Crónica

La España del exilio y el México de las dos patrias

Mariano Martín Isabel reseña una exposición sobre «el cuerpo errante» de los exiliados españoles entre 1939 y 1975, en la Casa de América de Madrid.

/ una reseña de Mariano Martín Isabel /

Imagen destacada: detalle de una fotografía de Niceto Alcalá-Zamora a su llegada al puerto de Buenos Aires, en 1942, capturada por José Luis Fernández de Castillejo

El ruido del metro se estrella contra los tímpanos: los hiere, los perfora, los taladra; mientras tanto, los ojos son arrastrados por una oscuridad que parece arrancarles las pupilas, puede que sea el iris, la retina tal vez; como una cortina negra que desfila hecha rayas sobre las paredes del túnel. De pronto el vagón aminora su velocidad. Chillido de ruedas, retumbar de hierros y una luz que sucede a la oscuridad y la llena de colores, de letreros, de carteles, la cinta azul de la pared que anuncia la estación a la que estamos llegando. Ya con los vagones quietos, después del último chillido y la última estridencia de los frenos, la ventana es ocupada por un enorme cartel: es una montaña; está rasgada por una senda que ha sido rasgada a su vez por la punta, casi sin tinta, de un bolígrafo; hay una línea entrecortada con una flecha a cada lado y dos palabras: por un lado dice «France»; por el otro, «Espagne». Es una tarjeta postal. Los bordes de los picos están, no se sabe si porque la tarjeta es vieja o porque la cubre la niebla, borrosos: acaso sean borrosos como la memoria que quiere recordar y no recuerda.

Es un cartel que anuncia una exposición; la que se ha abierto de diciembre a febrero (el 14 de febrero tenía que ser) en la Casa de América. Lleva por título El cuerpo errante. Un hombre de frente amplia está sentado sobre esa línea, a caballo entre dos mundos, sujetando un perro sobre su rodilla. Cuando la realidad es custodiada por los fusiles, y cuando los fusiles amenazan a los recuerdos que pugnan por salir, el cerebro grita, pero las palabras callan: son gritos callados que se disfrazan para poder salir sin que los reconozcan los hombres de los fusiles. Un hombre exiliado manda una postal hablando de turismo en paisajes remotos: eso basta para que la gente que lo recibe sepa que está vivo. En la posguerra de España las palabras contaban mentiras como única forma de llevar la gran verdad a los familiares: porque el mensaje no era la palabra sino el mensajero; parafraseando, veinte años antes, la frase con la que afirmaba Mac Luhan que el medio es el mensaje.

Julián López y Jorge Moreno son los comisarios de esta exposición que nos enfrenta con un triste pasado. Dos antropólogos, con largos años de investigación, en un proyecto de la UNED que ellos mismos han llamado «Mapas de la memoria»: su objeto no es otro que devolver la voz a las palabras que en su momento estuvieron calladas; condenadas al silencio. Después de 1939 media España se separó de la otra media; a un cuerpo presente le acompañó la sombra de un cuerpo errante y la palabra errante hablaba de las pequeñas historias que entretejían los hilos de un país: transmitidas por las mujeres. Voces de mujeres uniendo hilos que a su vez fueron «uniendo generaciones». No es un interés histórico el que mueve a los autores de esta muestra, o no histórico solamente; sino la necesidad de «mostrar los afectos y las actitudes que dan sentido y dignidad a una vida». Estamos en busca del sentido (resuenan en nuestros oídos los ecos de Viktor Frankl). Decía Bertrand Russell que sus tres grandes pasiones fueron la verdad, el amor y la compasión; pues bien, como historiadores, Jorge Moreno y Julián López necesitan reencontrarse con la verdad; pero la verdad es solamente el punto de partida, y es que como antropólogos buscan, desde la verdad, el sentido que tienen las cosas que han ocurrido; para nosotros y para quienes las vivieron; un sentido misericordioso. Decía Frege que dos palabras pueden tener distinto sentido y una misma referencia. En esta muestra hay un deseo agónico por entender qué significaron las palabras camufladas y los silencios que hablaron; cuando hablaron desde las tripas.

Uno se puede marear porque le den ataques, pero cuando una mujer se marea por «ataques de sufrimiento» la realidad cobra súbitamente un patetismo insoportable. Así de simple, así de desgarrador. ¿Cómo pueden fotografiarse los espacios donde se introducen los seres que ya no están? Los espacios son como los silencios: tienen presencia, la terrible presencia de los ausentes.

Encontrar en la cartera del padre muerto un pequeño papel. Un papel donde el padre había ido anotando la muerte de los seres queridos. «Los exiliados no tienen cementerios donde visitar a su gente, pero tienen papelitos como este que llevan siempre consigo».

Un hombre escribe una carta de despedida en el dorso de una foto. En la misma foto escribe su dirección. La lanza al viento desde el camión que lo lleva al fusilamiento. Otro hombre la encuentra y, buscando la dirección que tiene escrita, consigue encontrar a su familia y se la entrega. Así, la historia de los fusilados está hecha de fotografías que lleva el viento y, de vez en cuando, dispersas como los vilanos, alguna llega porque tiene una dirección escrita en ella.

La exposición es sobrecogedora. Primero, por la enorme cantidad de documentos que hay reunidos. Segundo, porque son documentos desgarradores. Y tercero, porque no son de los que se pueden exponer como se exponen los cuadros en un museo. Uno sale de esa muestra con las lágrimas llamando a la puerta.

Julián López y Jorge Moreno lo han solucionado de forma magistral: con una trabazón de videos, audios con altavoces adosados a los bancos, cajetines que contienen cada uno una historia, objetos sabiamente expuestos, en orden casi más sentimental que lógico, carteles explicativos, y, como elementos decorativos (columnas de cartas colgadas del techo como si fueran peristilos de los antiguos templos), cartas y cartas que le llueven al espectador como si fueran un maná de tristeza. Sobre todo, espacio: mucho espacio para que el espectador no se vea agobiado con tanto documento… Uno entra con el corazón en la mano y sale con el corazón partido.

Resuenan sobre estos paneles las palabras de José Gaos sobre la teoría de las dos patrias. Hay una patria de origen y otra de destino, pero no es porque Gaos las teorizara, sino porque las sentía: sintió a México grabado en la médula hispana que traía dentro de sus huesos. Como todos los exiliados. Toda una vida soñando con volver al país y cuando vuelven se dan cuenta de que su país no era ése que dejaron atrás, sino este otro que los había acogido después de partir del suyo; porque cuando vuelven a su barrio no están aquellas casas del tiempo antiguo en las que ellos vivieron, sino las casas nuevas que pertenecen a otra gente y a otro tiempo. Hay una sala donde un cartel con letras grandes nos arroja a los ojos, como si fuera una pedrada, una frase de Max Aub: «Soy un turista al revés; vengo a ver lo que ya no existe».

Costumbres extrañas que acaban convirtiéndose en propias. Sabores nuevos, ahora desagradables, que con el paso de los años nos van gustando. Una forma de hablar que nos identifica. Poco a poco se va configurando «el desván de los exiliados»; donde caben los juguetes mexicanos y las fallas de Valencia, recetarios donde «el sabor de la cocina chilanga marida con la manchega», el material escolar de la república hermanándose con el de México; en el desván de los exiliados «las canciones tradicionales de la península» son cantadas por «hijos de republicanos con acento mexicano».

Un enorme panel nos da la bienvenida a la muestra. Construido con montones de postales que están adosadas unas a otras. Como celdas de un enjambre. En su cara B, esas postales esconden el exilio condenado a transmutarse en turismo: el camuflaje de sus dedicatorias para burlar la censura. A su lado, el lamento de un ser anónimo por las cartas enviadas que nunca han recibido respuesta; y debajo, la saca de correos donde todas esas cartas se extraviaron. Un poco más allá aparece un busto fusilado; en él se evidencia el delirio destructor que lleva, cuando no ha sido posible fusilar al hombre, a fusilar de todos modos su estatua. Dos patrias, la de acá y la de allá. «¿Qué es lo que se ha quedado allá?», se pregunta un español llegado a México. El cuerpo de España. ¿Y qué queda acá? El alma. El alma de España dispersa por la tierra mientras en España se quedan el cuerpo sin ánimo y el cuerpo desalmado. El alma de España se quedó en las pequeñas cosas que algunos escondieron «en el interior de los armarios, en el fondo de los baúles, en el doblez de los cajones o en lo profundo de los bolsillos. Se trata de objetos, documentos, cartas o fotografías cuyas arrugas, costuras o desgaste nos hablan del esfuerzo por mantener el espíritu y el ideario de vidas arrebatadas». Los investigadores lo resumen, al principio de la muestra, con una cita de María Zambrano: «imágenes que presiden la memoria como centros luminosos, como astros que, si se agruparan, formarían algo así como una constelación». La constelación que da sentido a la vida de España.

El cuerpo errante. Exilio español, 1939-1975. Exposición Casa de América (Madrid), del 17 de diciembre de 2025 al 14 de febrero de 2026.


LagunaDeLibros | Biblioteca IES Andrés Laguna

Mariano Martín Isabel es doctor en filosofía y profesor del instituto Andrés Laguna de Segovia. Vivió catorce años en Francia. Ha escrito artículos de filosofía en Francia, España, Italia, Finlandia, Ecuador y Méjico, y ha hecho algunas incursiones en la novela, como Las caras del mar. Su teoría de la razón viva concibe la novela como expresión viva de la razón. Es coautor del libro Andrés Laguna, humanista y médico, y ha escrito sobre Ortega y Gasset, Miró Quesada, Miguel Hernández y María Zambrano, entre otros. Desde hace algo más de un año anima un blog en el que intenta ahondar en el concepto de filosofía literaria; de periodicidad semanal, publica textos agrupados en cuatro secciones: filosofía, literatura, educación y el rincón de «el mirador» (atalaya desde la que desmenuza la realidad con objetividad apasionada).


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