/ por Natalia Robles Mures /
En estos días de desasosiego por el panorama de fragmentación estética y formal que ofrecemos las izquierdas no hago más que pensar en la esperanza. En si queda ya o no. En realidad siempre pensé en ella. En las ocasiones de oportunidad y, por supuesto y como sucede esta vez, en las de inoportunidad. Ante la duda de si es necesaria o no, acudo a pensadores que la tuvieron en cuenta para intentar aferrarme de nuevo a algo certero. Así, en estos días ando por libros y canciones que me recuerden qué es aquello. Por necesidad vital recurro a la poesía porque considero que es una forma sublime de explicación del mundo. Necesito que las palabras se me muestren de una forma elevada superándose a sí mismas en comparación al uso que se hace de ellas en otras formas más mundanas. Y no es que reniegue de sesudos análisis de la realidad contrastados y materiales. Son necesarios también. Pero cuando una ya sabe, o intuye que la realidad es tan doliente como resulta ahora, necesita de explicaciones o demostraciones artísticas que alienten la vida. Y con todo esto que está pasando alrededor de las elecciones andaluzas, salí corriendo el otro día a por el libro de César Vallejo a leer Masa:
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
Ese poema es fascinante por muchas cosas. Al menos para mí. Se encuentra en el libro España, aparta de mí este cáliz, inspirado en la guerra civil española. Y la visión del poeta en aquellos años me parece certera, salvando las distancias, para explicar lo que nos preocupa ahora. La política de la defensa de lo social es el muerto. Hay voces individuales a su alrededor pidiendo resistencia desde la elemental consideración de la defensa de la vida por encima de todo. Pero ante esas pocas voces, el cadáver sigue muriendo. Y sigue la insistencia a lo largo del poema. Nadie se explica que pase esa muerte («¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»), nadie quiere que pase pero el muerto no opone resistencia a la podredumbre. Finalmente la masa, la que forma el pan, o el barro, o toda la humanidad, es la única que puede detener la desaparición de ese guerrero. Ahí está la esperanza como única y última alianza de los pobres.
Hay más poetas que me sirven para ver la situación actual. Sigo con Lorca y su «Gacela de la muerte oscura». Aquí no hay esperanza, pero sí. El amor frente a la muerte que no acaba de llegar. El sueño como descanso en un momento en que el amor y la vida no son capaces de superar la realidad, pero no hay muerte absoluta, siguen ahí. Hay el sueño de un niño. Futuro con presente de descanso.
Quiero dormir el sueño de las manzanas
Alejarme del tumulto de los cementerios.
Quiero dormir el sueño de aquel niño
Que quería cortarse el corazón en alta mar.
No quiero que me repitan que los muertos no pierden la sangre;
Que la boca podrida sigue pidiendo agua.
No quiero enterarme de los martirios que da la hierba,
Ni de la luna con boca de serpiente
Que trabaja antes del amanecer.
Quiero dormir un rato,
Un rato, un minuto, un siglo;
Pero que todos sepan que no he muerto;
Que haya un establo de oro en mis labios;
Que soy un pequeño amigo del viento Oeste;
Que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.
Cúbreme por la aurora con un velo,
Porque me arrojará puñados de hormigas,
Y moja con agua dura mis zapatos
Para que resbale la pinza de su alacrán.
Porque quiero dormir el sueño de las manzanas
Para aprender un llanto que me limpie de tierra;
Porque quiero vivir con aquel niño oscuro
Que quería cortarse el corazón en alta mar.
El poeta nos invoca a aprender un llanto nuevo. Esfuerzo que no se ha dado hasta ahora, pero sin el que no es posible el avance en un nuevo estado de las cosas.
Y luego Miguel Hernández.
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
«El hombre acecha», pero todavía no llega. Aun así «soy como el árbol talado, que retoño: porque aún tengo la vida». Cuencas vacías con mirada futura, nuevos brazos y piernas crecerán, hay más corazones que arena. Otra vez esperanza cruda. El poeta me recuerda que todo lo pasado no fue en balde. Aquello que hicimos y en lo que fallamos, sirve como experiencia. No para ahora que estamos heridos, pero sí para el momento que sea porque aun tenemos la vida.
Yo antes era una ilusa, hasta que me hicieron adulta y comprendí que la ilusión es cosa de niñas y de personas que se agarran a la mentira y los espejismos. A veces también reniego de la esperanza por hartazgo e impaciencia. Nuestro ego es tal que aun pensamos que nos tocará ver algo de emancipación de nuestra clase sobre el poder. Y ante las derrotas, renegamos de todo. Menos mal que existe la poesía que para mi es más útil, a veces, que la filosofía y que otras maneras de pensamiento intelectual. Por hedonismo o lo que sea. Pero decido quedarme aquí y no es por conformismo. Me quedo en el retoñar de las alas, en el llanto que me limpie de tierra y en el ruego unánime de la humanidad entera para mirar al futuro de otra manera. Me quedo en la certeza de que la esperanza es la alianza de los pobres.
Natalia Robles Mures, oriunda de Conil de la Frontera, donde ha sido delegada de Cultura, es licenciada en historia del arte, máster de formación para el profesorado y titulada en canto lírico. Colaboró durante algunos años con la revista digital El Tercer Puente.
0 comments on “La esperanza es la alianza de los pobres”