/ La escritura encubierta / Ricardo Labra /
Pepe Monteserín se define a sí mismo en el prólogo introductorio de su Diccionario humorístico de un escritor como «escritor tardío»: quizá por ello dé la impresión de tener siempre prisa, o más bien necesidad de leerlo todo, de conocerlo todo, de apropiarse —en el buen sentido— de todo. Su apetencia literaria parece no saciarse nunca porque tiene «hambre atrasada». Pepe Monteserín lo escribe todo, lo apunta todo en la libreta que va reponiendo en su bolsillo: por dónde pasa, con quién habla, lo que le dicen o lo que le cuentan que les dijeron, todo queda registrado hasta las más nimias expresiones. Su afán testimonial por registrarlo todo, acaso para ponerlo a salvo del olvido, resulta encomiable y también conmovedor. Pepe Monteserín, como ya he señalado, lo escribe todo, pero no es un grafómano; lo lee todo, hasta las letras más pequeñas de los documentos bancarios, por lo que los anaqueles de su biblioteca mental están más nutridos que los de la mayoría de los catedráticos de literatura de nuestro país, pero, en cambio, tampoco es un sesudo erudito. Pepe Monteserín vive permanentemente en la duda hamletiana, en un ser sin vivir si no escribe, duda existencial que lo acompaña todos los minutos de su vida.
Este escritor, nacido en Pravia, llegó a la literatura frisados los cuarenta años. Digamos, o se puede decir, que tuvo como Saulo su particular caída del caballo, en este caso empresarial, que le hizo contemplar con arrobo los destellos estéticos que provenían del mundillo literario; y hacia él, con la inquebrantable fe de los creyentes, dirigió con acierto sus pasos.
Desde entonces, después de trenzar muchos libros con sus manos y de pergeñar Por todo lo alto muchas letras, sigue dando la impresión de tener prisa, como si tuviera que alcanzar alguna meta o alguna cumbre que todavía no hubiera hoyado.
Quizá por ello haya querido dejar constancia de su pasión por la literatura y de su paso por sus aledaños en dos de sus últimos libros, caracterizados por formar parte de ese género fronterizo —así lo definió Gustavo Bueno— que el autor de Los ángeles más hermosos profesa con cierta asiduidad desde la publicación de su primer libro: Mar de fondo: la aventura empresarial. En el primero de ellos ha querido dejar constancia externa de su paso por el dédalo de la literatura en el monumental, nunca mejor dicho, Con mucho busto; y, en este último —Diccionario humorístico de un escritor—, no menos monumental, las huellas interiorizadas de su pasional deambular por la Biblioteca de Babel.
En su extensa bibliografía —«50 libros (novelas, relatos, guiones para TV, ensayos, cuentos infantiles…), participó en unos 200 títulos con otros autores y firmó más de seis mil artículos en La Nueva España»—, destaca su propensión recopiladora; incluso, su novela-ensayo La conferencia: el plagio sostenible puede considerarse, con fundamento, como una invención precursora de este Diccionario…, donde Pepe Monteserín alcanza su culmen compendiador.
El título del libro es atenuador, porque no responde a la realidad de sus contenidos. Creo que le sobra el adjetivo «humorístico», al no ser una de las principales características de este vademécum elocutivo (los chistes forman parte de su ejemplario, pero en este contexto adquieren otra gracia), por mucho que gráficamente reivindique el humor su portada. La primera impresión, al recorrer con ligereza sus páginas, resulta sobrecogedora, por las dimensiones de la empresa y por la cantidad de trabajo y tiempo que tuvo que llevar la cervantina tarea a su autor. Según el título el libro es un diccionario de un escritor, pero el lector se encuentra con un diccionario de retórica, sin más estructuración que el orden alfabético, que haría las delicias del propio Quintiliano.
El resultado es abrumador. El lector se queda boquiabierto ante sus páginas, como si en cada una de ellas contemplase un poema objeto de Joan Brossa. Ante esta impresión de índole estética cabe preguntarse si esta obra es producto de un escritor, de un gramático o de una mente genialoide que trata de ofrecernos un antídoto para uno de los grandes males de estos tiempos líquidos: la liviandad.
Pepe Monteserín, en su Diccionario humorístico de un escritor, aspira a la totalidad, a encuadernar el universo, por lo que no deja de sorprender al lector, de asediarle, de interrogarle y también de cuestionarle en sus trasuntos más circunstanciales, pero también en aquellos que pueden considerarse esenciales. Su escritura, aderezada siempre con sabio humor, no es la de un humorista, sino, en todo caso, la de un genial provocador.

Pepe Monteserín
Trea, 2022
608 páginas
35 €

Ricardo Labra, poeta, ensayista y crítico literario, doctor en Investigaciones Humanísticas y máster en Historia y Análisis Sociocultural por la Universidad de Oviedo; licenciado en Filología Hispánica y en Antropología Social y Cultural por la UNED, es autor de los estudios y ensayos literarios Ángel González en la poesía española contemporánea y El caso Alas Clarín: la memoria y el canon literario; y de diversas antologías poéticas, entre las que se encuentran Muestra, corregida y aumentada, de la poesía en Asturias, «Las horas contadas»: últimos veinte años de poesía española y La calle de los doradores; así como de los libros de relatos La llave y de aforismos Vientana y El poeta calvo. Ha publicado los siguientes libros de poesía: La danza rota, Último territorio, Código secreto, Aguatos, Tus piernas, Los ojos iluminados, El reino miserable, Hernán Cortés, nº 10 y La crisálida azul.
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