/ una reseña de Nathalie Karagiannis /
Este día, este momento «se inserta dentro de la tradición moderna del poema-libro, en el que cada una de sus partes está supeditada al conjunto de la obra», como afirma Misael Ruiz en un texto sobre la poesía de Juan Pablo Roa. En efecto, se trata de un libro atravesado por una única introspección, sostenida a lo largo del libro, anclada al presente efímero, a las imágenes y a los sentimientos en los que el poema, como una centella nocturna, alumbra desde esa segunda realidad que solo la imagen puede desvelar sin faltar a la verdad poética.
El resultado de este modo de proceder, sin embargo, logra hacer del mundo visto y del mundo vivido una única realidad; no hay escisión entre vida y poesía, sino aglomeración, síntesis, búsqueda del sentido en el aquí y ahora, «para recordar y dar una fecha/ a la arena que escapa entre las manos».
Este día, este momento es el término de un ciclo poético iniciado por el poeta con El basilisco (2008) y puesto a prueba a prueba con Existe algún lugar en donde nadie (2011). El libro cierra el ciclo por medio de una escritura en la que el poema se acerca al poema en prosa, pero desde formas breves que apenas insinúan, que se visten de verso y de canto con el objeto de encontrar la verdad y la belleza en el paisaje dado, inmediato, vivo, palpitante en su imperfección. En este sentido, Este día, este momento acaba una época e inicia otra centrada en el aquí y ahora, en lo cotidiano: «[…] el río que nunca vuelve ha subido al verso». Y vuelve el poema a verse a sí mismo, vuelve la escritura sobre sí misma. El autor realiza su labor de escribir como en «el juego de la muerte y la resurrección/ o la doble vida de la flor en su perfume» que, al igual que «el amor del hijo que está/ y en su estar se nos muestra yéndose», en un movimiento sincrético en el que vida y escritura, por fin concatenadas, encuentran su duración en el inextricable abrazo de la vida.
Selección de poemas
COMO quien cultiva frutos tardíos
miro el paisaje marino que simulan los Andes
con el ojo infantil que ve hacia dentro,
sus vastas olas cuaternarias
en vino verde y tierra
que semeja cansado el vino forastero.
Llamado por el desorden del canto
siempre a la orilla de todo, al borde
siempre a punto de,
en el vecindario que juega con lo extremo.
Han pasado las olas,
se han mecido las rocas como sobre el mar de lava.
Hoy soy yo quien se mueve, soy el movimiento,
hoy el río que nunca vuelve ha subido al verso
reflejo de lo que fui, espejismo
de lo que soy por lo negado.
BUSCAMOS el olvido
aunque quisiéramos decir un día
yo estuve allí también en su sonrisa
y en el costillar de la bestia que no ve
ni el ahora ni el hoy de cada día.
«Vive hoy»,
lo dice el sol sobre las aguas,
sobre las rocas del acantilado,
a contrapelo del costillar y del auditorio
que no puede dejar de ser un alguien;
vive hoy, con un ojo en el ahora
y el otro en la baraja de la coincidencia,
esa mano negra que antes llamábamos destino
y que ahora relegamos a caballo de carrusel
o a la esfera del accidente.
No se puede dejar de ser un alguien,
pero se pueden abrir los dos ojos
y hacer del baldío interior
un jardín en donde se aprende
que incluso las arpías aprenden su oficio,
o que hasta el árbol más contorsionado
sigue siendo árbol y habitante del bosque.
(non si può smettere di essere qualcuno)
COMO el que habla de una mujer en los poblados
entre el polvo de las veredas
sin haberla visto jamás;
como el que por entre ríos y valles
va dibujando una nueva ciudad
y en ella los nombres de la que no conoce;
así la mano que te busca en lo que fue,
en lo que va borrando la memoria
para recordar y dar una fecha
a la arena que escapa entre las manos
entre la eternidad que nos trasciende
la prueba del instante en que vivimos.
A ORILLAS del Tajo encendido,
a orillas del ojo por siempre alucinado
del viajero invariablemente sorprendido,
el ardor que desocupa y a la vez colma,
que rescata y a la vez hace crepitar,
su débil vuelo que apenas inspira
estaba abierto y a la espera,
«puro e disposto a salire alle stelle».
A orillas del Tajo encendido
aparece este remotísimo animal
en ciernes, del amor.
Como materia prima para el sacrificio
se ofrecía rotundo,
como la primavera que no ha de ser mencionada
porque la vida toda se consume
en el latido que va del ojo a la boca.
A orillas del Tajo encendido
aparece el animal del amor
remotísimo y «puro
y dispuesto a subir a las estrellas».
EL TIEMPO observa los instantes,
los devora como imagen sin rostro
y nos deja sólo el enigma,
el oráculo de las aguas
al lado de los sauces del verde perenne,
de espesores y sombras
que la clepsidra no digiere.
Todo vuela hacia el país del nunca jamás
donde nada está escrito
salvo la piel marchita y transparente de la edad,
que se adhiere, como la segunda piel del cordero,
al precipicio del cuerpo y sus excesos.
Una mano llama a todas las puertas
y nadie le responde.
BIEN supo vivir quien supo estarse oculto
y aun sobrevive en las páginas de un libro
como ángel o fórmula exotérica,
coordenada humana que mira al más allá,
que cultiva su viña palabra por palabra
y la nutre de más vida que la de la pura biología.
Es el juego de la muerte y la resurrección
o la doble vida de la flor en su perfume.
(La sobrevida)
ENFERMO de palabras
a la una y media de la tarde,
en esta fecha en este día
miércoles de julio, número quince
en el calor de un agosto que se anticipa
te espero aún con la olla fría,
este miércoles de pereza y escritura,
con unas marañas de eslabones por resolver,
de cuentas pendientes acuciantes, más acuciantes,
más alevosas que los reclamos del más allá
de los creyentes o de los que dicen serlo.
Enfermo y sin olla te inscribo,
escribo tu hambre por llegar,
tu sed de hija que corona el lienzo
y cada tarde tuya en que vuelves a ser
el primer amor, cada vez que a ella ves
y en sus crespos a quienes fuimos,
como locos de viento y de hoguera
alimentando sonoros, plateados aceitunos
que con el viento daban la canción.
Es extraño pero lo veo claro:
en esta última esquina del lienzo
quedas bien escrita en la página del mar,
fija en un punto como acantilado
y con la sola presencia mostrando el sentimiento.
NO HABÍA entonces más formas del deseo
que dos amantes de la mano por las calles de Lisboa.
El Tajo, al fondo, al final de la baixada:
la cumbre del amor hacia las aguas,
única forma del descenso de los amantes a las aguas.
–I–
SUBO por la escalera de tu cuerpo
con una mano en el poema
y con la otra en la medida
de tu fiebre y de mis sílabas;
el arte contenido en dos agujas:
una de tinta y la otra de mercurio.
–II–
Aprieto las dos manos a la vez
para ayudar a la que no es capaz
de bajar al frío por la escalera.

Juan Pablo Roa
Pregunta, 2022
12 €
106 páginas

Juan Pablo Roa Delgado (Bogotá, Colombia, 1967). Tras un viaje por Portugal e Italia (1993-1997), se estableció en Barcelona (España) en el año 2000, donde trabaja como editor. Ha publicado los libros de poesía Ícaro (1989), Canción para la espera (1993), El basilisco (2007), Existe algún lugar en donde nadie (2011; 2017) por el que obtuvo en 2010 el XXXV Premio de Poesía Vila de Martorell, Cuaderno del Sur, Renga (en colaboración con Alberto Silva y Misael Ruiz Albarracín) y Este día, este momento. Ha traducido obras de las poetas italianas Amelia Rosselli, Ana Maria Giancarli y Antonella Anedda. Es fundador y director de Animal Sospechoso (librería y editorial especializadas en poesía) y de la de la revista anual de poesía Animal Sospechoso de Barcelona. Asimismo, trabajó con Nicanor Vélez Ortiz en la Colección de Poesía y en la de Obras Completas del sello Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg de Barcelona entre 2000 y 2010.
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