/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /
Asociar el consumo de alcohol con la alegría de la fiesta y la compañía de los amigos es un enorme error que, aparentemente, se ha extendido en nuestra sociedad y perdura a través del tiempo, transmitiéndose de generación en generación con lamentables efectos sobre los jóvenes. El espectáculo de adolescentes embriagados e incluso en coma etílico no es algo extraño en muchas de las fiestas de nuestro país y son muchos los jóvenes que confiesan consumir alcohol como parte de la fiesta o del descanso semanal. Nada más lejos de mi intención que largar un discurso moralista a los lectores sobre lo pernicioso del consumo excesivo de bebidas alcohólicas y la regulación del mismo entre los menores de edad; pero la constatación de la existencia de un problema debería obligarnos a todos a pensar sobre el mismo, tratar de entender las razones, analizar las consecuencias y proponer alternativas. Este, que no otro, es el objetivo de estas líneas.
En principio, nada que objetar a productos como el vino, que tienen asociada una larga tradición cultural y que, consumidos de forma razonable, maridan perfectamente con los alimentos típicos de la dieta mediterránea y aportan sabores y matices que contribuyen a educar nuestros sentidos. Ninguna objeción, tampoco, al consumo de cerveza ni de sidra. Ambas bebidas son altamente refrescantes y aportan nutrientes además del alcohol, y para algunos resulta imposible no asociarlas a determinados menús o a los días de calor, con la ventaja de que su grado alcohólico es en general bajo; aunque tampoco haya que bajar la guardia para mantener un consumo responsable. Más difícil es justificar el consumo de licores y destilados de alta graduación, aunque, de nuevo, están fuertemente asociados a la cultura de los diferentes territorios de España y, afortunadamente, son de una alta calidad y variedad. En este caso es más difícil ser responsable en el consumo de licores y combinados y se exige un buen nivel de educación para que la población los use de forma razonable.
El problema se desencadena cuando el consumo de alcohol se realiza sin el menor autocontrol, favorecido por la masa que jalea a los bebedores y menosprecia a los sensatos y eso sí que puede llevar a situaciones lamentables sin olvidar que la dependencia alcohólica es, en muchas ocasiones, la puerta de entrada al consumo de drogas. Este problema se exacerba en fiestas locales, conciertos multitudinarios y en la práctica del llamado botellón y, a partir de ahí, la asociación fiesta-alcohol está servida.
Hasta aquí una descripción de lo que cualquiera puede ver cualquier noche en cualquier ciudad de España; lo lamentable es que nos quedemos sin hacer nada, sin tratar de reforzar la autoestima de cada joven frente a las inercias de la masa, sin buscar alternativas al ocio juvenil, sin crear lugares públicos en que poder encontrarse, disfrutar de la música, poder consumir de manera responsable bebidas sin alcohol o con niveles aceptables del mismo a un precio asequible. Los llamados servicios públicos se pliegan a horarios diurnos y dejan el territorio de la noche a merced de los desaprensivos y parece que eso no preocupa a nadie. No, no se trata de volver al guateque gazmoño de la primera mitad del pasado siglo, pero existe, en mi opinión, la necesidad de ofrecer alternativas saludables al ocio desde las instituciones y terminar de una vez con el tópico de que la embriaguez es sinónimo de alegría cuando lo que procura es embrutecimiento.

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.
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