/ una reseña de José de María Romero Barea /
Entre la fiera esperanza y la denodada realidad, una desafiante maestría sostiene que «los fenómenos evocados por los artistas en esta muestra [“El nuevo realismo”] no son fenómenos, sino parte de nuestra experiencia y de nuestras vidas —creados por nosotros y creándonos al mismo tiempo». En la colección de artículos de prensa Las vanguardias invisibles: escritos sobre arte [1960-1987] (Kriller71 ediciones, 2021; Traducción de Andrea Montoya, Aníbal Cristobo, Edgardo Dobry y Patricio Grinberg), urgente y reparador, el poeta y escritor John Ashbery (Nueva York 1927 – 2017) incurre en indagaciones de la disciplina como iluminación: «Ubicua como es [la producción de Picasso y Gertrude Stein], permanece en su estimulante puesta en duda, y en eso consiste su supervivencia».
Entre el deseo de espacio y la ausencia de refreno, el profesor y periodista estadounidense argumenta la necesidad de superar prejuicios, y «después del shock inicial, sentirse a gusto con las criaturas del zoo [de Francis Bacon], un mundo feo, obsceno y terrible, pero también un mundo profundamente humano». Entre la cohesión (representada en la creatividad compartida) y la continuidad de quienes la miramos (incipiente, fluida, encerrada en su mutismo) el vate de Autorretrato en un espejo convexo (1975) amplifica el tema con viñetas reflexivas de experiencias que no son, «como gran parte del arte de hoy, alusiones o comentarios, aunque oblicuos, sobre ideas que están en otra parte: ellas mismas son el acontecimiento» [se refiere a la obra de Brice Marden].
Al esforzarse por deshacer los nudos constrictivos del autoritarismo exégeta, el hacedor de Susurros chinos (2002) sintetiza veredictos separados, prescribe visuales equilibrios de una novedad entre ternuras pretéritas: «La verdadera emoción está en la forma en que los leitmotivs se yuxtaponen [en las creaciones de Larry Rivers], se ajustan y encajan en una colcha de retazos loca de atar». Sostiene que la fuente de la fortaleza es la vulnerabilidad que nos afanamos en ocultar: «Como Piranesi, el arte de Michaux es, citando a Octavio Paz, “un tributo a la irrealidad de todo tipo de realismo”».
Al escondernos de las certidumbres, bloqueamos el acceso de la maravilla, damos paso a esa obediencia mecanicista que privilegia narrativas divergentes: «No es idealismo lo que es peligroso», apostilla al ocuparse de Fairfield Porter, «sino el idealismo pervertido y destruido al ser convertido en algo “útil”». Libre de ambivalencias y contradicciones, en la psicoterapia de la neutralidad, el máximo exponente de la Escuela de Nueva York ejerce prácticas de fuga, disuelve las armaduras de la tensión en el tacto libidinal («En lugar de crear en el vacío, [el artista] ahora está en el centro de una multitud que lo alienta», concluye en el artículo que da título a la colección).
Furioso el posmodernismo iconoclasta de Las vanguardias, recordatorio de la facilidad con que la libertad de un individuo se convierte la esclavitud del colectivo. Extática fluye a través de los constructos, al restaurar su disponibilidad en la gama sentimental: «[Ashbery] se deja interesar por el modo en que la exposición es un dispositivo que actualiza las obras del pasado», sostiene Edgardo Dobry (Rosario, Argentina, 1962) en el prólogo, «se fija en si esa actualización tiene o carece de justificación». Se capturan las capas subyacentes a la conciencia en las paradas de un viaje a través de los movimientos artísticos.
Pensar, parece sugerir el que fuera académico estadounidense de las Artes y las Ciencias, es moverse, sentir y admirar sin dañar o ser dañado, brillar en cada oración, a través de cada razonamiento, liberar lo que ha estado en sombra, anulado por el régimen constrictivo, mostrando «no solo el modo en que un poeta se exige juzgar críticamente aquello que ve», concluye el poeta, ensayista y traductor argentino, «sino, también, la manera en que ese juicio sirve como poética para su propia obra de creación».

John Ashbery
Kriller71, 2021
248 páginas
18,50€

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Es autor, entre otras obras, de los poemarios Resurrecciones (2011), (Mil novecientos setenta y) Dos (2011) y Talismán (2012), que conforman la trilogía El corazón el hueco, primera sección a su vez del proyecto Poesía (qué si no). El primer libro de la segunda sección, Un mínimo de racionalidad, un máximo de esperanza salió publicado en 2015. Romero Barea también es autor de la trilogía narrativa Interrupciones, formada por Hilados coreografiados (2012), Haia (2015) y Oblicuidades (2016), y ha traducido los poemarios Spanish sketchbook, de Curtis Bauer (España en dibujos, 2012); Disarmed, de Jeffrey Thomson (Inermes, 2012) y Gerald Stern. Esta vez. Antología poética (2014). Además, colabora con reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional como El País (Babelia), Le Monde Diplomatique, La Vanguardia (Revista de Letras), Claves de Razón Práctica, Ábaco, Quaderni Iberoamericani, Quimera y Nueva Grecia, de cuyo consejo de redacción forma parte. Los volúmenes La fortaleza de lo ilegible (2015) y Asalto a lo impenetrable (2015) incluyen una amplia selección de su obra crítica.
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