/ por Rodolfo Elías /
«Encontré a Dean por primera vez no mucho después de que mi esposa y yo nos separáramos. Recién me había recuperado de una seria enfermedad de la cual no me molestaré en hablar, excepto que tuvo algo que ver con el miserable, gravoso rompimiento y la sensación de que todo estaba muerto. Con la llegada de Dean Moriarty empezó la parte de mi vida que pudieran llamar mi vida en el camino…». Y, disparado salió Jack Kerouac, a comenzar la saga de uno de los movimientos culturales más influyentes del siglo XX: la Generación Beat.
Desde luego que Kerouac no lo consiguió solo, porque hay otros dos grandes perpetradores: Allen Ginsberg y William Burroughs, junto con algunos otros poetas, escritores, artistas y personajes que han sido considerados de persuasión Beat. Pero fue Jack Kerouac el más carismático de todos y quien causaría un impacto más grande, ya que su mito trascendió su obra, con un seguimiento que se transformó en lo que pudiéramos llamar el culto de los beats. Kerouac era el guapo, el atleta, el místico, el estilero, el escritor compulsivo con su estilo espontáneo de free-flow. Fue también Kerouac quien bautizó (unos dicen que fue Herbie Huncke) a su grupo selecto de compinches como los beat, a razón de dos estados opuestos entre sí: beatitude (beatitud) y beatdown (vapuleados); condiciones intercambiables del ánimo de Kerouac en su errante transitar por la vida.
Fueron los beats los verdaderos padres de la contracultura de los sesenta. Los que empezaron a escribir abiertamente acerca del uso habitual de drogas; los que mostraron apertura a modos alternativos de vida —que incluía religión y sexualidad, desde luego—; y los que, aun antes de que Timothy Leary enunciara su famosa frase, «turn on, tune in, drop out» (que se convertiría en eslogan de una época), ya se habían distanciado de la sociedad establecida. Y aunque no estoy exaltándolos por todo eso, quiero reconocer algo acerca de los beats que me hace respetarlos: su repudio por la hipocresía de la mentalidad convencional clasemediera.
El estilo literario de Jack Kerouac tiene una combinación de tres elementos principales: música jazz, personajes pintorescos y espiritualidad (en ambos lados del espectro; con el Occidente y Oriente convergiendo). Fue el jazz la inspiración principal de su método de prosa libre o espontánea, tan representativo de él. Y su experiencia en el camino lo trajo en contacto con lugares y gente que serían parte esencial de sus historias —atizadas con benzedrina— anecdótico-testimoniales, que podían ir de una sublime búsqueda espiritual a lo más mundano, contadas ambas con el mismo candor juvenil.
Como gran apasionado del jazz que era, en la obra de Jack Kerouac pulula la música y sus ejecutantes, de una forma especial en la novela The Subterraneans. Aquella legendaria aparición en The Steve Allen Show —donde Kerouac proyecta una mezcla de timidez infantil y misterio— añadió enormemente a su aura del guapo místico. Steve Allen le pregunta: «¿Cuánto tiempo tardaste para escribir En el camino?». A lo que Kerouac responde que tres semanas. Luego, Allen le pregunta que cuánto tiempo estuvo en el camino. Cuando Kerouac responde que siete años, Allen bromea: «Yo estuve una vez en el camino por tres semanas y me tomó siete años escribir de ello». En ese programa Kerouac hace una lectura de ciertos pasajes de la novela, acompañado por Allen en el piano, lo cual es un verdadero agasajo para el oído sensible. Jack Kerouac, con su dicción perfecta y animada dramatización, y Steve Allen, con ese piano que sabe producir un jazz acompasado y armónico para acompañar una lectura electrizante.
Si hablamos de la significancia de los personajes en la obra de Kerouac, en una de sus obras cumbres, Desolation angels, hay un pasaje hermoso dondecaracteriza a algunos de sus compañeros de andanzas como filósofos griegos, asignándoles a cada uno un filósofo en base a su personalidad, temperamento e inclinación ideológica. Y en ese mismo pasaje emplea conceptos de música clásica (compositores y operas), mitología griega, historia universal (Cleopatra y la antigüedad romana-egipcia), mismos que recorre de una forma espontánea y desafectada, sólo para ilustrar grandilocuentemente la forma en que se daban algunas interacciones en el círculo íntimo de los Beats. Había un espíritu agridulce en el beat mayor. Después de regresar de su solitaria aventura de 63 días en Mount Hozomeen, también conocido como Desolation Peak, escribió: «El problema con Desolation es que no hay personajes, solo, aislado».
En cuanto a la espiritualidad, el catolicismo que Kerouac profesó desde niño —y que nunca dejó— fue la base de una búsqueda más profunda. Esa búsqueda lo llevó a la practica de una forma de budismo zen (influido por el poeta Gary Snyder) muy personal y sui generis, que aumentó su fervor espiritual. La novela Dharma bums nos da una descripción mas detallada de su experiencia y prácticas regulares en el budismo, y de su convivencia con Snyder. Este libro también nos describe con más detalle al Jack Kerouac atlético, amante de la naturaleza y las actividades al aire libre.
Un día Kerouac salió a perseguir su sueño de viajar por toda la unión americana, hitchhiking (de aventón), y escribir acerca de ello. Esa parte, que él llamó su «vida en el camino», sentó un precedente que inauguraría un estilo de trotamundismo o vida ambulante on the go. Y fue precisamente ese aspecto trotamundista uno de los grandes ingredientes de la experiencia Beat, y gran propulsor romántico del mito creado —por su exuberante candor juvenil— alrededor de Kerouac. La biografía oficial de Jim Morrison, No one here gets out alive, habla de las peripecias del cantante en las carreteras norteamericanas, cuando salió al camino tratando de emular las andanzas de su ídolo literario, yendo también a parar en Ciudad Juárez. Ahí se narra el encuentro que tuvo Morrison con una prostituta, con la que estuvo hablando toda la noche en el español que aprendió en la secundaria.
Otro de los sueños cumplidos de Kerouac fue el de conocer algunos de sus ídolos culturales. Fue así como conoció a Salvador Dalí, quien dijo de Kerouac: «Él es más bello que Marlon Brando». Acerca de lo cual pensó Kerouac que quizá Dalí haya dicho eso porque ambos (Dalí y Kerouac) tenían ojos azules y pelo negro. Kerouac escribió: «Cuando miré en sus ojos y él miró en los míos, no pudimos soportar toda esa tristeza».
Ahora, a pesar de su candor juvenil, su arrebatamiento y su manera licenciosa de vivir —mencionados de una forma muy descriptiva a lo largo de su obra— Kerouac también fue conocido como un hombre culto, lector voraz y amplio conocedor del alma humana (conocimiento que adquirió precisamente en su continuo deambular por diversas partes del mundo, que lo trajo en contacto con diferentes tipos de gente y cultura). En otras palabras, Jack Kerouac era un hombre sensible a su tiempo y a sus circunstancias, en una sociedad que estaba repleta de esquemas político-sociales asfixiantes.
Quiero tomar tiempo aquí para hablar un poco más extensivamente de la vida de Kerouac en el camino. Porque el camino definió muchas cosas en él como hombre, como ser humano, como escritor y como ser pensante. Es difícil visualizar cómo un muchacho nacido y criado en la idílica costa este americana (Lowell, Massachussets), un día tuvo la inquietud de dejar el hogar materno para recorrer el mundo. Travesía que empezó en un viaje a lo largo de la unión americana y culminó en San Francisco. Y ese recorrido pronto se extendería hasta México, país extraño con el que tendría un contacto que no fue nada superficial y del cual hay testimonio en varios de sus libros.
En la novela Tristessa, Kerouac habla de su relación con una mujer llamada Esperanza Villanueva, en la Ciudad de México. En contraste con su nombre, Esperanza era una prostituta irredimible que estaba sumida en la desesperación de la adicción y sus dinámicas destructivas, como la morfinómana irremediable que era. A pesar de todo eso, Kerouac la aceptó y la quiso bien. Alguien por ahí contó de una escena desgarradora donde ella está muy enferma y Jack sale a la calle cargándola en brazos, tratando de llevarla a donde pudiera recibir atención médica. Toda la gente con la que Jack se encuentra se porta indiferente a su situación urgente, porque obviamente catalogaban a la mujer como una viciosa malviviente que no merecía ninguna misericordia de nadie. La indiferencia de la gente y su incapacidad propia de lidiar con la situación, impactaron al escritor de una forma que lo marcó para siempre.
En Tristessa está también gran parte del merito literario de Kerouac, quien nos ofrece personajes y momentos de humanidad entrañables. De una mujer del bajo mundo hace una heroína romántica, al exaltar su humanidad, su belleza femenina y su condición espiritual. Esto pone al escritor en otra luz. El Beat romántico, que exalta hombres con sus variadas pasiones, personalidades y matices, pero también mujeres (dos de ellas no blancas), haciéndolas personajes centrales de sus historias. Y cabe aquí mencionar que tres de sus novelas tienen como protagonistas a mujeres: The subterraneans, Maggie Cassady y Tristessa.
Pero el recorrido de Kerouac fuera de los Estados Unidos no termina en México. En 1957 aborda un buque de carga yugoslavo que lo llevará a Tánger (Marruecos), cuyo itinerario aparece en el libro Lonesome traveler. Ahí habla de la «refulgente visión blanca de Dios», que tuvo durante una tormenta de mar en que todo parecía perdido, evento que confirmó su fe («that everything is God, that nothing ever happened except God») y encomienda espiritual hasta sus últimos días.
En Lonesome traveler, Kerouac también narra sus peripecias en Tánger y sus encuentros con diferentes personas (personajes), típico de su obra siempre enfocada en situaciones humanas. En una medina encontró, escondido, un restaurante español, donde servían el siguiente menú por 35 centavos: «un vaso de vino tinto, sopa de camarones con fideos, cerdo con salsa roja de tomate, pan, un huevo frito y café espresso negro». De ahí un bote lo lleva a París, donde aborda un tren hacia Londres, para lo que sería su primer viaje a Europa, a donde regresó, en 1965, para buscar sus orígenes ancestrales en Francia. Ese viaje lo registra en el libro Satori in Paris.
Kerouac habla del penúltimo viaje que hizo a México en Desolation Angels. Esta vez cruzaron él y su madre de El Paso (Texas) a Ciudad Juárez, cuando se dirigían en autobús a California. Visitaron la catedral de Juárez o «iglesia de Maria de Guadalupe», como la llama Kerouac, por ser la catedral de Nuestra Señora de Guadalupe. Ante el azoro de su madre, al ver el doloroso acto en que un anciano entra arrodillado al templo (como parte de una manda o penitencia), Jack le explica el significado de la escena. «Es un penitente», le dice. «Es un pecador y no quiere que Dios lo olvide». Ese episodio tocó sobremanera a su madre, y aun años después lo recordaba vívidamente. Kerouac estaba eufórico al poder compartir esa experiencia con ella.
Acerca de la amplia cultura de Kerouac, a Gary Snyder le preguntaron si pensaba que Kerouac era un intelectual. Snyder respondió: «No. Pero bien leído; para hacer la distinción. Una persona muy bien leída y muy inteligente; con agudeza critica, cuando quería emplearla. Pero no un intelectual practicante, que es solo un estilo». Kerouac conservó su propio estilo, sin someterse a formulas y formulismos. Y en nombre del espíritu de libertad y libertinaje, que profesó alternadamente, nos exhortó a ser nosotros mismos; a conservar nuestra esencia y a cultivarnos, como una forma de ser más humanos y estar interconectados sin perder nuestra individualidad. A Gary Snyder y al poeta Lawrence Ferlinghetti se les asoció con los beats por su convivencia con ellos, pero los dos eran parte del movimiento San Francisco Renaissance. De hecho, Snyder es uno de los pocos sobrevivientes, ya que Ferlinghetti falleció hace apenas dos años, a los 102 años de edad.
A Kerouac y a los beats se les criticó su forma de escribir; el lenguaje suelto, su actitud licenciosa, la ausencia de una estructura concreta en la composición de sus obras (en prosa y poesía). El crítico Norman Podhoretz le reclamó a Kerouac —de una forma no muy amable— el hecho de que no hubiera «razón dramática» para justificar lo que pasaba en las tramas de sus novelas; a pesar de que a esas alturas ya eran comunes las novelas con estructuras no convencionales. Octavio Paz no daba un cacahuate por la poesía de Ginsberg. Sin embargo, hay dos obras monumentales de Ginsberg, Howl y Kaddish, que a mi parecer son mejores que la mitad de la poesía de Paz, que a veces encuentro pretenciosa y en algunas instancias chabacana.
Cada literatura es producto de su tiempo. Para bien o para mal, la obra de Kerouac es producto de un tiempo clave en los Estados Unidos y el mundo: los años cuarenta, cincuenta y sesenta, que han definido la modernidad hasta el presente. Sin olvidar el hecho que la obra de Kerouac está llena de fe y esperanza en la humanidad. A diferencia de la literatura del mexicano Elmer Mendoza, por ejemplo. Mendoza también es un producto de su tiempo y, al menos en sus primeras cinco novelas (no quise perder tiempo tratando de leer más libros de él), carece de todos los elementos literarios que un escritor debe tener. Aquí menciono tres, fundamentales: dominio del idioma, propósito y conocimiento de causa. Sin embargo, Elmer Mendoza es un bestseller y recibe buenas críticas; mondo bizarro.
Kerouac tiene por lo menos cuatro novelas buenas que además poseen un alto valor documental: On the road, The subterraneans, Dharma bums y Desolation angels. Pero, ¿qué hace buenas a estas novelas? Su estilo, expresión lingüística, honestidad y el hecho que ilustran un momento tan significativo de los Estados Unidos y del mundo.
Otro gran merito de Kerouac fue que supo describir relaciones interraciales. No como el típico turista gringo, taciturno; o como el hombre blanco que percibe a uno de otra raza desde la distancia de su color y su formación social. Kerouac se metió a estudiar a fondo —consciente o inconscientemente— la diferencia entre él y los de otras etnias, pera entenderlos mejor —y en el proceso entenderse mejor a sí mismo— y hacer mas viable su relación con ellos. Y su trotamundismo lo habilitó para eso; por algo pudo escribir novelas como Tristessa y Pic. En otras palabras, Kerouac dejó su zona de confort para salir a explorarse a sí mismo, a través del mundo externo.
Este año se cumplen cincuenta y cinco años de que Jack Kerouac publicara su última novela, Vanity of Duluoz. Que es la razón quizá por la que estoy escribiendo este texto. O, quién sabe, quizá estoy escribiéndolo porque me quería sentir joven y energético.

Rodolfo Elías, escritor en ciernes nacido en Ciudad Juárez y criado en ambos lados de la frontera, colaboraba con la revista bilingüe digital, hoy extinta, El Diablito, del área de Seattle. Sus textos han sido publicados en la revista SLAM (una de las revistas literarias universitarias más prominentes de Estados Unidos), La Linterna Mágica y Ombligo. En la actualidad trabaja en dos novelas, una en inglés y otra en español.
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