[Cabecera: foto de Michael Wolf, Tokio]
En la última década han surgido nuevas editoriales que apuestan decididamente por la narrativa corta. Los autores, editores y lectores han ido despojándose de prejuicios en cuanto a lo que supuestamente tiene o no tiene entidad narrativa. Una nueva concepción de la realidad como relato especular, fragmentado, que empieza a ganar terreno en el ámbito de la ficción, y que está generando una nueva aproximación crítica, ha propiciado una descentralización de la novela como capital del discurso narrativo que ha beneficiado al cuento, sobre todo, porque este ha sabido renovarse con agilidad y aprovechar su versatilidad para adaptarse a nuevas formas de leer el mundo a través de las nuevas tecnologías emergentes.
En esta segunda entrega, Javier Moreno, a petición de El Cuaderno, propone una degustación del cuento español actual con cinco nombres sobre la mesa: Daniel Monedero, Almudena Sánchez, Miguel Ángel Carmona del Barco, Diego Sánchez Aguilar e Hipólito G. Navarro. Próximamente incluiremos de forma secuenciada un cuento de cada uno de estos autores.
Hablemos del cuento
/ por Javier Moreno /
El cuento es ese género literario que siempre está a punto de despegar pero que no termina de conseguirlo. Parece tenerlo todo a su favor: la brevedad de los textos (en consonancia con nuestros tiempos acelerados), la aparente sencillez de su factura (de fácil imitación por parte de tantísimos aficionados a la escritura, tantos o más que a la lectura), la pluralidad de temas que comparecen en un libro (a la manera de un menú de degustación). A veces creo que el único problema que tiene el cuento en el propio nombre: cuento. Tal vez si lo llamásemos serie, por ejemplo, todo iría mejor. Los cuentos, ya se sabe, son cosa de niños. No mejora la cosa el término relatos, palabra que suena en muchos oídos inexpertos a ente abstracto, tan poco sexy.
El cuento parece moverse en un terreno intermedio difícil de delimitar. Si asociamos la poesía con la lírica y la novela con la épica, ¿qué reservaremos para el cuento? ¿Hay un espacio específico para el cuento? Tal vez la precisión, el desarrollo narrativo de una idea, la capacidad de una inteligencia para facetar una temporalidad media y darle la consistencia de un diamante.
Quizás juegue en contra del cuento el hecho de que nuestra literatura carezca de un maestro absoluto del género. Por decirlo de otra forma, no existe en nuestras letras un cuentista parangonable a Borges, Cortázar, Hemingway o Cheever. Tal vez, insisto, cierta orfandad en el canon español haya hecho que el cuento no sea valorado como se merece. A falta de referentes nacionales inapelables, las influencias recaen ineludiblemente en América (del Norte y del Sur) y el lector, arrastrado por esa insuficiente tradición, pareciera falto de incentivos a la hora de acercarse al género corto.
A veces creo que el único problema que tiene el cuento en el propio nombre: cuento. Tal vez si lo llamásemos serie, por ejemplo, todo iría mejor. Los cuentos, ya se sabe, son cosa de niños. No mejora la cosa el término relatos, palabra que suena en muchos oídos inexpertos a ente abstracto, tan poco sexy.
Y sin embargo el cuento español, eso que aquí nos ocupa, vive lo que podríamos llamar un momento de esplendor. Junto a autores consolidados (Cristina Fernández Cubas, Eloy Tizón, Javier Sáez de Ibarra, Hipólito G. Navarro, Carlos Castán, Andrés Neuman, Jon Bilbao u Óscar Esquivias, entre otros) proliferan nuevos autores que buscan hacerse un hueco entre los lectores, tal vez no demasiado numerosos pero sí lo suficientemente fieles, del género. No resulta extraño por otra parte el caso de novelistas reconocidos (Andrés Neuman, Sara Mesa, Alberto Olmos…) que dan periódicamente a la luz libros de relatos (o de cuentos, como queramos llamarlos), como una vindicación del género y (en los casos en los que lo merece) de sí mismos. El cuento tal vez sea un género menor en lo que a extensión se refiere, pero no en cuanto a su expresión literaria. Quien piense que el tamaño importa en esto de la literatura es que no sabe lo que se trae entre manos.
Dedicaremos este espacio a analizar algunas de las últimas propuestas dentro del panorama nacional. Para ello hemos seleccionado cinco libros aparecidos en los últimos meses. Uno de ellos, La vuelta al día, de Hipólito G. Navarro, corresponde a un autor ya canónico en nuestras letras dentro del género. Los otros cuatro, Manual de jardinería (para gente sin jardín), de Daniel Monedero, La acústica de los iglús, de Almudena Sánchez, Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino, de Diego Sánchez Aguilar y Manual de autoayuda, de Miguel Ángel Carmona del Barco, por el contrario, constituyen la primera incursión de sus autores en el mundo del relato.
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Comenzaremos hablando del libro de Daniel Monedero, guionista y autor de libros infantiles y juveniles que en esta ocasión nos ofrece su primer libro de relatos. Proliferan en Manual de jardinería (para gente sin jardín) personajes jóvenes (y no tanto) que buscan satisfacer un anhelo o cumplir un destino a menudo extravagante como ocurre en el relato que da título al libro. En él, un chico negro descubre súbitamente al leer un libro en la biblioteca que es la reencarnación de la poeta polaca Wislawa Szymborska. Tal es la obsesión del personaje que llega a dejar su Bronx natal para viajar a Polonia e instalarse en el apartamento que ocupaba la poeta polaca para tratar dar continuidad a su obra. En cuanto uno se asoma a las páginas de este libro salta a la vista el interés de Daniel Monedero por la poesía, algo que se acaba trasvasando a sus textos y que resulta perceptible en el uso de un lenguaje que tiende a lo lúdico y a lo lírico, a la pirueta metafórica como dan buena muestra estos ejemplos, algunos de los cuales podrían pasar por versos exentos:
A él le parece que ella tiene una piel donde uno podría dormir tranquilamente (…) Entonces yo acercaría mis labios a tu boca, donde siempre es verano o lo parece (…) Por otro lado tienen razón los días laborables y tengo dentro de mí todos los sueños del mundo (…) Una vez tuve una Vespa roja y dos certezas.
Incluso encontramos un relato titulado «Antología de poesía universal» en el que el personaje, encargado de trasegar las maletas de la terminal a los aviones del aeropuerto, se dedica a extraer objetos de dichas maletas e intercambiarlos por otros. La anécdota del relato sirve a un tiempo para ejemplificar el extrañamiento ínsito a toda poética, sustituyendo la metáfora verbal por el asombro del pasajero al descubrir entre sus pertenencias objetos que no se sabe de dónde salieron. Es este trasfondo poético (a veces rayano en lo absurdo) que percola lo cotidiano el denominador común de los relatos de Daniel Monedero cuya factura admite considerables resonancias (o al menos eso le parece a quien esto escribe) con la obra de Eloy Tizón. En ocasiones esa poesía deviene misterio inefable. Así ocurre en «Último verano en Seattle». En dicho relato un grupo de amigos vive obsesionado por la presencia de Merino, un extraño recién llegado a la ciudad cuyo carisma sirve de revulsivo para transformar las vidas de una pandilla de jóvenes, una imantación que hará las veces de catalizador para iniciarlos en esos misterios de la vida adolescente que son el sexo o la música.
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La acústica de los iglús es el debut literario de Almudena Sánchez. Estamos ante un libro de relatos que explora de manera incisiva y contundente aspectos como la enfermedad, la soledad o el camino nunca culminado de la madurez (artística y vital). La infancia es un motivo recurrente en estos relatos, aunque tal vez no se trate tanto de la infancia sino más bien de ese momento en el que la infancia empieza a quedar atrás a través de esos (contundentes) ritos de iniciación que son la separación de los padres, la enfermedad o el descubrimiento del sexo. En «Introducción al relámpago», por ejemplo, una mujer revive escenas de su vida al hilo sucesivo de los flashes de un fotógrafo ficticio. La biografía se constituye así como una sucesión de instantáneas que Almudena Sánchez elabora con una literatura precisa, desprovista de artefactos retóricos. Hay un contraste en algunos relatos entre las fantásticas situaciones que viven los personajes (una chica en paro que es contratada como astronauta, una pareja de ancianos que realiza un viaje en un imposible teleférico…) y las muy terrenales emociones que despliegan alrededor de sus peripecias: ingenuidad, ternura, soledad. Este contraste dota a los relatos de una intensidad poco común, ayudados por la extraordinaria sensibilidad de esta autora que ayuda a despertar en el lector una amplia panoplia de emociones que no descarta la crueldad (del sexo o de la convención) y que convierte a los personajes en seres próximos e íntimos a los que —casi— sentimos padecer o disfrutar. Estamos sin duda ante una de las revelaciones del género en este año que declina. Un debut que revela una madurez fuera de lo común.
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Miguel Ángel Carmona del Barco es autor de una novela, La dignidad dormida, y del libro de relatos Manual de autoayuda. El título de este último volumen resulta cuanto menos irónico ya que los protagonistas de sus relatos se mueven en un ambiente de indigencia física y moral, un material explosivo que sin embargo el autor maneja con extraordinaria soltura, evitando tomar partido o juzgarlos o (todavía peor) rescatarlos a través del deus ex machina de lo políticamente correcto. Estamos ante un conjunto de relatos sin concesiones, de una dureza a veces atosigante, cuyas páginas recorre el lector sin respiro y que recuerdan (para bien) en ocasiones a Knockemstiff, el memorable libro de relatos de Donald Ray Pollock. Resulta imposible no dejarse conmover por el maduro (y vapuleado) homosexual que acude a los servicios de la estación de autobuses para encontrarse con otros hombres o por el payaso (manco) que vive retirado en una caravana instalada en el descampado de un pueblo o la modelo (amputada) que triunfa en el mundo de la moda a pesar de no tener piernas (o precisamente por ello) o el fotógrafo que toma instantáneas de una mujer a la que quedan unos pocos meses de vida. Y todo ello, a pesar de lo que pueda parecer, sin un ápice de sarcasmo, mirando a sus personajes ni desde arriba ni desde abajo sino directamente a los ojos. Situaciones extremas, es cierto, pero a las que Miguel Ángel Carmona sabe extraer esa belleza a veces inaccesible que vive recóndita en lo más sórdido del ser humano.
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Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino es el muy cosmopolitaneano título del primer libro de relatos de Diego Sánchez Aguilar, un autor que, arrancando casi desde cero (solo contaban en su haber minoritarias publicaciones de poesía) ha logrado hacerse con el XIII Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado. Encontramos en estos relatos en toda su crudeza la naturaleza del deseo. Y qué es lo que desean estos personajes. Pues hay para todos los gustos en esta panoplia de anhelos. Follarse a la nueva compañera de trabajo, al antiguo novio pasados veinte años o, incluso, cosa extraordinaria, a tu propia mujer. Pero el dardo de Eros no es inmediato sino que son siempre los demás (un demás que con las redes sociales se ha multiplicado hasta lo exponencial) los que sugieren y señalan el objeto de deseo, como si Eros no usase arco y flechas sino bombas de fragmentación. Son las observaciones de los compañeros las que incitan a fijarse en que la nueva compañera de trabajo no lleva bragas. Ellos la desean y por tanto… Por tanto yo también, y más que ellos. Suena infantil, esto de apropiarse del deseo de los demás, de hacerse con el juguete del otro, pero así son las cosas, a poco que queramos darnos cuenta. Hay excepciones, como la de Aurora, una mujer que viaja junto a sus amigas Cristina y Amelia a Cuba. Mientras que Cristina y Amelia parecen disfrutar del momento, algo que incluye la consabida cópula con los mulatos de turno, Aurora se ve incapaz de desear lo que sus amigas desean, de cerrar el triángulo del deseo. La idea que uno se hace de ese personaje es entonces la de cierta frigidez depresiva. Es una aberración no desear lo que desean tus amigas, fantasear en La Habana con regresar a España para encerrarte en casa a ver una película con tu gato. A veces dicho triángulo no se puede cerrar por pura imposibilidad. Es el caso del esposo que aguarda, celoso, a que regrese su mujer de una noche de juerga y que tiene que asistir para colmo de males a la cópula de una pareja de jóvenes en el portal de su casa. O puede que el triángulo se cierre en falso, como ese matrimonio que acaba dejando la lectura y follando, incentivados por el escándalo sexual de los inquilinos del piso de arriba, pero insatisfechos por no poder emular la proeza de sus vecinos, por representar un remedo patético.
Aparecen en estos relatos, como no podía ser de otra forma, la pornografía y las redes sociales, ambas con su promesa de gratificación inmediata (sexual, afectiva). Si la cultura (las novelas, las películas) constituye algo así como un repositorio de identificación emocional, un archivo al que acudir para justificar o urdir nuestros sentimientos (de nuevo la necesidad de mediación hasta en algo tan básico y aparentemente personal e íntimo como son las emociones), la pornografía es la promesa de lo inmediato, el abandono del cuerpo al paraíso del instinto. Especialmente enternecedora es la historia de Anselmo, un pobre hombre enamorado de Gema, una performer que se masturba diariamente fuera de cuadro para aquellos que quieran asomarse a su blog 365 orgasmos. Anselmo asiste día tras día a la ceremonia de los gritos de placer de Gema. Pero no le vale, como le valdría a cualquiera, con excitarse con ellos sino que, llevado por un particular arrebato amoroso, crea otro blog paralelo en el que pretende exhibir su masturbación para hacer coincidir sus gañidos de placer con los de Gema y simular de ese modo un virtual orgasmo simultáneo.
La contraportada de Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino habla de peep show, de estudio antropológico de las costumbres de la clase media. Y hay mucho de eso en estos relatos de Diego Sánchez Aguilar. En efecto, en consonancia con la ciencia antropológica, el autor hace uso de un estilo quirúrgico, descarnado, casi documental. Nadie sale indemne de la lectura de este libro, precisamente porque este libro es una especie de viaje a nosotros mismos, un gancho lanzado a nuestra mandíbula, imposible de esquivar.
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Cerramos esta breve antología hablando de La vuelta al día, el último libro del ya veterano Hipólito G. Navarro. Se trata de un libro confeccionado en buena medida de descartes de otros libros, como el propio autor confiesa en unas páginas liminares. Autor y editor han tratado de paliar la disparidad que se presupone a un libro que recopila años de trabajo a través de un índice temático que cumple el objetivo de procurar cierta sensación de hilatura en lo que no deja de ser un florilogio. Estamos ante un conjunto irregular en cuanto a su factura, menos uniforme si lo comparamos con los libros anteriormente reseñados, pero donde continúa brillando el buen hacer del autor de El pez volador. Seguimos encontrando aquí la misma narrativa con esa mezcla de tintes jocosos y melancólicos, llena de giros inesperados. En particular podemos encontrar en este volumen relatos como «Tantas veces huérfano» o «Mucho ruido y pocas nueces», extremos temáticos que abarcan desde la profundidad de la desgracia personal del primero hasta el barroquismo lleno de humor del segundo. Aunque tal vez sean los relatos aparentemente de corte más biográfico, los menos efectistas y engañosamente más sencillos (pienso en «Ángeles de la guarda», «La vuelta al día» o «La poda y la tala de los árboles frutales») donde el autor destile esa sabiduría narrativa que resulta de la mezcla del talento y la experiencia, el verdadero cuño que amerita las páginas de La vuelta al día.
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