/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /
Cuando tenía apenas nueve años, mi abuelo materno me regaló la Cartilla moderna de urbanidad (niños), un libro que se editara por primera vez en 1929 y que sigue estando accesible en Internet gracias a reediciones de libros antiguos. A pesar de que el título parezca desfasado, debo confesar que este librito ha sido esencial para mi formación. Se trataba de un texto con imágenes que mostraba en páginas adjuntas el comportamiento del niño bien educado y el del mal educado. Es cierto que las imágenes del comportamiento educado eran un poco repipis, pero el contraste entre una actitud educada y otra antisocial era bastante disuasoria como para pensar que la mala educación pudiera ser un comportamiento correcto. En cualquier caso, el tesoro de aquel pequeño libro se encontraba en las historias que, en formato de tebeo o de pequeña narración, acompañaban a la urbanidad propiamente dicha.
Dos fueron las historias que me marcaron y que siguen estando presentes en mi comportamiento diario. Una se refería al joven de los buenos deseos y contaba que un joven acudió a consultar a un ermitaño sobre la forma de corregir sus defectos. El ermitaño llevó al joven al huerto y, sucesivamente, le pidió que arrancara una brizna de hierba, una plantita y arbolitos de pequeño tamaño hasta llegar a un árbol grande que el muchacho no fue capaz de arrancar. La conclusión del ermitaño fue que «así pasa con los defectos, que se han de arrancar en cuanto comienzan a nacer sin dejar que echen raíces en el alma». Esta historia ha sido capital para mi comportamiento, y siempre que me he encontrado ante un problema, he tratado de resolverlo antes de que su tamaño lo hiciera inabordable.
La segunda historia, bajo el título «De la caridad», relataba una anécdota supuestamente del rey de Sicilia, que, consciente de la envidia mutua que se tenían dos de sus capitanes, les convocó y propuso concederles lo que pidieran, con la particularidad de que daría al uno el doble de lo que el otro pidiese para si mismo. Al final, uno de ellos pidió que le sacaran un ojo para que el otro quedara ciego. Obviamente, el comportamiento de ambos fue castigado con el destierro al comprobar que no había solución a su envidia. Esta historia me ha mantenido permanentemente alejado de la envidia, un pecado capital exento de cualquier placer ni beneficio para quien lo practica, y encontró su complemento ideal en un texto de Carlo Cippolla, «Las leyes fundamentales de la estupidez humana», en el que, valiéndose de los ejes de coordenadas cartesianos de beneficio ajeno frente al beneficio propio, distingue los comportamientos egoístas y altruistas del comportamiento inteligente y el, lamentablemente muy habitual, calificado por el pensador italiano de estúpido. El comportamiento estúpido es el que procura un daño al prójimo causando, a su vez, un perjuicio a quien lo hace. No me negarán que el comportamiento de los capitanes del rey de Sicilia en mi urbanidad es un ejemplo clarísimo de comportamiento estúpido.
En conclusión, además de cultivar un comportamiento educado —lo que abre más puertas de lo que imaginan y, como poco, permite perder la educación cuando toca hacerlo así—, la cartilla que me regalara mi abuelo me sirve de guía para no dejar que los problemas crezcan hasta el punto de no poder resolverlos y siempre he tratado de evitar la envidia y los comportamientos estúpidos, aunque esto es una deuda con Cippolla que profundizó sobre una impresión previa.

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.
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