Mirar al retrovisor

Gottbegnadeten

Un artículo de Joan Santacana sobre el arte nazi.

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En un pasado no muy lejano, me dediqué a estudiar la historia de las ideas estéticas en Occidente. Me impresionaba reconocer cómo el arte nunca es un factor independiente de la vida, y suele estar íntimamente unido a la sociedad y a las prácticas culturales de su tiempo. Esta reflexión que creo que podría adaptarse por igual a la Roma papal de los siglos XVI o XVII o a la Gran Bretaña de la era victoriana es obscenamente visible entre 1933 y 1945.

En efecto, en septiembre de 1944, el Ministerio de Instrucción Pública y Propaganda del Tercer Reich, dirigido por el doctor Joseph Goebbels, publicó una lista de artistas denominada Gottbegnadeten, palabra que significa «los que tienen inspiración divina». Había más de mil artistas alemanes o austriacos considerados fundamentales para la cultura nacionalsocialista. A todos ellos se les eximía del servicio militar, con la finalidad de que no murieran en la guerra; sin ellos el Reich alemán se empobrecería. Había pintores, escultores, arquitectos, músicos y cineastas, incluyendo compositores, intérpretes, cantantes, actores y directores de cine y orquesta. Se trataba de personas especialmente valiosas para el Reich. 

La mayoría de estos artistas pintores plasmaban en sus lienzos retratos de hombres y mujeres cuyos cuerpos respondían al ideal de la raza aria, muchas veces desnudos; el cuerpo de la mujer, así como el del hombre, aparece frecuentemente en sus lienzos. En algunos casos, se trata de imágenes cargadas de erotismo, como en alguna obra de Ernst Liebermann (1869-1960), pero en la mayoría de los casos se trata de jóvenes que parecen sacadas de algún estudio anatómico procedente de sesiones académicas de arte; es el caso de las obras de Adolf Ziegler (1892-1959), con obras tales como Los cuatro elementos, que fascinó al mismo Hitler; o Gisbert Palmié (1897-1986) e Ivo Saliger (1894-1987), con su famoso Juicio de Paris. Además de esta temática, vemos también escenas de campesinos alegres, vida doméstica plácida e idealizada o retratos de hombres y mujeres, sin duda alguna representativos de lo que en el Reich se entendía como raza aria. Lo vemos en Julius Paul Junghanns (1876-1958), Karl Truppe (1887-1959), Adolf Wissel (1894-1973) o Udo Wendel (1906-1945). Finalmente, en estas obras aparecen escenas bélicas; retratos de los jerarcas del Reich incluido el Führer. En este caso, los autores fueron artistas como Conrad Hommel (1883-1971), Hubert Lanzinger (1880-1950), Fritz Erler (1868-1940), Paul Mathias Padua (1903-1981) o Wolfgang Willrich (1897-1948). Hay autores, como Leopold Schmutzler (1864-1940) que inicialmente pintaban escenas eróticas y en un estilo rococó, pero que, al afiliarse al partido nazi en sus últimos años, su arte alcanzó un cierto prestigio, especialmente cuando fue premiada una obra suya titulada Doncellas después del trabajo, que fue comprada por el propio Hitler.

Hoy la mayoría de las obras de estos autores, si el Reich hubiera triunfado, llenarían nuestros museos, nuestras galerías de arte e inundarían los libros de texto, mientras que sus biografías estarían presentes en todo tipo de libros y enciclopedias. Pero no fue así. Después de la guerra, la mayoría sobrevivieron, pero su arte inició un inexorable camino hacia la más absoluta decadencia y sus obras se transformaron en invisibles. Algunos sobresalieron convirtiéndose en pintores de cámara de déspotas de países del Tercer Mundo, como el retratista de Haile Selassie, el emperador de Abisinia, pero su cotización en los mercados de arte mundiales se hundió.

En realidad, todos estos pintores participaban de un estilo cuya característica principal era un realismo casi romántico, basado siempre en modelos clasicistas. Se trataba de pinturas muy tradicionales que exaltaban la pureza racial, el militarismo y el estilo de vida campesino y simple. Todo lo que fueran virtudes varoniles, el trabajo de la tierra o el amor a la patria era exaltado por estos artistas. Creían en unos ideales estéticos eternos, con proliferación de cuerpos desnudos, especialmente de mujeres, fuertemente estereotipados; con la guerra, los temas bélicos ganaron protagonismo, con retratos de héroes, escenas de heroísmo, sacrificio y victoria. Este era el arte que triunfaba y que llenaba galerías de arte y despachos oficiales de Alemania y de los países ocupados por el Reich.

 Si de esta larga lista de artistas alemanes que fueron seleccionados como imprescindibles por las autoridades del Tercer Reich nos fijamos, tan solo a modo de ejemplo, en los que se dedicaban a la pintura o la escultura, y empezáramos hoy a buscar sus obras de arte o incluso su biografía, nos daríamos cuenta de que casi no existen; están muy poco representados en las grandes enciclopedias y en muchos casos ni siquiera aparecen. Sus obras no suelen estar en las grandes pinacotecas del mundo, salvo en algún museo alemán, y tan solo es posible acceder a imágenes de su producción si se busca a través de las redes sociales en los portales de subastas, en donde, de vez en cuando, aparece alguna de ellas.

Por el contrario, movimientos artísticos que hoy llenan las salas de los mejores museos del planeta, como el dadaísmo, el cubismo, el expresionismo, el fauvismo, el impresionismo o el surrealismo fueron eliminados de la literatura artística. Y, sin embargo, los autores que formaban parte de lo que en el Tercer Reich se llamó arte degenerado, que fue ridiculizado y prohibido, hoy figuran como los artistas más cotizados del mercado artístico de todo el mundo. Se trataba de autores tales como Van Gogh, Gauguin, Picasso, Modigliani y Chagall, entre otros muchos.

Podemos concluir, pues, que las ideas estéticas de cada época no son una parte de la cultura independiente de todo lo demás; están íntimamente unidas a las ideas, las formas de vida, los modos de producción y la economía. Tal como escribió Ruth Benedict en su maravillosa obra El hombre y la cultura, «si estamos interesados en procesos culturales, el único modo en que podemos conocer la significación de un detalle dado de conducta, consiste en ponerlo en relación con el fondo de los motivos y valores instituidos en esta cultura». ¡Y el arte también!


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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