Poéticas

Constancia

Carlos Alcorta reseña un poemario de Cristian David López que transparenta el gozo de vivir, la plenitud de compartir el instante.

/ una reseña de Carlos Alcorta /

Hay títulos que, además de condensar el significado del libro, son una explícita declaración de intenciones. Este es el caso de Constancia, el nuevo libro de Cristian David López (Paraguay, 1987). No hay más que echar un vistazo a las publicaciones que ha realizado en los últimos años; publicaciones, además, que no se reducen al ámbito poético, como es el caso de Permiso de residencia (2015), sino que abarcan géneros tan dispares como el teatro (Basta con tener ganas, 2020), la traducción (Cantos guaranís), el cuento infantil (Pallabres pa Martín, 2017), la novela (La patria del hombre) y el diario (Hola, mundo, 2018). Como se puede apreciar, hay que tener, además de talento, mucha constancia en el trabajo para lleva a cabo tan prolija obra. Pero Constancia es también, y sobre todo, un intento de poetizar las formas en las que la realidad muestra su benevolencia (el poema de igual título nos parece paradigmático por su simbolismo: «Mientras el niño duerme/ en la hamaca,/ esta luz que entra en mi piel/ y este vino que espera mis labios,/ en estas líneas,/ dejan constancia / de mi fugaz liberación»). No todo es, afortunadamente, confrontación, desgarro existencial —a pesar de que «Todo está herido:/ aquello que nos rodea,/ lo que amamos y odiamos», escribe—. Existen también maneras de convivir, sin caer en la autocomplacencia ni sufrir ceguera voluntaria, con esa realidad tantas veces hostil, para acentuar aquello que alimenta nuestro espíritu, y eso es lo que hace Cristian David López en su poesía desde el primer poema del libro: «Árbol genealógico». A pesar de constatar la pérdida, más o menos efectiva, de sus raíces, el desaliento no es la tónica general de estos poemas, sino todo lo contrario: la esperanza y el entusiasmo subyacen en ellos. Eso sí, nunca son gratuitas ni irreflexivas. Si, por una parte, se lanzan diatribas contra el pasado propio («La piedra iba erosionando tu mano,/ a la espera de que tu oscura/ rabia la lanzara/ contra lo que fui,/ ese monstruo capaz de arrastrar / al ángel más firme / hacia el abismo»), por otra, hay un palpable deseo de redención que se explicita en la añorada infancia («Llevar con uno solo el recuerdo/ de la infancia/ para vivir de ello con ello,/ consumirlo poco a poco,/ racionarlo para que nos dure/ lo que dura el destierro») y en poemas vinculados a los orígenes, como «Canto al maíz», «El vino», «Níspero» o «Manos», porque, presumo, para seguir adelante resulta necesario aferrase a la intrahistoria y desentenderse de los grandes acontecimientos que determinan el fluir de la Historia con mayúscula: «Puedes dejar el mundo como está./ Si quieres, recoge tus restos:/ el libro abierto, la sonrisa de una tarde/ con ella, el sueño que olvidaste gastar,/ la rosa de ese día que dejaste en el jardín cotidiano,/ la mancha de unas moras en la memoria,/ la piedrita que cayó de tu zapato y que vino/ contigo desde la infancia, el silencio alegre/ del vino, tu sonrisa triste y este poema/ que no se apaga nunca, que siempre/ alumbra». El tono melancólico parece inevitable cuando se trata de acomodar los sueños a la realidad, las consecuencias a los propósitos; además, la constatación del dolor parece asumirse como una parte sustancial de la vida, un dolor agridulce, es verdad, pero revitalizante: «Tanto tiempo después, siguen sangrando/ los recuerdos que guardo de ti. Y no hay dolor que más me guste».

Cristian David López

En Constancia podemos observar varios registros formales, registros que comienzan en la estrofa breve: el haiku de factura irreprochable («Fugaz estrella/ que mis manos abrasa/ y no me quema») y otras fórmulas breves más apegadas a la tradición autóctona («Dudar de los sueños/ como dudar del camino,/ del amigo o del cielo»). También el poema de largo aliento escrito en métrica variable («El patotero» es un buen ejemplo»). Esta variedad formal implica también una variedad conceptual que, sin embargo, no rompe la unidad temática del libro, y es que las reflexiones sobre la infancia («La infancia es luz:/ donde está es de día,/ donde estuvo/ es de noche»), la sensación de desubicación existencial y geográfica («Tu patria es el camino// y no tiene fronteras) o la celebración de la paternidad se solapan en los poemas en los que teoriza acerca de la poesía. Los versos finales del poema «La poesía» resumen grosso modo su poética, una poética de la comunión emocional: «La poesía pronto caminará/ y podrá seguirnos/ para guiarnos cuando los dos/ nos perdamos lejos/ uno del otro/ en el laberinto/ en el que nos hemos metido». También de la función del poeta: en el poema «El patotero», ya mencionado, escribe «solo cuando escribo poemas soy poeta», pero también, en lo se puede tomar como un juego ficcional, afirma que «El poeta que forma parte de mí aparece cuando menos lo espero/ y destruye o adorna con actitud de gamberro/ las fachadas de mi realidad/ que trato siempre de mantener limpias».

En un libro como Constancia, en que se transparenta el gozo de vivir, la plenitud de compartir el instante, no podía faltar, en un implícito homenaje a Fernando Pessoa y el que, al parecer, fue su último verso, «Dame más vino, porque la vida no es nada», un poema como «Brindis», del que rescatamos la última estrofa: «Siente la momentánea eternidad/ de la vida./ Cállate ahora y bebe más vino». En ello estamos.


Selección de poemas

Árbol genealógico

¿Mi árbol genealógico?
Hace siglos lo talaron.
Fue viga, mango de hacha,
de azada y de machete.
Fue cuña del horizonte,
ascua en el invierno.
De su núcleo crearon
una profunda guampa
en la que ahora bebo
un fresco tereré
que me despierta el hambre
que me viene ya
desde hace siglos.

Éxodo

Seguir las huellas de la manada.
Seguir los pasos de los amigos.
Seguir el rastro de los parientes.
Huir del hambre,
huir del frío,
huir del llanto,
huir del sueño,
del abandono,
de los dioses mudos.
Llevar con uno solo el recuerdo
de la infancia
para vivir de ello y con ello,
consumirlo poco a poco,
racionarlo para que nos dure
lo que dura el destierro.

Para que no nos mate pronto el olvido,
para que no nos mate pronto la vida.

El vino

El vino
me recuerda mi infancia paraguaya.
Por eso, cada noche bebo.

Debo alimentar
al niño que vive en mí.

Manos

Lavo mis manos manchadas
por la tierra que abrigó
la mandioca que pronto
abrigará mi estómago frío.

Lavo mis manos
en el pequeño charco
donde tiemblan
un pedazo de cielo
y mi desdibujado rostro
de muchacho feliz.

Lavo mis manos
como si limpiara la sangre
que ha dejado la herida
tierra en mí.

Tierra quemada

Puedes seguir resistiendo solo,
dejando que se arruguen los pies
desnudos bajo esta lluvia que aúlla
de hambre y frío, de vacío.

Nadie te ha pedido nada.
Supongo que has creído que nacer
es un hecho que nos condena
a vivir y que vivir te obliga
a resistir y ofrecer tus huesos
al tiempo y a esa breve luz
que pinta los días de amarillo.

Puedes dejar el mundo como está.
Si quieres, recoge tus restos:
el libro abierto, la sonrisa de una tarde
con ella, el sueño que olvidaste gastar,
la rosa de ese día que dejaste en el jardín cotidiano,
la mancha de unas moras en la memoria,
la piedrita que cayó de tu zapato y que vino
contigo desde la infancia, el silencio alegre
del vino, tu sonrisa triste y este poema
que no se apaga nunca, que siempre
alumbra. Ah, y la patria que arrastras,
que suena a aguacero y huele
a tierra quemada.

Un canto en la memoria

El canto precipitado del alonsito en la mañana,
su canto rojo de tierra y huracán,
su sollozo estremecido y selvático,
su risa ahogada, su martilleo sobre el silencio
de mi memoria…
en la que ya no vuela,
en la que ya no está,
en la que no se calla.

Primavera

Sale como un rayo
y va por el aire
un dorado colibrí.

Se queda la rosa
temblando en la luz
desnuda.

Puntual

Nadie apura
a la rosa
a florecer.

Sin embargo,
llega siempre
puntual

a la belleza.

Patria

Si amas el camino,
olvida tu casa,
olvida tu naranjal.

Desata tus manos,
tus ojos y tus raíces
y ponte a andar.

Tu patria no es donde naces.

Es el horizonte.

Tu patria es el camino

y no tiene fronteras.


Constancia
Cristian David López
Bajamar, 2021
93 páginas
10 €

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como ClarínArte y ParteTuriaParaíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel PuenteMarcelo FuentesRafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

1 comment on “Constancia

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