/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 24/1/2023. Feijóo, involuntariamente plurinacional: «España es la nación más antigua de España». Una nueva genialidad de los creadores de: «Españoles, ETA es una gran nación» (Rajoy dixit).
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Absolutamente todo el que dice que «no entiende de política» miente. No hay excepciones: miente hasta el último que lo dice; y sabe que miente, además.
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Leo en El infinito en un junco una anécdota de Chesterton que no conocía. Preguntaron al escritor inglés qué libro se llevaría a una isla desierta. Respondió: «Nada me haría más feliz que un libro titulado Manual para la construcción de lanchas».
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Fernando Pessoa: «Llevo conmigo las heridas de todas las batallas que he evitado».
Miércoles, 25/1/2023. Ana Rosa Quintana: «Unos te critican porque se supone que eres facha y para otros somos extrema izquierda». Cuenta la leyenda que existe una criatura llamada Günther Mauthausen-Buchenwald, creada en un colisionador de hadrones con células madre y pelos de los huevos de Reinhard Heydrich macerados en semen de vikingo al son del Horst-Wessel-Lied, que considera de extrema izquierda a Ana Rosa Quintana.
Jueves, 26/1/2023. «Si estás a favor de ayudar a Ucrania, vete tú para allá a pegar tiros» es la nueva película de los creadores de «si te gusta la inmigración, mételos en tu casa».
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Corey Robin: «Lo que al conservador le desagrada de la igualdad no es que amenace la libertad, sino que esta se extienda».
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Empiezo Jesús y John Wayne, de Kristin Kobes du Mez, un libro sobre el evangelismo estadounidense y la historia del desplazamiento, en su seno, de sus sectores progresistas (los había, los hay) por los reaccionarios. Se abre con esta observación interesantísima —que me hace pensar en los nuevos odres del nacionalismo español a los que dediqué un ensayo— sobre la autonomía que ha llegado a adquirir la cultura de consumo generada en torno al movimiento, cada vez menos gobernado por sus pastores y más por una pléyade de figuras mediáticas:
«El vasto alcance del evangelismo blanco se debe, en gran medida, a la cultura que ha engendrado y que vende. En el transcurso del pasado medio siglo, aproximadamente, los evangélicos han producido y consumido una amplia gama de productos religiosos: revistas y libros cristianos, CCM (“música contemporánea cristiana”), emisoras de radioMuchos evangélicos que sudarían tinta si tuvieran que articular siquiera los principios más básicos de la teología evangélica han quedado inmersos en esta cultura popular evangélica. Han criado a sus hijos con la ayuda de los programas radiofónicos de Enfoque a la Familia de James Dobson o han crecido viendo la serie de dibujos animados VeggieTales. Se mecieron al son de Amy Grant, de Newboys o DC Talk. Aprendieron sobre pureza antes de aprender sobre sexo, y tienen un anillo de plata para demostrarlo. Vieron La pasión de Cristo, Soul Surfer: Alma surfera o la última película de Kirk Cameron con su pandilla de juventud. Asistieron a Promise Keepers con otros feligreses y leyeron Salvaje de corazón en grupos reducidos. Han aprendido más de Pat Robertson, John Piper, Joyce Meyer y The Gospel Coalition que de los sermones dominicales de sus pastores.
La difusión de la cultura del consumo evangélica desborda la órbita de las iglesias evangélicas. El evangelismo cultural se ha infiltrado hasta el corazón del cristianismo tradicional […] Las fronteras entre confesiones quedan fácilmente sepultadas bajo el flujo de la mercadotecnia religiosa. De hecho, es posible participar en esta cultura religiosa sin acudir a la iglesia.
[…] Durante la campaña de Trump, a muchos pastores les sorprendió constatar la poca influencia que ejercían sobre sus feligreses. Lo que no supieron apreciar es que se enfrentaban a un sistema de autoridad más poderoso, una cultura popular evangélica que reflejaba y reforzaba una ideología convincente y una visión del mundo coherente. Unas cuantas palabras predicadas el domingo por la mañana no podían competir con la dieta constante de productos religiosos evangélicos consumidos día sí y día también».
También resultan muy interesantes los apuntes de Du Mez hace poco después sobre la posibilidad de vivir una vida completamente dentro del movimiento, en una burbuja hermética de evangelismo que a mí me recuerda a cuando, antiguamente, en los partidos obreros o nacionalistas, había la guardería del partido, el bar del partido, el periódico del partido, etcétera, y uno podía transitar su existencia toda por organizaciones vinculadas a la organización:
«Hay quienes rara vez consultan medios de comunicación externos a este mundo; en lo tocante a música, fuentes informativas, libros y radio, estas personas habitan un espacio de consumo aparte y santificado. También son muchas las personas que participan en menor grado, que escuchan música “laica”, ven las últimas películas taquilleras de Hollywood y leen algún que otro libro “no cristiano”, aunque en su día a día sintonicen emisoras cristianas, canturreen al son de “música de alabanza”, compren libros sobre crianza de niños en la fe cristiana y devoren novelas románticas cristianas. Sin embargo, pese a las diferencias, el hecho de participar en una cultura común forja vínculos entre consumidores con una mentalidad parecida, y dichas afinidades asientan los cimientos de una identidad cultural compartida».
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Presume Feijóo, tras el ataque yihadista de Algeciras, de que «desde hace muchos siglos, no verá usted a un católico o a un cristiano matar en nombre de su religión». En diez segundos de googleo encuentro esto del cardenal Gomá en Budapest en 1938: «Hay que llevar las hostilidades hasta el extremo de conseguir la victoria a punta de espada. Que se rindan los rojos, puesto que han sido vencidos. No es posible otra pacificación que la de las armas. Para organizar la paz dentro de una constitución cristiana, es indispensable extirpar toda la podredumbre de la legislación laica».
Viernes, 27/1/2023. En el año 2123 seguiremos poniendo mascarilla en el transporte público, pero ya nadie recordará por qué: será uno de esos rituales fosilizados que tuvieron una explicación material en origen, pero acabaron naturalizándose, y autoexplicándose.
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¿Hay capitalistas no despiadados? ¿Hay capitalismo no salvaje? ¿Hay capitalismo que no sea de amiguetes? ¿Ponemos apellidos innecesarios a una barbarie que ya lo es desde su mismo nombre de pila?
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Si yo fuera estratega de campaña de una de las fuerzas progresistas de Madrid —cosa que, gracias a Dios, no soy—, pensaría en contrarrestar el «Madrid de la libertad» del discurso de Ayuso con el «Madrid de la generosidad». La generosidad incluye la libertad (si eres generoso con alguien, lo eres también con su libertad), pero introduce un componente de protección, de cuidado, ausente en el discurso ayusista, para el que respetar la libertad ajena es ir a lo tuyo y que los otros te la suden. Un poco de halago de la vanidad aldeana siempre hace falta. No puedes salir a decir que la ciudad por la que te presentas es un infame estercolero; unos establos de Augías que tú vienes a limpiar. Hay que ofrecer una utopía de cuya posibilidad ya existan ejemplos. En Madrid, creo que se podría tirar por ese discurso: una ciudad generosa gobernada por psicópatas que no perpetran desastres mayores porque una sociedad civil movilizada instituye mecanismos de paliamiento. Atacar al Gobierno, pero halagando a la ciudadanía en lugar de abroncarla. ¿Es verdad que Madrid es una ciudad generosa? Pues ni sí, ni no. Hay gente generosa y gente psicópata como en todas partes; una ciudad no tiene personalidad propia. Pero en campaña hay que jugar con este tipo de mercadotecnias y señuelos. Importante también esto que explica siempre maravillosamente Enrique del Teso:
«Muchas veces las fuerzas progresistas creen que tienen que decir, ante todo, la verdad; que la verdad hay que decirla de golpe y en primer lugar. Es un error Hay una parte de tu discurso que es la que choca directamente con el discurso rival; la que consigue el enganche. Esa parte no tiene por qué ser la más importante. Yo, dando clase, no empiezo por lo más importante que quiero que mis alumnos entiendan. Empiezo por donde creo que se van a enganchar más al discurso que les tengo que dar: una anécdota, un ejemplo, la cosa más sencilla de entender… Con la anécdota no creas doctrina, pero consigues atención. ¿Nos enfrentamos a Ayuso con los muertos de las residencias; eso tiene que figurar? Claro que tiene que figurar, ¿cómo no vas a denunciar una cosa así? Pero no tiene que ser la cabecera del discurso. Si estoy en paro, no me ilusiona oír eso. Me tienes que dar algo ilusionante. Y algo que la gente entienda inmediatamente y legitime que te escuchen; es muy importante que te escuchen».
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Leído en Twitter: «Imagínate cancelar tu residencia fiscal del país cuyas monedas llevaban tu cara».
Sábado, 28/1/2023. Cuenta Fernando Hernández Sánchez de un cuento que leyó hace años y cuyo autor no recuerda, en una colección que se titulaba Cuentos de Cuba socialista. Narraba la historia de un universitario que durante las vacaciones de verano, se enrolaba en un barco de pesca. Compartía faena con un puñado de marineros casi analfabetos, pero que le enseñan las constelaciones por las que orientarse, y entre ellas, una estrella principal que les servía de guía. Una noche, él les cuenta que es muy posible que esa estrella, aunque la luz siga llegando a la Tierra, se haya apagado hace mucho, y ellos, incrédulos primero, y desesperados después, se desmoralizan, entristecidos. Si lo que siempre estuvo allí ya no está, se cuestionan ¿cómo podremos seguir orientándonos? Y el trabajo cotidiano empieza a salir mal, y la convivencia se deteriora, hasta que una noche, el estudiante, señalando una región oscura del firmamento, les dice: «¿Veis? Puede que allí, aunque ahora no la veamos, esté naciendo una estrella nueva cuya luz podremos llegar a ver en el futuro. Estad atentos y no dejéis de buscarla».
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En el Teatro de la Laboral de Gijón veo, como parte de la Muestra de Cine Social y Derechos Humanos, un documental sobre José Antonio Labordeta, titulado Un hombre sin más. Es precioso; un repaso biográfico salpimentado de charlas emotivas con los familiares del malogrado cantautor y diputado y de material inédito. En un momento dado, sus hijas cuentan que, después de aquel famoso «a la mierda» al PP en el Congreso, se hizo recurrente que lo increparan por la calle, que escupieran a su paso, e incluso que le pintaran esvásticas en casa. Polvos de hodiernos lodos.
Sale también un momento hermoso; a su manera hermoso: aquel en el que, para mostrar su oposición a la guerra de Iraq de manera original, Labordeta leyó un poema de su hermano Miguel en el Congreso, al escuchar el cual las caras de Aznar y Rajoy eran, ellas mismas, un poema. La incomodidad visible de quien se espera una andanada mitinera protocolaria del rival, pero no estos versos inesperados y contundentes:
Mataos,
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.
Invadid con vuestro traqueteo los talleres, los navíos, las universidades,
las oficinas espectrales donde tanta gente languidece.
Triturad toda rosa, hollad al noble pensativo.
Preparad las bombas de fósforo y las nupcias del agua con la muerte…
Inundad los periódicos, las radios, los cines, las tribunas,
pero dejad tranquilo al obrero que fumando un pitillo
ríe con los amigos en aquel bar de la esquina.
Asesinaos si así lo deseáis,
exterminaos vosotros, los teorizantes de ambas cercas,
que jamás asiréis un fusil de bravura.
Asesinaos, pero vosotros, los inquisitoriales azuzadores de la matanza…
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna,
al campesino que nos suda la harina y el aceite,
al joven estudiante con su llave de oro,
al obrero en su ocio ganado fumándose un pitillo
y al hombre gris que coge los tranvías
con su gabán roído a las seis de la tarde.
Esperan otra cosa.
Los parieron sus madres para vivir con todos
y entre todos aspiran a vivir, tan solo esto.
Y de ellos ha de crecer, si surge,
una raza de hombres y mujeres con puñales de amor inverosímil
hacia otras aventuras más hermosas.
Qué grande era Labordeta.
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La Transición según García-Margallo:
«Nuestra historia nos dice que cuando se han roto los puentes entre las dos grandes fuerzas de izquierda y derecha, jamás se ha llegado a una solución y a menudo se ha acabado en una guerra civil. Pasó en el siglo XIX hasta la Restauración de Cánovas y Sagasta y pasó en el siglo XX —Azaña sentenció que la República sería de izquierdas o no sería— hasta la Transición. De eso trata mi último libro. […] Feijóo no está en la derecha de la derecha del PP. Es un moderado y un autonomista: podría seguir la senda de Cánovas. El problema […] es encontrar al Sagasta del PSOE. Pero piense que a Sagasta lo inventó Cánovas tras descartar a Serrano y a Ruiz Zorrilla. Y en la Transición yo no le diré que Suárez inventara a Felipe, pero Suárez sí facilitó que Felipe González siguiera políticamente vivo. Cuando Felipe dimite tras su renuncia al marxismo en 1979, hay una instrucción a todo el grupo parlamentario de UCD de no meterse con Felipe. […] Se trataba de dejar que Felipe se recompusiera. Fíjese en ese periodo parlamentario: calma chicha. No se ataca a Felipe. Está mal que yo lo diga, pero en esa época se podía manejar con bastante facilidad la televisión, y si repasa los programas de TVE de entonces, a Felipe se le deja bastante aire».
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Borja Sémper lamenta que palabras como libertad han «perdido sentido» por el «manoseo» de «políticos irresponsables». ¿Va por Ayuso?
Domingo, 29/1/2023. Una noticia sobre urbanismo gijonés que podría ser una noticia sobre el estado actual de la izquierda española: «Dos firmas se interesan por el espacio céntrico y tres por el ubicado al final de Pablo Iglesias».
Lunes, 30/1/2023. Un género literario que me divierte muchísimo son estos argumentarios de honradez, compromiso y valentía para decisiones de salvamiento de culo personal, reemplazo chaquetil y dondedijedigo-digodieguismo. El homenaje del vicio a la virtud. El último ejemplo lo ofrece Begoña Villacís, ya en trance de abandonar la intemperie del moribundo Ciudadanos y correr a atecharse en el un día duramente criticado PP: «Si o sí estaré liderando el espacio del centro político en Madrid y defendiendo lo que defiende Ciudadanos; repetiría con Almeida, hemos hecho un buen gobierno»; «¿Qué busca el PP en mí? Contra Sánchez hay que ganar el centro; en algunos sitios, unir fuerzas es casi obligatorio y una responsabilidad moral, una cuestión de higiene democrática»; «Cs tiene que arriesgar. A veces hay que sacrificar las siglas»…
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Leo preguntar por ahí si se considera importante que la pareja tenga la misma ideología política que uno. Creo que respondería diciendo que no me importaría que no tuviera la misma ideología, mientras odie y quiera acabar con las mismas injusticias.
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Anuncia el Ayuntamiento de Oviedo que «la fachada del Teatro Campoamor se ilumina de rojo carmesí, durante esta noche y la madrugada de mañana, 30 de enero, con motivo del 55 cumpleaños de Su Majestad Felipe VI». Steampunk a la española. Retrofuturismo. Absolutismo y electrificación.
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Descubro los cuadros de Amrita Sher-Gil, una de las más grandes artistas de vanguardia de principios del siglo XX y una pionera en el arte indio moderno, nacida en Budapest, pero de padre sij:


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Tuitea Pedro Ruiz esta polémica reflexión: «Leo que los suicidios no dejan de crecer. Y las visitas a psicólogo. Y los nuevos traumas. Mis padres, tíos y abuelos pasaron —como todos— momentos duros. Y salieron por sí mismos. Está bien pedir ayuda. Pero la fortaleza la trabaja uno mismo». Tengo la casi absoluta certeza de que, si Pedro hablara con esos padres, tíos y abuelos y supiera organizar, con habilidad y delicadeza, una conversación franca sobre sus vidas, descubriría que todos guardaban dentro de sí, en mayor o menor medida, unos traumas terribles. Y sí, salieron adelante (o no: ¿cuántos no salieron?), porque la vida es obstinada. Hubo gente que escribió libros enteros en los campos de exterminio nazis, garrapateando con letra minúscula cualquier trozo de remoto papel con cualquier remoto lápiz y escondiéndolo donde podían. Admirable es, heroico también, pero convendremos en que inmensamente preferible vivir en este mundo mediocre en el que la gente débil o vulnerable puede salir adelante que en aquel infierno heroico en el que tenías que ser tu propio psicólogo, o morir en el intento.
Estoy escuchando mucho a Labordeta estos días. Justo mientras escribo esto me suena en el Spotify la sobrecogedora Rosa rosae y oigo esto, tan apropiado: «Salimos adelante,/ nunca sé la razón;/ quizá como testigos,/ o náufragos, o heridos/ para plasmar la voz del que nunca se alzó».
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En el mismo día, escribo a tres grandes mujeres de la izquierda asturiana para proponerles una entrevista biográfica. Las tres tienen unas vidas interesantísimas. Dos me han respondido con variantes de: «Ay, pero ¿qué interés tengo yo?». Muy rara vez pasa con hombres. Con ellas, sin embargo, la proporción viene a ser ese dos de tres: alguna te dice que sí directamente, pero lo normal es lo otro. Cuando voy a entrevistar a una mujer, ya le escribo preparándome para la réplica: «Pero mujer, no seas modesta: claro que tienes interés, y mucho». A veces no hay propiamente que convencer, sino que te dicen que sí, que encantadas, pero con una apostilla de «bueno, pero, ay, no sé si te decepcionaré, no sé si tendré tanto que contar». Una especie de humildad formularia que un hombre, ya digo: rara vez. Alguna, pero rara. Y no es una cuestión de timidez o miedo escénico. Es una cuestión de que, cuando me ofrecen una entrevista a mí, me da genuino palo, pero me obligo a decir que sí; e intuyo que a ellas, aunque les genuinamente apetezca, se obligan a titubear. Roles impuestos.
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Este mes he comenzado a trabajar subiendo fichas a la base de datos de un proyecto de investigación de la Universidad de Oviedo sobre censuras en el siglo XVIII. La censura era un proceso interesante. Podía ser moral o formal. Acabo de subir una contra «un titulo tan ostentoso y tan generico […], que acaso se ha puesto para recomendar la obra y facilitar su venta, con engaño de los que la compren». Hubiera agradecido una censura así de más de un libro comprado con mucho interés al ver la portada y el título, y que luego resultó ser un refrito sin sustancia. Esta, en concreto, era una colección de voces antiguas de la lengua castellana cuyo autor la había titulado Tesoro de la antigüedad. En el siglo XVIII ya había clickbaits.
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Busco por curiosidad recuerdos de Losantos de sus años de alumno de Labordeta. Leo cosas bonitas y emotivas, pero qué asco cuando se pone en plan «el pobre era ingenuo y un buenazo y, en política, se dejaba engatusar por malas compañías». Apetece decirle: tú sí que eres una mala compañía, hijo de la gran puta.
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Bill Gates, leemos, es «muy optimista» con el futuro: «Mejor nacer dentro de veinte años». OK, Bill: por mí bien. Pero a ver quién le dice a mi señora madre lo de volver a meterme ahí dentro, y lo de volver a salir. Dentro de veinte años.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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