Crónica

Aquel abril del setenta y cuatro

Francisco José Faraldo, buen conocedor del país vecino, escribe sobre la revolución portuguesa en su 49.º aniversario.

/ Palo y astilla / Francisco José Faraldo /

Fotografía de portada de Jeanne Menjoulet

El mero hecho de estar recordando aquí la fecha del 25 de abril de 1974 revela la permanencia de la llamada Revolución de los Claveles en nuestro imaginario colectivo. Sin embargo, a pesar de que han pasado 49 años, y a pesar de los centenares de libros y productos artísticos de toda índole a que dio lugar, todavía existen zonas oscuras que impiden desvelar en su totalidad los orígenes, desarrollo y consecuencias de una gesta que marcó la historia del siglo XX. Por eso, es necesario seguir analizando unos acontecimientos tan complejos y vertiginosos que, en pocas semanas, hicieron pasar a alguno de sus protagonistas —recordemos a Spínola— de la condición de héroe a la de traidor. Casi con la misma rapidez que dificulta la comprensión cabal de la secuencia revolucionaria, tuvo lugar la irrupción de las fuerzas políticas en un proceso que hasta entonces había sido conducido por lo militares, y el sorprendente predominio socialista determinó la interrupción de las transformaciones radicales (nacionalizaciones de sectores estratégicos, reforma agraria…) llevadas a cabo durante el verano caliente, modificando el rumbo previsto inicialmente por algunos de los capitanes de abril impulsores del MFA.

Los sucesos de abril del setenta y cuatro no constituyen, como se afirma con frecuencia, la última revolución romántica de Occidente, ya que no nace de la exaltación o la voluntad de ningún caudillo, sino que son la consecuencia del cansancio de un pueblo ante la acumulación de factores negativos producidos a lo largo de cinco décadas. Tengamos presente que el Portugal de los setenta presentaba un estado de depauperación extrema, con un 25% de analfabetos y la mortalidad infantil más alta de Europa; que la emigración constituía casi el recurso único para huir de la pobreza; que la población activa decrecía rápidamente, la tasa de inflación alcanzaba el 23 % y el país estaba en manos de media docena de familias que se dedicaban sistemáticamente a esquilmarlo. Aun así, no fueron estos los datos que de una forma inmediata dieran origen a la explosión de abril, sino la sangría y la erosión moral, social y económica producidas por una guerra colonial sin salida que se prolongaba en Angola, Guinea y Mozambique desde 1961 y en la que perdía la vida o sus mejores años una buena parte de los jóvenes hasta el punto de que es raro encontrar familias de esta época que no tuvieran a alguno de sus miembros en la emigración, en el exilio político o en la guerra por mandato de un régimen empeñado en mantenerse como último imperio colonial del continente. Otro detonador de la situación fue que en el seno del propio Ejército se estaba produciendo una transformación decisiva con la incorporación a filas de oficiales universitarios de complemento, lo cual rompe el carácter de casta de casta que las fuerzas armadas tenían hasta entonces y ocasiona una convivencia beneficiosa con los militares profesionales. Es en tal contexto donde parte del ejército se cuestiona su papel represivo en las colonias, como explican dos de los más significados protagonistas de abril del setenta y cuatro: «La propaganda oficial nos decía que Portugal era una e indivisible, pero en las colonias nos dábamos cuenta de que aquellas gentes no tenían nada que ver con nosotros, de que tenían derecho a ser libres» (Salgueiro Maia); «la guerra colonial provocó el desprestigio de las Fuerzas Armadas ante la población; había que recuperar el prestigio, y la única manera de hacerlo era derrocar al régimen» (Vasco Lourenço). Y no extraña, por tanto, que en las veinticuatro horas siguientes a la madrugada del 25 de abril no hubiese movimientos significativos de apoyo al Estado Novo salazarista y que se echara el telón rápidamente y sin sobresaltos a la interminable dictadura. A partir de ese momento y a ritmo vertiginoso, se produce la recuperación de las libertades, el fin de una guerra colonial terrible y la instauración de derechos sociales inexistentes hasta entonces.

La revolución originó una poderosísima iconografía donde la lírica de los claveles y los cantos libertarios sirvieron para ocultar algunas conductas que no tardaron en apartarse del espíritu que había animado la exitosa operación militar. Dentro y fuera permanecían agazapados los que trataban de desvirtuar el programa del MFA y ponían en circulación una versión light, más asimilable por los sectores conservadores del Ejército, en kla que se alineaban, sobre todo, mandos de alta graduación. La señal de partida para el blanqueo la da el general Spínola el 26 de abril, día inmediato al de la caída de la dictadura, cuando, en su comparecencia pública ante el país y probablemente asustado por la entusiasta y masiva reacción popular, realiza un primer intento de modificar el Programa, que es frustrado por los oficiales protagonistas del levantamiento. Comienza así una sucesión frenética de acontecimientos, con los capitanes intentando mantener su influencia en la salvaguardia del programa del MFA y Spínola reforzando su papel como cabeza de la jerarquía militar; una especie de lucha de clases entre los mandos intermedios que habían protagonizado el golpe y los generales que intentan capitalizar la acción y detener las transformaciones más radicales previstas en el programa. El periodo que va desde el 25 de abril del 74 hasta el acceso al gobierno del partido socialista está plagado de intrigas, luchas internas e intentos de golpe de estado detrás de los cuales asoma casi siempre la mano nada inocente de la CIA y su enviado Carlucci, patrocinando la idea de que Portugal estaba a punto de transformarse en «la Cuba de Europa».

Había que parar el llamado verano caliente, en el cual, durante los gobiernos provisionales de Vasco Gonçalves, se nacionaliza el 60% del PIB, se estatalizan la banca y los seguros, se pone en marcha las UCP (unidades colectivas de producción), se expropian latifundios y se impulsa la reforma agraria creando 50.000 puestos de trabajo en agricultura. Los sectores conservadores lanzan una campaña difamatoria sobre el primer ministro al que se acusa de ser una marioneta del partido comunista que continuaba muy activo en las calles y en los centros de trabajo. Se entra en una fase violenta, frecuentemente edulcorada en los relatos sobre la posrevolución, y las sedes del PC son objeto de atentados en los que se producen varios muertos y heridos. En la organización de estos atentados está documentada la participación de españoles atemorizados por un posible efecto contagio de lo que estaba ocurriendo en el país vecino. El partido socialista sale de su letargo, critica los «excesos», hace valer su influencia entre los militares moderados y provoca la caída de Vasco Gonçalves en el mes de agosto. El primer gobierno constitucional disuelve los organismos militares que habían propiciado el levantamiento de abril purga a muchos militares gonçalvistas y se entra en el periodo en el que, tras dos años de gobierno de Mário Soares (76-78) se produce el abandono de los ideales más radicales de abril, la derechización progresiva de la vida política y la consolidación de la democracia parlamentaria en Portugal. Es un periodo convulso y decisivo sobre el cual existe ya una abundante bibliografía que hay que consultar con cuidado porque no siempre el rigor prevalece sobre las tendencias ideológicas de los autores. Al final del artículo añado una pequeña bibliografía que considero imprescindible para adentrarse en el laberinto posrevolucionario portugués. Modestamente, también ofrezco mi opinión con más detalle en mi libro El vecino invisible.

Hoy en día, los escolares, los jóvenes trabajadores y universitarios portugueses apenas saben nada del 25 de abril del setenta y cuatro. Las encuestas que se realizan en la calle cada aniversario revelan que, para la población más joven, Otelo era «un futbolista brasileño», Salgueiro Maia «un ministro» y Rosa Coutinho «una modelo brasileña». Nada que nos extrañe a los españoles cuando oímos las respuestas de los jóvenes al preguntarles sobre cualquier personaje importante del periodo franquista o, lo que es peor, de la actualidad política. En Portugal, 49 años después de la revolución que trajo la libertad, puso a Portugal en el centro de la atención internacional y sirvió de estímulo y precedente para otros cambios democráticos en España y América Latina, perduran hoy graves problemas estructurales: la lacra de la desigualdad se acentúa, las asimetrías territoriales resultan escandalosas, el poder de la Iglesia, con leves retoques, está vigente y algunas familias de la clase financiera (Champalimaud, Espírito Santo, Ulrich, Pinto Basto, etcétera) siguen condicionando el poder político. En el terreno económico, las rentas del capital crecen exponencialmente, el salario mínimo se estanca en los 760 euros, la inflación supera el 8%, el desempleo juvenil está en el 23%, la deuda pública supone el 125% del PIB. Los portugueses son más pobres que en 2009 y la dependencia económica del país respecto al sector servicios se acentúa ostensiblemente.

El día 25, una vez más se repetirá el desfile conmemorativo habitual por la Avenida da Liberdade lisboeta, con una asistencia cada vez menos numerosa y más callada. Solo los comunistas parecen decididos a reclamar en la calle la vigencia y el recuerdo de «los valores de abril». En la Assembleia da Republica habrá una sesión especial en la que tomarán la palabra los representantes partidarios y alguno de los militares participantes en la gesta. Unos cuantos (antes eran todos los asistentes) todavía lucirán un clavel en la solapa.


Bibliografía mínima

John Andrade: Dicionário do 25 de Abril, Nova Arrancada.

Miguel Carvalho: Quando Portugal ardeu, Oficina do Livro.

Armando Cerqueira: Revolução e contra-revolução em Portugal (1974-1975), Parsifal.

Álvaro Cunhal: A verdade e a mentira na Revolução de Abril, Avante.

Mária Inácia Rezola: 25 de Abril: mitos de uma revolução, A Esfera dos Livros.


Francisco José Faraldo (Ferrol, 1947) estudió magisterio y filosofía y letras en Madrid. Ejerció la enseñanza en Asturias y, durante doce años, en el Instituto Giner de los Ríos (Lisboa), ciudad en la que residió hasta 2018. Es autor de los libros de poemas Prédica del iluso (Premio Trivio) y La mano en el fuego (2017), tres textos teatrales y los ensayos El vecino invisible (2015) y Asociación Amigos de Mieres: cultura popular y lucha por la democracia en Asturias. En 2021 publica la novela Onofre, Raymond Queneau y una mula. En 2022 ha presentado la colección de poemas «Cantos y señas (básicamente es esto)» en Bohodón Ediciones.   Colabora en publicaciones periódicas de España y Portugal y ha impartido y coordinado cursos de creatividad destinados a profesores en ambos países. Como traductor ha vertido al portugués la obra teatral del dramaturgo sudafricano Athol Fugard y al castellano la producción del pedagogo y compositor belga Jos Wuytack.

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