Arte

Niño de Elche: misticismo de un auto sacramental sonoro

Miguel Antón Moreno comenta la exposición 'Auto sacramental invisible: una representación sonora a partir de Val del Omar', abierta en el Museo Reina Sofía hasta el 29 de este mes.

/ por Miguel Antón Moreno /

El Niño de Elche se ha definido muchas veces como ex-flamenco. Lo cierto es que esa definición, aunque pueda servir para ponernos en la pista de sus orígenes y algunos de sus derroteros, se nos hace del todo insuficiente a la hora de acceder a las propuestas artísticas que viene ofreciéndonos desde hace ya tiempo. Si hubiera que rebautizarlo, yo volcaría el agua bendita sobre su cabeza mientras lo nombro Paco el Camaleón.

No sé si es el nombre artístico con más gancho, pero desde luego se ajusta bastante a la capacidad adaptativa que demuestra tener en cada propuesta. Definirlo, incluso de esta manera, es ya de partida un fracaso, a no ser que se acepte la aporía de la indefinida definición. Tal vez algún filósofo exaltado se enfurruñaría con esto de la negación de las definiciones, pero es que precisamente la poética del Niño de Elche consiste en una carrera contra la rigidez de los conceptos. Y de momento la va ganando con ventaja.

Si el Niño de Elche adopta formas camaleónicas no es por un antojadizo capricho o por una rebeldía de tipo adolescente, sino por cumplir con la máxima (si acaso la hay) de la búsqueda y la exploración en terrenos desacostumbrados. Además, una excesiva preocupación por ser coherente puede llegar a constituir un lastre para cualquier artista; esto es algo que sabe bien y por ello la coherencia no le preocupa lo más mínimo. La negación de las definiciones y la coherencia es quizá lo que le permite habitar en «La transparencia, Dios, la transparencia», el verso de Juan Ramón Jiménez que Val del Omar pegó en la portada de su ejemplar de las Poesías completas de San Juan de la Cruz, y que el Niño de Elche repite como un mantra en su disco La distancia entre el barro y la electrónica: siete diferencias valdelomarianas.

José Val del Omar había dicho en Meridiano del color de España: «Yo estoy despierto a la Unidad que —en reflexión es blanca— en transparencia es negra. Yo siento que la Unidad fue mi punto de partida y es mi punto de regreso, yo paso por un arco iris. Yo entiendo que la vida se nos ha hecho posible a nosotros, pobres, cojos, mancos, tuertos, gracias a un desgarro de la Unidad». Este misticismo cromático está presente en todo el disco, producido por el también inclasificable (aquí un intento: ensayista, artista sonoro, musicólogo, performer, comisario de arte o locutor radiofónico) Miguel Álvarez-Fernández. La distancia entre el barro y la electrónica es un denso trabajo sonoro que tuve la suerte de poder escuchar hacia el final de su proceso compositivo, y que en ese momento se me antojó como una especie única de Réquiem.

La exposición del Reina Sofía Auto sacramental invisible: una representación sonora a partir de Val del Omar no pude entenderse sin su vínculo con el disco. En cierto modo, las dos propuestas entablan un diálogo sinérgico que expanden sus significados. José Val del Omar compuso su Auto sacramental invisible entre 1949 y 1951, y lo estrenó al año siguiente bajo la mirada de una tímida recepción que, se podría decir, lo guardó en el baúl del olvido. Niño de Elche, Miguel Álvarez-Fernández y el arquitecto Lluís Alexandre Casanovas Blanco recuperan esta pieza para reinterpretarla desde sus propias coordenadas. La exposición, tristemente, concluirá en pocos días. Creo que precisamente por eso, al haber pasado ya tiempo desde que se inauguró, es buen momento para reflexionar sobre ella y tratar de aprehender, puede que en un intento vano, los conceptos invisibles que esconde.

Y digo en un vano intento porque el Auto sacramental invisible es un proyecto artístico que, al igual que el disco, está estrechamente ligado a la mística, que tan en relación se encuentra con el silencio. He ahí la firme contradicción que plantea el esfuerzo de un conatus que quiere perseverar en la expresión de lo inexpresable. Ya sabemos lo que dijo Wittgenstein, pero hasta él consideró oportuno decirlo en un libro, en vez de callarse. El silencio es sustituido en esta pieza no por palabras, sino por un lenguaje propio que trata de adentrarse en esa unidad y esa negrura valderomanianas.

En primer lugar, asistimos a la presentación de los materiales de la antesala, que nos ponen en contexto. Después, cuando uno descorre la cortina para entrar en la sala principal de la exposición, que se encuentra en penumbra, acepta de partida la simulación de un viaje iniciático que nos aproxima a las orillas de un oráculo, o a las experiencias extáticas de los místicos, con todo su contenido religioso-sexual. El dolor y el placer están presentes en los sonidos del canto onírico, en el que también convergen ruidos mecánicos y mantras haciendo referencia a fechas caóticas que difuminan el tiempo.

Como siempre ocurre con las propuestas del Niño de Elche, resulta cómico observar a los jovencitos confusos (y no tan jovencitos), que acuden a ciegas a una representación sin más premisa que la de algunos vídeos de Youtube amparados por el mainstream. La reacción de muchos, al escuchar por los altavoces-lámpara la palabra eliminado, es ir saliendo, como si se sintieran aludidos, tal vez por la inercia de las dinámicas de algunos programas tipo Sálvame o reality shows como Operación Triunfo, donde los participantes van siendo nominados. Como el propio artista dijo en uno de sus conciertos, lo que no saben es que forman parte del espectáculo, o en este caso de la exposición.

Hacia el final, nos envuelven las carcajadas del Niño de Elche, que acto seguido se convierten en llanto (tal vez por darse cuenta de que lo cómico no puede separarse de lo trágico). Placer y dolor quedan fundidos, como en la vida, sin renunciar a ninguno, en su versión del auto sacramental de Val del Omar.


Miguel Antón Moreno (Madrid, 1995) es estudiante del doble grado en filosofía e historia, ciencias de la música y tecnología musical en la Universidad Autónoma de Madrid, escritor y músico.

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