/ por Miguel de la Guardia /
Vayan por delante mis disculpas, a mi maestro en las lides periodísticas Ferrán Belda, que sostenía que quinientas palabras eran el máximo suplicio a que podía someterse a un lector de columnas de opinión, y a mis lectores por contradecir la norma anterior.
Recordando críticamente mis colaboraciones de estos meses en El Cuaderno me temo que estoy cayendo en una cierta bipolaridad que va desde la exégesis de las lecturas a la visión pesimista del presente político de nuestro país que transmiten mis columnas y, por eso, quiero que mi columna de hoy aporte algo del optimismo que me acompaña cada mañana cuando inicio la aventura de un nuevo día.
La expresión carpe diem se ha tomado como bandera del disfrute del presente, como enseña de una forma mediterránea de estar en el mundo disfrutando de los placeres y los días, y no dudo que es inteligente pensar que el ayer ya no nos pertenece y difícilmente podríamos reescribirlo y que el mañana es una incógnita sobre la cual podemos especular, pero que siempre está teñido de incertidumbre. Así las cosas, nos queda este hoy que, no tengo la menor duda, está cargado de regalos cuando se tiene la suerte de vivir en un país desarrollado y democrático y no pertenecer a la legión de los muchos excluidos del sistema. A pesar de ello, un día son muchas horas y muchísimos momentos (me encanta la expresión que emplean los italianos para hablar del instante attimo, que refleja la pequeñez de lo considerado) y por eso creo que deberíamos evaluar el tiempo y la felicidad segundo a segundo, átomo a átomo, si de verdad queremos ser conscientes de la suerte que tenemos al estar vivos.
Dormir bien, aunque nuestro nivel de consciencia esté en mínimos, es un primer paso para la felicidad absoluta. La fatiga por un día activo y la tranquilidad de haber actuado correctamente son factores que ayudan a conciliar un sueño reparador, pero, siendo justos, también la genética tiene aquí algo que decir y debo confesar que heredé de mi madre una gran capacidad para conciliar el sueño que la edad no ha conseguido deteriorar.
Una ducha templada es la mejor manera de iniciar el día y siempre que siento caer el agua sobre mi piel me acuerdo, con tristeza, de quienes no pueden hacerlo por falta de agua o de una casa en que cobijarse y poder sentirse a salvo. La ducha, aunque dure lo que una canción, repara y tonifica nuestro organismo y se sorprenderían de la cantidad de ideas y proyectos que concibo en esos escasos minutos.
Si la ducha fortalece antes el espíritu que el cuerpo, el desayuno puede ser la fiesta de los sentidos. Empezando por el olor del café y del pan caliente, la textura y el sabor de cereales, frutas y zumos, todo en el desayuno anima a tener un buen día, sin olvidar los huevos, cocinados de cualquiera de las formas posibles, y, si hay tiempo, algún pescado ahumado y embutidos. Sí, estoy hablando de esos desayunos espléndidos que nos podemos regalar en los buenos hoteles y no de un café bebido aprisa y corriendo entre el sueño y la vigilia. Si además desplazan ese desayuno a su propia casa, no me negarán que se reduce drásticamente el coste de la aventura y se intensifica el placer de estar en su propio espacio. Es inevitable rendir tributo a Claudia Polo y Blasina Rocher, que han plasmado en su excelente libro «Mañanitas: desayunos y rituales» una sugerente colección de recetas e ideas para hacer del desayuno una fuente de placer para el nuevo día. Además, un buen desayuno es el complemento energético ideal para afrontar con optimismo los retos del día.
Hasta ahora, todo lo que he reseñado se circunscribe al espacio de la propia casa y en ese punto habría que insistir sobre el derecho de todo ciudadano a un lugar apropiado en que vivir como compensación a su contribución al bienestar de sus conciudadanos en un país democrático avanzado. Sostenía Marguerite Duras que la casa era el espacio de las mujeres, pero yo prefiero pensar que la casa es el espacio de las personas y que su cuidado contribuye al bienestar espiritual de sus moradores y es un aspecto esencial para disfrutar de los regalos que nos aporta cada día.
Salgamos de casa bien desayunados y hagámoslo sin el lastre de una rutina, dejándonos sorprender por los cambios que se producen cada día en nuestro desplazamiento habitual al lugar de trabajo. En el relato de Paul Auster y la película de Wayne Wang del mismo título «Smoke», el protagonista tiene el proyecto de fotografiar cada día el mismo lugar a la misma hora y la visión de las diferentes fotografías permite identificar los cambios de las estaciones y el paso del tiempo a través de la luz, las diferentes personas que transitan por el lugar y su forma de moverse y de vestir. Para mí, toda una lección de que todo cambia y nada permanece. Aprovechemos, pues, esos desplazamientos para disfrutar de los lugares y las personas, para establecer nuevas relaciones y cuidar de las que ya tenemos y nunca dejemos de proyectarnos hacia los demás, evitando quedar aislados de cuantos nos rodean, de aquellos con los que nos cruzamos habitualmente o por azar.
La forma de desplazarse de casa al trabajo está en muchos casos forzado por la distancia o las posibilidades que ofrezca el transporte público, pero, en mi opinión, es preferible desplazarse andando, cuando ello sea posible, o hacerlo en transporte público o, al menos en un transporte compartido. Es decir, favorecer el contacto con el exterior, entendido como paisaje geográfico pero también humano. Además les recomiendo encarecidamente pasear sin un rumbo fijo las ciudades para dejarse sorprender por cuanto encuentren.
El trabajo no es solo una obligación de los que vivimos en sociedad: es también un derecho constitucional que deberían priorizar cuantos asumen posiciones de gobierno. El trabajo nos permite compensar a quienes garantizan la seguridad y limpieza de las calles, los bienes de primera necesidad e incluso los caprichos, y este es un aspecto importante para nuestra felicidad. Si antes dije que dormir bien puede ser la garantía de casi un treinta por ciento de nuestra felicidad, trabajar en algo que nos guste y enriquezca nuestro espíritu puede aumentar ese porcentaje al doble. No solo obtenemos dinero como compensación a nuestro trabajo: la satisfacción de hacer algo por los demás y hacerlo lo mejor posible es una garantía de felicidad y hacerlo un regalo de cada día. En este sentido, debo reconocer con humildad que llevo más de cuarenta años en el recreo de impartir docencia en la universidad e investigar y eso, se lo aseguro, no se paga con oro ni con diamantes pues el tiempo, que no las cosas materiales, es la mercancía más escasa que tenemos los seres humanos.
Las condiciones atmosféricas monopolizan una buena parte de nuestras conversaciones accidentales y es cierto que la lluvia o su ausencia, el calor y el frío pueden influir sobre nuestro estado de ánimo. Me confieso hijo de la luz y amante de la radiación solar, aunque mi recomendación es gozar del frío en invierno y del calor en verano, de la lluvia cuando se presente y de su ausencia, de la luz del sol y del brillo de las estrellas, y desaconsejo completamente añorar el frío en verano y el calor en invierno. Adaptarse a las condiciones climáticas de cada lugar y cada día es la mejor forma de captar momentos de felicidad y hacer lo contrario el camino más seguro para la infelicidad y el mal humor.
En cuanto al ocio aquí debo destacar mi admiración por los que disfrutan del deporte, de forma activa o como espectadores, aunque por mi parte intento mantener una vida activa y prefiero una obra de teatro o una película, un concierto o un libro y también vagabundear por museos, salas de exposiciones, librerías y calles. Sea cual sea la preferencia de los lectores, el ocio, sin lugar a dudas, proporciona numerosos momentos de felicidad y es conveniente reservar a esas actividades un tiempo y una atención que siempre se verán recompensados. En particular, confieso mi adicción a viajar, a buscar nuevos paisajes y culturas, gentes diferentes que creen en otras cosas, que viven y visten de otra manera. Viajar es el mejor antídoto contra el nacionalismo y sus secuelas supremacistas y proporciona un aluvión de momentos de felicidad.
Las relaciones humanas ocupan un lugar preeminente en todo lo antedicho. Los amigos, los amores y, en particular, los hijos, son portadores de torrentes de felicidad y es bueno cultivar la amistad y el amor y, por supuesto, huir de las personas y de las relaciones tóxicas. Los buenos momentos son mejores si son compartidos y la tristeza se atempera si podemos apoyarnos en alguien a quien queremos. Un capítulo aparte merece el tema de los hijos. Es extraño, es una de las relaciones que no elegimos nosotros y, sin embargo, nada hay mejor en mi vida que mis cinco hijos, y eso más allá de lo que algunos llaman la llamada de la sangre. En realidad, pienso que padre lo es quien se despierta sobresaltado si alguno de sus hijos tiene un problema y quien antepone el bienestar y felicidad de sus hijos al suyo propio. En el fondo, tenemos hijos porque pensamos que la vida es maravillosa pero, en realidad, no les pedimos permiso para traerlos y eso crea un vínculo imborrable que hace que cualquier otra relación pueda ser reemplazada por otra persona, excepto la relación de paternidad.
No podría acabar este texto sin homenajear a Jorge Bucay, quien en su relato «El buscador» sostiene que solo el tiempo que hemos sido felices es el tiempo realmente vivido; lo otro es solo tiempo pasado. Así pues, aliento desde esta revista a los pacientes lectores a disfrutar de cada uno de los regalos que nos ofrece el día y sumar momentos de felicidad en nuestro haber.
PS. Le agradecería mucho a los pacientes lectores que me indicaran en qué punto de este texto interrumpieron su lectura. En el fondo se trata de una comprobación experimental de la teoría de las quinientas palabras y la posibilidad de ampliarla al doble…o quizás al triple, si hubiese logrado captar la atención del lector.

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.
He llegado hasta el final! Aunque el experimento solo sirve para los que lo leemos entero y nos registramos para contestar jaja
Un artículo muy hedonista. Sólo leerlo ya proporciona felicidad.