reivindicaciones de la sociedad civil antifranquista y las esperanzas rupturistas de los años setenta se desvanecían para dar paso a un sistema político relativamente estable, rutinario y moderado. La mayoría de los que habían asumido algún tipo de compromiso político entre el final del franquismo y los primeros años de la Transición optaban ahora por replegarse a sus vidas privadas. Muchos de esos jóvenes, como Eduardo Menéndez, militante del PTE asturiano, rondaban la treintena, comenzaban a formar familias y deseaban recuperar unas vidas propias que durante años habían estado condicionadas y subordinadas a las urgencias y necesidades de lo colectivo:

«Mucha de la gente que había militado en el PCE y en los partidos a su izquierda acabaron marchándose al PSOE, otros nos fuimos a nuestras casas. Yo tuve una hija y comencé a dedicar más tiempo a mi vida personal, aunque participé en algunas cosas concretas como la campaña del no en el referéndum de la OTAN. También aproveché para estudiar. Entre la cárcel y la mili no había podido terminar Químicas y trabajaba como cartero».8

Las elecciones generales de 1979 certificarían el fracaso de la izquierda radical para alcanzar el Parlamento y los límites de la estrategia del PCE para reducir las distancias con su principal competidor: el PSOE. Aunque las elecciones municipales y los posteriores pactos permitirían gobiernos plurales de izquierdas en los principales ayuntamientos del país, una sensación de agotamiento, frustración y desencanto derivaría a principios de los años ochenta en una espiral de enfrentamientos y autodestrucción de la izquierda más militante. En 1980 estallaba y se disolvía el Partido de los Trabajadores, fruto de la confluencia del PTE y la ORT, las dos organizaciones más importantes de la izquierda radical. Asimismo, un reguero de crisis territoriales, luchas internas, expulsiones, abandonos y escisiones conducía a la debacle electoral del PCE-PSUC en las elecciones de octubre de 1982.

El éxito electoral del PSOE, un partido sin apenas estructura ni cuadros para asimilar la enorme representación institucional que alcanzaría entre 1979 y 1986, lo convertiría a lo largo de los años ochenta en un imán para exmilitantes del PCE y de los partidos situados a su izquierda. Tras la crisis de los partidos comunistas, muchos de sus militantes y dirigentes encontrarían en el partido socialista un espacio donde continuar su actividad política, en la mayoría de los casos desempeñando además tareas de gobierno. Dada la escasa representación obtenida por el PCE y el fracaso electoral de la izquierda radical, quienes querían gestionar y hacer política institucional y además ejercerla a tiempo completo, de un modo profesional, se irían integrando en el PSOE, que recibiría con los brazos abiertos a los numerosos abogados, economistas, arquitectos, médicos, profesores y demás profesionales que abandonaban la militancia comunista o radical para integrarse en una socialdemocracia que, a pesar de su paulatino su viaje al centro político, todavía se resistía a principios de los años ochenta abandonar algunas señas de identidad comunes a toda la izquierda, como la apuesta por la planificación concertada y el protagonismo del sector público en la economía española, el rechazo a la OTAN y la defensa de la neutralidad española o la solidaridad con la revolución nicaragüense.

A pesar de contar con algo más de tradición y continuidad histórica que otras federaciones del PSOE, la FSA también estaba construyéndose como partido al mismo tiempo que ya gobernaba la mayoría de los ayuntamientos asturianos y presidía el consejo regional preautonómico. En opinión de Juan Vega, Rafael Fernández aportará al socialismo asturiano «sabiduría mexicana y conocimiento del alma humana» orientando hacia el pragmatismo socialdemócrata a los jóvenes socialistas, aún muy ligados política y sentimentalmente al lenguaje izquierdista del PSOE salido del Congreso de Suresnes.9 En palabras de Vega, Fernández llevará al PSOE asturiano del popular Niza, la sidrería de la calle Jovellanos frecuentada por los socialistas carbayones, al vecino, pero burgués y elegante, Casa Conrado. La prensa también resaltará de Fernández su perfil moderado, transversal y amable, a pesar de su pasado como dirigente juvenil en la revolución del treinta y cuatro y en la guerra civil:

«El escritor Juan Cueto estima que la moderación derrochada en Asturias por Rafael Fernández González constituye un ensayo general de la política que aplicará Felipe González en el Estado si el PSOE gana las elecciones. Es un hecho difícilmente cuestionable que la peculiar imagen pública conseguida por Rafael Fernández, yendo a postrarse ante la santina en Covadonga, o con su reiterado empeño en crear un gabinete asesor con destacados miembros de la derecha, incluido un exministro de Franco, le ha granjeado un respeto creciente entre amplios sectores, muy alejados del socialismo, y ante destacados empresarios y banqueros que encuentran en él un interlocutor más fiable incluso que los políticos de sus partidos afines».10

Al tiempo que Fernández tiende puentes con la derecha y la burguesía asturiana, será el recuperador del abogado ovetense Antonio Masip, sin militancia política tras la disolución de Unidad Regionalista. Masip había defendido frente al Movimiento Comunista de Asturias, principal grupo organizado dentro de UR, la continuidad de la formación regionalista, esperando que los resultados de las generales de 1977 mejorasen en unas siguientes elecciones en que la organización estuviera más asentada. La derrota de sus tesis, partidarias de apostar por un proyecto regionalista y progresista, menos identificado con la izquierda radical, le dejarían flotando en un limbo político del que Fernández lo rescataría para ingresar en el PSOE, convertirse en consejero de Cultura del gobierno preautonómico y de ahí ser lanzado a la carrera por la alcaldía de Oviedo desplazando a Wenceslao López, líder de los socialistas carbayones. En su equipo, ya como alcalde de Oviedo, Masip se llevaría a la casa consistorial a otros excompañeros de UR y exmilitantes de la izquierda radical, como Enrique Pañeda, del PTE, y Juan Vega, del MCA.

Junto a este goteo de incorporaciones al PSOE procedentes de la izquierda radical, en 1981 va a tener lugar la entrada, más o menos organizada, de una buena parte de los expulsados del PCA tras la traumática Conferencia de Perlora. El enfrentamiento, grosso modo, entre el sector obrero encabezado por Gerardo Iglesias y los profesionales y trabajadores de cuello blanco liderados por Vicente Álvarez Areces acabará con la expulsión de Areces y otros dirigentes afines a él y la salida, casi en bloque, de sus partidarios. La crisis de Perlora no va a suponer apenas coste electoral para el PCE asturiano, con una base social muy sólida y estable, pero sí una importante descapitalización del partido, que perderá pie en la Universidad, el movimiento ciudadano y las llamadas fuerzas de la cultura, convirtiéndose al término de la Transición en una organización muy alejada de los nuevos movimientos sociales y culturales que estaban surgiendo y, por el contrario, centrada casi exclusivamente en el trabajo institucional y sindical. Una muestra de este retroceso como agente sociopolítico será la práctica desaparición del partido, a partir de 1979, del multitudinario y festivo Día de la Cultura, impulsado en el tardofranquismo por la militancia comunista y celebrado por todas las familias de la izquierda asturiana desde 1972 en la carbayera de Los Maizales de Gijón: «Faltan los chicos del PCA, pero están las feministas, los folletos que explican los problemas del Polisario y las angustias de la guerra salvadoreña. Hay panfletos prosoviéticos, de los de precio la voluntad, algún que otro leonino y bonachón papá Marx, y los defensores de la llingüa [sic], y de las ballenas».11

No obstante, el grupo salido del PCA en 1978 tras la crisis de Perlora tampoco será un colectivo homogéneo ni con capacidad de permanecer unido demasiado tiempo. Pronto sus integrantes toman caminos muy distintos que podemos resumir, de forma muy esquemática, en pragmatismo, radicalidad y repliegue a la vida privada. Oviedo, por el peso de las clases medias, los estudiantes y los trabajadores de banca, sanidad, enseñanza y servicios en la afiliación del partido comunista será la organización local más afectada por la crisis de Perlora. En la capital asturiana buena parte de los expulsados y apartados del PCA, huérfanos de militancia partidaria, se refugian en la dirección del Club Cultural de Oviedo. Otro tanto sucederá en Gijón con la Sociedad Cultural Gijonesa. Mientras tanto, en las cuencas mineras el rico asociacionismo cultural surgido en el tardofranquismo va entrando en decadencia tanto por el apagamiento del activismo político y la falta de relevo generacional como por la formación de los primeros ayuntamientos democráticos, que absorben numerosos cuadros y asumen muchas de las funciones desempeñadas hasta entonces por la sociedad civil antifranquista.

El Club va a conservar todavía en esta recta final de la Transición una gran actividad dentro y fuera de sus paredes, consolidándose como un espacio unitario de la izquierda ovetense, aunque cada vez más afín a los sectores radicales, dada la retirada del PCA. Ubicado en en un céntrico y amplio piso de techos altos, funcionaba como espacio de reunión, conferencias, debates, proyección de cine, lectura de prensa y revistas de izquierdas y socialización, contando para ello, además, con una pequeña barra de bar. Colabora con la Asociación de Vecinos del Sureste de Oviedo en la organización de la Fiesta del Verano, que se celebrará por un breve periodo de tiempo en el parque del Campillín, y será también sede de nuevos colectivos y movimientos, como la Asociación Feminista de Asturias, los comités anti-OTAN, los comités de solidaridad con América Latina, la Xunta Pola Defensa de la Llingua Asturiana o la asociación Prisión y Sociedad, dedicada al apoyo a las personas presas.

Las esperanzas iniciales de una parte de los expulsados por corregir el resultado de la Conferencia de Perlora y retornar al PCA van a enfriarse con el paso del tiempo. Además, una buena parte de ellos van a ir perdiendo el interés por volver a un partido que se desangra a nivel nacional en conflictos internos, ha perdido el atractivo político y la hegemonía cultural de la que gozaba en los últimos años del franquismo y tampoco ofrece grandes expectativas electorales ni posibilidades de entrar en las instituciones o hacer carrera política. Los caminos emprendidos por los integrantes del grupo de militantes desgajado en Perlora van a ser variados. La solidaridad con la revolución nicaragüense va a llevar al país centroamericano a Luis Alfredo Lobato, ex responsable del PCE en la Universidad de Oviedo, que como otros militantes antifranquistas desencantados con la Transición española encontrará en el sandinismo y la solidaridad internacional un nuevo horizonte de lucha. En Gijón los sindicalistas del metal Luis Redondo y Candido González Carnero, junto con otros líderes obreros como Juan Manuel Martínez Morala, impulsarán en 1982, tras años de enfrentamientos con la dirección de CCOO, la fundación de un nuevo sindicato: la Corriente Sindical de Izquierda. Otros muchos se replegarán a su militancia sindical o en el movimiento ciudadano o sencillamente se retirarán a su vida personal y profesional, alejándose para siempre del activismo, con algún regreso puntual como el del psiquiatra gijonés Guillermo Rendueles, independiente en las listas de IU en 1987.

El grupo nucleado en torno a Vicente Álvarez Areces y José Luis Riopedre colaborará con dirigentes del MCA, independientes como Antonio Masip, el historiador David Ruiz —uno de los pocos intelectuales que se mantendría en el PCA— y algunos periodistas de izquierdas sin militancia orgánica en poner en marcha revista mensual Xera. La publicación, que apenas dura un año, de 1981 a 1982, de la resaca del 23-F a los meses previos a la victoria de Felipe González, va a ser un efímero intento de construir un medio de comunicación de izquierdas, asturiano, no partidista y basado en un accionariado popular, tal y como los que estaban surgiendo, con desigual fortuna, en otras partes de España. La revista, con una línea editorial bastante regionalista, va a abordar en sus escasos números algunos de los principales problemas de la Asturias preautonómica: los debates sobre el Estatuto, la crisis económica, el futuro de la ENSIDESA y HUNOSA o la situación del campo asturiano, donde estaba naciendo un nuevo sindicalismo democrático, que recibe una gran atención en sus páginas.

En la efímera vida de la revista van a convivir dos almas: la del sector radical, que con la vista puesta en Egin aspira a construir un medio de comunicación de referencia para la construcción de un frente amplio de la izquierda alternativa asturiana, yla del sector pragmático, procedente del PCE y que pronto va a incorporarse al PSOE. La revista ofrecerá precisamente en ese sentido una larga entrevista con el abogado José Ramón Herrero Merediz, exmiembro del Comité Central del PCE, explicando las razones de su ingreso en el PSOE. Merediz recurre incluso a Gramsci y otros autores marxistas para explicar su ingreso en un partido socialista que calificaba de más respetuoso con la pluralidad y la democracia interna que el PCE:

«Existe un ascenso histórico gradual de la clase obrera que está llevando hacia el socialismo, aunque más despacio de lo previsto. Se critica a la socialdemocracia el hecho de que haya hecho muy poco en estos últimos cincuenta años, pero lo cierto es que en estos años ha conseguido lo que el socialismo no ha sido capaz; y en todo caso, se sabe que la revolución no ha llevado a sitios mejores».12

En las antípodas del camino tomado por Herrero Merediz, José Luis Iglesias Riopedre o Vicente Álvarez Areces —que, aunque todavía como independiente, comenzará desde 1983 a ocupar cargos en los gobiernos socialistas—, Miguel Ánxel Lago, joven militante comunista del barrio ovetense de La Argañosa, se irá del partido después de la crisis de Perlora para participar en la refundación del nacionalismo asturiano. Lago y otros compañeros «quemados con el PCE» empiezan a fijarse en nuevos referentes radicales que les resultaban mucho más atractivos que un espacio comunista en crisis y descomposición, como Marinaleda, Lluís Maria Xirinacs, Xosé Manuel Beiras y sobre todo la izquierda abertzale:

«Había un grupo de amigos del barrio, que habíamos sido del PCE, y que seguíamos con mucho interés lo que pasaba en Euskadi. De aquella viajé mucho al País Vasco, participé en manifestaciones multitudinarias como las anti nucleares, por el cierre de Lemoiz, en casa estábamos suscritos a Egin… Nos acusaban de ser miméticos con el abertzalismo, y era verdad, pero aquello nos parecía la modernidad política, la apuesta por el ecologismo, la recuperación del euskera, el fenómeno del rock radical vasco, y queríamos traer algo así a Asturies. Por eso apostamos por la Corriente Sindical de Izquierdas cuando nació, o contribuimos a impulsar la Xunta Pola Defensa de la Llingua Asturiana cuando desapareció Conceyu Bable».13

El nacionalismo asturiano va a ser una de las vías de reinvención de la izquierda radical en tiempos de reflujo y desorientación política, pero no la más importante. A diferencia de otras comunidades donde el nacionalismo de izquierdas se convierte en el elemento aglutinador y vertebrador de todos los descontentos con el sistema político nacido de la Transición, el asturianismo político, mucho más débil, va a carecer de esa capacidad de atracción y cohesión que a principios de los años ochenta aún conserva la izquierda comunista. El Conceyu Nacionalista Astur y su sucesor, el Ensame Nacionalista Astur, van a coexistir en el minoritario ecosistema radical asturiano con muchos activistas sin partido; las organizaciones prosoviéticas, que en 1984 se unifican en el Partido Comunista de los Pueblos de España; la minoritaria Liga Comunista Revolucionaria y el MCA, la organización más importante e influyente de la izquierda radical asturiana. Sin llegar a renunciar al obrerismo, común a todas las organizaciones de la izquierda radical, ni a la simbología comunista, el mca va a ser pionero en la modernización del discurso y la estética de la izquierda asturiana, y junto a la LCR va jugar un papel clave en el impulso a los nuevos movimientos sociales en Asturias, especialmente el feminista, el ecologista y el anti-OTAN. La participación en los nuevos movimientos sociales y en la izquierda sindical de CCOO van a ser en toda España la apuesta estratégica del MC y de la LCR con vistas a la construcción de un nuevo polo de izquierda radical, republicano y plurinacional. Asimismo, en Asturias, el MCA va a asumir rápidamente, todavía en la Transición, un discurso y una imagen muy asturianistas, jugando un papel importante en el apoyo al movimiento de reivindicación lingüística. También contribuirán a la renovación del exitoso modelo festivo de Oviedo, con la instalación en las fiestas de San Mateo de 1983 de los chiringuitos, adaptación local de las txosnas de Bilbao, impulsadas en 1978 por el colectivo Txomin Barullo, creado por su organización hermana en el País Vasco, el Movimiento Comunista de Euskadi.

En marzo de 1982 José Uría, dirigente del MCA, y Nicanor Fernández Álvarez, de la LCR y poco tiempo más tarde jefe de gabinete del presidente socialista Pedro de Silva, firmaban un artículo en Xera, «La unión de la izquierda radical. Reflexiones para un debate» donde invitaban a las distintas organizaciones a «superar el desencanto» colaborando en una plataforma de acción política que «ponga en primer plano lo que nos une y no lo que nos separa». En opinión de los autores del artículo, el PSOE, visto por muchos «compañeros» como la «única salida realista», estaba dando un giro conservador en temas tan sustanciales como las autonomías, la energía nuclear o el programa económico, lo que hacía inviable la pretensión de entrar en él para «transformarlo hacia la izquierda».14 Uría consideraba que existía en Asturias un gran potencial para ocupar «el espacio que están abandonando a toda prisa los partidos reformistas» a partir de la unidad de los distintos partidos extraparlamentarios, la izquierda sindical y los activistas de los nuevos movimientos ecologista, feminista, anti-OTAN, estudiantil y de solidaridad internacional. La hipótesis de Uría y de su partido, que sobrevaloraba tanto el desgaste de la izquierda parlamentaria como la posibilidad de construir un espacio electoral alternativo al PSOE sin contar con el PCA, no cuajaría más que en una modesta coalición del MCA y la LCR que obtendría el 0,5% de los votos en las primeras elecciones autonómicas y un resultado un poco mejor en las municipales. Serían de hecho las últimas elecciones a las que ambos partidos se presentasen, ya que a partir de aquel tercer fracaso electoral, en palabras de Uría «miramos a nuestro alrededor y decidimos volcarnos en impulsar los movimientos sociales e ir abandonando el terreno electoral, donde vimos que no pintábamos mucho».15 La suma de todas las candidaturas de la izquierda extraparlamentaria en las elecciones de 1983, en torno a un 2,5% de los votos, da cuenta del clima de consenso social con el que terminaba la Transición en Asturias e iniciaban su andadura las nuevas instituciones autonómicas.


Libertad para los que toman algo: feministas, pasotas, bohemios y yonkis en la noche asturiana


En paralelo al proceso de recuperación de las libertades políticas, la sociedad española va a experimentar en los años posteriores a la muerte del dictador un no menos intenso proceso de conquista y generalización de nuevas libertades personales que desafiaban los estilos de vida tradicionales, reforzados en España por la existencia de un Estado autoritario y confesional como el franquista.

El feminismo será entre 1978 y 1981 uno de los movimientos sociales más dinámicos y exitosos a la hora de abrir debates, impulsar cambios culturales y lograr reformas legales. En 1978, solo tres años después de la muerte de Franco y apenas un año después de las primeras elecciones democráticas, se van a producir cuatro grandes hitos legales en el camino de la emancipación de las mujeres y la democratización de la vida cotidiana: el reconocimiento en la Constitución de la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, la despenalización del adulterio y la homosexualidad, ambos castigados hasta entonces con penas de cárcel, y la legalización de los anticonceptivos. Pendiente de resolver quedará la cuestión del aborto, que será el principal caballo de batalla del movimiento feminista en la última fase de la Transición y los primeros años ochenta. En mayo de 1982, la revista Xera recogía los testimonios de varias asturianas que habían tenido que abortar de forma clandestina. Así relataba Carmen, de treinta años, ama de casa, con dos hijos, su aborto clandestino en Gijón:

«Hace cuatro años, cuando el pequeño tenía dos, me quedé embarazada y por decisión propia decidí abortar […] Recurrí a una mujer que se había hecho varios y me dijo que había tres posibilidades. La primera era un practicante al que había que pagarle el favor previamente en carne, la segunda otro hombre que lo hacía en condiciones muy precarias, y la tercera, otro que lo hacía bien. Opté por el último pagando 29.000 pesetas […] Al tumbarme en la camilla observé que la sábana estaba manchada con sangre de la anterior y donde colocaba las piernas estaba forrado de trapos de cocina (¡Esta era la mejor posibilidad que se me había ofrecido!). El material lo lavaba en un cubo de plástico que no se si tendría algún desinfectante, y una de las pinzas con las que cogió mi matriz tenía los extremos rotos, así que al enganchar unas tres veces se le soltaba y el dolor era terrible […] Por eso, si hoy me quedara embarazada no volvería a abortar porque uno vale, y otro pasa, pero lo que no se puede es estar jugando con mi vida cada vez que me quedo embarazada. Si mi anticoncepción me falla, no podría quitarme un tercero, pero no es una cuestión moral, es por mí misma. Lo tendría».16

La Asociación Feminista de Asturias, fundada en 1977 e impulsada principalmente por mujeres del MCA, la LCR y algunas otras feministas sin militancia de partido, será la principal plataforma del movimiento asturiano entre finales de los setenta y principios de los ochenta. El éxito de AFA consistirá en la creación de un espacio unitario centrado en las reivindicaciones estrictamente feministas, superando así el modelo de frente femenino de partido de la primera mitad de los años setenta, como eran el Movimiento Democrático de Mujeres, ligado al PCE, y la Asociación Democrática de la Mujer, vinculada al PTE. Con sede en el Club Cultural de Oviedo, afa llegará a tener grupos locales en Oviedo, Gijón, Avilés y Mieres y desarrollará diversas campañas por la despenalización del aborto, el derecho al divorcio y la legalización de los anticonceptivos. Incluso planteará, aunque sin éxito, crear en Asturias un Centro de Mujeres, para lo que pondrá en marcha una campaña de bonos solidarios.

A pesar de la militancia de buena parte de las dirigentes feministas en la izquierda radical, AFA logra ser una experiencia mucho más transversal que sus partidos. Ejemplo de ello será el éxito de las mociones en los ayuntamientos en apoyo a las mujeres procesadas en Bilbao por prácticas abortivas. Incluso en Oviedo, con hegemonía de la derecha, la ruptura de la disciplina de voto por parte de la concejala de UCD Aida Oceransky permitirá sacar adelante la moción, presentada por las feministas y apoyada por los ediles del PSOE y del PCA.17 AFA también dará charlas sobre educación sexual en asociaciones vecinales y de amas de casa, promoverá desde 1977 las manifestaciones del 8 de marzo con los sindicatos y partidos de izquierdas y comenzará a colaborar con ayuntamientos progresistas, como el de Gijón y el de Mieres, en la organización de los actos del Día de la Mujer.

Junto a los cambios en el ámbito del cuerpo, el género y la sexualidad, los nuevos tiempos políticos van a traer también nuevas formas de relación, ocio y socialización, así como nuevas culturas juveniles en las que la noche, la música y los bares juegan un papel central como espacio de encuentro. Libertad para los que toman algo fue una pintada emblemática en el Oviedo de la segunda mitad de los años setenta. Escrita con espray en una pared de la catedral, el lema parodiaba las pintadas y pegatinas políticas que por aquella época inundaban las calles, indicando una cierta saturación de política y un llamamiento a reclamar, más allá de los grandes discursos ideológicos, el derecho al hedonismo y a disfrutar de los placeres que los nuevos tiempos democráticos ofrecían. El casco antiguo de Oviedo, que como casi todos los centros históricos de las urbes españolas languidecía a finales de los setenta, se va a convertir en el epicentro de la nueva movida nocturna, del mismo modo que Cimavilla, el barrio tradicional de pescadores, se convertirá en Gijón en hábitat de la nueva bohemia gijonesa, a menudo mezclada con cierto lumpen tradicional de la ciudad.

El crecimiento de la Universidad de Oviedo y el acceso a los estudios superiores de más mujeres e hijos de las clases populares, muchas y muchos de ellos venidos del resto de Asturias, así como de otras regiones vecinas, sobre todo Cantabria y Castilla y León, va a permitir el florecimiento en la capital asturiana de un rico ecosistema de pisos de estudiantes donde los jóvenes, liberados del control paterno, autogestionan sus vidas con una libertad que se contagia al resto de la ciudad. La existencia de esta masa juvenil con tiempo libre y cierta capacidad de consumo va a generalizar la costumbre de salir por el Antiguo, la Zona, todas las noches de la semana. Como en otras ciudades españolas, estos nuevos hábitos nocturnos van a ser vistos con preocupación por las autoridades. Las drogas —sobre todo el hachís, la más consumida y popular— van a desplazar en el transcurso de la Transición a la política como motivo de persecución policial de la juventud. La identificación entre juventud, drogas, peligrosidad social y desorden público va a propiciar frecuentes redadas policiales en los bares del rollo para calmar una inquietud muy generalizada entre la población adulta más conservadora: «En ocasiones esta desconfianza se expresa con la simple visión de un grupo de jóvenes modernos reunidos en una plaza o en una esquina, para una sociedad que no acostumbraba a ver a la gente en el espacio público fuera de horas y prácticas perfectamente codificadas».18

En diciembre de 1981 el periodista Xuan Cándano denunciaba en un artículo de Xera el hostigamiento policial a jóvenes y hosteleros del Oviedo Antiguo, en contraste con la tolerancia hacia el Oviedo decente:

«La represión en la zona, con altibajos y consentimientos asumidos periódicamente, contrasta radicalmente con la situación en otras zonas de la ciudad. En el Oviedo nuevo de la zona alta (Avenida de Galicia y adyacentes) usted puede alborotar, tomar copas, comer chorizo y aparcar en doble fila a altas horas de la madrugada, sin la amenaza de la culata a las espaldas […] Nadie conoce la existencia de redadas por estas zonas, pese a que el tráfico de drogas duras y blandas tiene su centro en al menos uno de estos locales serios, donde el traje, la corbata y el billete de cinco mil pesetas son poco menos que imprescindibles».19

Abandonado por la burguesía en favor del ensanche, el barrio antiguo de Oviedo, sede de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Escuela de Artes y Oficios, se convertiría en el refugio de los bohemios y noctámbulos que preferían las tascas tradicionales y los nuevos bares nocturnos regentados por otros jóvenes a las discotecas, en pleno auge y especializadas en música de baile. Waldo Valbuena, estudiante de la Escuela de Artes y Oficios, era uno de esos jóvenes izquierdistas y bohemios poco interesados en el mundo de las discotecas, y que frecuentaba los locales de La Zona:

«Fuimos una generación que no aprendió a bailar. En los bares no se bailaba, el ligoteo se hacía charlando, tomando vinos, fumando unos porros y hablando de política o de lo que fuera. Éramos más de vino que de sidra, que era una bebida más de paisanos mayores. En el Cechini se compartía el vino. Era un bareto acojonante, en cuesta y con un patio donde íbamos a echar los porros. No había equipo de música. Cantábamos. Sobre todo música latinoamericana, Victor Jara, Quilapayún, y luego canciones de chigre de toda la vida. La gente llegaba, pedía un porrón de vino o una media botella y si sobraba les decías que te la guardaran para el día siguiente, porque de aquella todos los días salíamos. Eran bares baratos y si estabas sin dinero no pasaba nada. Alguien te invitaba y ya le invitarías tú cuando tuvieras».

En una parte de esa nueva juventud bohemia que Germán Labrador define como la Generación del 77, situada grosso modo a caballo entre las formas culturales más sesudas y abiertamente militantes de Mayo del 68 y el hedonismo pop de la Movida, se dará incluso una cierta rebelión contra el baile y la hegemonía de las discotecas, como explica Toño Barral:

Había discotecas por todas partes. Mieres y las cuencas en general eran una potencia discotequera. Había discotecas en todas las villas y con música muy variada. Desde lo más típico a hard rock, soul, funk o música disco, pero estar en el rollo, como se decía de aquella, iba de agarrarse la gran fumada escuchando rock progresivo, psicodelia, los Stones, rock duro, Deep Purple, Led Zepelin, y rechazar la música de baile.20

Esta Generación del 77 comienza a distanciarse de la imagen prototípica del progre adoptando estéticas más extravagantes: barbas largas, melenas, sombreros, fulares, camisas llamativas y en general una estética más colorida que la de la progresía anterior y que conectaba con un hippismo tardío que los medios de comunicación englobarán genéricamente bajo la etiqueta del pasota; una etiqueta en la que, como ironizaba Eduardo Haro Ibars en 1979, cabía «todo el mundo que no tiene pinta de oficinista».21 El uso del hachís, introducido tímidamente por la generación anterior, se generalizará entre la nueva juventud, con más tiempo libre y menos control social, pero también el consumo de nuevas drogas como el lsd, las anfetaminas y algo posteriormente la heroína. Musicalmente, estos jóvenes nacidos entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta tienen un pie en los cantautores, el folk y la música latinoamericana, pero, beneficiados por un clima de mayor apertura cultural e internacionalización del país, reciben ya nuevas influencias sonoras, diferentes a las de sus hermanos mayores y por lo general con menor carga política explícita. Bares nocturnos, locutores radiofónicos que apuestan por las nuevas corrientes musicales y los primeros festivales y concursos de rock animan una escena musical asturiana emergente en la que están tanto los grupos de música inscritos en la corriente del rock progresivo, como Crak y Asturcón, como las primeras bandas de la llamada nueva ola, que anticipa el algo posterior fenómeno de la Movida. Canciones como Esclavo de la noche de La Banda del Tren, o Caramelos podridos, Hola mamoncente o Me sueltan mañana de Ilegales,son pioneras en el abordaje de cuestiones como las drogas, la delincuencia juvenil y el mundo de la noche, temáticas ajenas tanto al formalismo abstracto del rock progresivo como a las inquietudes sociales y políticas de los cantautores y la canción protesta de la Transición, que tendrían en Nuberua su representación asturiana más destacada.

Los pisos de estudiantes o de jóvenes que trabajan y comparten casa y gastos van rompiendo con la costumbre de que el hogar familiar solo se abandona para fundar otra familia. La emancipación permite otra libertad de movimientos, otra forma de relacionarse, de disfrutar del tiempo libre y de la vida sexual. Para las mujeres que viven en pisos de estudiantes, libres de la tutela paterna, esta reducción del control social es aún más importante que para sus compañeros. Si bien, por sus dimensiones, en las ciudades asturianas no hay un movimiento tan militante de la vida cotidiana como el de las llamadas comunas urbanas, existentes en Barcelona, Sevilla o Madrid, ciudades con una rica vida contracultural en la segunda mitad de los años setenta, el hecho de compartir casa va a responder a veces a una razón política, y no solo económica, como en el caso de Miguel Ánxel Lago: «Mi mujer y yo nos fuimos a vivir con un compañero del trabajo y otro amigo del barrio. Fue parte del proceso de radicalización posterior a dejar el PCE. Nos empezaron a interesar las ideas más libertarias. Yo trabajaba en un banco y compartíamos los gastos de la casa o los de viaje si nos queríamos ir unos días por ahí. Si alguien no trabajaba no pasada nada. Aportaba de otra manera, limpiando o cocinando».

Llegados a 1980, como ya hemos dicho, el interés juvenil por la política va a decaer. Las organizaciones van a comenzar a tener problemas para renovarse y atraer nuevos militantes a sus filas. Los partidos de izquierdas, a pesar de algunos intentos por adaptar su imagen a la nueva estética y los nuevos gustos juveniles, se han quedado viejos, incluso los de la izquierda radical. Junto al llamado desencanto del que se comenzaría a hablar muy pronto, casi después de las primeras elecciones, y que se refería sobre todo al malestar o la frustración de la generación del 68 con respecto a sus expectativas políticas, en la recta final de la década se generaliza el ya citado término de pasotismo para definir el estado de ánimo y la actitud vital de los más jóvenes: aquella generación del 77 que alcanza la mayoría de edad durante la Transición, rechaza el sistema y abraza cierto gusto por una marginalidad desprovista de objetivos alternativos más allá del deseo de vivir sus vidas con libertad:

«Ni la derecha ni la izquierda acaba de comprender de dónde procede, ni lo que busca, todo este batallón que parece haber surgido de bajo tierra de pocos años acá. Su manera de hablar, pensar y vivir no se ajusta a las reglas del juego del establishment; van por libre, molestan a los bienpensantes y no quieren ni oír hablar de la política de los partidos, para cuyos dirigentes tienen apelativos tales como «evangelizadores, muermos, padres de la Patria, redentores de la Humanidad» y expresiones similares. La misma palabra pasota resulta todavía bastante ambigua. Se ha convertido en el cajón de sastre a donde han ido a parar todos aquellos que no quieren saber nada ni de la sociedad capitalista, «alienante y martirizante», por utilizar sus mismas palabras, ni de la comunista, ídem de ídem y, además, añaden, comecocos de los obreros».22

Muchos de esos jóvenes calificados en 1979 como pasotas habían participado sin embargo, de un modo más o menos activo y organizado, en la efervescencia política de los primeros momentos de la Transición, cuando estar en política se había convertido en una experiencia de masas y miles de jóvenes habían ingresado en partidos, sindicatos o movimientos. Waldo Valbuena, por ejemplo, había tenido un fugaz paso por la CNT, «de los 22 a los 23, antes de marchar a la mili», pero a la vuelta del servicio militar no se reengancharía a la militancia. El cierre del ciclo abierto en 1975 y la progresiva institucionalización de la política generaban un clima menos atractivo para la participación. Toño Barral recuerda pasar de un ambiente universitario muy activo, en el que «había todo el tiempo asambleas y manifestaciones», a un momento posterior, más aburrido, en el que «la política se profesionaliza y se convierte en sota, caballo y rey»:

«Tenía una carpeta forrada con pegatinas de todos los partidos de izquierdas: socialistas, comunistas, maoístas, trotskistas… Era compañero de viaje de la izquierda en general. Iba a las manifestaciones, repartí panfletos, pero además de la política me interesaban otras expresiones culturales, sobre todo la música. Tuve amigos que se concentraron en ser militantes las 24 horas del día los siete días de la semana, y se les agrió el carácter. No quería ser como ellos».

El pasotismo sería en algunos casos un periodo juvenil transitorio antes de sentar cabeza, esto es encontrar trabajo y formar una familia. En otros, sería el preámbulo a lo que Germán Labrador ha definido como el devenir yonki de la contracultura. Para Labrador la heroína «apareció en el momento adecuado, ayudando a mitigar las decepciones políticas de algunos y la falta de un futuro laboral de muchos más».23 Si en los primeros años de la Transición muchos de los jóvenes politizados habían compaginado militancia política con vivencia contracultural, al término de la década la balanza parecía inclinarse para muchos por un repliegue a la segunda. Las formas de vida al margen del sistema, el rechazo al trabajo fijo y la experimentación con toda clase de drogas formarían parte de ese devenir yonki:

«Cuando dejé de trabajar me puse a cobrar el paro, como en aquellos años se cobraba de paro lo mismo en duración que lo que se había trabajado […] pues me cogí año y medio y me lo tiré sabático, y de hecho terminé mal en muchos sentidos, porque me di a la mala vida. Entonces ya la cuestión política la aparqué totalmente y ya solo me dediqué a la cuestión marginal y contracultural […] me movía mucho por ahí, y sí me encontré con mucha gente muy rebotada de sitios parecidos […] la mayoría no eran anarquistas, eran gente de extrema izquierda: Joven Guardia Roja, ORT…».24

Si para Tino Brugos «estar políticamente activo me alejó de las drogas»,25 en otros casos la pérdida de la ilusión política sería el paso previo al enganche a la heroína, aún muy mitificada en el mundo underground de la Transición:

«Uno de mis mejores amigos estudiaba en Madrid. En las primeras vacaciones volvió a Asturias como militante del Partido Socialista Popular. En las segundas como yonki. Creo que fue el primer yonki que conocí. Luego vinieron otros. Algunos venían a mi casa a pincharse, abusando de mi generosidad. También me robaron bastantes discos para comprar droga. La gente se lanzó a la heroína con una absoluta inconsciencia. Se intercambiaban la jeringuilla en las fiestas como gesto de hermandad».26

También Miguel Ánxel Lago relata cómo unos cuantos de sus antiguos compañeros de la agrupación comunista de La Argañosa entrarían en el mundo de la heroína al abandonar la militancia política. El desencanto político sería el paso previo a la entrada en la heroína de chavales de barrio que se enfrentaban a un mercado laboral incierto y una sociedad sin demasiadas expectativas o sentidos biográficos que ofrecer a las personas jóvenes. Como explican Pablo Carmona y Emmanuel Rodríguez, si en la primera fase de la Transición la heroína «no gozó de ninguna popularidad», dado que «sus efectos a corto plazo eran contrarios al momento de explosión, creación y lucha política que se vivía en aquellos años», en 1980, en un momento ya de reflujo de la movilización social, existían unos 79.000 heroinómanos en toda España; y en 1984, en el segundo año de gobierno de Felipe González, 125.000.27 La adicción a la heroína funcionaría como una suerte de epidemia de nihilismo colectivo que se apoderaría de una significativa minoría de la juventud española, sobre todo de clase trabajadora, justo en el momento en el que el país cerraba su transición política y se iniciaban por parte del psoe unas políticas de ajuste económico que elevarían el desempleo juvenil por encima del 50%.

Si los primeros yonkis de la década de los setenta respondían a un perfil de jóvenes cultos y bohemios que llegaban a la heroína atraídos por su glamour contracultural, la segunda generación de yonkis, la perteneciente a esa Generación del 83 de la que habla Germán Labrador, va a responder principalmente a un perfil de jóvenes de clase trabajadora, mayoritariamente masculino y con menos formación cultural, aunque igualmente fascinados por el fatalismo autodestructivo de una droga cuyos efectos letales ya eran conocidos a principios de los años ochenta. Las cuencas mineras y los barrios obreros de Asturias, castigados por la crisis económica y el desempleo juvenil, van a conocer esta expansión del fenómeno yonki que se produce en toda España con el cambio de década.

También en Asturias, como en Euskadi, y anteriormente en Estados Unidos e Italia, hallarán eco las teorías de la conspiración estudiadas por Juan Carlos Usó acerca de un uso de las drogas por parte del Estado con fines alienantes y de desmovilización de la juventud obrera. Al contrario de estas interpretaciones, nos inclinamos a pensar que lo que sucede entre 1978 y 1981, años de explosión del consumo de heroína en España, es más bien justo al revés. No es la droga la que produce la anulación de los horizontes utópicos, sino que por el contrario esta emerge como problema generacional justo cuando los horizontes utópicos empiezan a desvanecerse, cuando los imaginarios del progreso y de la revolución comienzan a ser sustituidos por los de la marginalidad y la autodestrucción en una parte de los jóvenes más contestatarios. Citamos nuevamente a Carmona y a Rodríguez:

«Lejos de las biografías de los jóvenes de la década de los setenta, que se emancipaban recién cumplidos los veinte años, trabajadores y estudiantes vinculados a los horizontes de libertad de las luchas políticas de los barrios, los jóvenes obreros de los ochenta se vieron obligados a hacer el recorrido inverso. Con trabajos eventuales y mal pagados, condenados a cumplir los treinta años en casa de sus padres, las posibilidades de salir adelante se fueron reduciendo. Aburrirse y vagabundear por el barrio y por la ciudad fueron la antesala de la heroína, compañera perfecta de la apatía y de la desesperación».28

Crisis económica, desindustrialización, desempleo, triunfo del reformismo sobre la ruptura, apatía política y expansión de la heroína entre los jóvenes de las comunidades obreras. Como decíamos al comienzo de este texto, los años ochenta comenzaban de un modo muy diferente a como se habían imaginado desde las esperanzadas militancias de la década anterior. También en Asturias.

Plaza del Fontán (Oviedo), años ochenta

1 Fueyes Internes del CNA, septiembre de 1979.

2 El País, 28 de febrero de 1978.

3 El País, 2 de mayo de 1978.

4 El País, 17 de diciembre de 1981.

5 El País, 12 de diciembre de 1979.

6 Mundo Obrero, 28 de marzo de 1977.

7 El País, 13 de octubre de 1982.

8 Atlántica XXII, julio de 2014.

9 Entrevista a Juan Vega, abril de 2019.

10 El País, 13 de octubre de 1982.

11 La Nueva España, 11 de agosto de 1981. Cit., en Luis Miguel Piñera: Domingos en rojo: historia del Día de la Cultura en Gijón (1972-1984), Gijón: Sociedad Cultural Gijonesa, 2016, p. 100.

12 Xera, enero-febrero de 1982.

13 Entrevista a Miguel Ánxel Lago, abril de 2019.

14 Xera, marzo de 1982.

15 Atlántica XXII, julio de 2015.

16 Xera, mayo de 1982.

17 El País, 28 de octubre de 1979.

18 Germán Labrador: Culpables por la literatura: contracultura e imaginación política en la Transición, Madrid: Akal, 2017, p. 515.

19 Xera, diciembre de 1981.

20 Entrevista a Toño Barral, Oviedo, abril de 2019.

21 Cit. en Germán Labrador: Culpables por la literatura…, p. 521.

22 El País, 20 de febrero de 1979.

23 Germán Labrador: Culpables por la literatura…, p. 540.

24 Pablo Carmona: «Apuntes del subsuelo: contracultura, punk y hip hop en la construcción del Madrid contemporáneo», en Observatorio Metropolitano: Madrid: ¿la suma de todos? Globalización, territorio, desigualdad, Madrid: Traficantes de Sueños, 2007, p. 469.

25 Entrevista a Tino Brugos, abril de 2019.

26 Entrevista a Juan Vega, abril de 2019.

27 Pablo Carmona y Emmanuel Rodríguez: «Los años del pico. Epílogo para una generación exterminada», en Observatorio Metropolitano: Madrid, ¿la suma de todos?…, p. 383.

28 Ibídem, p. 384.


TREA
El antifranquismo asturiano en (la) Transición
Eduardo Abad, Carmen García y Francisco Erice (eds.)
Trea, 2020
512 páginas
30 €

Diego Díaz Alonso (Oviedo, 1981) es doctor en historia por la Universidad de Oviedo, especialista en gestión cultural y activista. Ha colaborado con medios como Atlántica XXII, La Nueva España, Les Noticies, Diagonal o El Salto. Actualmente forma parte del consejo de redacción de Nortes. Es autor de Disputar las banderas: los comunistas, España y las cuestiones nacionales (2019).

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