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El rastro, la economía circular y la libertad

Un artículo de Miguel de la Guardia

/ por Miguel de la Guardia /

Amo el Rastro, la Feira da Ladra, el Flea Market, el Marché aux Puces…. en cualquiera de sus acepciones, aunque algunas al traducirlas suenan realmente mal. Son lugares que se levantan en las grandes ciudades antes de que amanezca y ofrecen a visitantes propios y turistas un repertorio del tiempo pasado, a veces local, en ocasiones exótico.

Nada, en ninguno de los grandes mercadillos, es nunca previsible. Incluso el ojo más avezado se sorprende saltando de muebles antiguos a lámparas industriales, cuadros, litografías o porcelanas. Emblemas y condecoraciones de ejércitos desaparecidos, joyas, mantelerías, cuberterías, jarrones y cajas de música sorprenden al visitante. Por no hablar de viejas herramientas, cachivaches recuperados de algún contenedor, maravillas y basuras todas revueltas en una extraña armonía de colores y formas.

Es el rastro un ejemplo perfecto de economía circular, no ya de reciclaje sino de segundas oportunidades, de gloriosa búsqueda de tesoros. Comprar en el rastro es recuperar, recordar, aprovechar lo ya fabricado en el pasado sin agotar nuevos recursos. En una palabra, animo al lector a buscar allí sus regalos de Navidad, sus obsequios para los amigos. Se lo aseguro, sus regalos serán originales y únicos, además de baratos.

Otra cosa que distingue a los rastros de los comercios es la libertad, libertad de precios y de oferta y demanda, en un entorno muy mediterráneo, de gran bazar, pero distinto. Aquí los compradores no saben exactamente lo que buscan y se dejan prendar por sus recuerdos y la belleza de lo encontrado. En lo tocante a los vendedores, su especie es muy variopinta y va del anticuario experimentado a quien vacía pisos enteros e incluso quien buscó en contenedores y rincones de la ciudad algo que vender. Por eso no es de extrañar que los precios vayan de lo muy barato a lo casi regalado, a excepción de algunas piezas notables que, en todo caso, se pueden adquirir a precios marcadamente inferiores a los que tienen en las tiendas estables de los anticuarios, en las subastas o incluso en internet. Libertad de precios y de movimiento, libertad para vender y comprar, eso, que no otra cosa, es la sensación que transmite pasear por el rastro de Madrid, Barcelona, Lisboa, París , Londres, Río de Janeiro o Torino.

Pensará el lector que lo relatado es una visión idílica, llena de entusiasmo y cercana a la irrealidad y tienen razón en pensar que no todo puede ser tan positivo y sin sombras.

No dudo en recomendarles que visiten el rastro de Valencia pero debo advertirles que en su nuevo emplazamiento del parque de Tarongers y Serrería, fruto de la decisión política del gobierno municipal del Sr. Ribó del partido Compromís, les sorprenderá encontrarse frente a un espacio totalmente vallado, con una puerta de acceso y otra de salida custodiadas por policía local armada y, lo peor, en un horario de 9 a 14. Aquí, la falta de libertad y el horario de funcionarios se dan la mano en lo que parece ser una declaración de principios de un gobierno local que tenía la oportunidad de hacer olvidar a los valencianos un pasado reciente trufado de corrupción, aunque el coste de las obras de instalación, de 1.042.843,24 euros, deja poco margen a la esperanza.


Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire o análisis de alimentos. Próximamente publicará uno sobre smart materials en química analítica. Además, ha publicado doce capítulos de libros. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas. Fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España).

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