El viejo que pasea por el barrio

Sant Jordi luce como nunca

Sergio Gaspar escribe, pensativo y melancólico, sobre el gran día catalán del libro.

/ El viejo que pasea por el barrio / Sergio Gaspar /

Así tituló La Vanguardia la fiesta del libro y de la rosa que vivimos hace poco en Cataluña en un domingo inolvidable, épico, espléndido de luz y de sequía.

La mañana del domingo me quedé en casa. Pensaba acudir a la librería Animal Sospechoso, Ventalló 9, en la que firmaban libros varios amigos entre las 11 a. m. y la 2 p. m., es decir, entre las once y la dos: José Ángel Cilleruelo, Miriam Reyes, Teresa Shaw y Jaime D. Parra. Quería comprarle un libro a Jaime y que me lo firmase. Pensaba acudir, lo prometo, pero la resaca de la juerga del sábado me lo impidió. Demasiada cerveza y demasiados años bebiéndola.

Logré salir de casa a las seis de la tarde., que eran también las 6 p. m. y asimismo las 18:00. Pese a la resaca y a tantas horas diferentes e iguales, conseguí aclararme y salir de casa.

Y ya estoy en la calle.  Hay mogollón de gente, pero ni rastro de mascarillas.  Sólo veré un par, al pasar frente a un Viena,  protegiendo la salud de dos miembros de la tercera edad camino de la cuarta, o personas mayores, o viejos, o Séniors, como nos llaman eufemísticamente y por influjo del inglés la app y la web de CaixaBank y otros entes comerciales, que tanto nos quieren. 

En hora y pico recorro cuatro kilómetros y pico. La Diagonal entre Francesc Macià y el paseo de Gracia. Las calles Pau Claris y Balmes. Paseo de Gracia y Rambla de Cataluña. Arriba y abajo. Abajo y arriba. En mi recorrido por parte de la superilla literaria cerrada parcialmente a la circulación, no veré sino seis u ocho bolsas de librerías columpiándose en las manos de los paseantes, quizá diez.  Supongo que en esas bolsas iban libros: ¿pongamos diez?, ¿pongamos doce?

¿Insinúo que, en este rato de paseo literario, mil personas y pico, o más, sólo han comprado doce libros y pico, o menos?  El Sancho Panza que llevo dentro para recordarme la diferencia entre los gigantes y los molinos de viento que nos asaltan en la vida cotidiana me explica:

—Mire, mi señor Gaspar. Piense que muchos libros ya se habrán comprado ayer sábado o durante la semana. Piense que paseamos tarde, más allá de las seis, más allá de las siete, cuando muchedumbre de compradores se ha retirado a sus casas para empezar a leer con gusto lo que ha comprado con más gusto aún. Piense que casi no ha visto por ahí niños ni adolescentes, que son los destinatarios de libros infantiles, juveniles, parte del pastel de la industria editorial. A los adolescentes y jóvenes, piénselo, sólo los ha visto en puestos de venta de rosas, a unos cuatro euros la unidad, con los que pagarse el próximo viaje por Europa, a menudo en avión emisor de gases de efecto invernadero.  Y, sobre todo, piense vuestra merced que, cuando vuesa merced escribía poesía y narración, y la publicaba, a duras penas vendía un puñado de libros, que tuvo que entrar en diversas librerías a comprárselos usted mismo para que no los devolviesen los astutos libreros, y aún así devolvían los que vuestra merced no había comprado, que eran bastantes. Y piense si no será esa amarga experiencia la que lleva a ver tan pocas bolsas de librerías esta tarde de San Jorge y a imaginar que hay más colas en las dos heladerías que hemos dejado atrás que en cualquiera de las paradas de librerías que atrás quedaron.

El lunes, con mi Sancho Panza durmiendo todavía, salí a desayunar churros, cafés con leche y La Vanguardia, que ha pasado estos días de costar 1.8 euros a 2 euros: 11.11 % de subida.

La diada de Sant Jordi fue una maravilla. Si no me creen, crean a este titular interno de La Vanguardia. «El traje de los domingos le sienta de maravilla a un Sant Jordi de récord». ¿Cuánta gente había? Lean, lean. «La Guardia Urbana reconocía a este diario que era casi imposible calcular la gente que había en el centro». Normal. Cuando el gentío se concentra o manifiesta en orden, para facilitar que los cuenten, como en una Diada de l’Onze de Setembre o una marcha del Día de la Hispanidad en Barcelona, podemos saber con casi absoluta precisión, persona arriba, persona abajo, el público asistente. La Guardia Urbana contó 2.200 en la Hispanidad y 150.000 en l’Onze de Setembre. Y contó bien. Eso segurísimo.

Igual que ha contado bien el Gremi de Llibreters de Catalunya que, según nos informa La Vanguardia, ha vivido la fiesta de la lectura con «euforia ante el alza de un 5% de las ventas».

Todas las páginas de La Vanguardia dedicadas a Sant Jordi sudan optimismo. Todo es batir récords. Todo son autores y autoras firmando libros sonrientes o tirando a sonrientes, menos Enrique Vila-Matas y Javier Cercas, seriotes ellos.  Todo son jóvenes tomando las calles. «Furor en estado puro». Riadas de lectores. Libros que nos salvan la vida. Infinitas hileras de clientes. No me extraña que mi amigo Jorge Carrión afirme, o Justo Barranco le haga afirmar al transcribirlo, que Sant Jordi «es la gran marca de la identidad cultural de Barcelona. Ni el Barça, ni Gaudí».

Todo es resistencia y triunfo alegres ante el Julio César y sus poderosas legiones de la incultura, que estamos aniquilando. ¿Todo…? Si lees con atención, algunas pequeñas aldeas de La Vanguardia, pese a la alegría embriagadora, parecen un poquito molestas y tristes. Carlos Zanón, por ejemplo, escribe: «No sé si se es consciente de quenos estamos vanagloriando de hacer un Sant Jordi para superdotados […] Les aseguro que uno no escribe esto desde el resentimiento pero no se puede tener a escritores extraordinarios deambulando ocho horas de aquí para allá, colapsado de gente para acabar vendiendo treinta libros cuando, en circunstancias normales en la librería de su barrio, venderían muchos más e incluso podrían hablar con sus lectores un ratito».

Pese ello, sigue escribiendo mi lejano amigo Zanón, «Sant Jordi es un día maravilloso». Parece que siempre desembocaremos en las maravillas que nos esperan en los libros de caballerías culturales.  Pese a ello, expresiones como «desde el resentimiento», «escritores extraordinarios deambulando ocho horas» y, en especial, «acabar vendiendo treinta libros», que al final del artículo serán dos menos, serán «28 libros en 8 horas», me dejan pensativo, melancólico.

¡Pero aléjate de mí, melancolía! Acabo de hablar con una profesora de enseñanza secundaria. Les preguntó a sus alumnos de 2º de bachillerato cuántos libros habían comprado en Sant Jordi. Una alumna compró un libro a su padre. A tres alumnos les regalaron libros. En suma, cuatro compraventas en un grupo de 24 alumnos: 16.67 % de compraventas en porcentaje. Brutal.

Mi Sancho Panza ya se ha despertado. Me dice: «Ve vuesa merced como fue un engaño de hechicería su visión de mil personas y pico, o más, habiendo comprado tan sólo doce libros y pico, o menos». 

Gracias, Sancho amigo, Sancho pueblo. Ya lo escribió Blas de Otero.

Pero tú, Sancho Pueblo,
pronuncias anchas sílabas,
permanentes palabras que no lleva el viento…

Es verdad. Hay que escuchar al pueblo, a su voz sabia, a los alumnos del segundo curso de bachillerato, a la multitud que llenaba los vagones del metro en dirección al centro de la ciudad, al Gremio de Libreros de Cataluña, a los equipos de publicidad de las editoriales, a la Guardia Urbana, que también es pueblo. Todos ellos cuentan bien.

Pero… No sé. Estoy enfermo de melancolía. Me hubiera gustado saber cuántos libros de Blas de Otero se compraron el pasado Sant Jordi.


Sergio Gaspar nació en 1954 en Checa, provincia de Guadalajara. Se licenció en filosofía y letras en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), reeditado en formato digital por Uno y Cero Ediciones (2013). Es asimismo autor de la novela Viento de tramontana (2014). Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo. En la actualidad, es un jubilado y pasea.

2 comments on “Sant Jordi luce como nunca

  1. Miquel Gayà

    Maravilloso diálogo, en la Diagonal con Sancho Panza, tienes Sergio. Eso no es dado a cualquiera, como no lo es tu sublime final: Te preguntaste cuántos libros de Blas de Otero se compraron en tan señalado día, y te gustaría saberlo.

    Si te sirve de consuelo, yo no pude evitar preguntarme, ese mismo día, asomado también a la melancolía, sintiendo la soledad detrás del bullicio, cuántos libros de los que realmente me interesan, se habrían comprado ese día.

    Junto con Sancho Panza, que toca con los pies en el suelo, creo que Cioran nos ayudará a imaginar la respuesta, quien ya nos advirtió que el ser humano es refractario a lo esencial.

    Miquel

  2. Sergio Gaspar

    Podrías escribir un artículo sobre la melancolía, Miquel. Entre las personas que he conocido, eres de las que más ha vivido y leído de melancolías. Gracias por tu amistad y por tus comentarios, que me acompañan y me ayudan, ya lo sabes. Tú vives en una isla, yo en una península y ambos en la melancolía, que es el continente.

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