/ dos reseñas de Ricardo Martínez /
El tejido de la civilización
Lo que importa, sin duda, es la naturaleza, el origen, la esencia de la civilización. Y, en ello, ¿por qué no considerar, tan minuciosa y detalladamente como aquí se hace, en la importancia del tejido como origen primigenio de cultura? La propia autora lo expone de manera muy sencilla en el prefacio: «Hacer telas es una labor creativa, análoga a otras labores creativas. Es una prueba de maestría y refinamiento. “¿Podemos esperar que un Gobierno sea bien modelado por un pueblo que desconozca la manera de fabricar una rueca o utilizar sabiamente un telar?”, escribió el filósofo David Hume en 1742. El conocimiento es poco menos que universal. Raro es el pueblo que no hila o teje, y rara, también, la sociedad que no se embarca en negocios relacionados con los textiles».
He aquí, pues, que adentrándonos en el libro, iremos topándonos con constancias reales de esa relación tan poética o modo de tejer la historia. Un viaje fascinante, sí, del que no renegaremos; antes al contrario, un paso animará al otro: «Cada nueva fibra ideada termina confrontándose con la verdad fundamental que pesa sobre los textiles: antiguos y omnipresentes, encarnan los experimentos de incontables generaciones. Durante decenas de miles de años, el hombre no ha dejado de perfeccionar las fibras».
En un momento determinado incluso, la autora alude a un arte distinto que, desde sí, confirma esta realidad de la trama en la historia: «En los frescos que pintó en las paredes de las iglesias florentinas, Domenico Ghirlandaio incluyó muchos retratos de ciudadanos eminentes, representándolos como testigos de sucesos sagrados. Gracias a estas pinturas conocemos los rostros de algunos humanistas y banqueros, y sus parientes, del siglo XV. También sabemos que les encantaba el rojo». ¿Y qué relación tiene, se dirá el lector tal vez, esta expresión artística con la trama y el tejido? Sí, importantísima: la aparición de la relevancia del color, algo propio y definitorio del tejido, y que luego elaboraría con el tiempo todo un código simbólico de la importancia social del que se revestía el tal color como predominante.
En un pasaje más adelante leemos: «Cuando Rosetti publicó (1548) el primer manual profesional de teñido, el mayor número de recetas —treinta y cinco— eran fórmulas para obtener el rojo. Le seguía el negro, con veintiuna». Qué maravilla: el color de/en la historia y su vinculación con el entramado social. Recordemos también que Zhu, fundador de la dinastía Ming en China, tuvo como una de sus primeras acciones el «establecer un código de vestuario» como referente de definición social (es constatable ya que existe alguna publicación interesantísima dando preferencia en otro caso a los aromas, también como «elementos partícipes» de esa historia entrañable que es la historia cotidiana, la más humana.
En fin, a modo de justificación o resumen, la autora da razón de su rico y enjundioso estudio: «Estudiar los textiles me ha permitido adentrarme en sorprendentes fenómenos naturales como la rarísima química del índigo y la genética improbable del algodón. Me mostró el ingenio y el cuidado que hay tras las artesanías y la industria: los cordeles que contienen los motivos de un telar laosiano y el nailon de que están hechos, las múltiples etapas del black printing de la India y los miles de metros que discurren por una tintorería de Los Ángeles. Me hizo agradecer el tesoro de hebras de la revolución industrial y el tiempo de libertad que estas concedieron a las mujeres».
Pasen y lean

Virginia Postrel
Siruela, 2021
438 páginas
26 €
Los espejos venenosos
Cada ocasión en que el lector tiene la fortuna de encontrarse con un libro nuevo (en España) escrito por un autor que encierra en su texto «un incofundible estilo y un compatible sentido del humor, de la tragedia (su antónimo complementario), sus recursos para la belleza y la maravilla», poco más necesitará para que el gozo esté asegurado: «Enmudecido por la soledad y la altura, Levac masticaba su lengua como una fruta amarga en la boca; hablaba con sus manos, con las piedras y, en ocasiones, le parecía que una palabra bajo la cual no había algo pesado e imposible de mover, una palabra que no fuera el nombre de algo que podría llevarla a un firme pedestal o trasladarla de un lugar a otro, era como un ave sin patas que no tenía cómo posarse ni construir sus nidos, que tenía que poner a sus polluelos en el agua». El autor: Milorad Pavić.
Aquí hay descripción minuciosa, hay realidad poetizada y hay —un rasgo muy distintivo de Pavic— una convocatoria liberadora hacia la fantasía; incluso, más o menos veladamente, hacia el sentido del humor. He ahí uno de los secretos esenciales de la literatura: el viaje; racional, imaginativo, vital en suma. Tal es la ventura que le espera al lector paciente cuando la literatura ejerce de tal con sus reclamos: imaginación, inteligencia, hondura ética y estética, humor y delicadeza. De alguna manera, un regalo de carácter espiritual que se consume, en principio, como un bien material, como un manjar.
En otras ocasiones, como en el cuento «La habitación de Andrina Anjal», se aproxima a uno de sus axiomas literarios: la evocación de la soledad: «El buzón pequeño lo revisaba cada día, pero en este disminuían los envíos conforme aumentaban los del grande. Finalmente, el pequeño buzón dejó de abrirse y no siempre encontraba su llave. Fue entonces cuando comprendí que me esperaba la soledad».
Si, en otra de sus variantes narrativas, pretende ser descriptivo, no le faltan las palabras elegidas que puedan dar fe de su voluntad, cual es el caso del cuento «La mezquita azul»: «Una tarde, antes de que oscureciera en Estambul, los ojos del emperador, cual dos palomas negras, se posaron en un lugar junto al At-meidan. De tanto mirar a través de su espeso pensamiento, al sultán Ahmed se le entumeció la mirada y decidió construir en aquel sitio la mezquita sobre todas las mezquitas». Recuerda el viajero, por cierto, que la tal mezquita forma amplia plaza con Santa Sofía, uno de los edificios religiosos más equilibrados y hermosos (interior y exteriormente) que haya dado el imperio bizantino.
En fin, tal como se nos señala en una presentación a propósito de la obra del autor, «muchos de estos cuentos son un ejemplo fascinante del modo en que la literatura y los sueños se entrelazan con nuestras vidas hasta devenir indistinguibles y, en ocasiones, proféticos». Toda una invitación sencilla y elegante, discreta, un susurro al lector para que se acomode y lea: saldrá ganando.
Y no en vano este remate sugerido. ¿Sabes, lector, por qué? Sencillamente porque ahora te invito a que leas, cuando te parezca, el prólogo: es de los textos más literarios y hermosos a propósito del porqué de la literatura de cuantos puedas tener ocasión de leer. Y no es casualidad: lo escribe Goran Petrović, un respetuoso admirador de su maestro Pavic, serbio también, y, créeme —pues soy sincero— uno de los mejores y más ensoñadores escritores en el panorama europeo actual.

Milorad Pavić
Sexto Piso, 2022
264 páginas
22,90 €

Ricardo Martínez realizó los estudios de filosofía y letras en las universidades de La Laguna y Valladolid, concluyendo su carrera universitaria con los estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Su obra como escritor es bilingüe, habiendo publicado tanto en gallego como en castellano. Como ensayista y crítico literario ha colaborado tanto en prensa (La Voz de Galicia, El País) como en revistas especializadas (Clarín, Revista de Occidente). Ha cultivado distintos géneros como autor. En poesía podemos citar: Lento esvaece o tempo (Milladoiro, 1990), Los argumentos de la tarde (A.G., 1991), De cuanto nos es dado (Calima, 2006) y Na terra desluada (Espiral Maior, 2009). Su obra Orballo nas camelias pasa por ser la primera obra de haikus en la literatura gallega. En prosa ha publicado varios libros de aforismos: Debullar (Galaxia, 1996), Cuentas del tiempo (Pre-textos, 2004), Alusión al paisaje (Calima, 2006), Ecos da néboa (Trifolium, 2012). Es autor, asimismo, del libro de relatos La luz en el cristal (Calima, 2011). Ha obtenido el premio Benasque de poesía y diploma de honor en el concurso internacional de relatos breves Jorge Luis Borges y en 1997 le fue otorgado el premio Reimóndez Portela de periodismo. Colabora en prensa y revistas especializadas. Desde el año 2014, la Fundación Jorge Guillén es la depositaria de la obra del autor. Dispone de su propia página web.
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