/ dos reseñas de Ricardo Martínez /
Bondo, de Menna Elfyn
El poema, como ejercicio de pensamiento alado, ha de conformar no solo una figura significativa, sino que ha de tener el contenido discursivo suficiente para que el tal discurso que alimenta tenga una formalidad latente, expresiva, en el lector. Él es su destinatario, y, en tal sentido, el depositario y transmisor del aprendizaje que los versos alimentan. Lo demás es libertad, libertad de lector.
El poeta, pues, adquiere una grave responsabilidad en el tiempo, en el discurso, pues una vez ha nacido el poema, ha nacido con él el ejercicio de la transmisión trascendente que todo acto provechoso encierra. Y la poeta susceptible e inteligente que nos convoca ahora como lectores ha cumplido con creces su responsabilidad, su misión: «Fijémonos en lo que se dice/ en Corintios 14.21,/ que incluso la lengua del extranjero/ debe elegir el amor». Es la lengua primero, la que comunica y dice, y luego ha de ser su contenido el que propicie el mensaje, el entendimiento: y he aquí que aparece —una vez más— el amor.
El ser humano es extenso e intenso, es ilimitado y relativo, está hecho —en porcentajes desiguales— de esa vieja materia que es el sentido del amor. Hoy como pocas veces antes, necesario para sobrevivir. Y es aquí donde el verso de la poeta queda enriquecido por cuanto cada vez que el lector lee, que el orador pronuncia estas palabras, la libertad se ensancha porque transmite. Aumentan la certidumbre, la necesidad del otro; y el ser propio, de sí, como receptor de un discurso que vincula y da fruto.
Elfyn es una poeta llena de intensidad emotiva. Una poeta vinculante en el mejor sentido ético y estético: «¿Más allá? Recordamos el antiguo dicho:/ quien no conoce no será conocido./ Pero sí conocemos las manos siempre ocupadas delante de la chimenea/ las que tejen una pieza tupida…».
Junto a ello, claro, habría de convivir en el verso con el sentido de la solidaridad; no en vano el contenido social de este libro está puesto de manifiesto por doquier: «A quien leyere, que entienda». El aprendizaje del lector es vario y rico, y como muestra quepan inicio y final del poema «Aire y gracia», donde está bien presente la referencia, más o menos explícita, al otro, ese que nos define y complementa y forma parte intrínseca del ser que siente como gesto de aceptación, como gesto de vida: «Se aseguró de que las ropas se habían oreado,/ las colgó de la barandilla cerca del fuego./ Se aseguró de que a nadie le echaran la culpa/ […] Tras el dolor, suena hueca la oración para bendecir la mesa,/ el valle se ha partido en dos, las familias siguen igual./ Se aseguró de que las ropas se habían oreado./ Hicieron lo posible para no culpar a los sirvientes».
Vivir, digamos, es un ejercicio de relación, de voluntad, donde la palabra, la que se guarda adentro, se expresa como deseo, aceptación para que el bien sea un hecho como un acto poético, como gesto a favor de la presencia del otro, de una forma de libertad.

Menna Elfyn
Trea, 2022
160 páginas
15 €
El mago, de Colm Tóibín
Acaso, lector, estemos ante uno de los escritores más interesantes de la literatura europea actual. E interesante, aquí, no posee solamente el sentido de un adjetivo más o menos prosaico: Toíbín es dúctil en la palabra, humanamente gráfico en los ambientes, rico en sugerencias devenidas dentro del texto, inteligente por su afinado sentido del humor… Y esta novela da buena prueba de ello por cuanto se ha decidido, una vez más, a observar desde dentro al personaje-escritor (alguien tan exquisito y esquivo como Mann), lo que conlleva una serena y fecunda amenaza para el buen lector: será inevitable que se sienta implicado; por el matiz sicológico, por ese su observar minucioso y sutil.
Un breve ejemplo: «Cuando se estrecharon la mano, advirtió que Adrian se sonrojaba. Pensó que él era demasiado viejo para que sus rubores se notaran, pero albergaba la esperanza de haber mostrado la agitación que sentía». Se ha definido aquí una nube emocional, y los implicados han de estar de manifiesto en ello.
La novela —un poco, tal vez, rememorando el título suyo anterior, Retrato del novelista adulto, cuando se interesó por la figura del autor Henry James— se ocupa ahora de la persona de Thomas Mann, hombre exquisito y atormentado, un narrador claro y definidor en el interior sicológico de los personajes, en los armoniosos ambientes, y todo ello bajo el marchamo de un ritmo estético que ha sido bien resaltado en el conjunto de su obra: Los Buddenbrook, Muerte en Venecia…
Toibin le trata con plácida y rigurosa mesura, con respeto admirado pero sin perder su libertad de observador que se interesa no solo por el hombre sino por el trascendente significado del escritor. Y aquí acaso quepa señalar, resaltado, dos posturas críticas que, como lector inteligente, le merezca la figura del maestro.
De una parte, el ser interior, sexuado a su manera, del escritor Thomas Mann:
«Sus fantasías sexuales se habían filtrado en sus relatos y novelas, pero en la ficción era fácil interpretarlas como juegos literarios. Dado que tenía seis hijos, nadie le había acusado nunca abiertamente de tener perversiones privadas. Sin embargo, si se publicaban los diarios (las revelaciones son muy nítidas en ellos, sobre todo en relación con el atractivo sentido hacia su hija Elisabeth o su hijo Klaus. Y aquí hagamos una precisión necesaria: dicho sea de paso, Katia, como mujer y esposa no solo no ignoraba, sino que, de alguna manera, era comprensiva en sentido humano de tal tendencia, a la vez que defendía el vinculo que les unía) revelarían quién era y con qué fantaseaba».
Tales realidades «mostrarían que su tono distante y erudito, su frialdad personal, su interés por que le respetaran y le prestaran atención eran máscaras concebidas para ocultar sus infames deseos sexuales». En este sentido cabe decir, a la vez, que la figura del joven Klaus Heuser (el afamado protagonista de Muerte en Venecia) no juega sino un papel secundario, representativo pero más bien delator, si bien en una categoría casual.
La otra cuestión a considerar en la postura humana y social de Mann es su papel jugado ante la significación influyente y progresiva del nazismo. Se viene en considerar que su postura, en un primer momento, fue, si no comprensiva hacia el nuevo régimen, sí tibia, si bien con el tiempo y en lo que le podía afectar (puesto de manifiesto acerca de sus posesiones familiares en Múnich, donde habían quedado sus diarios) fue rotunda en cuanto a una condena sin paliativos: los nazis, para él, «eran camorristas que habían llegado al poder sin que disminuyera su influencia en las calles. Se las ingeniaban para ser al mismo tiempo gobierno y oposición. Se crecían pensando en los enemigos, incluidos los de dentro de sus filas. No temían la publicidad negativa; antes bien, querían que hasta sus leales tuvieran miedo».
Como autor metódico, quepa señalar que a Mann «le asustaba no estar en casa. Algunos días se acordaba de un libro y visualizaba en qué lugar de su gabinete se encontraba. La imposibilidad de cogerlo y abrirlo le provocaba tristeza y en ocasiones también pánico». El escritor, tal vez de una manera más definida al tiempo que secreta, también es de un paisaje, tal como defiende Magris.
Al fin, luego de su estancia en Lugano, América sería el lugar de su exilio hasta poder recobrar, luego de los cruentos acontecimientos de la segunda guerra mundial, pudo de nuevo recuperar, su tierra, su amada Alemania.

Colm Tóibín
Lumen, 2022
541 páginas
22,90 €

Ricardo Martínez realizó los estudios de filosofía y letras en las universidades de La Laguna y Valladolid, concluyendo su carrera universitaria con los estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Su obra como escritor es bilingüe, habiendo publicado tanto en gallego como en castellano. Como ensayista y crítico literario ha colaborado tanto en prensa (La Voz de Galicia, El País) como en revistas especializadas (Clarín, Revista de Occidente). Ha cultivado distintos géneros como autor. En poesía podemos citar: Lento esvaece o tempo (Milladoiro, 1990), Los argumentos de la tarde (A.G., 1991), De cuanto nos es dado (Calima, 2006) y Na terra desluada (Espiral Maior, 2009). Su obra Orballo nas camelias pasa por ser la primera obra de haikus en la literatura gallega. En prosa ha publicado varios libros de aforismos: Debullar (Galaxia, 1996), Cuentas del tiempo (Pre-textos, 2004), Alusión al paisaje (Calima, 2006), Ecos da néboa (Trifolium, 2012). Es autor, asimismo, del libro de relatos La luz en el cristal (Calima, 2011). Ha obtenido el premio Benasque de poesía y diploma de honor en el concurso internacional de relatos breves Jorge Luis Borges y en 1997 le fue otorgado el premio Reimóndez Portela de periodismo. Colabora en prensa y revistas especializadas. Desde el año 2014, la Fundación Jorge Guillén es la depositaria de la obra del autor. Dispone de su propia página web.
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