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Aplausos y servilismo

Miguel de la Guardia carga contra el cesarismo en los partidos políticos españoles.

/ por Miguel de la Guardia /

No sé si les ocurrirá lo mismo que a mí, pero me fastidia enormemente que los padres de la patria dediquen su tiempo y su esfuerzo a aplaudir a sus jefes de filas en sede parlamentaria por vacía y falta de interés que sea su intervención. No creo que el aplauso sea la tarea de un cargo electo y, antes al contrario, debería mantener una actitud dialogante con sus adversarios políticos y crítica con los de su propia formación. Lo contrario sería demasiado fácil y cualquier descerebrado podría mostrar su entrega sin fisuras a cualquier causa y su odio visceral a quien opine de forma diferente con el simple objetivo de medrar en su partido, pero no creo que estas actitudes reportaran beneficio alguno al país ni a las instituciones. Así las cosas, cobra cada vez más sentido la necesidad de reducir drásticamente el número de cargos electos y su rémora de altos cargos y servidores pagados con fondos públicos, además de resultar evidente que la práctica del aplauso y el servilismo que conlleva solo favorece el cesarismo en los partidos políticos y deja sin contenido la representación de los ciudadanos, planteando dudas de que aquellos a quien se votó estén al servicio de las necesidades y la resolución de los problemas del votante lejos de cualquier sumisión a ningún líder.

Malos tiempos para una democracia que no se preocupa de sus representados sino de los privilegios de los cargos, que desoye las opiniones de quienes no les votaron, sin tratar de entender sus razones, y las de quienes les votaron pero no para hacer cualquier cosa y en la que tomar los votos y salir corriendo hacia el coche oficial y las jugosas dietas es una práctica generalizada.

La situación anterior es particularmente evidente en lo que se refiere a las preguntas de los parlamentarios a los miembros del Gobierno durante las sesiones de control y en las respuestas de estos. Se pierden excelentes oportunidades de poner el dedo en la llaga, exigir datos, tantas veces reservados por indecentes, y hacer preguntas inteligentes que convencieran a los ciudadanos de que se está trabajando para orientar hacia los problemas reales la acción del Gobierno desde una oposición leal y crítica. También es importante que el Gobierno conteste con sinceridad preguntas coherentes y aporte datos y argumentos que justifiquen su gestión e incluso que traten de convencer a sus adversarios para que se sumen a sus iniciativas. Antes al contrario, la mayoría de la oposición aprovecha las sesiones de control para simplemente insultar a los miembros del Gobierno entre aplausos de sus sicarios y los ministros esconden sus datos, no elaboran sus argumentos y, simplemente, responden con mentiras e insultos, incluso cuando tratan de almibarar sus respuestas, y todo ello entre aplausos injustificados que son tolerados por las presidencias de las cámaras que, a su vez, demuestran su servilismo a quienes les propusieron y se engañan si creen que representan al total de la cámara al permitir exabruptos de todos, propios y ajenos, sin exigir respeto y cordura.  

Afortunadamente, en nuestra democracia todo queda registrado y las hemerotecas guardan los insultos de los parlamentarios y miembros del gobierno y las contradicciones de gobernantes y representantes con registro de fecha y momento político en que se produjeron los hechos y así, el ciudadano puede repasar las mentiras de una ministra de Hacienda que negaba la posibilidad de rebajar el IVA a las mascarillas, la falsedad de la afirmación del antiguo ministro de transportes, movilidad y agenda urbana cuando afirmaba que el pago por el uso de autovías era una imposición europea o la penosa entrada del Sr. Sánchez moviendo indolentemente la cabeza mientras afirmaba hace un año que habíamos vencido al virus y sus cortesanos aplaudían a rabiar.

Acabamos de  reabrir el curso político y los ciudadanos de a pie agradeceríamos a diputados y senadores que trabajen para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, tanto si les votaron como si no, y dejen de aplaudir a sus líderes supremos, aunque solo sea para que las cámaras  de televisión no registren su servilismo.


Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire o análisis de alimentos. Próximamente publicará uno sobre smart materials en química analítica. Además, ha publicado doce capítulos de libros. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas. Fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España).

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