/ Laberinto con vistas / Antonio Monterrubio /
Se llama cristales de tiempo a un extraño estado de la materia recientemente propuesto, aunque ya probado experimentalmente. Se trata de cristales que romperían espontáneamente la simetría de traslación temporal. Sus patrones definitorios no se repetirían en el espacio, sino en el tiempo, o sea que las posiciones concretas de su estructura reaparecen regularmente tras un periodo dado. Esto abriría la puerta a especulaciones acerca de la posibilidad del movimiento perpetuo, idea que contradice el primer principio de la termodinámica. En la Universidad de Maryland se logró crear un artefacto de este tipo cuyas propiedades se mantuvieron incluso cuando era perturbado. Sin embargo, sometido a una alteración demasiado grande, el milagro se desvanecía. Asumiendo que el chip físico resulte contaminado por la lírica, podríamos aventurar que el cristal de tiempo ha quedado transformado en un cristal de olvido.
Nuestro cristal oscuro sociopolítico está adquiriendo, aquí y en otros lares, la configuración de hace ochenta o noventa años. Vemos dibujarse trazo a trazo la misma triste y macabra realidad de entonces, reproducida con rasgos cada vez más fieles. Resurgen idénticos movimientos de piñón fijo, tolerados y hasta sostenidos por los poderosos, sus chamanes y su feligresía. Los derechos consolidados o por conquistar de las mujeres, la minoría más mayoritaria del planeta, son puestos de nuevo en cuestión, negados o ridiculizados, con frecuencia por las propias interesadas. El extranjero, el inmigrante, el disidente sexual, religioso o cultural y el preguntón contestatario son blanco de injurias, befas, vilipendios y agresiones verbales o físicas. Todo ello sin que al Tinglado de la Sempiterna Farsa se le arrebolen las mejillas de vergüenza ni se le corra el rímel. Será necesario un esfuerzo extra a fin de romper el hechizo, perturbar el cristal lo suficiente para impedir que la estructura se afiance.
En estas primeras décadas del siglo XXI estamos consiguiendo la increíble hazaña de crear un agujero de gusano practicable y gigantesco que va a llevarnos derechitos a 1930 y sus consecuencias. Wormhole es el nombre dado por John Wheeler a un curioso artefacto pergeñado por la física teórica. Una garganta más o menos profunda uniría dos puntos diferentes del espacio-tiempo. Hipotéticamente esto facilitaría, bajo determinadas condiciones, transitar del uno al otro. Intuida por Flamm en 1916, la noción fue desarrollada luego por Weyl con sus tubos unidimensionales. El espaldarazo definitivo llegó de la mano de un famoso artículo de Einstein y Rosen en 1935. Se afirmaba que la geometría del espacio-tiempo permitía la existencia de conexión entre un agujero negro y una abertura, en un punto distinto, en forma de agujero blanco. Este último constituiría el sumidero de expulsión de la materia tragada por el primero. El modelo preveía que tal objeto físico tendría cortísima vida media, tanto que ni siquiera a la luz le daría tiempo a atravesarlo. Y en todo caso, no sería posible hacer el viaje de regreso. Aviso para navegantes. La vuelta al pasado acarrea el peligro de verse obligado a permanecer encerrado en él. Conociendo la textura de ciertos tejidos cronológicos, más nos valdría ir pensando en evitar quedar atrapados en el tiempo o, lo que es peor, por él.
Dentro de la variada tipología de tan extrañas construcciones topológicas, nos detendremos un momento en los llamados practicables, es decir los que admitirían algún trasiego. Kip Thorne propuso que solo se mantendría abierto un agujero cuyo interior albergara materia exótica, la cual ejercería una especie de fuerza antigravitatoria y tendría energía negativa. Habló también de agujeros de gusano minúsculos que podrían surgir en la espuma cuántica del espacio-tiempo. Para hacer crecer a esos pezqueñines, habría que inyectarles cantidades astronómicas de energía negativa. Otra brillante metáfora. En nuestro campo, sus principales proveedores son un neoliberalismo que ha desvirtuado la libertad hasta tornarla irreconocible, y un posmodernismo que ha prostituido el deseo a fuer de usar su nombre en vano.
Se ha postulado la posibilidad de que cuerdas cósmicas vuelvan transitables estos orificios. Los sueños sueños son, y la probabilidad de viajes turísticos por el espacio-tiempo surcando agujeros de gusano convertidos en autopistas intra o interuniversos es remota. Sin embargo, en ámbitos macroscópicos el rumbo del mundo, o al menos de algunos países, parece empeñado en hacer real como la vida misma el viaje al pasado con la impedimenta a cuestas. Henos aquí en marcha hacia los años cuarenta, con destino final en aquella España de charanga y pandereta, señoritos sobrados e incultos, machitos matahembras, dialéctica de los puños y las pistolas y silencio sepulcral. En cierta ocasión, Stephen Hawking declaró: «Los agujeros de gusano están a nuestro alrededor, en las grietas del espacio y del tiempo, pero son demasiado pequeños para verlos». En el caso de los nuestros, sería mejor que siguieran cerrados e intransitables para la eternidad y un día. Los que se están perforando solo pueden salir en el lado equivocado del espacio-tiempo.

Antonio Monterrubio Prada nació en una aldea de las montañas de Sanabria y ha residido casi siempre en Zamora. Formado en la Universidad de Salamanca, ha dedicado varias décadas a la enseñanza.
Cuanta razón tiene usted. Cada día vemos más ejemplos de que lo que parece un viaje hacia adelante es simplemente una vuelta atrás. Esta posmodernidad tan líquida queda atrapada en sus remolinos, y los remolinos ya sabemos lo peligrosos que son.
Tuve un sueño con tvarias de las cosas aquí mencionadas. Mas específicamente acerca de esa materia exótica o cristales antigravitatorios