/ Mirar el retrovisor / Joan Santacana Mestre /
En estos tiempos energéticamente revueltos, surgen ideas muy variadas que nos indican claramente hacia dónde sopla el viento. Me refiero al proceso de sustitución de las energías fósiles por energías renovables, especialmente la energía solar. Las energías fósiles, el gas y petróleo, hoy son grandes oligopolios que controlan el mercado; es bien sabido que la inmensa mayoría de los europeos dependemos de ellas, de sus algoritmos, de sus inexplicables sistemas de cómputo (para comprender los cuales hay que saber sánscrito y jeroglífico egipcio), y que los gobiernos fracasan a menudo en sus intentos de meterlas en vereda. Como ha ocurrido siempre, cuando se sienten heridos de muerte, los monstruos dan coletazos, y a veces, camuflan sus intenciones. A mí me sorprende todavía que, cuando en un canal de televisión hay anuncios publicitarios que me hablan de salvar el planeta, sostenibilidad o solidaridad, casi siempre se trata de uno de estos monstruos energéticos o de sus aliados, los grandes bancos, nuestros más terribles depredadores. De hecho, cuando un ciudadano hoy quiere poner placas solares en su casa, se encuentra siempre a un banco ofreciéndole dinero o a un monstruo energético ofreciéndole colaboración.
Pero si se ausculta el latir de nuestra época, se empiezan a escuchar signos de cambios como el de que una compañía holandesa-noruega está colocando un sistema de placas solares flotantes sobre las aguas del Mar del Norte. Aquel mar es bravío, pero al parecer lo han previsto. ¿Se imaginan unas grandes alfombras solares sobre el mar? También empresas portuguesas han instalado placas solares sobre las calmas aguas de un embalse; he leído aasimismo que una ucraniana ha diseñado placas solares para balcones de bloques de viviendas, que sustituirían los cristales con los que se suelen cubrir. Hay también placas solares para fachadas. En definitiva, resulta claro por dónde sopla el viento: el viento tiene tendencia a aprovechar la energía solar. Ya sé que escribiendo esto no estoy descubriendo nada nuevo.
Pero mientras esto está ocurriendo, vemos cómo las compañías fabricantes de automóviles intentan vendernos los más avanzados modelos de motores de combustión. Saben ya que estos serán los últimos; saben que su negocio está terminando y que han de reconvertir sus vehículos pesados por otros más ligeros, con energías renovables. Pero su estrategia es vendernos mientras tanto sus modelos de combustión y retrasar los eléctricos hasta que se pueda, para amortizar inversiones. Sin embargo, mientras ellos practican esta estrategia, la venta de coches nuevos parece estar cayendo (dicen un 10%) y lo atribuyen a la crisis de los chips, a la lentitud de las entregas de vehículos nuevos, pero hay un factor no computable: mucha gente sabe que el tiempo de los motores de combustión toca a su fin y prefieren comprar un coche de segunda mano y esperar tiempos mejores.
También las compañías eléctricas se las ingenian para someter a su albedrío a los ciudadanos que deciden implantar sistemas de energía alternativa en sus casas; inventan leyes y normas absurdas que obligan a recurrir a ellos incluso con placas solares. Esta estrategia también la utilizaron los magnates británicos de las compañías de diligencias del Reino Unido en el siglo XIX, que tenían el monopolio del transporte de viajeros, que cuando vieron aparecer automóviles que se movían sin usar caballos (los caballos eran su negocio) consiguieron del Parlamento, en cuyos escaños ellos mismos estaban sentados, unas leyes que obligaban a los automóviles a llevar delante un hombre a pie con una bandera advirtiendo del peligro que se acercaba, al tiempo que les prohibían el uso de los puentes en todo el país. Retrasaron el uso de vehículo a motor en Gran Bretaña, pero su lucha era inútil: su negocio de los caballos se terminó. Hoy también los monstruos de los combustibles fósiles tienen a sus peones sentados en los bancos azules de gobiernos, en los escaños de parlamentos y en los centros de decisión. Pero puede que su suerte sea, en un futuro no muy lejano, la misma que la de los lores británicos criadores de caballos en sus extensas fincas.
Todo esto es una derivación del mismo problema: antes de morir, las viejas tecnologías maquillan su oferta para competir con las nuevas que están naciendo. Es como cuando se inventó la imprenta, que arrinconó a los viejos libros ilustrados a mano: los ilustradores de aquella época, como nuestros fabricantes de coches o nuestras eléctricas, sacaron al mercado sus mejores libros, con ilustraciones fantásticas. Los de finales del siglo XV son los mejores libros ilustrados que se produjeron, pero la imprenta los hundió porque no podian competir: los tiempos estaban cambiando. Hoy los motores de combustión, con sus vehículos lujosos, dotados de casi todo, no podrán competir; y los monstruos de las compañías de combustibles fósiles quizás deberán cambiar de estrategia. Es como reza el estribillo de la vieja letra de los años sesenta de Bob Dylan: The times they are a-changin‘. Y en este tema, como en tantos otros, nadie puede predecir el desarrollo de la historia. El estallido de la Revolución francesa, de la Revolución rusa o de la caída del Muro de Berlín fueron hechos que ningún estadista había previsto. En todos estos casos del pasado y presumiblemente del futuro, se fueron creando estados de opinión; profundos movimientos sociales que en un determinado momento explotaron, y los dirigentes solo pueden hacer dos cosas: intentar oponerse y ser barridos por la fuerza del cambio o intentar encauzarlos y evitar que desborden. Quizás sea esto lo que se está fraguando.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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