Poéticas

Manca

José Luis Gómez Toré reseña 'Manca y más poemas', de Juana Adcock, un poemario de cuerpos agredidos que resisten, que hurtan el golpe cuando pueden, que reescriben los códigos tatuados en su piel.

/ una reseña de José Luis Gómez Toré /

«El jueves pasado me levanté y decidí cortarme la mano izquierda»: así comienza el poema en prosa «Manca», que da título al libro de la poeta y traductora mexicana Juana Adcock (Monterrey, 1982). Un acto de automutilación que parece adelantarse a todas las posibles agresiones que vienen de fuera, violencias que en este y en otros poemas parecen infiltrarse poco a poco en lo cotidiano, hasta volverse casi costumbre. Y, no obstante, como habrá que subrayar, esos cuerpos agredidos, sobre todo de mujeres, son también cuerpos que resisten, que hurtan el golpe cuando pueden, que reescriben los códigos tatuados en su piel.

Con todo, que no espere el lector un libro de crítica social al uso. La eficacia de la escritura de Adcock tiene que ver, en gran medida, con la audacia de la propuesta, la de situarse no en un lugar sólido (ideológico, físico, o de otro tipo), sino en un espacio fluctuante, de fronteras entre territorios y lenguas, donde ni siquiera el propio cuerpo (roto, herido, zarandeado, expuesto, ninguneado) se presenta como un territorio estable. Tampoco la lengua: es significativo que el libro se abra con tres traducciones distintas de un mismo texto de Homero, texto que lleva a su vez la huella de la violencia, como si se subrayara así la inestabilidad del terreno que se pisa. Estamos muy lejos de un libro confesional o autobiográfico, y, sin embargo, hay probablemente huellas del trabajo de Adcock como traductora y en especial de su condición de emigrante mexicana en Escocia, si bien esta experiencia trasciende lo individual para mostrar las fisuras que arrastra una situación colectiva, como vemos en «Aguacate Hass»: «Frontera porosa, ambos lados imbuidos del otro, parte uno del otro como el corazón y el aguacate: una mitad con el corazón de México pegado en el centro, otra mitad con el hueco de lo que se sueña y no ha de venir». No es de extrañar que, conforme avance el libro, sean más numerosos los poemas donde se mezclan, de forma aparentemente espontánea (y no exenta de cierta comicidad corrosiva) el español y el inglés. Así, en este ejemplo, donde parecen entrar en compleja convivencia la tradición católica, asociada a Latinoamérica y el ámbito hispánico, y la cultura anglosajona protestante:  «My favourite bit of poetry en lo entero del catolicismo/ es cuando decimos we are not worthy de que entres/ en mi casa».

No pretendo agotar todas las estrategias (el humor, la imagen audaz, la hibridez lingüística y cultural…) de Manca, perfectamente explicadas en la introducción por María José Bruña, quien, acertadamente, creo yo, vincula algunos de esos procedimientos con la poesía neobarroca. Como los neobarrocos (y neobarrosos), Adcock no tiene inconveniente en mezclar lo culto y lo popular hasta volver esos estratos casi indistinguibles, como se aprecia, por ejemplo, en el collage que superpone un fragmento de guion de telenovela sobre uno de los Desastres de Goya. En «Cabeza», la imagen inicial de cuerpos decapitados acaba desembocando en una afirmación de lo impuro de la escritura poética, que potencialmente puede dar cuenta de toda realidad (quizá por eso también se recurra, aquí y en otros textos, a frases truncadas, mancas, sin punto final, como si su mismo carácter incompleto sugiriera un movimiento sin límites): «Ustedes no saben de poesía, dijo, pero si todo se escribe, desde el temor desdentado, hasta la artesana taxidermia, hasta las bolsas de basura donde». Si bien esa posibilidad de convertir todo en poesía no supone una estetización de lo real, sino, más bien al contrario, un desbordamiento de la vida en el terreno de la escritura, algo que da miedo, que linda, con lo grotesco, pero también, cómo no, con lo terrible: «Todo es poesía. If I was truly listening el mundo sería unbearable».

La introducción da cumplida cuenta, como se ha apuntado, de una escritura lo suficientemente compleja (pese a su aparente espontaneidad) para afrontar, sin patetismo, una realidad llena de heridas. Sí me gustaría incidir, sin embargo, en cómo la autora hace de la necesidad virtud y convierte ese lugar inestable desde el que escribe en una vía de escape a la esclerosis de códigos lingüísticos (políticos, periodísticos, literarios…) siempre marcado por el poder.  De este modo, en «Tengo una idea para una novela», el yo lírico parece ironizar sobre el artificio narrativo y la forzada coherencia del relato que encubre una realidad llena de grietas: «Y en este tumulto encontraré lugar para el pathos/ repeating elements, la illusion of unity y una/ resolución tan espectacular/ it will soften the eye:/ un ojo de agua, a word made into flesh». Señalemos de paso esa referencia al agua de los últimos versos (que contrasta con la cita bíblica encubierta, otra vez en inglés, y que alude a algo que cobra solidez, forma): lo fluido, lo disperso, lo móvil es aquí un elemento simbólico importante, aunque solo en ocasiones aparezca en primer plano. Hay en ello (me parece) un deseo, como ya se ha señalado, de insistir en esa falta de consistencia y, al mismo tiempo, hacer frente a la agresión de forma oblicua, adoptando, en apariencia, las mismas armas. Frente a las desgarraduras del presente, frente a lo arrancado y mutilado, no cabe oponer una totalidad, un mundo sin fisuras, que nunca existió. Más bien se trata de que el dinamismo del lenguaje acompañe al dinamismo de lo real, en su pluralidad, en sus fragilidades, en su continuo hacerse, aun sabiendo los riesgos que comporta.

En ese sentido, me parece oportuno traer a colación la metáfora del cuerpo sin órganos de Deleuze. No pretendo que Manca se construya a partir de un concepto filosófico: ignoro la familiaridad de la autora con el filósofo francés y, por otro lado, la complejidad de dicho concepto, así como su carácter no unívoco, no facilita una lectura de ese tipo (si es que el cuerpo sin órganos en Deleuze es un concepto, y no más bien, una práctica, un programa). Desde luego, no estamos ante un texto que se adecúe fácilmente a ningún esquema determinado, puesto que la misma libertad de la escritura nos sorprende con un quiebro en cuanto empezamos a adelantar una etiqueta. Pero sí creo que puede señalarse cierto paralelismo con la imagen deleuziana en cuanto nos encontramos aquí con un cuerpo en constante construcción, y, por tanto, no fácilmente disciplinable, nunca sometido del todo a pesar de la constante amenaza de su quiebra: «Como dijo Joshua Whitehead,/ “la mejor parte/ de no tener cuerpo/ es que/ se me puede humillar”/ Por eso nos deshicimos del cuerpo/ por eso nos quitamos el cuerpo como envoltura de regalo». Un cuerpo atravesado por el lenguaje, dañado también por el lenguaje, y que necesita tal vez también una cura de palabras.


Selección de poemas

Esquirlas

Y su voz
quemadura meteorito
estalla cascarón
metálico huevo
menudo inocente
que salió cocido

charca colorida un iris
salpicando la banqueta
            me mataron    ay   a mis hijos
implora materno colgándose del faldón
militar golpe de culata
en el estómago y a salir vomitando
las recalcitrantes laderas
            (Zambrano lo había previamente
            pavimentado todo)
y nosotros nos callamos a lo uno solo
no vayamos a amanecer doblados
en un tambo sosa cáustica
astillas los huesos
espuma las vísceras

Este cuerpo de mujer que habito

Este cuerpo de mujer que habito
desde donde he alzado una mano para tocar el cabello de Moisés haciéndose tierno de repente
con lágrimas puestas al revés de toda una infancia
de cortar conejos agarrarse los huevos cargar al mundo
arreglar con voltímetros blandir llaves inglesas taladrar paredes soldados proteger
la suavidad de nuestros ángulos nuestra sabiduría de cortinas, desde donde he entornado las pestañas para enamorar a tres, cuatro desde donde he trazado
la «S» sinuosa del deseo
a la que Crátilo llamó «serpiente» y Adán llamó «percepción del flujo»
desde donde me he cansado de cuidar
            como Teresa y Diana
el miedo que no sentían al tocar leprosos
con sus manos inmaculadas, los labios
con que besaron
sus benditas llagas, desde donde he lavado la grasa del taller
dejando remojar fibras en un río de saliva universal desde donde he sangrado gotas malogrado abonado el trigo la hiedra desde donde he sido parcela toda ubérrima donde rumian las cabras

Comarca de San Fernando (poema plagiado del periódico)

Otros eran los amos de la comarca
no nos quedó de otra más que orar y mantener la calma
y todos en San Fernando lamentamos mucho lo que ocurrió

Trabajábamos bajo gran presión, no sabíamos lo que estaba pasando
estábamos temerosos, tú podías ver carros pasar por allá, pero no sabes más
sólo escuchas y ves, estábamos esperando

Tuvimos muchas reuniones donde le pedíamos a Dios
convocamos a la gente del clero para que le pidieran a Dios
que cuidaran a las fuerzas armadas
que San Fernando recuperara la paz. Parece ser que nos escucharon
aunque con mucho sacrificio

Hacemos un censo de infantes sin padre
de mujeres al frente de sus familias
tenemos que cargar con la parte que nos toca
tenemos que decir por qué sucedió, por qué el núcleo fue severamente invadido, cómo los papás desatendimos a nuestros hijos, no sabíamos dónde estaban, lo que estaban haciendo, por comodidad no los vigilábamos, también los maestros
empezamos a desatender

Es importante decir lo que pasó,
lo que nos pasó no es San Fernando. San Fernando es gente de trabajo
esfuerzo, sacrificio, gente que está hecha de una sola madera
tenemos que trabajar mucho, convocar a todas las fuerzas
revertir el éxodo

Nos preparamos para una nueva temporada de siembra
los pescadores están esperando que concluya la veda para regresar al mar a pescar
los ganaderos están esperando que pase el estiaje para echar adelante al ganado

Desfiladero

Hemos hecho todo lo que hemos podido para tratar de escondernos.
Hemos lavado, tratado, acontecido.
Las hojas de papel tan delgadas, tan nimias
y nosotros estira que estira los hilos en nuestras rodillas.
Lo que se debería.
El gato empezaba a desvanecerse, agarró una rata envenenada.
Polvo bien peinado, acerrín en las esquinas bordadas de absentia.
Y cuántas veces lo vimos venir, allá donde las amapolas
dejaban caer sus leónicas cabezas de lágrimas

Después del espectacular entierro del a pierna del señor presidente

Cuánto hizo por nosotros, valiente
en toda su sabiduría en toda la beldad de su verdad cada vello de cada ahogada glándula sebácea
reparte acotamuros telegráfias garfias excrecentia
esculturales músculos divididos en agua meniscos ligamentos cruzados
enarbolada varicosa varias cosas quisimos decirle pero ahora
demasiado tarde
la pierna vestida de gala el pantalón de rayón embalsamada
el zapato musical, encharolado
el Quinceuñas y setentaidos mil velas

Cada llama una banderita
una sílaba que se agita

Manca

El jueves pasado me levanté y decidí cortarme la mano. Lo vi todo muy claro y siempre que veo algo muy claro no titubeo ni un segundo. The ultimate work of art, o algo así, aunque creo que pensé que me volvería a crecer, como el pelo. Empecé por el dedo anular izquierdo. Corté justo debajo del nudillo. Flexionando el dedo para hacer el lugar del corte más visibe. Como cortar un pollo. La sangre no saltó. El cuchillo era aserrado, no tenía tanto filo, pero tampoco hacía falta. Luego el dedo medio. Luego el dedo chiquito. Ahí me quedó parte del hueso sin carne. La mitad del trabajo hecho, y cambié de plan: me dejé el pulgar y también el índice, para guardar parte de la funcionalidad de la mano, pues recordé que los dedos no me volverían a salir. Una venda para disfrazar la herida. ¿Cuánto tardará en cicatrizar? Entrevista con mi padre: ¿y ahora cómo vas a trabajar, a escribir? Casi siempre escribo en la libreta, o puedo usar voice recognition software. Se me ocurre que si aprendo a tocar el piano, seré mucho mejor. Con los pies, puedo diseñar unos pedales…

Todos los días desde entonces los nudillos restantes me han sacado de quicio. Mis manos huesudas. Mientras tanto me dedico a servir café en una cafetería de tres pisos. Tengo que aprender a organizarme bien según mi habilidad y recordar las cosas, llevar las charolas en orden para no dar tantas vueltas

Ventanilla única

Nos abrieron un hoyo en la pared de la oficina
una pequeña rendija para ver sol y árboles
el plazo tardado el normal
ave de paso

Postura indígena de parto

Lo que me parte en verdad es que
el sol se me meta a las rodillas con sus ganchos de dentista
rasca saca tubérculos

ella rueda por las tablas del piso
se hinca ante el esposo abrazándolo
las rodillas de él aprietan el vientre de ella
hay vómito aullidos de huracán
ella se sienta de cabeza en flor de loto
sus muslos miran a la luna cerrar
su único párpado
los vecinos replican por qué si la anestesia
progreso contenedores antisépticos
aplatanados

(Recuerdo los personajes verdiazulados de Diego en La llegada de Cortés
informes sus rodillas hinchadas)

Al niño le pusieron “ojo de la tormenta” y habló
desde el primer día
con las puras puntas de los ojos

La nieve afuera se aceleraba se enlutecía
mirábamos juntos

Niño
ojito mío le dije quise ponerme a llorar cuando te vi

Y él supo which part of me was worthless

Piet Mondrian

Había una vez un hombre que defendía la línea
en su estado más puro y más simple. No trying
to appear three dimensional, no secondary colours,
just pure composition. Alcanzar el más a priori
estado de las cosas. Creía en esta
su religión, aburría a sus amigos con persuaciones,
disciplined schoolchildren according to the vertical line
y la línea horizontal.

Su convicción era tal que convirtió todo su hábitat en un reino de la geometría.
He rose in the morning with square pillow marks on his square cheek,
pushed toothpaste from a square tube on square toothbrush he fashioned himself,
ate square fried eggs on square toast on square white plates
adorned with lines,
black and straight.

Cuando murió,
encontraron en una pequeña caja cuadrada
bajo su cuadrada cama,
varios cientos de acuarelas de flores,
each one neatly folded
en cuatro equiláteras partes

Aguacate Hass

Abrí los ojos en el centro de Los Ángeles, y me encontré con que estaba en México. Más en México que en Tijuana, porque no había la nostalgia o el orgullo de ser México. Era ese México de Monterrey al atardecer, como cuando vas por Padre Mier en el estrecho entre Zaragoza y Juárez, y vas viendo edificios ochentosos, joyerías bling bling, restaurantes de antaño tipo la cafetería del Nuevo Mundo, paleterías La Michoacana. En realidad no recuerdo si hay esas cosas en ese pedazo preciso de Monterrey. Pero era un reshuffle de cualquier ciudad mexicana que tuvo su último esplendor en 1981. Creo que era lo que menos me esperaba encontrar. Yo tenía una idea muy de palmeritas de plástico, autopistas con luces de neón, restaurantes macrobióticos y superestrellas saliendo in fraganti en tenis a comprar un helado. No me visualizaba a mí misma subiéndome a un camión y preguntándole al chofer en español si en éste llego a la Greyhound. Frontera porosa, ambos lados imbuidos del otro, parte uno del otro como el corazón y el aguacate, quizá la única diferencia siendo la increíblemente desigual distribución de la riqueza: una mitad con el corazón de México pegado en el centro, otra mitad con el hueco de lo que se sueña y no ha de venir.


Manca y más poemas
Juana Adcock
Eolas, 2021
184 páginas
20 €

José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) es poeta, dramaturgo y ensayista. Su obra crítica y ensayística está integrada por varios títulos, entre los que destacan La mirada elegíaca: el espacio y la memoria en la poesía de Francisco Brines (2002), Pedro Salinas (2009), El roble de Goethe en Buchenwald (2015), Extramuros (2018) y María Zambrano: el centro oscuro de la llama (2020). Ha publicado los poemarios Se oyen pájaros (2003), He heredado la noche (2003), Fragmentos de un cantar de gesta (2007), Claroscuro del bosque (2011, en colaboración con la artista Marta Azparren), Un corte que no sangra (2015), Hotel Europa (2017) y la antología Llamarse nadie (2019).  

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