/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
Vladímir Putin también mira hacia el pasado; también él utiliza nuestro concepto de retrovisor. En un artículo publicado hace un cierto tiempo titulado «La común historia de rusos y ucranianos» y que el historiador Patrick G. Geary menciona, el presidente ruso basa su argumentario en el supuesto de que los «pueblos rusos, ucranianos y bielorrusos son todos descendientes de la antigua Rus, que era el reino más grande de la Europa de su tiempo». En la concepción del dictador ruso, los pueblos son entidades inmutables, que hunden sus raíces en el suelo patrio, como los árboles; se alimentan de su tierra y florecen gracias al particular territorio de la Patria. Desde la más remota Edad Media, el pueblo del Rus constituía una unidad de lengua, etnia y cultura. Y a esta lengua común se les unió una misma fe, la ortodoxa, cuando el gran príncipe Vladímir I de Kiev fue bautizado en el año 988 y estableció el alfabeto cirílico. Cuando murió, su cuerpo fue troceado para obtener reliquias que fueron enviadas a los distintos conventos de su enorme territorio. Según Putin, cuando el Rus de Kiev se hundió, bajo el peso de las huestes mongolas, «Moscú se convirtió en el centro de la reunificación», continuando la tradición de la antigua nación rus. Alejandro Nevski y sus descendientes lucharon contra la dominación extranjera, especialmente contra los suecos, a los que derrotó en la batalla de Ust-Izhora, y posteriormente contra los poderosos caballeros de la orden teutónica, como inmortalizó Serguéi Eisenstein en su famoso filme.
Todo este argumentario histórico le sirve a Putin para proclamar que «la auténtica soberanía de Ucrania solo es posible en cooperación con Rusia», dado que los lazos históricos, de sangre, de religión y de cultura les unen para siempre. El texto es una evidente manipulación de la historia. Como escribimos en un ensayo publicado por Trea, los intentos de manipular la ciencia tienen también una larga tradición, y hoy, ante la proliferación de fake news, la amenaza de tergiversaciones no es una posibilidad; es una realidad. Las falsificaciones científicas abarcan todos los campos de la ciencia, desde la arqueología, infectada por mitos religiosos y creencias esotéricas, hasta las proyecciones sobre el cambio climático y el medio ambiente.
Naturalmente, la historia es un terreno abonado para los manipuladores de la mente y Putin no es el primero, ni tan siquiera original. Desde finales del siglo XIX y hasta el primer tercio del siglo XX, el nacionalismo alemán defendía cosas muy similares aplicadas al pueblo ario. A partir del estudio de las cerámicas cordadas del calcolítico centroeuropeo y de los elementos que se le asociaban, Gustaf Kossinna (1858-1931) el prehistoriador alemán de más prestigio de su tiempo, estableció su origen en el norte de Alemania y en las áreas limítrofes con Escandinavia. Esta cultura, que se denominó danubiana de la cerámica de bandas, según él, se hallaba ya completamente formada y organizada en Alemania desde el primer momento. Se trataba de una cultura agrícola, arraigada en lugares fértiles, en especial en las tierras negras del valle del Danubio y que se expansionaba buscando tierras «para colonizar». A partir de este análisis arqueológico y otros análogos, se asoció la técnica de la cerámica y el complejo arqueológico danubiano de la cerámica de bandas con la cultura indoeuropea, estableciendo una expansión hacia el sur y el este de Europa. La cultura, en este caso y en todos, se transmitió —según él— desde los pueblos más avanzados a los menos desarrollados y Kossinna identificó a los arios como el grupo racial más avanzado. Mediante esta teoría arqueológica, los pueblos germanos eran los fundadores de una civilización que fue, para el nacionalsocialismo alemán, la más avanzada. Así, la prehistoria alemana nacía vinculada a la idea de la raza aria. Por ello, cuando empezaron a construir el edificio ideológico del nacionalismo, muchos ideólogos insistieron en buscar las «raíces del pueblo», «la patria originaria» (Urheimat) e incluso identificar su territorio, las áreas de expansión.
Todo ello explica que la tradición académica de los arqueólogos alemanes se aglutinó en torno a valores tales como patria, lengua y pueblo alemán. Esta era una visión del nacionalismo romántico de Herder, que concebía, al igual que Putin, a la nación como una cepa o un árbol, que hunde sus raíces en el suelo y que depende de la calidad del suelo, el fruto será mejor o peor. Herder, en su obra Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad, afirmaba:
«Puesto que el hombre nace de una raza y dentro de ella, su cultura, educación y mentalidad tienen carácter genético. De ahí esos caracteres nacionales tan peculiares y tan profundamente impresos en los pueblos más antiguos que se perfilan tan inequívocamente en toda su actuación sobre la tierra. Así como la fuente se enriquece con los componentes, fuerzas activas y sabor propios del suelo de donde brotó, así también el carácter de los pueblos antiguos se originó de los rasgos raciales, la región que habitaban, el sistema de vida adoptado y la educación, como también de las ocupaciones preferidas y las hazañas de su temprana historia que le eran propias. Las costumbres de los mayores penetraban profundamente y servían al pueblo de sublime modelo».
A partir de aquí, Kossinna consideraba la arqueología prehistórica como una ciencia al servicio de la patria, y por ello, constituía la legitimización de los derechos históricos. Todas estas ideas se reafirmaron a partir de los años veinte, después del tratado de Versalles, cuando la derrota y humillación alemana alimentaron el revanchismo del que surgió el nazismo.
También la derrota soviética de la Guerra Fría ha alimentado en Putin y en sectores mayoritarios de la inteligencia rusa argumentos similares, que el dictador ruso puso sobre el papel en el artículo mencionado y hoy sus generales lo materializan sobre el suelo de Ucrania.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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